La ciudad de Turín -Torino, en italiano-, es una de las más conocidas y populares de Italia, y particularmente de la región del Piamonte, reconocida a nivel mundial sobre todo por ser el sitio donde se resguarda la Síndone, por ser sede de la Juventus -aquel equipo que tiene penando a los aficionados del Atlético de Madrid tras su eliminación de la Liga de Campeones-, así como por su producción automotriz.
Esta ciudad, ubicada en la región norponiente de Italia, con poco más de dos millones de habitantes, capital del Ducado de Saboya antes de la unificación italiana y parte del triángulo industrial del país junto a Milán y Génova, tiene un lado poco conocido y que ha trascendido al ámbito de la leyenda, convirtiéndola en una ciudad mágica, repleta de misterios y de la interacción de fuerzas místicas que la hacen todavía más interesante como centro de cultura y arte.


Sus antecedentes: Inicio de la leyenda
Oficialmente, Turín fue un emplazamiento celta-ligur habitado por los taurinos, pueblo que había tomado su nombre de tauro, que significaba monte, y que más adelante fue confundido con el término toro. Este territorio sufrió el asedio de su capital, Taurasia, por parte de Aníbal durante sus incursiones en la península. El emplazamiento estuvo sujeto entonces a la dominación romana bajo el nombre de Augusta Taurinorum, al haberse dedicado al primer emperador en el siglo I, y tras la caída de Roma, pasó a ser sucesivamente posesión bizantina, longobarda y franca.
En las postrimerías del siglo XIII la hasta entonces ciudad libre de Turín pasó a pertenecer a Saboya, y para el Renacimiento en el siglo XV era ya la capital del Piamonte, que vio florecer la cultura y las artes. El siglo XIX vio a Turín, siendo capital del reino de Víctor Manuel II, convertirse en la gran impulsora de la unificación italiana, que finalmente se consiguió durante la segunda mitad del siglo, estableciéndose Turín como la capital del reino, que posteriormente pasó a Florencia y finalmente a Roma.
Sin embargo, una historia alternativa sobre los orígenes de la ciudad narra que en realidad fue fundada por Phaetón, un olvidado faraón egipcio descendiente de la diosa Isis, quien se encargó de erigir el templo dedicado al dios Apis, precisamente representado por un toro, y ubicado entre los ríos Po y Dora. Esta leyenda, carente de toda evidencia arqueológica que la respalde, ha servido no obstante para justificar el carácter esotérico y místico que tradicionalmente se ha atribuido a la ciudad.


Los triángulos de la magia
El carácter de Turín suele atribuirse al hecho de que, durante el periodo del Risorgimento que llevaría a la unificación italiana, la ciudad fue tolerante hacia expresiones religiosas distintas del catolicismo o abiertamente anticatólicas, puesto que podían servir a los propósitos nacionalistas italianos, entre los que se encontraba desaparecer los restos de los Estados Pontificios. Junto a la libertad religiosa, este periodo vio llegar a la ciudad movimientos marginales, entre ellos espiritistas, ocultistas y de diversa índole esotérica, algo que no resultaba del todo extraño a mediados del siglo XIX.
La tradición esotérica contemporánea afirma que Turín es una ciudad mágica por constituir un vértice de dos triángulos presuntamente mágicos, uno de los cuales responde a magia blanca, teúrgica y divina, y otro que correspondería a magia negra, goética o demoníaca.


El triángulo de magia goética incluiría, junto a Turín, a las ciudades de Londres y de San Francisco, en los Estados Unidos. Pese a la notable distancia entre estas ciudades, los ocultistas ubican en Turín el punto más oscuro del eje, situándolo en la conocida Piazza Statuto, donde curiosamente se encuentra desde 1979 el monumento al Traforo del Frejus, pirámide de piedras dedicada a la memoria de los fallecidos en la construcción del túnel que une a la ciudad con Francia, y en cuya cima se halla una estatua de Lucifer, representación del portador de la luz, pero al que también se identifica como el ángel caído de la tradición cristiana. Se cuenta que esta plaza se levantó sobre una antigua necrópolis romana y que durante mucho tiempo fue lugar de ejecuciones capitales, puesto que durante el siglo XIX se encontraba ahí una guillotina.
La razón que explicaría la naturaleza esotérica presuntamente maligna de Londres y San Francisco, se desprende de ubicar como puntos de magia oscura a Whitechapel, tristemente recordado como escenario de los crímenes de Jack el Destripador a finales del siglo XIX, y a la ciudad del estado de California por ser el lugar, ya en la segunda mitad del siglo XX, de los crímenes del asesino serial conocido como Zodíaco, que tampoco fue capturado.
Finalmente, no podemos ignorar el hecho de que existen diversos monumentos y sitios específicos de la ciudad que tienen su propia leyenda. Un caso muy popular es el del llamado Portón del Diablo, como se le conoce al portón del Palazzo Trucchi di Levaldigi, sede de la Banca Nazionale del Lavoro, esculpido en 1675 por instrucciones de un antiguo conde, y del cual resalta precisamente su llamador central, con forma de diablo con dos serpientes unidas.
Por otra parte, la tradición que ubica a Turín como vértice de un triángulo de magia teúrgica la vincula con Lyon y Praga. En la ciudad italiana ubican como principal punto esotérico la llamada Fuente del Tritón, que se localiza en los Jardines Reales de la Plaza del Castillo, muy próxima a la Catedral de San Juan Bautista, donde se encuentra la Sábana Santa.
Una leyenda sostiene que las estatuas a la entrada de la iglesia de la Gran Madre di Dio son en realidad pistas para hallar el Santo Grial, que presuntamente se encontraría oculto en algún lugar de la ciudad.
De igual forma, se dice que el centro de la ciudad cuenta con galerías subterráneas, algunas naturales y otras artificiales, y a las que se atribuye la realización de ritos de distinta índole, por lo que algunos las llaman grutas alquímicas.


