“–Sire, je ne m´attendais pas à moins qu´à vous trouver aux portes de Moscou [Sire, esperaba por lo menos encontrarle a las puertas de Moscú] –dijo De Beausset.
Napoleón sonrió […].
–Sí, eso está bien para usted, que le gusta viajar […]. Dentro de tres días estaré en Moscú. Probablemente no esperará usted ver una capital asiática; será un viaje agradable.”
Lev Tolstói, Guerra y paz (Libro III, 2ª parte, capítulo 26).
Así es como el gran maestro de la narrativa rusa, Lev Tolstói, reconstruye en su obra magna Guerra y paz el encuentro entre Napoleón y dos de sus subordinados, el prefecto del palacio imperial francés M. De Beausset, y el coronel Fabvier el 25 de agosto (6 de septiembre, según el calendario gregoriano) de 1812, víspera de la batalla de Borodinó, en el cuartel general francés en Valuievo.
Habló el segundo en primer lugar para comunicar a Napoleón la derrota de sus tropas en la batalla de los Arapiles, junto a Salamanca, el 22 de julio, para después preguntar De Beausset a Napoleón por la campaña rusa y entregarle un retrato, pintado por Gérard, del hijo de l´empereur. En estos hechos reales, Tolstói introdujo el diálogo entre Napoleón y De Beausset que abre estas líneas, en el que este insinúa que ya deberían estar en Moscú, y Napoléon, con broma y parsimonia, le asegura que en tres días estarán en la ciudad del Moscova. En realidad habrían de pasar siete días, y no tres, hasta el 14 de septiembre, para que las tropas de Napoleón entraran en una Moscú desierta, abandonada, para dejarla en el plazo de poco más de un mes.
“La retirada empezó el 19 de octubre, cuando los restos de la Grande Armée abandonaron Moscú, acompañados por miles de no combatientes y con un enorme tren cargado de botín”.
Así lo narra Aleksander Mikaberidze en su obra La batalla de Borodinó. Napoleón contra Kutúzov (2018), otro gran trabajo editorial de Desperta Ferro Ediciones. En efecto, Napoleón venció en Borodinó y terminó entrando en Moscú, y eso es conocido por todos. Pero en el imaginario popular hay una gran laguna justo anterior a la entrada de la Grande Armée en Moscú, y que Tolstói, entre otros, intentaron iluminar: el camino que llevó a Borodinó y la batalla en sí misma. Ese camino, desde la perspectiva de la historia militar, lo ha remarcado de forma sobresaliente Aleksander Mikaberidze, experto reconocido en las Guerras Napoleónicas con mención especial en la participación rusa, en la obra que presentamos.


La victoria pírrica que destrozó la Grande Armée
Así, Mikaberidze hace una excelente crónica de la campaña napoleónica en Rusia desde el cruce del río Niemen, a la ida, el 24 de junio de 1812 por las tropas de Napoleón, hasta el cruce del mismo río, al regreso, el 25 de diciembre del mismo año. En ese período de seis meses, el poderío militar francés se había venido abajo, y así lo refleja el autor:
“La campaña de Rusia tuvo consecuencias desastrosas para Napoleón y su imperio. Su poderío militar quedó desecho tras la pérdida de hasta medio millón de hombres en Rusia. La merma de tantos veteranos y la entrada de reclutas inexpertos tuvo un impacto enorme en la calidad del Ejército francés. Aunque no cabe duda sobre el arrojo de las tropas que Napoleón dirigió en 1813-1814, estas nunca alcanzaron el nivel de los veteranos de sus campañas anteriores”.
Brevemente podemos resumir la obra en: el proceso de persecución del ejército ruso por Napoleón, salvando breves parones como el de la toma de Smolensko, al tiempo que el autor describe los problemas internos, respecto a la comandancia, del ejército ruso, cuyo mando acabaría por asumir el famoso príncipe Mijaíl Kutúzov, de quien Mikaberidze afirma que llevó a cabo “acciones que distaron mucho de ser satisfactorias, pese a las alabanzas que le han dirigido historiadores rusos a lo largo del tiempo”.
Tras ello, la elección por Kutúzov (a través del coronel Toll) del lugar de la batalla, que acaecería, a su vez, en dos fases: la batalla por el reducto de Shevardino (5 de septiembre) y la propia batalla de Borodinó (7 de septiembre). Por último, la retirada del ejército ruso y la marcha de la Grande Armée a Moscú, y la retirada, un mes después, del Ejército francés.


Mucho se ha discutido sobre esta batalla, principio del fin de la hegemonía militar napoleónica en Europa, pero después de esta obra, en la que Aleksander Mikaberidze vuelca una ingente cantidad de bibliografía, tanto en fuentes primarias como en estudios posteriores, de procedencia tanto francesa como rusa, inglesa, alemana, polaca e italiana, poco –pero nunca nada– podrá añadirse.
