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No hay caramelos para los ateos

En Filosofía/Pensamiento/Religión por

“Esperad… El sabor… Y ya se escapa…”;

“Manzana llena, pera y plátano, grosella… Todo esto habla en la boca de la vida y de la muerte“.

Rainer Maria Rilke, Sonetos a Orfeo.

Comienzo este artículo paladeando un caramelo de naranja, una de mis frutas preferidas. Adoro el sabor ácido de los cítricos y esa indescriptible reacción en la lengua. No puedo entender por qué en el tarro que sobró de la repartición de Halloween sobreviven numantinamente tantos de los míos. ¡Oh, otros!, siempre seréis una incógnita.

Dejemos que los muertos entierren a sus muertos, a propósito. Se ha disuelto la golosina en mi garganta para acompañarlos en la tibia oscuridad de los recuerdos, así que he desempapelado la siguiente, como si fueran cigarrillos. Y recuerdo, con un adarme de escalofrío, uno de mis poemas preferidos del poeta checo: de la naranja también, decía que desde que “la habéis poseído, deliciosamente se ha convertido ella en vosotros“.

Muy pensativo, he retornado a la fuente. He arramblado con los “Sonetos a Orfeo“, difuminados en mi estantería, y he registrado sus entrañas hasta dar con la cita que encabeza esta sucesión de ideas.

Y he vuelto a terminarme el segundo caramelo de naranja. De improviso, la sala se ha vaciado de todo, y todo está quieto, carente de movimiento. No hay ni ordenador ni libros ya; las pantallas se han acabado y las palabras han quedado mudas.

Confieso que he meditado sobre la posibilidad de alzarme en pie de guerra contra Saturno, o Cronos, o Tiempo, esa sangrienta deidad que devora a cada uno de los hijos que hemos sido engendrados bajo su dominio para vivir sin vencer –lo de la Legión es una ilusión maravillosa y una aterradora profecía–. Me refiero a volver a por otro caramelo, claro. ¡Sonreíos si queréis!

¿Cabe acaso un acto revolucionario mayor? Frente a la ferocidad del dios, nuestro padre, desenvolved un dulce por la vida. Y cuando su llama trémula avise que se esfuma, lapidad su memoria con los encantos de un nuevo espejismo; que el festín de azúcares sazone la amargura de su vocación a consumirse. ¡Legionario, un caramelo para vencer y vivir! Ni Marte ni Júpiter: cosed a Baco a los estandartes.

“La gente se muere de sentido común. La vida es un momento. El futuro no existe. Así que siempre haz que la llama arda tan brillante como puedas”.

Oscar Wilde, “El retrato de Dorian Gray”.

No recuerdo a santo de qué discutimos hace unos días sobre ateísmo y suicidio en casa de mi novia. Yo mostré una vez más la admiración –confieso que hasta extraña delectación– que me provocan los autores nihilistas que acabaron colgándose de un árbol o volándose la cabeza. Es uno de mis temas, de esos exabruptos que prodigo y que suelen jaquear a mis conversadores. Aprovecho para rogaros disculpas por mis modales antisociales y mi poco aprecio por el tabú –falta de integración más que desprecio–.

Porque, sostuve, son los más honrados entre los hombres junto a los santos de las religiones. Proliferan los ateos felices y los creyentes cenicientos, y uso “cenicientos” en su sentido más literal: hombres que sí apuestan por la perdurabilidad de la persona y sin embargo se hacen a la carne más mudable y pasajera. Aquellos de la vela a Dios y al diablo.

Cuando se recuperaron del choque, algunos contrargumentaron defendiendo la posibilidad de entronizar a la muerte como regente del tiempo y alcanzar la felicidad. Y enseguida, aprovechando que hube enmudecido sumido en reflexiones, otro tuvo a bien redirigir la conversación a tonos más afables, demostrando talentos de anfitrión.

Yo sigo aquí escribiendo en la misma sala vacía. Por deferencia al lector y razones de honestidad, confirmo bajo juramento que solo velan mi insomnio, junto al teclado, cuatro envoltorios, y que el último fue de fresa. El quinto elemento –el éter en la física clásica, el más perfecto– lo sostengo aún entre el índice y el pulgar. Todavía me pregunto si ellos tenían razón, y es posible disfrutar en plenitud el sabor de la naranja enfrentando el grave problema de su levedad, caducidad, inconsistencia. Salivaba, y he decidido desnudar a mi presa y resolver la interrogación. ¡Qué diferente ha sido este caramelo del primero…!

Algo de naranja y mucho de fracaso y nulidad. Algo de vida en la boca y de muerte.

O. Wilde odiaba la vejez. Y la palabra “futuro”, porque es un castigo antes que un regalo, y estoy rematadamente de acuerdo. El futuro se dice en oposición al presente. Vivir sabiendo que el contenido de los minutos se termina, esas bondades de Natura que disfrutamos a diario, es una tortura aunque lo contrario sea una necedad. Más vale necios y felices. Me viene a la memoria una lectura de Jacinto Benavente que me dejó impresa una sentencia muy acertada: “De amor no preguntes nunca a los cuerdos; los cuerdos aman cuerdamente, que es como no haber amado nunca“. ¡Y qué razón llevaba…! Cordura, realidad… ¿Cómo amar, cómo ser para siempre alguien que morirá…? El amor supone que los amantes se crean eternos.

Haz que la llama arda tan brillante como puedas“, hay que repetirlo una y otra vez. Hay que saber que sobreviviremos a la muerte. Pero por Dios Santo, si sabes que morirás definitivamente, no lo sepas. Sé un incoherente, un feliz ateo deshonesto, y miente como es costumbre sobre la vida. Vuelve a por la sucesión interminable de naranjas y frutas sabrosas, y hazte la ilusión de que son una única y definitiva pieza para siempre: el presente es un momento que al menos ahora se elonga abrazando pasado y futuro, de manera tal que destierres de tu lenguaje “ayer” y “mañana”. Nada nace ni termina.

El que disfruta el momento es quien no sabe que acaba –o quien sabe que no se acaba–. Por eso no hay ateos felices; los que así se dicen imaginan una cosa y viven la contraria. En realidad se mienten, ¡mentiras piadosas, como las de san Manuel! Los honrados, o son santos, o se arrojan al mar bajo el peso de la vida, heridos de levedad.

En Halloween, la noche de los muertos, no hay caramelos para los ateos.

(@ChemaMedRiv) (Chema en Facebook) Grados en Filosofía y en Derecho; a un año de acabar el grado en Teología. Muy aficionado a la buena literatura (esa que se escribe con mayúscula). Me encanta escribir. Culé incorregible. Español.

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