El pasado mes de diciembre comenzó a transmitirse la serie de ficción histórica Knightfall, producción que busca emular el éxito obtenido por Vikings, y que habrá de narrar la caída de la Orden del Temple a principios del siglo XIV. La primera temporada de esta serie, con la interacción de los personajes históricos con los ficticios y las libertades que se ha tomado para construir un hilo argumental que mantenga cautiva a la audiencia pese a su poco rigor histórico, trata de revivir uno de los temas más enigmáticos y controvertidos de la Edad Media: La abrupta desaparición de los Caballeros Templarios.
En la actualidad todavía existen creencias populares muy difundidas que cubren con un halo de misterio a la Orden del Temple: Que los templarios eran adoradores del demonio y rendían culto a Baphomet; que eran protectores del Santo Grial –sean el cáliz de la Última Cena o los descendientes de Jesús–; que la masonería es heredera directa de los templarios y que custodian sus secretos y tesoros; que la Orden nunca desapareció; e incluso la superstición relacionada al viernes 13, derivada de la supuesta maldición tras la acción concertada que trajo como consecuencia la detención de los caballeros y el inicio del fin de la Orden, maldición cuyas consecuencias son narradas con extraordinaria fidelidad histórica –aunque no por ello desprovista de cierta ficción dramática- por Maurice Druon en Los Reyes Malditos.
Es así, que en esta ocasión abordaremos algunas de las cuestiones relacionadas con los Caballeros Templarios, particularmente el proceso que llevó a la desaparición de la Orden, una de las más poderosas de la Edad Media.
Milites Christi: Non nobis, Domine, sed Nomini, Tuo da gloriam
Denominada Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón, fue una orden militar cristiana fundada en 1118 por nueve caballeros franceses dirigidos por Hugh de Payns, luego de la Primera Cruzada, con el propósito de proteger a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa. Apoyados por el rey Balduino I de Jerusalén, se les brindó alojamiento en la mezquita de Al-Aqsa, donde se encontró en su momento el Templo de Salomón, de ahí la denominación de los Caballeros.
Usando como distintivo un manto blanco con una cruz patada roja en el centro, la Orden fue aprobada en 1129 durante el Concilio de Troyes, imponiéndosele la Regla Cisterciense, y se convertiría en una de las órdenes militares europeas más poderosas de la Edad Media, cuyos privilegios la excluían de la jurisdicción civil y eclesiástica, le concedió la posibilidad de recaudar bienes y dinero, construir fortalezas y estar sujeta únicamente a la autoridad del papa, como consta en las bulas Omne Datum Optimum de 1139, Milites Templi de 1144 y Militia Dei de 1145.


Con presencia en alrededor de veinte provincias: Francia, Poitou, Auvergne, Provenza, Borgoña, Portugal, Castilla, Aragón, Valencia, Sicilia, Roma, Toscana, Lombardía, Inglaterra, Alemania, Hungría, Polonia, Jerusalén, Trípoli, Antioquía, Chipre y Armenia, los Caballeros Templarios se organizaron en una bien estructurada jerarquía religioso-militar. Esta estructura se componía por el Gran Maestre, quien respondía sólo ante el papa; los maestres de los países con presencia de la Orden, el senescal (suplía al maestre en sus ausencias), el mariscal del convento (dirigía a los caballeros en batalla), los comendadores territoriales (encargados de los castillos de cada región), turcopleros (dirigían la caballería de voluntarios), caballeros, sargentos, escuderos, capellanes y el comendador de tierra (tesorero y responsable de las finanzas de la Orden).
Según se estima, la Orden se trató del primer ejército permanente en el continente europeo desde la caída del Imperio Romano, llegando a contar con decenas de miles de miembros distribuidos por todas las naciones cristianas y el Medio Oriente.
Durante sus casi dos siglos de existencia, la Orden del Temple acumuló más de quince mil propiedades ubicadas en una red que se extendía desde Reino Unido hasta Egipto, contaba con más de cincuenta castillos y fortalezas, una armada anclada en puertos propios y más de nueve mil encomiendas. Los miembros que no se dedicaban a las actividades militares, desarrollaron un complejo sistema bancario, con sedes en toda Europa, a través de las cuales realizaron operaciones de transferencias, letras de cambio, cheques de viajes, préstamos y hasta planes de pensiones. Estas actividades hicieron de la Orden una de las instituciones más poderosas de la época puesto que, paralelo a la organización militar, los templarios tenían como clientes y deudores de sus servicios financieros a la nobleza e incluso a reyes.
La caída del Condado de Edesa en 1144 a manos de los turcos provocó que el papa Eugenio III llamara a la Segunda Cruzada, acción militar que reunió a Luis VII de Francia y a Conrado III del Sacro Imperio Romano. Este acontecimiento marcó una de las más destacadas actuaciones de la Orden, ya que si bien los cruzados fueron derrotados por los turcos hacia 1148, los templarios protegieron al monarca francés, afianzándose así el reconocimiento y prestigio de la Orden.
