El pasado 13 de octubre casi nadie conmemoró el fusilamiento de Francisco Ferrer Guardia; el que podemos llegar a considerar como “el primer influencer” de la historia de España.
No deja de ser curioso cómo 109 años después de la ejecución
del “representante universal del radicalismo español”, nadie, ni siquiera los siempre solícitos revisionistas catalanes, hayan recordado su memoria y lucha en la Semana Trágica de Barcelona.
Aquellos días de 1909, España se ganó en la prensa internacional el título de “nación de bárbaros” por la inclemencia de Alfonso XIII con el reo y por la firme decisión de Antonio Maura de llevar a Ferrer a un consejo de guerra que terminaría con sus huesos bajo tierra.


La causa de la mala fortuna de Ferrer fueron las revueltas que supuestamente -los biógrafos y estudiosos coinciden en las irregularidades del proceso- orquestó contra el mandato de enviar a los reservistas a socavar las revueltas del Rif y el cerco a la ciudad de Melilla.
La cuestión es que aquella medida impopular fue la que la izquierda de entonces utilizó para movilizar a los sindicatos y partidos fuera del turnismo, poniendo España patas arriba durante siete largos días.
Muchos, de una forma un tanto macabra y sin reparos de terminar estampados en las páginas de El Mundo de la época, “se frotaban” las manos con la posible muerte de Ferrer. No existe argumento más sólido, bandera más fácil de izar, que aquel que da (o le arrebatan) la vida por lo que uno piensa o quiere llegar a pensar.
El periodista Julio Camba asistió al antes y después de la ejecución. Cargó las tintas contras Maura, por la “ingeniosa idea” de convertir a Ferrer en “una figura europea” gracias a su muerte. Se entrevistó con otros simpatizantes del “mártir de todas las causas nobles”, y estas fueron algunas de las impresiones que dejó por escrito al escuchar el pensamiento de los colegas de revueltas:
–“Si no lo matan y viene aquí de representante nuestro, vamos todos a quedar muy mal. Yo, que conozco perfectamente a Ferrer, le aseguro a usted que en Europa se formarán una triste idea de nosotros el día que lo oyesen hablar. Mientras que, si lo matan, quedarán todas las cosas muy bien – el radicalismo español, la enseñanza laica, el nombre de Ferrer- y la revolución seguirá su curso”.
Al año siguiente, ya en París, Camba escribiría a propósito del primer aniversario del fusilamiento de Ferrer las siguientes líneas:
–“Ferrer no ha escrito nada, y ésa es su fuerza. Como no ha escrito nada, nunca podrá desmentirse la parte de genio que se le atribuya. Ya sabe usted que la mejor palabra es la que no se pronuncia. Si Ferrer hubiera escrito algo, los enemigos de Ferrer no tendrían que hacer nada más que imprimirlo para desacreditar su memoria. Pero Ferrer no ha escrito nada, y a un hombre que no ha escrito nada puede atribuírsele todo. Que vengan ahora unos cuantos muchachos inteligentes y que comiencen a atribuirle cosas a Ferrer. Pues al cabo del tiempo, Ferrer puede representar un sistema filosófico o una moral nueva”.
Alzar al indio, al agitador, al zarandeador, al turco de “La Taberna Errante”, al “influencer”; provocar que la opinión pública tome partido por salvapatrias y villanos, que lejos del foco mediático no nos merecerían más cortesía que la condescendencia, es, seguramente, nuestro principal dolor de muelas.
Dijo Roberto Enríquez hace unas semanas en Late Motiv, ante la absurda polémica de OT, Mecano y la “mariconez”, que es probable que muchas de las tonterías que nos tenemos que tragar hoy en día tengan su fundamento en la ausencia de referentes y la proliferación salvaje, como si de níscalos se tratase, de los influencers.
El que hayamos perdido al referente para aupar al influyente marca un cambio de paradigma que requiere, cuanto menos, cierta atención de los que se preocupan de enriquecer el debate público. Universidades y medios de comunicación tienen, empezando en sus propias aulas y redacciones online, una gran tarea por delante.

