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Chesterton, el periodista de lo evidente

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En el funeral de G.K. Chesterton, Ronald Knox, amigo personal del autor, dijo estas palabras:

“Fue uno de los grandes hombres de su tiempo; su mejor cualidad era el don de iluminar lo ordinario y de descubrir en todo lo trivial una cierta eternidad. Fue como un hombre que había dado la vuelta al mundo para ver con ojos nuevos su propia casa…”.

Dar la vuelta al mundo para ver con ojos nuevos la propia casa. ¡Cuánto en esta sencilla frase, cómo despierta, cuánto estremece! Quién no quisiera que todo fuera nuevo todos los días, dejar de lado la fatigosa rutina que nos aplasta, mirar con ojos nuevos al marido, a la familia, a los amigos o el lugar de trabajo. Chesterton supo dar e la diana: no hay que escapar de lo cotidiano sino vivirlo con la máxima intensidad posible. Ojo: no era un simple amor por lo sencillo, ni un optimismo al estilo Mr. Wonderful: “hoy va a ser un buen día porque lo digo yo”.  Tampoco una resignación disfrazada de optimismo por no poder alcanzar cosas más extraordinarias.

Chesterton reconocía el porqué de las medidas sociales, políticas, económicas o periodísticas en las realidades aparentemente más insignificantes. Realidades que pasaban desde la atención que le pone a su mujer por la mañana, una parada por la barbería de Beaconsfield o los debates políticos con sus amigos en aquellos bares de la zona del Soho entre cervezas. Era ahí donde su vida estaba en juego, porque era cada circunstancia concretísima y su libertad puesta en juego lo que le permitía descubrir y reconocer la inteligencia de la realidad. Chesterton entendía mejor su lugar en el mundo, quién era y cómo quería llegar a ser porque su vida cotidiana era un continuo desvelamiento de algo más. Dice en su libro, Ortodoxia:

“Esta facultad elemental de asombro no es, sin embargo, un hábito fantástico creado por los cuentos de hadas, sino que, al contrario, de ella parte la llama que ilumina los cuentos de hadas. Así como a todos nos gustan las historias de amor en virtud de nuestro instinto sexual, así nos gustan las historias maravillosas por excitar la fibra de un antiguo instinto de asombro”.

El autor pone su atención en las cosas, sí, pero más concretamente en lo que esas cosas “dicen”. La realidad es signo visible de una realidad invisible. Estas dos palabras: “realidades” e “invisibles” pueden ir juntas porque cuando se pone la atención en lo que el hombre busca y desea, las circunstancias apuntan hacia algo diferente de lo que las cosas son. Es así cómo el autor reconoce en todo lo que existe un significado que parte de lo concreto. Esa historia de amor o esa historia maravillosa revela algo identitario del ser humano, en este caso, dice Chesterton, el instinto sexual o el instinto de asombro. A partir de este descubrimiento que nace de lo real, el inglés pone el acento en la atracción y en conexión profunda que hay entre el hombre y las cosas cuando reconoce lo que estas le dicen de sí mismo, de los demás o del mundo que le rodea.

Este modo de relación con las personas y las cosas es nuevo en tanto en cuanto aporta una novedad real a cómo se vive la vida, el ahora. Y paradójicamente, en el segundo en el que se convierte en una receta, en una teoría desligada de la experiencia, se puede tirar a la basura. Creo que Chesterton diría que es el simplemente el modo humano, en donde lo público y lo privado se vuelven casi una sola cosa porque se descubre esa eternidad en lo trivial de la que hablaba su amigo Knox. Es la sincera relación cotidiana con todo lo que le rodeaba lo que le hablaba sin cesar de eso concreto, pero no sólo de eso. Así, el periodismo deja de ser una transmisión de hechos con un uso del lenguaje más o menos acertado y se convierte en compromiso apasionado por el otro. El ciudadano se convierte en alguien. Las instituciones dejan de ser abstractas porque representan y están formadas por personas concretísimas de carne y hueso. El entramado social, político y cultural surge a partir del hombre, centro sin el cual la comprensión del mundo que le rodea tendrá algo de verdad. Si no quisiéramos toda la verdad, podríamos conformarnos con ese algo, pero el caso es que el ser humano es insaciable y necesita entenderse a sí mismo en su totalidad. El método de Chesterton, y de tantos otros a lo largo de la historia, era sencillamente el de empezar por algo, confiado de que es eso le llevaría a una verdad que tiene que ver con eso pero que al mismo tiempo le supera con creces.

En su libro “Lo que está mal en el mundo” , el autor nos lleva de la mano por el camino que él emprendía todos los días al cruzar una calle, saludar a un amigo o escribir un libro:

“Hay que empezar por algún sitio y yo empiezo por el pelo de una niña. Cualquier otra cosa es mala, pero el orgullo que siente una buena madre por la belleza de su hija es bueno. Es una de esas ternuras que son inexorables y que son la piedra de toque de toda época y raza. Si hay otras cosas en su contra, hay que acabar con esas otras cosas. Si los terratenientes, las leyes y las ciencias están en su contra, habrá que acabar con los terratenientes, las leyes y las ciencias. Con el pelo rojo de una golfilla del arroyo prenderé fuego a toda la civilización moderna. Porque una niña debe tener el pelo largo, debe tener el pelo limpio. Porque debe tener el pelo limpio, no debe tener un hogar sucio; porque no debe tener un hogar sucio, debe tener una madre libre y disponible; porque debe tener una madre libre, no debe tener un terrateniente usurero; porque no debe haber un terrateniente usurero, debe haber una redistribución de la propiedad; porque debe haber una distribución de la propiedad, debe haber una revolución. La pequeña golfilla del pelo rojo, a la que acabo de ver pasar junto a mi casa, no debe ser afeitada, ni lisiada, ni alterada; su pelo no debe ser cortado como el de un convicto; todos los reinos de la tierra deben ser mutilados y destrozados para servirle a ella. Ella es la imagen humana y sagrada; a su alrededor la trama social debe oscilar, romperse y caer; los pilares de la sociedad vacilarán y los tejados más antiguos caerán, pero no habrá de dañarse un pelo de su cabeza”.

Por eso para Chesterton la vida debería estar hecha, enraizada y contrastada a partir de lo pequeño. Jamás por el hecho de ser pequeño y siempre por el hecho de que un mundo que no gire en torno al hombre, ser de lo cotidiano, será un mundo patas arriba.

Chesterton apela a su experiencia para afirmar que lo que de verdad le preocupa al hombre común es lo que sucede entre la panadería de la esquina de su casa y su lugar de trabajo. Porque de esas gotitas de vida escondida surgen los qués, cómos y porqués que no dejan de llamar a la puerta de esta existencia que se nos presenta en forma de pregunta. El desafío es claro: descubrir en esos rincones alguna luz que nos dé pistas para caminar la vida intensamente, sin atajos ni evasiones. Alguien que nos ayude a mirar con ojos nuevos que lo evidente suele ser lo que más necesitamos.

Chesterton, el periodista de lo evidente.

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