El ascenso al poder de Saladino como sultán de Egipto en 1174 y la permanente inestabilidad en Oriente Medio condujeron a sucesivas derrotas de los cristianos en la zona, culminando con el desastre de la batalla de los Cuernos de Hattin en 1187, en la que el propio gran maestre templario Gérard de Ridefort cayó prisionero. Para finales de ese año, Acre y Jerusalén habían sido conquistadas por los sarracenos, acontecimientos que provocaron la Tercera Cruzada, un esfuerzo convocado por el papa Gregorio VIII y al que respondieron los reyes Felipe II de Francia, el inglés Ricardo Corazón de León y los restos del contingente del emperador Federico Barbarroja. Si bien no lograron recuperar Jerusalén, consiguieron la libertad de paso para los peregrinos cristianos a Tierra Santa, y asegurar la posesión de Jaffa, Chipre y Acre.
Pasados los años, y luego de un breve periodo de ocupación cristiana de Jerusalén (dieciséis años), en 1244 los sarracenos tomaron control definitivo de Tierra Santa y expulsaron a los templarios a San Juan de Acre, donde se establecieron junto a los Caballeros de la Orden Teutónica y a los Caballeros Hospitalarios.
Para 1248, el rey Luis IX de Francia convocó a una fallida Séptima Cruzada, que concluyó con la captura del propio rey. Gozando de reconocimiento por parte de los sarracenos, correspondió a la Orden del Temple negociar la paz y prestar al rey francés la suma exigida por su rescate. En 1291 cayó Acre, último reducto cristiano, y con ello los templarios tuvieron que reubicarse en Chipre.
La caída
Para 1302, Felipe IV de Francia se encontraba enfrentado al papado: Bonifacio VIII defendía la primacía del papado sobre cualquier poder temporal, incluyendo el de los reyes. El conflicto se centraba en la cuestión de si la nobleza podía establecer impuestos al clero, ya que la postura del papado, a través de la bula Clericis laicos de 1296, había prohibido cualquier gravamen sobre las propiedades eclesiásticas.
El enfrentamiento entre ambos llevó a que el papa retirara los privilegios que pontífices anteriores habían otorgado al rey y a que, por su parte, Felipe IV acusara al papa de simonía y herejía. En la bula Unam sanctam, Bonifacio VIII estableció el dogma de la supremacía papal, y al año siguiente, tropas francesas marcharon sobre Roma y apresaron al papa, quien murió semanas después de haber sido liberado.
La muerte de Bonifacio VIII permitió el control de Felipe IV sobre el papado. Tras el envenenamiento de Benedicto XI, quien había durado sólo unos meses como pontífice y cuya muerte se ha atribuido al rey francés, fue elegido en 1305 como papa el arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got, quien tomó el nombre de Clemente V.
Fuertemente endeudado con la Orden, Felipe IV tramó la desaparición de los templarios para apoderarse de los bienes y la riqueza que habían acumulado por casi doscientos años. Un tal Esquieu de Floyran, un delincuente que decía haber sido confidente de un templario en las mazmorras de Tolosa, acudió al canciller del rey, Guillermo de Nogaret, con el propósito de denunciar las prácticas heréticas y sacrílegas de los templarios, lo que aprovechó la Corona francesa para orquestar la caída de la Orden.
Felipe IV ordenó en todo el reino la detención simultánea de los templarios y la requisición de sus bienes el viernes 13 de octubre de 1307, procediéndose a la detención de alrededor de 140 caballeros, incluyendo al Gran Maestre, Jacques de Molay. Se les acusaba de sodomía, renegar de Cristo, adorar al demonio a través de un ídolo de Baphomet, escupir sobre la cruz y pisotearla, así como pronunciar blasfemias y cometer sacrilegios durante las celebraciones litúrgicas.
Clemente V fue persuadido por el monarca para iniciar formalmente el proceso contra la Orden en toda Europa (lo que se estableció en la bula Faciens Misericordiam de 1308), así como para permitirle juzgar a los templarios franceses y administrar sus bienes. Fue mediante la tortura que se arrancaron las confesiones con que admitían los cargos en su contra. Se designó una comisión papal para la causa y mediante la bula Regnans in Coelis, se convocó a un concilio en Vienne para debatir el proceso.
Celebrado entre octubre de 1311 y abril de 1312, el Concilio de Vienne permitió al papa suprimir la Orden del Temple, lo que se formalizó con la bula Vox in Excelso:
Observamos también que en otros casos la iglesia romana ha suprimido otras órdenes por motivo de mucha menos gravedad que los mencionados anteriormente, sin que haya que recriminar a quienes esto hicieron por sus hermanos. Así, pues, con el corazón triste, no por la declaración definitiva pero sí por la decisión apostólica u ordenanza, suprimimos, con la aprobación del consejo sagrado, la Orden de los Templarios y su regla, hábito y nombre, por decreto inviolable y perpetuo, y completamente prohibimos que alguien de aquí en adelante entre en la Orden, o reciba o lleve puesto su hábito o se comporte como un templario. Si alguien actúa de esa forma, ya sea abierta como secretamente, incurrirá en la excomunión automática.