De entre todo, cabe señalar dos aspectos: la exhaustiva y meticulosa narración de que hace gala el autor sobre cada uno de los movimientos de tropas que tienen lugar en la batalla, hora por hora, y sector por sector, con sus correspondientes aclaraciones cuando las fuentes divergen; y la revisión de numerosos tópicos y presupuestos historiográficos que se han ido aquilatando a lo largo de los últimos doscientos años, como por ejemplo el que señalamos más arriba con respecto a Kutúzov, un militar que no jugó papel alguno en el buen desenvolvimiento del ejército ruso en la batalla, pero que ciertas escuelas historiográficas, como la soviética, ensalzaron por razones ideológicas.
La “pasividad” de Napoleón: el principio del ocaso
Además, el autor, quien demuestra su destreza en el tema, trae a colación importantes cuestiones como la de la no utilización por parte de Napoleón de la Guardia Imperial, determinando que:
“Hay, en verdad, algo de justicia en la crítica a la decisión de Napoleón de mantener a la Guardia en la reserva. Su participación hubiera propiciado la consecución de una victoria más decisiva, pero si el ejército ruso hubiera sido puesto en fuga o no como resultado es tan solo una hipótesis. No cabe duda de que la Guardia habría sufrido bajas –quizá, incluso, bajas significativas– en el proceso. Además, se suele pasar por alto el hecho de que Napoleón sí empleó a la Joven Guardia y a la artillería de la Guardia, así que la única fuerza que quedó en la reserva fue la Vieja Guardia”.
O la cuestión, aún más discutida si cabe, de la inactividad o cierta pasividad de Napoleón durante la batalla, que lleva a Mikaberidze a reflexionar:
“La batalla de Borodinó resulta interesante por toda una serie de razones […]. Pero quizá el factor más importante fuera el hecho de que Napoleón estuvo irreconocible, y es posible que su letargo fuese el factor más decisivo de la batalla, ya que rechazó propuestas que podrían haberle entregado la victoria”.
Así de primeras parece una aseveración típica de especialista, pero si consideramos algunos testimonios de aquellos que sirvieron bajo las órdenes del general corso, la visión actual sobre la importancia de las acciones de Napoleón cambia. Esto, en palabras del propio Mikaberidze, “se percibe […] en el testimonio del teniente Calosso, del 24.º de Chasseurs à cheval, que tuvo la oportunidad excepcional de conocer a Napoleón en persona, acontecimiento que, al parecer, le cambió la vida:
«Antes de aquello yo admiraba a Napoleón igual que todo el ejército. Sin embargo, a partir de ese día, le consagré mi vida con una adhesión que el tiempo no ha conseguido hacer flaquear. Únicamente me arrepiento de una cosa: de haber tenido solo una vida que dedicar a su servicio»”.
Mucho más podría decirse de esta gran obra de historia militar, pero sí hay un aspecto que merece la pena ser recordado, y es que la batalla de Borodinó fue una de las más sangrientas de la historia, con una media de bajas en diez horas de batalla de entre 64,000 y 65,000 hombres.
Señala Mikaberidze, con mucha razón, que “la cifra de unas 6500 bajas por hora –o 108 hombres por minuto– es estremecedora. Pocas batallas de un día nos han dejado un resultado tan calamitoso. […] Las batallas de Stalingrado (165 días en 1942–1943) y de Verdún (297 días en 1916), que han sido las batallas más sangrientas de la historia de la humanidad, y que se cobraron hasta 2,000,000 y 720,000 vidas respectivamente, tuvieron promedios de bajas diarias inferiores al de Borodinó”, lo que indica la magnitud de este enfrentamiento entre la Grande Armée y el Ejército Imperial ruso.
Por último, no puede haber mejor forma de concluir esta breve y poca justa síntesis de esta gran obra recordando una frase del autor en las páginas finales:
“Borodinó sigue siendo un ejemplo de cómo el hecho de ganar una gran batalla no equivale a ganar la campaña. Los franceses obtuvieron una victoria, aunque fuera apurada, y entraron triunfantes en Moscú una semana después. Sin embargo, la abandonaron al cabo de un mes. En aquel momento, la Grande Armée protagonizó la que quizá sea la retirada más devastadora de la historia. […] Podríamos afirmar que la batalla fue un acontecimiento clave en el declive del Primer Imperio francés”.
La batalla de Borodinó. Napoleón contra Kutúzov es, sin duda, una obra de lectura obligada para todos aquellos interesados, profesional o personalmente, en la historia militar.

