Tenía 9 años cuando el vuelo 11 de American Airlines y el vuelo 175 de United Airlines se estrellaron contra las torres gemelas en Nueva York. Estaba a punto de volver a clase, cuando me encontré a mi madre pegada al televisor. En el colegio, los profesores estaban conmocionados. Yo no entendía muy bien lo que había sucedido, pero no dejaba de preguntarme qué lleva a alguien a hacer tanto mal a los demás.
Quizá fuese mi primer conocimiento de que, en el mundo, existe un mal muy profundo, irracional, impávido ante el sufrimiento ajeno. Tiempo después, ya con 22 años, viajé a la gran manzana para hacer prácticas en el consulado español. Cuando me acerqué al memorial del 11s, no pude evitar imaginarme las vidas de aquellos inocentes que desaparecieron para siempre. Personas con sueños, inquietudes, pareja, hijos, problemas… Vida.
Cuando ocurren sucesos como el atentado en Manchester o el más reciente de Londres en el que falleció el héroe Ignacio Echeverría, regresan a mi mente todos estos pensamientos. Es en esos momentos cuando recurro a la figura de Viktor Frankl, psicólogo judío que estuvo en los campos de concentración de Dachau y Auschwitz. Escribió, tras su experiencia, El hombre en busca de sentido, una inmortal lección de vida. En un fragmento, Frankl dice así:
“Quienes vivimos en los campos de concentración podemos recordar a hombres que caminaban por los barrancones reconfortando a los demás, desprendiéndose de su último mendrugo de pan. Tal vez fueron pocos numéricamente, pero dieron pruebas suficientes de que a un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino”.
Esta forma de entender la vida se puede aplicar en los momentos más extremos, pero también en nuestro día a día. Y es que muchas veces no son los demás los que ponen barreras a nuestra existencia, sino nosotros mismos. Nos ciega nuestra propia realidad, los prejuicios de nuestra mente y nos impide avanzar hacia donde queremos.
Uno de los mejores directores de la historia del cine, Billy Wilder, aplicaba ya las ideas de Frankl antes incluso de que este las tuviera. Con sólo 28 años salió como refugiado de la Alemania nazi, poniendo rumbo a Estados Unidos. Sus únicos compañeros de viaje eran 11 dólares y un inglés de los que hablan en mi pueblo. Terminó siendo uno de los mejores directores de cine de la historia y algunos hasta le apodan ‘Dios’.
Uno de los temas de su película El Apartamento, obra maestra ganadora del Oscar a mejor película, versa precisamente sobre la elección de un camino propio. El protagonista, el insulso y pelota Baxter (pletórico Jack Lemmon), vive una existencia anodina con la única aspiración de llegar al piso más alto de su edificio, donde están los mandamases de su oficina de seguros. Baxter no actúa con libertad hasta los minutos finales de la película, donde reconoce ante sí mismo lo que de verdad importa y decide actuar, elegir un camino.
Así pues, ante la avalancha de horrores que nos toca vivir en el mundo occidental, no olvidemos que siempre podemos decidir nuestra actitud ante las circunstancias. Elegir no tener miedo, evitar la ansiedad en el transporte público, no mirar de reojo a los demás y disfrutar cada día de nuestra forma de vivir, la que hemos escogido, no la que nos quieren imponer. La batalla está ganada. Salud por otro día de libertad.