Acto seguido, a través de la bula Ad Providam Christi Vicarii, el papa concedió las propiedades templarias a los Caballeros Hospitalarios.
El papa, quien bajo órdenes de Felipe IV ya había trasladado la sede papal a Avignon, se había reservado juzgar a los cuatro máximos dirigentes templarios: Jacques de Molay, Godofredo de Charney (maestre de Normandía), Hugh de Peraud (visitador de Francia) y Godofredo de Goneville (maestre de Aquitania). En una plataforma levantada frente a Notre Dame el 18 de marzo de 1314, mientras se daba lectura a la sentencia que les imponía cadena perpetua, el Gran Maestre proclamó la inocencia de la Orden y su arrepentimiento por su cobardía al haber admitido los cargos que les habían sido formulados con tal de salvar su vida.
Esa misma tarde, se levantó una enorme pira en un islote del río Sena, conocido como Isla de los Judíos, donde se colocó al Gran Maestre y a sus compañeros para ser quemados en la hoguera. La leyenda narra que, mientras era consumido por las llamas, Jacques de Molay pronunció una maldición contra los instigadores del proceso contra los templarios, maldición que recoge Maurice Druon con las siguientes palabras:
¡Papa Clemente! ¡Caballero Guillermo de Nogaret! ¡Rey Felipe! ¡Antes de un año yo os emplazo para que comparezcáis ante el tribunal de Dios, para recibir vuestro justo castigo! ¡Malditos, malditos! ¡Malditos hasta la decimotercera generación de vuestro linaje!
Haya sido o no el resultado de una serie de casualidades y coincidencias, lo cierto es que Guillermo de Nogaret fue presuntamente envenenado por orden de la condesa Mahaut d´Artois en mayo de ese año; Clemente V falleció en abril, a consecuencia de una extraña enfermedad que sus médicos no pudieron curar; y Felipe IV murió en noviembre, a causa de las heridas resultado de una caída mientras cabalgaba por el bosque de Fontainebleau.
Si bien la Orden del Temple no sobrevivió tras la proscripción papal, las consecuencias para la monarquía francesa no cesaron: A la muerte de Felipe IV, le sucedió su hijo Luis X el Obstinado, quien murió en junio de 1316, antes de los dos años de reinado. Su hijo póstumo Juan I, vivió sólo unos días y fue sucedido por el segundo hijo de Felipe IV, quien había sido regente, Felipe V el Largo, muerto a su vez en enero de 1322. A su muerte, le sucedió el último de los hijos varones de Felipe IV, Carlos IV el Hermoso, quien murió en 1328 sin hijos.
Así, habiendo sido sus tres hijos varones reyes por un breve periodo, y no habiendo dejado descendencia, la dinastía de los Capetos, a la que pertenecía Felipe IV, se extinguió luego de más de cuatrocientos años en el trono.
Una hija suya, Isabel, conocida como La Loba de Francia, quien había sido forzada a casarse con Eduardo II de Inglaterra (hijo del poderoso Eduardo I el Zanquilargo), tramó el derrocamiento de su esposo para gobernar junto a su amante, Roger Mortimer, en nombre de su hijo, Eduardo III. Éste último, ya siendo mayor y gobernante único de Inglaterra, declaró tener derecho a la Corona francesa por ser descendiente de los Capetos, lo que lo enfrentó al rey Felipe VI de Valois, hecho que desencadenará la Guerra de los Cien Años.
No resulta, pues, casual que el final de la dinastía Capeto y el inicio de un conflicto que desangró a Francia durante más de un siglo, se hayan vinculado con el final de la Orden del Temple.
En octubre de 2007, con motivo del séptimo centenario del inicio de la persecución contra la Orden, el Archivo Vaticano publicó un documento titulado Processus contra Templarios, en el que hacía público el llamado Pergamino de Chinon, un texto que se afirmó haber sido descubierto en 2001 y en el cual constaba que Clemente V no pretendía condenar a los Caballeros, pretendiéndose con este documento exculpar al papa de los sucesos de 1307 a 1314. Sin embargo, siendo el texto de 1308, es evidente que aun así el pontífice consumó la trama instigada por el monarca francés.
En los últimos siglos se ha formado toda una leyenda en torno a los templarios. Existen organizaciones que reclaman ser sucesoras de la antigua orden medieval, no sólo la masonería, y quizás la forma abrupta en que fue disuelta en el siglo XIV, ha hecho que en la actualidad se popularice la imagen de los templarios. Desde la presencia como enemigos de la humanidad en Assassin´s Creed hasta el estreno de Knightfall, la Orden del Temple parece seguir vigente en el pensamiento occidental.