La Guerra Civil trajo consigo podredumbre, muerte, fatiga, una brecha social que se mantiene hoy en día y el éxodo de algunas de las mentes más ilustradas y certeras que ha visto la Historia de España. Una de ellas fue la de Gregorio Marañón, ilustre médico liberal y único español que ha formado parte de cuatro reales academias: Real Academia Española, de la Historia, de las Bellas Artes y de las Ciencias.
Marañón se exilió en Francia y a pesar de la decepción que le invadía por el truncado experimento de la República y del hartazgo por el espíritu cainita español, nunca dejó de añorar su país. De hecho, ese sentimiento de morriña llevó al intelectual a escribir obras como Luis Vives. Un español fuera de España (1942) o Elogio y nostalgia de Toledo (1941), donde rememora los tiempos felices que pasó en la finca toledana de El Cigarral.
Marañón apuesta por un espíritu de superación y no de revancha para superar las crisis históricas del pasado. Sus palabras adquieren especial relevancia hoy en día, tiempos en los que la memoria y la historia se entrecruzan para formar un ente a caballo entre ambas, la memoria histórica, que roza la indefinición. Así responde Marañón al historiador Marino Gómez-Santos en su libro Españoles sin fronteras. El revanchismo no ha de ser más que un sentimiento pasajero:
“En toda emigración hay un espíritu de revancha y un espíritu de superación del pasado. No hay que confundirlos. El espíritu de revancha es lo que, durante largo tiempo, ocupa el primer plano de la actividad del expatriado y lo que parece formar el centro de su ideología. Y es, sin embargo, lo que seguramente pasará sin dejar huella. Lo único seguro en la historia es que el pasado, tal cual era, no resucita jamás, de suerte que, aun cuando los vencidos tengan la razón, no volverán sino con otra razón nueva, es decir, lo contrario de la revancha, que aspira a reanudar lo que ha perecido por sus propios pasos”.


Otro intelectual, amigo de Marañón, que vivió con añoranza y ostracismo su exilio fue Azorín, el célebre escritor. Azorín vivió en Francia, con poca vida social, taciturno y solitario. Pasa los días merodeando de librería en librería ojeando los clásicos y malvive con lo que gana escribiendo para la prensa argentina. Azorín precisó la ayuda e influencia de Marañón cuando se le caducó el pasaporte, pues el escritor apenas gozaba de relevancia para los franceses, cosa que no sucedía con el famoso médico.
Aun estándole muy agradecido, Azorín involucró a Marañón en un asunto que disgustó al facultativo, aunque terminaría por perdonar a su amigo. La extrañeza de la patria llevo al autor a escribir al propio Francisco Franco para proponerle la creación de una conferencia de intelectuales republicanos y nacionalistas en París que negociase el regreso a España de los exiliados, “pues la nación necesita de la espada y de la pluma”. Azorín propuso al Generalísimo a Gregorio Marañón la presidencia de esta asamblea sin ni siquiera consultarle. Se enteró por el propio ministro de Gobernación, Ramón Serrano Suñer, quien le envía una carta profesándole su admiración y pidiéndole que no manche su nombre juntándose con quienes “no se arrepienten de sus errores políticos”.


Los otros dos fundadores junto a Marañón de la Agrupación al Servicio de la República, Ramón Pérez de Ayala y José Ortega y Gasset, también pasaron tremendas penurias en el exilio. El primero, de carácter económico, y el segundo, de carácter sanitario. Los tres terminaron repudiando la República y echando de menos su país. En su apoyo a la República confiaron en que se trataría de un punto y aparte en la historia de España, en que los españoles tomarían las riendas de su destino y la razón guiaría sus futuros pasos.
Sin embargo, se encontraron conque la República fue una gran exaltación de los vicios más profundos del carácter ibérico: el cainismo y los nacionalismos. Marañón temía profundamente la influencia que pudiera ejercer la Unión Soviética en territorio nacional tras la victoria del Frente Popular. Por su parte, Pérez de Ayala escribiría una nota a The Times defendiendo a los nacionales:
“El respeto y el amor por la verdad moral me empujan a confesar que la República Española ha constituido un fracaso trágico. Sus hijos son reos de matricidio. No es menos cierto que ya no hay republicanos en uno u otro lado. Desde el comienzo del movimiento nacionalista, he asentido a él explícitamente y he profesado al general Franco mi adhesión”.


El propio Ortega y Gasset atacaría con dureza a los comunistas en un periódico y la cobertura y opinión que vertían ciertos intelectuales y medios extranjeros sobre el conflicto nacional:
“Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cómodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales intelectuales ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad”.
La figura de Ortega y Gasset, sin embargo, incomodaba a uno y otro bando. Cuando falleció en España, el Gobierno franquista repudió su figura, ordenando a los medios que incluyeran la noticia en páginas interiores y sin hacer mucho ruido. El diario ABC desobedeció esta orden (aludiendo que no había sido recibida) y publicó en portada el fallecimiento del filósofo, incluyendo en ese número una decena de artículos de colaboradores como Marañón o Julián Marías.
Las injusticias en uno y otro bando han sido históricas y esto es algo que la memoria de los intelectuales de aquel entonces puede ratificar. Se trató del episodio más cruento de nuestra historia nacional y aun hoy en día las cicatrices siguen sin sanar. Por ello apelo al espíritu marañoniano para seguir adelante y guardar el machete en la funda. Combatir en la palestra de las ideas, pero sin ocupar el terreno personal.
Marañón estuvo preso en la dictadura de Miguel Primo de Rivera por defender a ultranza a su amigo, Miguel de Unamuno, desterrado en la isla de Formentera. Años después, ofreció sin remilgos atención sanitaria a uno de sus hijos en el Hospital Provincial. Al ser preguntado por este episodio en el libro de Gómez-Santos, Marañón responde: “Sí. Primo de Rivera me metió en la cárcel y me puso una multa fiera (100.000 pesetas de aquel entonces), y después, un buen día, resultó uno de los más amigos míos”. Como dice el propio historiador, “Marañón, como buen liberal, no se opuso al dictador, pero combatió la dictadura”.