“Manifestación suave o decorosa de ideas, cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Es la definición de la palabra “eufemismo” que aparece en el Diccionario de la Lengua Española. Se trata, como todos sabemos, de una palabra-maquillaje utilizada sobre todo en el ámbito de la política y de la economía, y expandida por los medios de comunicación.
Tras cada eufemismo hay un tema tabú. Con la utilización del eufemismo, quien lo usa trata de neutralizar la realidad que se niega a nombrar, como cuando un gobierno habla de “desaceleración” por no querer que la gente sepa que estamos atravesando una crisis.
Fernando Lázaro Carreter escribió que el uso del eufemismo se debe al deseo de adaptarse a una circunstancia en la que la palabra real (pelo, pecho) puede resaltar plebeya (y por eso se prefiere cabello, seno); o al ennoblecimiento de la persona (suena más noble profesor que músico) o a la cortesía (parece más fino decir “mi señora” que “mi mujer”) o a querer atenuar una evocación penosa (y por eso se prefiere invidente a ciego, o discapacitado a minusválido).


Hay lingüistas que defienden la utilización de los eufemismos en los casos en que sirven para limar asperezas de la lengua, como cuando, al hablar de la eliminación de las aguas fecales, apareció el nombre de retrete para designar al lugar más retirado de la casa, o como cuando surgió un término tan poco preciso como el de papel higiénico, dentro del mismo campo del lenguaje escatológico.
Pero, como antes señalaba, es sobre todo en el campo de la política y de la economía política donde padecemos una auténtica inundación de eufemismos, como es el caso de la desaceleración, cuando en el lenguaje común nadie habla de desacelerar, sino de frenar. Pero la utilización del prefijo negativo sirve para intentar embaucar a los electores, que pueden llegar a pensar que la economía llevaba una marcha positiva acelerada y por eso no importa que pierda algo de velocidad. La combinación de un prefijo negativo (des) con un término positivo (acelerar) es clásica para la construcción de eufemismo, y sirve para que los pobres se conviertan en desfavorecidos.
Como decía, la utilización de eufemismos se expande gracias a su eco en los medios de comunicación, donde a veces los genocidios se convierten en solución final o en limpieza étnica y donde, al referirse a los reclusos de Guantánamo, se les denomina combatientes enemigos ilegales para justificar la negativa de sus derechos como presos de guerra.
Los tecnócratas son expertos en la creación de eufemismos, y por eso han llegado a eludir la palabra capitalismo y sustituirla por libre empresa o economía de mercado. Y no digamos los políticos de determinado signo, que hablan de impuesto revolucionario para no utilizar el término correcto de extorsión; y los separatistas que prefieren el término consulta en vez de referéndum, o derecho a decidir en lugar de autodeterminación, porque derecho a decidir suena tan positivo que nadie lo discute.
Eufemismos que se utilizan comúnmente y que leemos u oímos diariamente son: daños colaterales (en realidad, víctimas civiles), servicio de inteligencia (espionaje), reajuste de precios (subida), desfavorecidos (pobres), desempleados (parados), faltar a la verdad (mentir), tráfico de influencias (sobornos), centros penitenciarios (cárceles), un interno (un preso), lucha armada (terrorismo), interrupción del embarazo (aborto), residuos sólidos urbanos (basura), tercera edad (vejez), desaceleración (crisis), países en vías de desarrollo (países pobres)… Y un largo etcétera.

