Al “yo he venido aquí a hablar de mi libro”, de Francisco Umbral, le pasa lo mismo que al “siempre nos quedará París”, de Casablanca. Lo más interesante se dice justo después de la frase que ha pasado a la historia. “Lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca, pero lo recuperamos anoche”, se viene a decir en la película de Michael Curtiz. “(…) y no a hablar de lo que opine el personal, que me da lo mismo. Porque para eso tengo mi columna y mi opinión diaria”, prosigue el escritor tras una sentencia de cuyo triunfo da fe de la manera en que ha pasado a formar parte del habla popular. Es irresistible como chascarrillo para cualquier autor en promoción. Y aún más, se usa no pocas veces para reorientar una conversación cuando uno de los participantes percibe que ésta se ha desviado de su cuestión fundamental.
Han pasado ya 25 años, suficientes para recordar con cariño un episodio que, en aquel entonces, hizo correr ríos de tinta . El lugar común, tan cursi como manido, es aquí pertinente: fue la prensa impresa, entonces una redundancia, la que mayor eco se hizo de lo sucedido. Hoy tenemos cuatro horas diarias de Sálvame en sus distintas presentaciones cítricas. Pero en 1993, montar un “pollo” semejante en un plató de televisión suponía todo un acontecimiento. Había habido un precedente en octubre de 1989: la célebre performance etílico-surrealista de Fernando Arrabal en el programa El mundo por montera (TVE). Aquello levantó alguna polvareda en su momento, pero salió al aire muy entrada la madrugada y sólo adquirió verdadera relevancia cuando fue rescatado por El show de Flo catorce años después.
Gracias a la amabilidad del departamento de comunicación de Atresmedia, puedo valorar el efecto del paso del tiempo del mejor modo posible: viendo en su integridad aquella emisión de Queremos Saber. El espacio, presentado por Mercedes Milá y producido y dirigido por José Sámano, fue una de las puntas de lanza de la remodelación que vivió Antena 3 TV cuando pasó a estar controlada por el Grupo Zeta. Se estrenó el 17 de noviembre de 1992, así que cuando Francisco Umbral protagonizó allí una de las secuencias más recordadas de aquella incipiente televisión privada, llevaba ya cinco meses en la parrilla.
El tema sobre el que gira aquella edición del 20 de abril de 1993 es el de los abucheos que el presidente del Gobierno, Felipe González, había recibido en la Universidad Autónoma de Madrid cuando acudió a dar una conferencia el 25 de marzo. Además de Umbral, en la mesa de debate se encuentran el entonces rector de la UAM, Cayetano López, el también periodista Emilio Romero –histórico director de Pueblo– y, en calidad de docente en el citado claustro, el ex presidente del Tribunal Constitucional Francisco Tomás y Valiente, poco más de tres años antes de ser asesinado en su despacho por la banda terrorista ETA. Los auténticos protagonistas, sin embargo, son los estudiantes de la UAM presentes en la grada del público. Una pértiga se mueve con cierta soltura en el plató para irles dando voz. Son próximos, sobre todo, al PP o al PSOE. La búsqueda en Google de sus nombres permite comprobar cuántos de aquellos jóvenes impetuosos tienen hoy puestos más o menos relevantes en la vida pública. Una simple ojeada a sus atuendos certifica aquello de que la moda es cíclica. Mucho de lo que lucen ha vuelto. También las gafas. Redondas y de concha, entonces y ahora.
¿Por qué Umbral? Milá lo explica de forma muy clara al presentar a los participantes. El escritor acaba –en sentido literal, pues viene directo de la presentación- de lanzar al mercado La década roja. El libro, uno de esos títulos un tanto de aluvión que el autor iba sacando al hilo de la actualidad y en paralelo a sus obras mayores, resumía el desencanto que podía sentir cierta izquierda al cumplirse un decenio de la llegada del PSOE al poder. José Sámano recuerda el momento en que le cursó invitación, en una negociación “cordial” en el que su interlocutor no expresó reparo alguno ante el contexto que rodearía su participación. De hecho, la conductora no puede dar más importancia a su presencia esa noche. Umbral es un invitado de “primera fila”, dice la presentadora, y le agradece de modo especial que haya acudido al espacio teniendo que abandonar el acto con el que se celebraba el lanzamiento de su libro. Al autor se le nota de buen humor. Hace una enumeración con los dedos y se para en seco afirmando que eso –contar con los dedos- “se ha vuelto de derechas”. Y se entra en materia. El fan de la diatriba que vendrá después recordará que uno de los motivos de queja del columnista por excelencia es el paso a unos vídeos “que todos hemos visto ya”. Éstos son, en realidad, dos. Uno es un compilado de los “brutos” de lo sucedido casi un mes antes en la Autónoma. El segundo es, tal cual, la pieza que en aquel entonces elaboraron los informativos de Antena 3 TV. En sus intervenciones, Francisco Umbral se pone de parte de los estudiantes que abuchearon. Celebra a la juventud española, de la que subraya que tiene claro, al menos, “lo que no quiere”. Hay que estar con los jóvenes en vez de con “los paletos de Aranda de Duero” (sic) con los que se deja ver José María Aznar. (Los reproches a este comentario serán frecuentes en el transcurso del programa). El escritor se muestra jocoso en casi todo momento, especialmente con su colega Emilio Romero, con el que exhibe amistad al margen de la evidente distancia ideológica. Interrumpe, sale por peteneras, adopta una actitud que hoy calificaríamos (¡horror!) de “disruptiva”. La incomodidad de Tomás y Valiente con este comportamiento es perceptible. Así lo explicitaría al día siguiente a la prensa. Es cierto que Umbral no interviene demasiado. El debate va por otros derroteros –en un momento dado se habla, incluso, de “San Canuto[10]”- pero tampoco queda la sensación de que el literato se esté quedando sin expresar sus pareceres.


