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Liberalismo postmoderno

En Pensamiento por

A propósito de algunos liberales, que están de enhorabuena.

Muchos insinúan que esto de vivir en tiempos de posmodernismo puede llegar a ser insoportable, ya que, como la realidad se constituye por el sujeto individual y es este el que crea y recrea lo existente a su arbitrio, no hay capacidad de acuerdo o entendimiento alguno, y todo es conflictivo.

Pero yo no lo creo así, al menos, desde una perspectiva hermenéutica: ¿hay alguien que se atreva a negar que vivimos en un auténtico caldo de cultivo para la curiosidad, la reflexión y la creatividad? Encontrar contradicciones en el mundo es interesante desde los tiempos en que Sócrates hacía botellón con sus amigos, precisamente porque el ser humano no puede tolerar lo contradictorio y porque el saber nace de las discrepancias. Esta es la llamada al entendimiento, y el ser humano no puede vivir sin entender; cosa distinta es que crea que entienda -que los hay- o que esa contradicción simplemente se ignore -que también los hay-.

Lo que está claro es que el ser humano ensimismado se erige hoy como la entidad constitutiva de las cosas por excelencia, y por ello si una persona no entiende algo, y así lo sabe y siente, tiene dos alternativas: construir o adaptarse, inventar o entender.

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¿Qué o quién es El Sujeto? Toda filosofía política como tal ha tratado de definir lo que es o lo que son los sujetos, porque lo de construir la casa empezando por el tejado es algo que ningún arquitecto se plantea. Por ello es de nuestro interés eso de inventar o construir, porque si el mundo se erige hoy como una construcción plenamente social o del ser humano, sin quererlo estamos diciendo mucho de lo que consideramos sujeto. Y como tal construcción, el lenguaje no iba a ser menos, porque lo que se construye, se deconstruye; de modo que si la contradicción por antonomasia es la discusión (o la Guerra), a falta de un medio más creativo que alguien haya decidido inventar para comunicarnos -ruidos, gemidos, ladridos humanos-, lo que hoy produce el sentido de las cosas, y de lo que cada cual piensa que es un sujeto y de lo que hacen los sujetos, sigue siendo la palabra -que en principio, sigue siendo cualidad propia del sujeto-.

Sobre las dichosas palabras, me gusta particularmente la definición de la política que un día escuché decir a Iñigo Errejón: “lo que decimos de las cosas produce sentido, y la política es esa batalla por el sentido“. El lenguaje se torna particularmente interesante, porque si el sentido es dado por las palabras y la política es la batalla por el sentido, ¿qué son las palabras?

Pues armas, y de doble filo.


El ser humano ensimismado se erige hoy como la entidad constitutiva de las cosas por excelencia”.

Surge una discusión, que en política se convierte en Guerra, y la Historia sigue su camino antitético, con un motor político que, pese a la autodeterminada creatividad del ser humano, los motores hoy por hoy no pueden funcionar solos: de forma que hoy tenemos a Tesla, con coches que tienen una autonomía de unos 500 km, y lo ideológico -que visto el uso indistinto de esto y lo otro, eso de la filosofía política, no se sabe ya qué es cada cosa-, que es fundamental para que funcione nuestro motor y movilizar a los sujetos.

Lo que no queda claro es: si los Tesla tienen unos 500 km de autonomía, ¿cuánta autonomía tienen los sujetos?

Este concepto es como los conceptos de democracia e igualdad: uno de esos portadores universales de legitimidad errejonianos que, como si fuéramos Mel Gibson en el final de “El Patriota”, nos haría movilizarnos para acabar con la tiranía, y por ello es usado por todos los que quieren, en mayor o menor medida, entrar en esta guerra (¿quién no iría a la guerra por la autonomía, si la autonomía es la libertad misma?).

Pero además de Mel Gibson, puede ser en nuestra en guerra el Recluta Patoso: da muchos problemas, no se sabe exactamente qué hacer con él, y puede que un día, por maltratarlo, el recluta patoso se vuelva en nuestra contra. O más bien, contra el liberalismo mainstream español: ya que este concepto, junto con otros, se asoma en el prólogo del nuevo libro de uno de los economistas estrella del liberalismo español, el señor Juan Ramón Rallo y la autonomía de los sujetos.

Este nuevo libro, que llevará como mucho dos semanas en venta y que no he tenido la oportunidad de leer, se titula “Liberalismo: los diez principios básicos del orden liberal”, y es un compendio de diez principios clave que inspiran, en palabras del autor, la filosofía política liberal. Como tal compendio, y como presunto libro de filosofía política, comienza definiendo al ser humano como “un agente autónomo que elabora y persigue sus propios proyectos vitales de manera deliberada”, en el epígrafe relativo al primero de esos principios del liberalismo: “Los individuos son sujetos de derecho”, y también parece que autónomos, como los Tesla, en ese orden político liberal.

¿Es el ser humano un agente autónomo?

La idea de autonomía surge como sinónimo de la idea de libertad, y presupone una especie de desconexión mal definida entre los seres individuales y el mundo que les rodea; y es en virtud de esta desconexión dada por la propia naturaleza, que algunos fundamentan la libertad natural del ser humano. Como el ser humano es naturalmente autónomo (ósea, naturalmente libre) debe serlo en la vida social. Y ya estaría; la palabra o arma “autonomía” ayuda al emisor a convencer a los despistados y a cortar el bacalao, olvidando que los cuchillos cortan, que las palabras significan cosas.

