Jimina y el Rey: crónicas de la imaginación paranoica

En Distopía/Periodismo por

Decía Milan Kundera que las personas entendemos nuestras vidas con la forma de un relato, que imponemos al recuerdo una presentación, un nudo y un desenlace, y que según estos vivimos siguiendo un guión y  una simbología concreta. Son los relatos más que la verdad en crudo los que dan un sentido operativo a la vida. Si ciertamente el hombre es un ser narrativo, antes aun que social, el género de la humanidad en su conjunto debe de ser el satírico; y es que a estas fechas de cuarentena ya cuecen las redes sociales y los pucheros del esperpento están que echan humo.

En esta ocasión la tontuna se ha cebado con la escritora Jimina Sabadú y con su nuevo libro Las palmeras. Escrito durante estos últimos años y estrenado a principios de febrero, el libro propone una España asolada por la pandemia de un virus que idiotiza a los españoles. Al margen del  tono premonitorio de la obra, el revuelo se ha armado a propósito un pasaje en particular; ante el descalabro social y la inacción del gobierno, el Rey decide salir al quite tarde y mal con un discurso insípido. Una intervención blandengue que, cosas de la vida, ha resultado ser un calco del discurso de Felipe VI del pasado 19 de marzo en plena cuesta de la crisis del covid. Jimina, que de hecho se había apoyado en pastiches del discurso de 2017 por Cataluña,  anuncia incrédula:

Al mismo tiempo el discurso real del Rey – valga la chanza – recibe sus críticas reglamentarias. Un tuitero anónimo se pregunta ” Vaya mierda de discurso, ¿quien se lo ha escrito?”. Todo podía haber quedado ahí de no ser porque el periodista Juan Soto Ivars responde con sorna que si, que el discurso es de Jimina Sabadú. Soto Ivars cuenta con 55.300 seguidores en Twitter, al parecer no todos ellos familiarizados con el sarcasmo, puesto que durante las horas siguientes se extendió como la pólvora la noticia de que la Casa Real había plagiado el discurso de Las palmeras para dar respuesta a la emergencia sanitaria. El Rey, quien podría contar con un equipo de redacción entero se personaría en majestad por el  FNAC para encontrar algo de inspiración entre la bandeja de novedades. Una sospecha muy razonable que encontró cientos de apoyos en redes, muchos de ellos del ala separatista, hasta el punto de obligar a Jimina a aclarar la situación reiteradas veces. Como era de esperar, el asunto trascendió a los medios del amarillismo. De entre ellos Cuatro televisión contacta con Jimina.

Ella niega la mayor ante el mismo Risto Mejide en Todo Es Mentira – valga otra vez la chirigota – con la esperanza de zanjar el tema.

De cualquier modo esto no fue suficiente para calmar los ánimos de los plagiaristas; unos pidiéndole confirmación – algún que otro particular incluso tras más de una negativa-, otros acusándola de haber cobrado el silencio a la monarquía o algunos sencillamente hostigándola. La Casa Real aun no se ha pronunciado al respecto.

Pero la cosa no acaba aquí. Para el día siguiente la historia ya circulaba más allá de Twitter, y una vez en el ruedo de las aplicaciones de mensajería instantánea había padecido un estrés informativo tan fuerte que costaba reconocerla. Al parecer ahora era Pedro Sánchez y no el Rey el que había plagiado la obra “Palmeras en la nieve” de la escritora Luz Gabás para el despliegue televisivo del día anterior. Con una difusión a medio camino entre la zanganería más acrítica, el teléfono escacharrado y la manipulación deliberada, la bola siguió circulado con la misma alegría que el día anterior. Personalidades escoradas a la derecha como Herman Tersch o Alfonso Ussía habían llegado a compartir la noticia. Ya para esa misma tarde, era Pablo Iglesias quien había copiado el discurso de “Las Palmeras de Jimina” firmado por una tal “Subadu”. Existen otras versiones apócrifas que afirman que la propia Jimina plagia el discurso del Rey para su novela, que la Casa Real la tiene amenazada o incluso que ella posee alguna información sensible sobre la monarquía, tal y como la propia autora ha podido conocer a través de difundidos y mensajes de familiares.

¿Qué es lo que hace tan irresistible al disparate?¿Cómo puede ser tan contagiosa la desinformación, es decir la mentira, con todas las vacunas a disposición para mantener a raya lo inverosímil? De un simpático malentendido se han construido relatos deformes que han sido aceptados de manera transversal por la comunidad sin distinciones por ideología, nivel académico o espacio comunicativo. Sin importar el caché periodístico de cada cual se han tomado por ciertas auténticas chuminadas y aun más, no se ha hecho el menor esfuerzo por contrastarlas, o acaso darles el menor envoltorio de credibilidad. Seguidamente y sin digerir, las hemos vomitado en accesos de bulimia comunicativa como la que abanderan las redes sociales.

