Decía en la postguerra Castelao, ese intelectual gallego tan incomprendido, que hay muchos antifascistas fascistas. Ellos no lo saben. Son como esos hombres a quienes les apesta el aliento y nadie se atreve a decírselo. Viene esto a cuento de todos los «anti», sean ellos fascistas, comunistas, sionistas, nazis o de cualquier otra ideología, porque la característica de ser un fanático contrario de algo es que de alguna forma te ciega, aunque no es lo único malo que tiene.


Con frecuencia, en una sociedad que todavía valora la libertad de la democracia, se intenta vender ese antifascismo, anticomunismo o antisionismo, por poner tres ejemplos frecuentes, como garantía de ser demócrata y defensor de las libertades, como si no hubiera más que dos opciones posibles.
Esta es una de las memeces más generalizadas de las ideologías políticas, pero cualquiera puede, con no demasiado esfuerzo intelectual, darse cuenta del error que encierra: si eres contrario al pimentón no implica que te guste el azafrán, de la misma forma que si no te gusta el azul no estás obligado a que te entusiasme el rosa. Pero sí que es interesante, para aquellos que tratan de obligar a los ciudadanos a tomar partido entre dos únicas opciones políticas, mayormente por la suya, el hacer creer que solo siendo «anti» se tiene la garantía de ser «pro» de lo que ellos quieren aparentar.
Desgraciadamente la experiencia histórica nos muestra que los que presumen de antinazis o antifascistas muchas veces fueron y son contrarios a las libertades y a la democracia, al menos en el mismo grado que las ideologías que rechazaban y rechazan. El ser «anti» es una mera negación y por lo tanto no afirma nada por sí sola; niega una parte del universo, pero no todo lo demás.
Además, el ser «anti» tiene el inconveniente de ser una mera postura destructiva; no sirve para construir nada positivo. Es cómoda para aquellos que no quieren mostrar lo que realmente desean construir o para quienes no tienen más proyecto que su nihilismo.
Estos días estamos viendo las posturas de los que presumen de ser antisionistas o de aquellos que tienen como honra intelectual ser anticapitalistas, pero, en el fondo, ambas negaciones no son más que la tinta de calamar que esconde sus verdaderas intenciones.
Artículo publicado originalmente en el blog de Pepe de Brantuas.