Pensemos en el siguiente ejemplo. Si decimos que el ser humano es autónomo queriendo decir que es libre, a contrario sensu podríamos pensar que, dada la equiparación entre libertad y autonomía, y puesto que lo contrario de lo autónomo es lo heterónomo o lo dependiente, estaríamos comprando que el ser humano dependiente no es libre. De manera que si uno depende de ciertos medios materiales mínimo, de un mínimo inevitable de dinero para sobrevivir, no será libre. Y admitido esto ¿por qué no se apoya la creación de una renta básica universal que garantice la existencia material mínima de las personas, es decir, la garantía de su libertad? Vía libre para el señor Raventós (acérrimo defensor de la renta básica), o para el despertar de la momia más famosa del mundo: la de Lenin, Profesor Rallo.

Si el ser humano dependiente no es libre, entonces la libertad es una quimera.

Pero atención. Esta autonomía es señalada respecto del individuo como sujeto de derecho y como sujeto moral. Y la pregunta que inmediatamente uno se hace es: ¿qué cabe esperar de un sujeto que con autonomía establece su derecho? La teoría del Derecho del liberalismo de corte austríaco suele acudir a lo que dijo ese tal Robert Nozick, aquello de que “los individuos tienen derechos; ¿qué espacio dejan al Estado los derechos individuales?”.

Según Nozick, que usted tenga derechos no depende de otro, sino que la tenencia de un derecho es inherente a la condición de individuo humano, que es la persona o sujeto; ahora bien, su desenvolvimiento en la práctica, su ejercicio efectivo, sí depende de otros (algo que manifiesta con esa pregunta sobre el Estado, con la primera frase del libro).  Los seres humanos individualmente considerados tenemos derechos, y se plantea su incompatibilidad con el Estado precisamente porque estos se ven conculcados por su existencia; o en otras palabras, sugiere que el ser humano como sujeto de derecho no puede ser autónomo, o que esos derechos preexisten al Estado (un tema interesante para otra ocasión).

La autonomía es la no dependencia, y lo que no depende nada más que de sí, es lo absoluto. ¿Y qué es lo absoluto sino el Soberano, en tanto que no dependiente, o aquel sujeto capaz de establecer su derecho y mantenerlo por la fuerza? Esto más que el Estado mínimo de Nozick, se parece al Estado de la Ley de la Selva de Carl Schmitt (que no era precisamente un liberal). Y es allí, en esa selva, donde usted acaba de despertarse junto a un desconocido. Están solos, y no hay nadie que les vigile, ni que les limite. El desconocido, que es manifiestamente más grande y fuerte que usted, decide al cabo de unos días someterle para construir una cabaña, y esclavizarle con conseguir alimento, so pena de muerte.

¿Es su derecho el mismo? Más bien parece que ha habido una pequeña represión del mismo, y por ello llamaría a la policía sin dudarlo, o acudiría a un Tribunal para denunciarlo si pudiera; porque su derecho no es autónomo (porque donde no hay sujeto, no hay derecho), ni usted tampoco (y por eso se articula, entre otras cosas, un sistema de Tribunales de Justicia). Es aquí cuando se da cuenta de que no es autónomo, porque como bien señaló Nozick, el derecho consiste en restricciones indirectas o colaterales a la acción: su derecho a la vida, es la prohibición o restricción de sus semejantes a matarle. O lo que es lo mismo, el derecho implica una relación de dos o más sujetos que se determinan recíprocamente, cuya vulneración justificaría según el propio Rallo, la creación de un Estado mínimo. Autonomía, ¿dónde?

¿Y qué cabe esperar de un sujeto que con autonomía establece su moral? Pues el sujeto autoconstituido, autodeterminado y autónomo; el solipsismo del siglo XXI.

Que el ser humano es un ser heterónomo nos parece, a la vez que apoyamos la autonomía, evidente. Dependemos de muchas cosas, somos seres naturalmente heterónomos. Ahora bien; no somos seres naturalmente heterónomos respecto de cualquier cosa, ni respecto de cualquier ser. Podríamos resumir que uno depende, sobre todo, de dos cosas: de la naturaleza, y de sus amigos (que no son otra cosa que la gente a la que uno ama).

Si luego llega un Gobierno tiránico que somete a los verdaderos autónomos todos los meses, esa es otra historia; porque la cuestión es, ¿debe entenderse la heteronomía natural del ser humano como la barra libre para el Leviatán y los buitres que le sobrevuelan, para coordinar y gestionar esas relaciones codependientes?


Podríamos resumir que uno depende, sobre todo, de dos cosas: de la naturaleza, y de sus amigos”.

La autonomía no es equiparable a libertad, porque la libertad no tiene sentido sino aceptando la adaptación a los límites y circunstancias que la naturaleza, incluida la de uno mismo, nos ha impuesto. De aquí que los instagramers nos digan, tirando de Aristóteles, que hay que conocerse sobre todo, a uno mismo. Aunque, por otro lado, podría decirse que este es un ejemplo claro de falso dilema: que no hay discusión ninguna, máxime cuando probablemente el señor Rallo y aquellos que equiparan autonomía y libertad no se refieren a nada de lo anterior, sino al derecho de los sujetos a conducirse según su voluntad, respetando la misma capacidad de sus semejantes -es decir, en plena igualdad. Es probable que no se quisiera decir eso, pero estos son los gajes de una batalla interminable, donde todo y todos son potenciales soldados: ¿permitir la prostitución de un término, o entrar a pelear por su sentido?

Con independencia de ello, hemos de entender que si esto es un falso dilema, las palabras no significan nada, y nosotros no somos sus esclavos, por lo que existirían humanos que entienden y aprenden del mundo con independencia del lenguaje; habría surgido, por fin, el hombre nuevo, que ha fulminado al logos -y por tanto a la filosofía-, ladra, tiene ideología y como los Tesla, vive y funciona solo.

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