Existe un viejo anhelo humano que persigue la inconsciencia del olvido, como si fuera un fármaco infalible contra el dolor y la inminencia de la muerte. Como en aquel lúgubre poema de Rubén Darío, a veces nos da por envidiar la dicha de los árboles y las piedras. En realidad, detrás de este ejercicio de escapismo se esconde un exceso de racionalidad, pues en el fondo no estamos dispuestos a renunciar a nuestra amada consciencia. Pessoa expresó esta paradoja con la imagen del observador que se proyecta sobre la campesina, que canta sin pensar, como un pajarillo: “Ah, poder ser tu, sendo eu!“. Así es cómo la fantasía del olvido, alegre y despreocupado, se nos vuelve en contra con dureza, recordándonos, nunca mejor dicho, su futilidad.
Esto viene a cuento de uno de esos azares hacia los que a veces la vida parece empujarnos. Ocurrió en un viaje en coche por Indiana, otra tierra de indios. Mientras mi mujer conducía, yo ojeaba algunos artículos en el móvil. Me llamó la atención uno escrito por Felipe Fernández-Armesto en El Mundo, en el que el autor se lamentaba de la deriva censora de las universidades estadounidenses. Para ilustrar su opinión, daba un ejemplo reciente de la suya, la Universidad de Notre Dame (Indiana), de filiación católica. Al parecer, el rector, presionado por algunos sectores de ofendidos, había tomado la decisión de cubrir unos murales sobre Colón y su llegada al Nuevo Mundo, pintados por el italiano Lugi Gregori a finales del siglo XIX.


Como dicha universidad, casualmente, nos venía de camino, le resumí la noticia a mi mujer y le propuse visitar el campus. “¿Qué quieres ver, las telas que cubren los murales?”, me preguntó, accediendo. Lo cierto es que lo más atrayente del asunto era el espectáculo de la censura.
Al llegar al campus, nos llevamos la sorpresa, ay, de que los murales no estaban cubiertos. Aquello no nos desanimó, porque lo cierto es que, aun sin tela, los murales de Gregori tienen su encanto. Se trata de una serie que conmemora los principales episodios de la vida de Colón, como el recibimiento de los Reyes Católicos en Barcelona. Como bien señala Fernández-Armesto, además de sus virtudes artísticas, son obras sugestivas porque nos hablan de la difícil situación de la Iglesia en EEUU durante aquellas décadas. También destaca el profesor que la representación de los indígenas como buenos salvajes se inspira en las cartas de Colón, aunque en el contexto de la creación de estos murales, añado yo, respondía a otras razones políticas.


Esta verdad de Perogrullo, que unos murales sobre Colón pintados en el siglo XIX nos dicen más del siglo XIX que del propio Colón, por lo visto necesita una glosa en un campus universitario. Y he aquí que mi morbosa curiosidad tuvo una cierta recompensa, pues, junto a los murales, había un estante con unos piadosos folletos que reclamaban comprensión por la obra a la luz de su contexto. Yo propondría mantener estas hojillas in sæcula sæculorum como signo de nuestros tiempos. De esta forma, quién sabe, algún día nuestros descendientes puedan correr la cortina de lo prohibido y deleitarse con el aroma de nuestro pudor.
Unos murales sobre Colón pintados en el siglo XIX nos dicen más del siglo XIX que del propio Colón”.
¿Qué hacemos con la historia? La podemos cubrir de telas y palabras, emprender la huida hacia delante, alegres y despreocupados, durante uno, dos, tres… o mil metros, antes de que nos alcance, inmisericorde, y nos hiera. Nos podemos fingir olvidadizos pero, recordemos, ay, no somos ni piedras, ni árboles, ni labradoras cantarinas.
En su Segunda consideración intempestiva, Nietzsche hablaba de los buenos usos de la historia, que la ponen al servicio de la vida (individual y colectiva), y de los malos, que la hacen languidecer. La cosa no parece fácil, pues se trata de conseguir el difícil equilibrio entre la historia monumental, que se inspira y emula, la anticuaria, que conserva y venera, y la crítica, que sufre y libera. El exceso o ausencia de cualquiera de estas modalidades, dice el filósofo, juega en detrimento de todo proyecto vital.
La actualidad política española, en ese sentido, es una mina de excesos y ausencias de estos usos historiográficos. Vamos a debate por semana y, según sople el viento, España se la inventó Franco o Abderramán III. Hoy, la complejidad de mil años de hechos históricos se pasa por el embudo del presentismo y se orienta a la construcción de un nuevo carril bici. Mañana, Twitter dirá. Mientras Don Pelayo y Almanzor siguen ganando batallas después de muertos, Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz deben de estar retorciéndose en sus tumbas, quién sabe si de dolor o de risa.
Mi episodio reciente favorito sucedió durante el roce diplomático entre España y Portugal acerca de la vuelta al mundo de Elcano. El gobierno, tal vez juzgando que la conmemoración de una hazaña patria era algo rancio, se empeñó en convencernos de que no existe ninguna relación de continuidad entre la empresa de Magallanes y la España actual. “España no existía”, sentenció el historiador José Álvarez Junco, en unos de los actos oficiales. “Traigan unas telas, aquí no hay que conmemorar”, le faltó decir.
En España inteligible: Razón histórica de las Españas (1985), Julián Marías se mostraba confiado en que la España de las autonomías sería el cauce adecuado para que la vida colectiva se proyectara en diferentes trayectorias innovadoras; es decir, proyectadas en lo emergente. También advertía Marías que el mayor obstáculo que hace peligrar esta tendencia orgánica es el arcaísmo, entendido como el olvido del pasado reciente para tomar como si fuese actual el pasado distante: “Esto introduce una singular ‘ruptura’ de la continuidad histórica, que envuelve una regresión o retroceso, con pérdida de las posibilidades logradas en ese presente dilatado, que es el de la historia” (Cap. XXIX).
Marías advertía del arcaísmo, entendido como el olvido del pasado reciente para tomar como si fuese actual el pasado distante.
Llegará el día en el que un obediente historiador nos descubra que los restos de Santiago el Mayor, en realidad, no descansan en Santiago. Ese día habrá que preguntarse: ¿Qué hacemos con este camino?