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La pluma y la espada

En Pensamiento por

El tópico literario dice aquello de que “la pluma puede más que la espada”. En los casos de los que hablaremos a continuación, el ejercicio de las armas y de las letras estuvo presente en sus vidas. Fueron soldados y fueron escritores, dos facetas tan distintas en las que conocieron la cara más amarga y gloriosa de la vida.

En la historia de la literatura española podemos encontrar numerosos ejemplos de Ilustres soldados de armas y letras. Ese es el título que Antonio Pérez Henares y Diego Manzón dieron a su breve pero completa recopilación de textos de autores que cumplen estas características.

Ya en los estertores de la Edad Media encontramos a don Juan Manuel, nieto de reyes y soldado al servicio de la Reconquista. Entre sus hazañas se encuentran la participación en la batalla de Salado y el sitio, durante cuatro años, de la ciudad de Algeciras. Tras pasar gran parte de su vida batallando, se retiró para escribir su gran obra El conde Lucanor, gran recopilación de cuentos castellanos basados en la máxima de la sentencia y el ejemplo.

Si continuamos hablando de prosa, debemos hablar del gran genio de las letras castellanas y universales, don Miguel de Cervantes Saavedra. Por todos es conocida su participación en la batalla naval de Lepanto “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”. Para el de Alcalá de Henares, haber luchado bajo el pabellón de don Juan de Austria y haber resultado herido allí siempre fue motivo de orgullo, como demuestra en su prólogo a la segunda parte del Quijote. Su vida de soldado y algunas de sus penalidades, como el cautiverio en Argel, le sirvieron a don Miguel como fuente de inspiración.

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Algunos de estos soldados de los que estamos hablando utilizaron su pluma y su ingenio para narrar los acontecimientos que les tocó vivir. Es el caso de Bernal Díaz del Castillo, natural de Medina del Campo y que muy joven decidió embarcarse hacia el Nuevo Mundo descubierto por Colón. Su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es una de las mejores crónicas sobre los avances españoles en América y en especial de las conquistas de Hernán Cortes, a quien acompañó en su aventura.

Otro soldado, en este caso capitán, al que debemos además una magnífica visión de la milicia de su época, es Alonso de Contreras. Aquel que en su Discurso de mi vida nos narra su periplo vital “desde que salí a servir al rey, de edad de catorce años, que fue el año de 1597, hasta el fin del año de 1630, por primero de octubre, que comencé esta relación”. Su historia es la de un mozo que decide enrolarse en el ejercito en busca de una vida mejor, de un futuro de gloria. Pícaro, leal soldado, corsario, gobernador en Italia… sin duda una retrato de la España que dominaba el mundo y de la España que comenzaba su declive.

Dos de nuestros más ilustres dramaturgos, Lope de Vega y Calderón de la Barca, también ejercieron en la vida militar. El primero de ellos se alistó en la escuadra de don Álvaro de Bazán en la conquista de las isla Terceria de las Azores, su periodo en el ejército terminó con la derrota de la Armada Invencible, el Fénix de los Ingenios formaba parte de la tripulación del galeón San Juan, por suerte para la literatura, salvó la vida.

Pedro Calderón de la Barca sirvió bajo la bandera del Duque de Alba en Flandes y en Italia, pero también luchó en la Península. Batió el cobre en el sitio de Fuenterrabía, y tuvo que hacer frente al annus horribilis de 1640, sofocando la rebelión catalana. Pese a terminar su vida como sacerdote, nunca olvidó su paso por la milicia, dejando muestra de ellos en sus obras. En uno de sus poemas dedicados a las armas, titulado “El soldado español de los Tercios”, Calderón de la Barca concluye: “que en buena o mala fortuna/la milicia no es más que una/ religión de hombres honrados”.

Y para concluir, y por seguir con los versos, es obligado citar a ilustres poetas soldados. Es el caso del Marqués de Santillana, envuelto en la intrincada política del siglo XV, o Jorge Manrique, que decidió apoyar a Isabel de Castilla frente a Juana la Beltraneja. Su propio padre, importante noble castellano, murió en batalla, dando pie a uno de los grandes textos funerarios de la literatura, las Coplas a la muerte de su padre.

Pero quizá, el más famoso de ellos, sea el renacentista Garcilaso de la Vega, puerta del “soneto al itálico modo” y hombre de armas que perdió la vida por las heridas sufridas en combate, en el asalto a la fortaleza francesa de Le Muy. Su valentía en las armas no le impedía mostrar una gran sensibilidad a la hora de hablar del amor y del destino. El coraje mostrado en batalla, se traspasa también al papel; el combate se libra ya en otro terreno:

Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.

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Artículo publicado originalmente en “Hombre en Camino” y reproducido aquí con su permiso.

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