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Fernando de Haro: “La vida no hay que redescubrirla en cada generación, sino en cada instante”

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Aunque lleva “doble vida”, sus rutinas no son discordantes. “De jueves a domingo me centro en la radio y el resto del tiempo me dedico más a los documentales y a los libros”, tiene dividida la semana pero su vida rebosa coherencia y búsqueda. Fernando de Haro (Madrid, 1965) es un hombre de mirada intensa, un indagador de la realidad que persigue asombrarse con lo sencillo, salir de sí mismo para contemplar el mundo con los ojos de otros.

Su versatilidad le ha llevado a trabajar en todos los campos del periodismo, ahora alaba el gusto de los madrugadores del fin de semana en COPE. Pese a ser “una palabra manida”, reconoce que difícilmente hay algo que supere al amor. No obstante, entiende el término con anchura. Fernando se casó “para el mundo” y siempre ha querido que su familia se pareciera a sus singulares viajes por Oriente. Es difícil encontrar una comparación para él, pero si la pasión se personificara, tal vez llevaría sus zapatos y un periódico bajo el brazo.

¿Cuál es la entrevista más dura que recuerda?

Una cosa es la más dura y otra la más polémica, por mis viajes he conocido a gente que ha sufrido mucho en situaciones muy difíciles y se han derrumbado contándome su vida. Eso te afecta, te involucra. Recuerdo hace unos meses la entrevista a una madre siria que había perdido a su hijo en un bombardeo en Damasco. Fuimos al patio donde recogió a su hijo muerto y la madre, muy joven, acabó llorando y abrazándose a mí. Es una entrevista dura porque ese dolor acaba siendo tuyo. Compartes el sufrimiento, pero a pesar de ello, son entrevistas interesantes que uno se alegra de hacer.

Otras entrevistas duras se dan en política, cuando una persona no contesta cosas interesantes, cuando solo te responde con un argumentario que ya conoces perfectamente o cuando uno no es capaz de sustraerse a una dialéctica ideológica. Por ejemplo, me acuerdo de una a Carolina Bescansa (con la que luego he tenido una buena relación) en la que ella acababa defendiendo el régimen de Maduro, y yo, que tenía muy presente la difícil situación porque había estado en Venezuela, no fui capaz de salir del torbellino ideológico del entrevistado.

Quizás es uno de los géneros que más me gustan, pero yo creo que en España entrevistamos mal, las preparamos mal, tenemos poca curiosidad. La entrevista más dura es aquella en la que tú no has estado a la altura. Todo personaje tiene una buena entrevista. En realidad, el periodismo es un ejercicio de razón abierta, dialógica, en la que el otro que tienes al lado es una provocación para que uses toda tu razón. Las entrevistas fracasan si no eres inteligente en el amplio sentido de la palabra, si no utilizas la razón de la forma más abierta posible.

Fernando de Haro dando una conferencia a los chicos de de la Escuela de Liderazgo Universitario de la Universidad Francisco de Vitoria.

Su trayectoria contempla todas las ramas del periodismo, ¿cuál ha sido la más enriquecedora?

Me gustaría hacerlas todas y todas a la vez. Empecé en el periodismo escrito aunque en realidad nunca he trabajado en prensa diaria. La prensa escrita me gusta mucho y sigue siendo esencial, aunque hay quien dice que va quedando en el olvido. Para mí el reportaje es muy gratificante porque permite tener la profundidad necesaria.

El segundo gran amor fue la televisión, sin cierta forma de televisión me falta algo. No obstante, aborrezco mucho periodismo televisivo que se hace ahora, el de tertulia me parece horroroso. Es una tentación en la que me gustaría no volver a caer porque no es información. Por el contrario, el periodismo de breaking news, de información en directo es soberbio, y de hecho vuelve.

La radio da una conexión absoluta con la gente. No renunciaría a ninguno, cada uno me ofrece algo.

Otra de sus actividades es la docencia ¿Qué le aporta?

Yo soy muy mal profesor -apunta con humildad- La enseñanza ha sido de grandísima ayuda en algunos periodos difíciles de mi vida porque la enseñanza es diálogo, estar fuera de ti, hacer el esfuerzo de ir hasta el sitio donde está otro y eso es apasionante.

En un momento muy raro di clase de economía a alumnos estadounidenses que prácticamente no sabían español. Me di cuenta entonces de que la educación siempre te ayuda a encontrarte con los demás. No solo son importantes los conocimientos, sino ponerte delante del otro para jugártela con él.