La tormenta estalla en el minuto 95. El plano general nos avisa de que el escritor tiene la mano levantada. Mercedes Milá le da la palabra. Y lo que sigue ya es Historia. Un Francisco Umbral enfadadísimo le “lee la cartilla” en directo a una de las comunicadoras más relevantes del medio televisivo. Él está ahí para hacer promoción de su nuevo libro y, aunque hay un ejemplar presente sobre la mesa, allí no se habla del mismo. Entre el público, las risas incrédulas conviven con los gestos de desaprobación. Si algo impresiona al revisar la secuencia completa es el temple de Milá, siete años antes de enfrentarse por primer a vez a cualquier concursante de Gran Hermano. “(…) nunca perdió los nervios, pese a las airadas reiteraciones de Umbral”, recuerda hoy Sámano. Su gestión del momento es asombrosa. Afirma que el comentario sobre La década roja es justo el siguiente punto de la escaleta. Esto no doblega al futuro premio Cervantes, que llega incluso a calificar de “putrefacta” a toda la televisión. Se oyen gritos que animan a la presentadora a expulsar a su invitado (el 19 de enero, Milá había echado a los integrantes de Ultras-Sur presentes en el público durante un programa dedicado a la violencia en el fútbol). “Yo estoy dispuesto a levantarme y abandonar la mesa”, dice en uno de los fragmentos más conocidos de lo que Mercedes Milá califica al poco de “speech”. Lo cierto es que no lo hace. En contra de lo que pudiera parecer cuando se ve el fragmento descontextualizado, Umbral no se va (“yo no quiero que te marches”, dice Milá. Sámano no barajó “ni por asomo” esta posibilidad). Es más, se llega a hablar de su libro.
Las aguas parecen volver a su cauce y presentadora y entrevistado consiguen hilvanar unas civilizadas preguntas y respuestas sobre La década roja. Hay margen para hablar de Nicolás Redondo, Santiago Carrillo y hasta del eurocomunismo de Berlinguer. Y para que Francisco Umbral haga un vaticinio perfecto del que habría de ser el resultado electoral del 6 de junio: una nueva victoria del PSOE pero en minoría. La tensión vuelve al poco porque se repiten los mismos reproches. Y Umbral queda ya fuera de juego. Su actitud es reprobada en algunas de las intervenciones posteriores del resto de participantes. Él se aísla. Su última imagen en pantalla le presenta haciendo garabatos sobre un papel mientras el resto de asistentes se dispersa y aparecen los créditos sobre la bellísima música compuesta por Michael Nyman para El contrato del dibujante (The draughstman’s contract, Peter Greenaway, 1982).
Pero lo que ha quedado es el estallido. Cada vez que escucha a alguien decir “he venido a hablar de mi libro”, José Sámano siente “una cierta satisfacción por haber tenido una indirecta participación en su creación. Es como haber estado en el nacimiento de “a buenas horas mangas verdes””. El episodio no deja de ser anecdótico, pero también es un buen resumen del propio Umbral. Su actitud es intolerable, grosera, egoísta. Un monumento a la mala educación. En otro tipo de personaje no tendría medio pase. Y en él acaba resultando si no una genialidad, sí desde luego un “guilty pleasure” (quién les escribe lo ve al menos cuatro veces al año). El lenguaje de las columnas se filtra en ese torrente iracundo, ejemplificado en esa mención al “personal”. Lo ves y te ríes. Mucho. Quizá haya que tener ya una cierta edad para entenderlo. El prestigioso literato fuera de sí en el contexto de un programa de televisión en directo todavía es una transgresión para mi generación. Aquellos que han crecido viendo desfilar tronistas tendrán otra visión, claro. La tele es un sitio al que se va a gritar, a salir airado del plató y a volver a entrar tan ufano al medio minuto.
Ningún escritor puede hoy quejarse en prime time de que no se hable de su libro. Porque no se habla ya ni del suyo ni del de nadie.