Es de suponer que por nuestra inevitable inclinación al drama hay pocas cosas con más morbo que una gran historia, especialmente para las mentes recalentadas en tiempos de cuarentena. En parte hemos aceptado estos cuentos por puro hastío. Además, el homo narrativo no sólo explora su propia biografía en clave de historia, sino que también genera un relato sobre la estructura del mundo a partir de su experiencia, ciencia y creencia, con el fin de dar un norte al complejo sinsentido del Ser. Una vez la historia del Yo mismo está consolidada, y si el portón de la crítica no está bien apuntalado, se tiende a incorporar con facilidad aquellos hechos que guardan armonía con el relato oficial y a desechar otros hechos cacofónicos, por bien justificados que se presenten. A esto es lo que llamamos prejuicios, o ideologías en cuanto que aplicados en la comunidad. 

Es el intelecto el que construye una historia total a partir de muy poquitas particularidades

Algunas veces la ideologización del pensamiento bordea con la frontera del delirio. Tuve una vez un profesor de psiquiatría que hablaba de la interpretación de la realidad como la de un rompecabezas. Decía que los sentidos aportan algunas de las piezas del puzle, pero que como el ecosistema es infinitamente complejo, tiene que ser la mente la que imagina las piezas sueltas que los sentidos no alcanzan a encontrar. En otras palabras, es el intelecto el que construye una historia total a partir de muy poquitas particularidades; pongamos que si cada vez que salgo a bajar la basura encuentro al vecino fumando, puedo entender que en su casa no se puede fumar por haber niños o porque sencillamente molesta. En la psique de los trastornos mentales los mecanismos de percepción son los mismos, pero la mente aporta “piezas del puzle” diferentes a las del resto de la gente. Por ejemplo, un paciente delirante podría pensar que ver al vecino fumando cada vez que baja la basura no puede ser casualidad, que lo más seguro es que es que por alguno motivo este espiándole o estudiando sus rutinas para generarle algún perjuicio. Esta inclinación mental nace de un relato patológico centrado en la idea del mundo como una gran conspiración contra él: seleccionará los datos que cuadren con el plan maligno e ignorará inconscientemente los que lo refuten. 

De igual modo, también hay un punto de paranoia cuando líderes de opinión como Herman Tersch- por lo demás leído y crítico- difunden a ciegas la versión del plagio de Sánchez: encaja a la perfección con su relato sobre el presidente y el socialismo, a pesar de lo manifiestamente estúpido que suena como hecho verídico. Igualmente, la idea del Rey plagiando una obra popular sería inaceptable y empleará todo su talento en desmontarla, ya que de lo contrario se tambalearía su narrativa personal sobre la tradición, la consistencia de sus valores y en definitiva sobre la idea de sí mismo. Sospechar que los principios fundamentales del yo son imperfectos y arbitrarios. En la marejada tempestuosa de lo incierto, no es fácil soltarse del tablón que mantiene a flote.

De esta manera se seleccionan esos u otros hechos por ser los mas palatables y aunque después sean racionalmente invalidados, de todos modos decantan hacia lo inconsciente y lo emotivo para constituir lo que a nivel colectivo llamamos posverdad. Así, la mentalidad dialéctica recuerda no pocas veces a la del delirante.

La hegemonía de lo sentimental en nuestro siglo inflama los narcisismos y eleva la subjetividad a lo sagrado. Esto nos polariza y azuza más que nunca a la defensa enconada del relato propio y con ello, al destierro de la óptica ajena que es entendida por los más sensibles como una enmienda total a su identidad. De la angustia por la supervivencia del yo surge la tentación de engañarse, que se junta con las ganas de engañar de demagogos, campeones de la narrativa que instrumentarán nuestros afectos a través del frentismo y la cultura del zasca. La pobre Jimina no es más que otro casus belli para el debate seminal, y el plagio de Sánchez así como el del rey Felipe conviven en la red gracias a cámaras de resonancia – rediles para leer lo que se que se quiere oír – facilitados por la infraestructura del follow/unfollow de las redes sociales.

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El delirio de lo propio, el mal propósito de los populistas y esa cepa de locura que siempre anida en lo colectivo nos alejan de los lugares comunes y de lo que es honesto, al tiempo que explican el nuevo analfabetismo de nuestro tiempo; no la dificultad de acceso a la información sino la dificultad de acceso a la verdad a través de la información. Quizás sólo el desafío constante a uno mismo, la alerta crítica y la curiosidad infinita por el otro sean los bálsamos que ayuden a mitigar la crispación generalizada y el imperio de la mentira en una España que, esperemos, se mantenga vacunada de la zombificación desilustrada como la de los infelices de Sabadú.