La enseñanza en realidad no es solo una transmisión de saberes sino de ti mismo, es otra forma de descubrir el mundo a través del otro. La enseñanza supone siempre chocar con el límite porque el alumno nunca es como tú, porque hay una diferencia generacional, porque tiene otro background, otra sensibilidad, porque no le interesan las cosas que a ti te interesan. Exige que hagas un viaje a lo que es tuyo a través de los ojos ajenos. Eso está muy bien, todo lo que te haga salir de ti mismo es muy positivo y la enseñanza tiene ese valor, se trata de que lo que tú hayas recibido sea nuevo porque alguien tiene que recibirlo otra vez. Sin el factor diferencial del otro, uno seguiría en su sitio, la enseñanza te obliga a moverte, a estudiar, a revisar cosas.

Lo que interesa es el presente y lo que puede traer el futuro, lo que está por venir es siempre un desarrollo de lo que ya hay, por lo tanto, es más atrayente.

¿Qué ve en ellos que le recuerde al Fernando de cuando iba a la universidad?

Es importante no caer en el recuerdo porque es una tentación que te cierra: “yo estudiaba y atendía de otra manera, yo no chateaba con el móvil etc.” El pasado es interesante si está en el presente. Lo que me atrae de los alumnos es comprobar si lo que a mí me interesa sigue siendo interesante, actual. Ver si lo que vibra en mí (hacer periodismo, apasionarme por la realidad o escribir) sigue vibrando y si a través de ellos puede volver a hacerlo.

Por ejemplo, cuando un alumno se interesa por alguna cuestión y hace un buen reportaje yo reaprendo lo que significa el origen del periodismo. Es un reto porque el primer día no saben, pero en esa lucha que constituye el aprendizaje surge algo que cautiva: la posibilidad de que el alumno también vibre y eso me ayuda a recuperar la pasión que a lo mejor está perdida. El pasado es una trampa, el presente desafía al pasado.

Entonces, ¿no es melancólico?

La melancolía en cierto modo es una tentación, recrea el pasado convirtiéndolo en un paraíso. La nostalgia es diferente porque te hace reparar en que estás insatisfecho, ayuda a darte cuenta de que te falta algo, de que todo es poco.

Creo que todos sentimos la nostalgia de los bienes que están ausentes, a todos nos gustaría hacer un reportaje mejor, un trabajo mejor, vivir más intensamente… Eso es muy positivo porque hablamos de una tristeza que nos permite no estar muertos. Si uno se centra en cultivar “su pequeño jardín” te alcanza la muerte: estás parado en la parcela de tu propio horizonte. Sin embargo, una cierta melancolía te hace salir de tu pequeña cárcel, de tu pequeño jardín. Lo que interesa es el presente y lo que puede traer el futuro, lo que está por venir es siempre un desarrollo de lo que ya hay.

En su ponencia en la Escuela de Liderazgo Universitario afirmó que tan solo había dos o tres cosas en la vida mejores que la lectura y causó gran expectación porque dubitaba respecto a la cifra. Dos, tres, cuatro… ¿cuáles son?

(Sonríe) Lo mejor que hay en la vida es evidentemente el amor, aunque sea una palabra gastada. Que una mujer te quiera, que te quiera para siempre, todos los días, que te quiera ella, con todo lo que es. El amor de los amigos, el amor de los hijos. Difícilmente hay algo mejor. El amor de la gratuidad, que te hace darte cuenta que estás siendo.

Otros elementos son la conversación, la anchura de los mundos por conocer, la fantástica diversidad de la realidad que tenemos cerca y de aquella que está más lejos. Los libros son interesantes por eso, porque hacen el mundo más ancho y profundo, amplían tu propia experiencia.

¿Qué libro tiene entre las manos?

Ahora mismo estoy leyendo Katerina de Aharon Appelfeld. Es la historia de una mujer que atraviesa los años de entreguerras y tiene una vida muy desgraciada pero mantiene gran sensibilidad sobre la realidad, lo que provoca que al meterse en el libro tu corazón se dilate.

Tiene un tatuaje…

Sí, es una cruz copta. Los cristianos egipcios llevan esta cruz que tiene tres puntas en los brazos. No se sabe muy bien cuando empezaron a utilizarla, algunos dicen que antes de la invasión musulmana o un poco después. En cualquier caso, cuando estuve en Egipto hace 30 años me impresionó cómo ellos eran fieles a su identidad. Hice ese viaje con la que entonces era mi novia y los dos nos tatuamos el mismo símbolo en el mismo sitio (la muñeca). Es la expresión, a través de un tatuaje, del deseo de querernos para el bien del mundo.

Últimamente me ha servido mucho porque la última vez que he estado en Egipto pude entrar a grabar en muchos lugares donde está prohibido por enseñar el tatuaje.

¿Siempre ha sido cristiano?