En cuanto a las dos ciudades que completan el triángulo, respecto de Lyon se cree que la Basílica de Notre Dame de Fourvière tiene el poder de proteger a la ciudad del cólera y alejar las energías negativas, y en lo que respecta a Praga, existe la creencia de que el Puente de Carlos, que atraviesa el río Moldava uniendo la Ciudad Antigua con la Ciudad Pequeña, fue construido por orden del monarca Carlos IV, quien instruyó que la primera piedra se colocara exactamente a las 5:31 horas del 09 de julio de 1357, respondiendo así a la conocida superstición del rey. La energía positiva que fluye por la ciudad a través del puente se atribuye a las estatuas de santos que se encuentran en el trayecto, entre ellas Santa Ana y San Vicente Ferrer. Existe incluso la leyenda de que tocar el relieve a los pies de la estatua de San Juan Nepomuceno, martirizado por Wenceslao IV, traerá buena suerte.
Algo mágico sin duda debe existir en esta ciudad, cuya primera vista incluye la famosa Mole Antonelliana con su magnífica cúpula, en cuyo Museo Egizio encontramos el impresionante acervo de objetos egipcios y desde cuyo Parco del Valentino puede admirarse el Borgo Medievale y el jardín botánico.


El caballo de Nietzsche
Mucho se ha escrito en referencia a los días que pasó Nietzsche en Turín. Se cuenta por ejemplo, que cuando comenzó su viaje en abril de 1888 se equivocó de tren y perdió su equipaje, o que se sentía profundamente solo tras la dolorosa y fallida relación amorosa que había sostenido con Lou Andreas Salomé -cuyo curioso ménage à trois junto a Paul Rée fue escandaloso en sus mejores días-, la boda de su hermana Elisabeth y el distanciamiento del compositor Wagner, cuya amistad perdida se afirma nunca pudo superar.
Paralelo al rompimiento y la fractura de sus relaciones personales, hay que tener presente el diagnóstico relativamente reciente sobre la sífilis. El propio filósofo reconoce los alcances devastadores de la enfermedad, y aunque cautivado por los Alpes, las salas de música y los cafés de la ciudad cuyas calles parecían “perderse en las montañas”, su avanzado deterioro forma parte innegable de este último periodo de su vida.
Es así, que tras un fecundo lapso de trabajo, escribió algunas de las obras más conocidas de su pensamiento, y es también cuando surge la anécdota sobre su colapso mental. Aunque no se cuenta con la información exacta, y cada autor ha desarrollado su propia versión de lo sucedido, en lo que se coincide es que, en la mañana del 3 de enero de 1889, Nietzsche abandonó su modesta casa ubicada en la calle de Carlo Alberto, con el propósito de dirigirse al centro de la ciudad.
Sin embargo, en el trayecto, cruzando la Piazza Carignano, observa a un cochero golpeando a su caballo, que exhausto, se niega a seguir avanzando. El filósofo se aproxima y rodea al caballo, abrazando su cuello mientras solloza y le dice unas palabras que sólo el caballo escuchó. Se cuenta que esas palabras fueron “Mutter ich bin dumm”, o “Madre, soy tonto”, y que permaneció junto a él hasta que fue separado por las autoridades por causar desorden público. Nietzsche regresa a su casa, enmudece, y escribe diversas cartas a algunos conocidos que expresan, a juicio de ellos, delirios de grandeza. Así da inicio el último periodo de la vida del pensador, que absorto de su realidad, terminará con los albores del nuevo siglo, justamente en 1900.
Siendo así Turín una ciudad de contrastes, que fue elegida como residencia no sólo por los famosos alquimistas Paracelso y Fulcanelli, el mítico Nostradamus o los legendarios Condes Cagliostro y Saint Germain, así como por Nietzsche, en sus últimos años de lucidez, para idear algunas de las grandes obras que habría de legarnos: Ecce homo, El crepúsculo de los ídolos y El anticristo, podemos afirmar que Turín es, sin duda, una ciudad mágica.

