Pero, disquisiciones aparte, quienes nos hemos movido, y aún nos movemos, en este mundo del periodismo debemos enorgullecernos de que el prestigioso premio haya sido concedido a una colega. La obra de Alexiévich se caracteriza por su estilo sobrio e indignado, como ha escrito un articulista, con el que ha denunciado y denuncia horrores y sufrimientos, con el que ha dado y da voz a quienes no la tienen: víctimas de grupos minoritarios, soldados que combaten en luchas que no comprenden, víctimas de los vaivenes de la historia.
Según la Academia sueca, el premio se concede a un autor que haya producido “en el campo literario la obra más destacada en pos de un ideal”. Algunos articulistas opinan que hay que tomarse estas palabras al pie de la letra, y por eso el premio le fue concedido a Churchill, por ejemplo, y no a Proust. Otros creen, sin embargo, que se debe juzgar la calidad literaria del escritor premiado. En el caso de Svetlana Alexiévich, el premio es justo en ambos casos, aunque sin duda prima la primera teoría, la de que su obra persigue un ideal, que ha sido y es la de dar voz a quienes no la tienen en los conflictos.
La galardonada de este año ha reflejado en sus reportajes y en sus libros miles de testimonios de la antigua Unión Soviética y de los actuales países herederos del Bloque del Este, los testimonios de aquellos que sufrieron guerras, represiones y situaciones traumáticas. Este conjunto de voces de quienes no tuvieron voz se refleja en obras como La guerra no tiene rostro de mujer (sobre las mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial), Los muchachos de zinc (sobre quienes sufrieron la guerra de Afganistán), Cautivados por la muerte, Voces de Chernóbil…
La obra de la ganadora del Premio Nobel de Literatura de 2015 recuerda en cierta medida la del autor del mejor reportaje de la historia (y no lo digo yo, sino una encuesta en escuelas de periodismo de todo el mundo): Hiroshima, del norteamericano John Hersey. Este reportaje, en forma de libro, recoge la voz, el relato, de seis supervivientes de la primera bomba atómica, la que lanzaron los norteamericanos sobre Japón en 1945. Los testimonios fueron captados por Hersey a los pocos días de la catástrofe, y la voz, el relato de esos mismos seis supervivientes volvieron a ser recogidos por el periodista 40 años después, para que contaran cómo habían vivido desde el estallido de la bomba. En ambos casos, los protagonistas no eran famosos militares, ni encumbrados políticos, ni héroes famosos. Son aquellos que en dramáticos momentos de la Historia no pudieron hacer oír su voz.