Yo era formalmente cristiano desde que fui bautizado, pero lo retomé personalmente a los 14 años porque me di cuenta de que era interesante para la vida. Antes vivía un cristianismo kantiano, moralista, asfixiante… No me fui de la Iglesia, pero de un modo intuitivo sabía que un cristianismo moralista no resiste el paso del tiempo. No sé qué hubiera pasado si a los 14 un hubiera tenido un encuentro radical. A esa edad comencé a asociarlo con la conveniencia humana, con algo bello, bonito. Conocí a unos cristianos que vivían una vida interesante, eran más amigos entre ellos, vivían aquello que me interesaba en ese momento de una forma más humana, más plena.

Desde entonces ese encuentro se ha ido renovando. Soy cristiano porque la fe, ante los retos de la vida –que son mucho y algunos casos difíciles- me aporta una forma más humana de vivir.

¿Los testimonios de los cristianos perseguidos han cambiado el modo en que vive su fe?

Sí. El testimonio de los cristianos perseguidos tiene mucho contenido pero lo que me interesa de ellos no es su altura moral, que la tienen, sino su plus de humanidad ante el gran problema del mal. Ellos lo han sufrido de una forma misteriosa que te pone los pelos de punta. He he entrevistado a mujeres que han sido violadas sistemáticamente por su fe; a jóvenes que han perdido su casa, sus sueños, su capacidad de estudiar; a viudas jóvenes que en ciertos lugares del mundo quedan sentenciadas porque ya no hay futuro para ellas.

Ante el zarpazo del mal, que a todos nos deja congelados, nos separa de la realidad e incluso puede hacernos peores, he visto que estas personas no tenían sed de venganza y no perdían la esperanza. A mí me ha interesado especialmente esto, ¿qué tipo de abrazo, qué tipo de experiencia tiene una monja violada repetidamente que dice “yo no me lamento” de lo que ha sucedido? Es provocador que para ella haya supuesto la ocasión de ser más humana, de entender más a los que sufren.

¿Cómo es posible que del sufrimiento y del mal, que son incomprensibles, nazca el bien, el perdón, la esperanza, un corazón más comprensivo? Esto es humanamente cautivador porque todos deseamos no quedarnos tocados por el sufrimiento, amar mejor a los que queremos, ser fieles a aquello en lo que creemos.

Me parece que este testimonio es interesante se sea o no se sea cristiano. Imagina que te ponen una pistola en la cabeza y te obligan a abandonar aquello en lo que crees. Hay hay gente que no renuncia. Eso es interesante para todos. Frente al nihilismo del terrorista que quiere crear un mal irrefutable, que se suicida para crear un mal definitivo, encuentras una respuesta con más amor, más realidad, más construcción. Es inevitable que te quedes pegado, que quieras indagar racionalmente sobre el origen de esa asombrosa forma de vivir.

En la presentación de su último documental, Nínive, comentó que de las 22 televisiones que se habían interesado por la producción, ninguna era española.  ¿Cómo pretende contarlo en España?

Es un poco complicado, lo que hay que hacer es recurrir a los nuevos medios. La televisión está inmersa en una crisis profunda, por ejemplo, los jóvenes ya no la ven. Hay que encontrar otras formas de difusión y trabajar para los nuevos soportes en internet.

¿Cómo se gestionan todas esas emociones al volver a España?

Yo creo que las emociones no hay que gestionarlas. Las emociones son fantásticas. ¡No al racionalismo que intenta controlarlas!

No se hace periodismo ni se es persona sin las emociones. Somos un corazón que conoce, hay que dejarse tocar, llorar, reírse, vibrar con lo que nos interpela. La emoción es lo que impulsa a la razón. Yo no quiero gestionar mis emociones, yo lo que quiero es obedecerlas. Las emociones corren más que la razón, son las que tiran del carro y hay que dejar que el carro corra. Vivimos en una cultura en la que siempre hay miedo al deseo. Yo porque quiero ser racional, quiero ser emocional.

Pero, ¿es fácil ese cambio tan drástico?

La vida siempre es apasionante y está llena de desafíos, tanto te reta una calle de Alepo bombardeada y destruida como un enfermo de sida que ha perdido el conocimiento y tiene que ser atendido; la rebelión de tu hija frente a la justicia o la indignación frente a una democracia que no responde, la vida está llena de retos. No hay un antes y después, yo no entiendo los diferentes aspectos de la vida y del periodismo como una disrupción.

¿Cómo lleva la familia estos viajes de riesgo?

La familia siempre me pide prudencia lo cual está muy bien, mi familia comparte y vive con interés lo que yo hago. Cuando mi mujer y yo nos casamos teníamos claro que no nos interesaba vivir en un jardín pequeñito y bonito. En realidad, nosotros siempre hemos querido que nuestra familia se pareciera a estos viajes. Mi mujer me pide que no haya riesgos. Intento siempre ser prudente, aunque no le cuento los detalles en cada momento. Mi hija pequeña dice “yo no iría nunca contigo”, pero todos los demás querrían acompañarme. Les gusta el mundo.

