El pasado domingo, Arcadi Espada, publicaba en su columna semanal “Cartas a K.” en el diario “El Mundo” una retrospectiva interesante sobre el periodismo, la verdad, la posverdad y lo que queda por delante y por detrás.
Con su prosa habitual, de contundencia sobresaliente ante las bobadas, vino a marcar, desde su opinión, cómo la verdad había sido reducida desde mediados del siglo XX a una “versión más de los hechos” y no a la cuestión fundante del ejercicio de esta profesión.
También señaló de manera elocuente y pertinaz cómo “las informaciones siempre han tenido el prurito democrático de darle a la mentira la oportunidad de expresarse. Aunque el periodista tuviese pruebas de que un hecho es verdadero daba la palabra al que lo negaba”.
Que “la verdad es de derechas” viene como resultado de la propia perspectiva ideológica de la izquierda “post 68”, que “prefirió las políticas de la diversidad a la fuerza aglutinadora de lo común” donde cabía “recelar de la verdad por su carácter autoritario”.
Y hete aquí el intríngulis del artículo. La verdad es autoritaria. Y hete aquí el sofisma. La verdad es de derechas porque es autoritaria.
Sin embargo, estirando el chicle de lo especulativo, ¿qué pasa cuando aquellos que se consideran -según este sofisma- de derechas y por ende, defensores de una verdad mermada por la izquierda, resultan ser unos parlanchines y trovadores de la conciencia pública? ¿Qué pasa si eres un Eduardo Inda o un Salvador Sostres? Que de pronto eres, en la cuadratura del círculo, un vociferador de derechas pero profundamente izquierdista.
Si la verdad solo es un hecho más dentro de una información, tal y como explicaba Espada, en competencia con su formato, su público objetivo, su intencionalidad y el envoltorio emotivo que le quiera dar el periodista. Si la verdad compite en una noticia con todos estos factores sin destacar o concluir en todos ellos; entonces estamos ante una mentira por no cumplir con su razón de ser primera y plegarse a los intereses menos nobles que conforman la información.
Porque sin verdad, la información es ruido. Y para eso el periodismo se convierte en cosa de periodistas, una fagocitación saturnina desagradabilísima, y no en un servicio indispensable para la ciudadanía.
Hoy en día cualquier empresa pequeña, cualquier asociación de barrio, dispone de herramientas para tener su propio departamento de comunicación. Cualquiera, con un mínimo de conocimientos básicos, puede informar sobre su realidad y lo que ocurre en su entorno.
Es el periodismo y el periodista quien dispone de los elementos para seleccionar, cribar, jerarquizar y transmitir esa información conforme a un primer y (debiera ser) único criterio: la verdad.
Si la verdad no nos interpela de tal manera en nuestros escritos, locuciones, críticas, reseñas o intervenciones televisivas, caemos en la tentación de hacer el oficio de Inda y Sostres; que no es otro que ser un gif para pasarse por WhatsApp o un tipo al que ver y escuchar decir barbaridades en YouTube.
Sostres e Inda, por ende, son el antiperiodismo. El redactor negro. El ejercicio de la charlatanería sin control y sin pudor, a merced del calor del sol que más mierda hecha.
Estos periodistas hacen periodismo para ellos mismos. Para mantener su status quo en la indolencia lenguaraz; donde en su esplendor intelectual, cuando dicen una de esas burradas que se convertirán en hashtag un par de minutos después, saben que esto simplemente les salpicará los botines pero en ningún caso llegará hasta la conciencia. O sí. Ahí ya no podemos ni debemos entrar…
En el mundo del periodismo digital, donde este proyecto se desenvuelve, vemos desde cualquier ámbito un sinfín de publicaciones escabrosas, conspiranoicas, hirientes y falsas. También hay otras tantas que tratan, desde su rescoldo online, enfrentar con opiniones argumentadas ese “misterio” velado, una paradoja imposible y real, de la verdad aséptica, que no tiene por qué ser una ristra de datos y estadísticas ni estar vinculado con aquel o aqueste fenómeno religioso. La verdad por sí misma puede ser opinada y alcanzada a través de un poema, una instantánea o un párrafo certero en cualquier revista o blog de andar por casa.
Para este trabajo de resurrección de la verdad en la comunicación y en lo público, me suscribo a las palabras de Espada. “No todas las verdades pueden iluminarse en un determinado estadio del conocimiento: pero el sentido común evita el mal mayor de la ignorancia, que el de la fabulación histérica, oportunista y organizada”.
Volvamos a sentar en nuestros escritorios al sentido común para desempeñar con más tino y con espíritu de encuentro la realidad que nos toca reflexionar y compartir. Seguro que dejamos en la cuneta alguna que otra estupidez y hacemos que la audiencia y los lectores no tiren de repertorio chusco para decir “es que con estos periodistas qué cabe esperar”.