Tiene cuatro hijos y en uno de sus libros, Vive, vive siempre, habla del aborto. Precisamente por esta práctica, cada vez nacen menos niños con síndrome de Down. ¿Qué lectura debe hacer la sociedad de esta tendencia?

Esos datos indican que hemos perdido lo que hasta hace no mucho eran evidencias, las experiencias más elementales, la estima por nuestra propia vida. Hoy nos conformamos con cualquier cosita, con esos pequeños jardines, con lo que el poder y consumo nos da, con cuatro distracciones. Como decía Pasolini, hay un nuevo poder que ya no necesita mecanismos de represión: el poder del mercado, el poder de un corazón reducido. Se ha perdido la certeza del valor de la vida, se ha perdido el valor del otro, se construyen muros y se odia al inmigrante, al diferente. La lista de las certezas pérdidas es muy larga, durante mucho tiempo hemos pensado que las evidencias se podrían sostener como se mantienen los edificios pero las evidencias no son como el progreso científico o como las construcciones, no basta poner unos cimientos y que se queden ahí.

El hombre tiene que ser reconquistado y reconstruido en cada generación y nosotros no lo hemos hecho. Los jóvenes tendrán que decir si les interesa la vida, ese es el gran reto. Los adultos no podemos enfadarnos por las consecuencias que tiene no haber reconquistado las evidencias morales. La vida no hay que redescubrirla en cada generación, sino en cada instante.

Hay que mirar alrededor como si se hubiera renacido pero con la claridad de una persona mayor.

Habla y escribe en italiano, ¿cómo comenzó su relación con este idioma?

No lo he estudiado nunca, en mi vida he dedicado un minuto a la gramática. Las lenguas siempre están vinculadas a un amor, nunca se aprende una lengua sin él. Las lenguas son la realidad que se te da de otra manera. Cuando iba a Estados Unidos y paseaba por ciertas calles de Boston pensaba: “¿cómo es un roble en inglés?” No es solo es que sea diga oak, es que al decir oak, digo lo mismo y no digo lo mismo.

Para mí el italiano es la historia de una gran amistad. Lo hablo porque hubo una persona que cuando tenía veinte años me hizo vibrar y me sigue haciendo vibrar como nadie así que yo aprendí italiano por escuchar y entender sus palabras.

Más tarde vinieron los amigos, voy a Italia habitualmente y escribo una vez a la semana para un periódico italiano que edita un amigo. Pero…es la lengua de un gran amor.

Acaba siempre sus programas con la descripción de la foto de cierre. En la del domingo pasado hablaba del espíritu de asombro frente al sarcasmo y la ironía. A día de hoy ¿qué le sorprende?

Me sorprenden muchas cosas, yo utilizo eso como un test para ver cómo estoy. Si no me sorprendo con cosas sencillas, normales…algo va mal. Cerca de casa tengo colegios y observo los niños a la entrada, si dejo de asombrarme por la cara con la que van a las clases y con la cara que salen, es que he perdido algo.

En este aspecto mi mujer me ayuda mucho porque tiene una mirada poética sobre la realidad. Ella me incita a mirar los árboles que se ven desde casa, una puesta de sol, las cosas sencillas. La belleza siempre te hace mirar las cosas de una manera no habitual (la poesía, la pintura, el vídeo…). Hay que mirar alrededor como si se hubiera renacido pero con la claridad de una persona mayor.

Me sorprende una buena pieza de música, una buena foto, me sorprenden ciertos rostros, por ejemplo de dos personas de mi barrio: una que pide siempre y otra que está al lado de la estación. Me gustaría ser así, estar delante de las cosas esperando recibir como el que nada tiene. Me sorprende una conversación inteligente, que un amigo entiende mejor que tú, la mirada más inteligente y humana de otra persona, la caridad…así como el mal deja frío, la caridad te enciende

¿Es mejor que te asombren que asombrar?

Soy narcisista y ahí algo hay de enfermedad. Uno asombra si transmite una mirada asombrada y a veces somos un poco impostados, a mí me interesa la sinceridad de la mirada, solo puedes asombrar si tienes una mirada que vibra ante la realidad.

Hay mucha impostura e insinceridad, no hay que buscar asombrar, hay que desear vibrar con las cosas. Es bueno asombrar, pero para ello hay que vibrar.

El tiempo que empleo en el Periodismo y las Relaciones Internacionales esconde inquietud, un deseo de búsqueda, profundidad y encuentro. Soy algo intensa. Me apasiona conversar, contar historias, abrazar lo ordinario y querer lo extraordinario. Persigo los detalles y la poesía.

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