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Genio femenino: la maternidad como esencia

En Antropología filosófica/Asuntos sociales/Mujer y género/Pensamiento por

Hoy en día se hace énfasis en la construcción social e histórica de la maternidad como si se tratase de una mera función social. ¿Cuál es el propósito? Una función social es cambiable y puede evolucionar, la identidad profunda de una persona, no. Existe un grave riesgo de que la maternidad se viva actualmente como una carga y no como una vocación que permita a la mujer crecer en su humanidad. Queriendo “liberarse” de sí misma y de lo que es, a fin de cuentas, se destruye y con ella, su misión y su identidad.

La primera mujer en el Génesis se llama Eva, “aquella que da vida”. Esa capacidad de dar vida es lo que define a las mujeres; desde la más evidente que es la maternidad biológica hasta de otras mil formas diferentes. Esas variaciones son tantas vocaciones particulares que se enraízan en lo más íntimo del ser de la mujer. En su libro La Mujer, Edith Stein habla de una vocación particular de la mujer desde su creación. A Eva, Dios le ha confiado el cuidado y la acogida de cada ser humano. Esto se refleja en su cuerpo, psicología, inteligencia y espiritualidad.

Maternidad física: preparación a la interioridad y acogida

La mujer, por su corporeidad, vive una encarnación de la interioridad y del acogimiento. Físicamente, la mujer tiene más presente su cuerpo que el hombre. Ella vive según los ritmos que este le marca, desarrolla una percepción aguda de los tiempos y de sus variaciones físicas. Tiene que estar más a la escucha porque los grandes cambios biológicos son internos.

La primera sensación que tiene una mujer de la presencia del hijo en sus entrañas se asimila a un parpadeo de una mariposa. Este primer movimiento del feto es tan sutil que muchas veces las madres primerizas tardan en detectarlo. Ahí está parte del misterio de la mujer, una aptitud física que se extiende a todo su ser, de escucha de los murmullos y de los movimientos diminutos. Esta vivencia refuerza una tendencia femenina a la capacidad de escucha, de estar atenta a lo escondido. Le permite habitar lo cotidiano, ser sensible a la belleza y el misterio del sencillo día a día.

La mujer, siendo madre, experimenta una transformación física y espiritual que imprime carácter y marca tanto su cuerpo como su alma. Hay mujeres que no viven la maternidad de manera física pero sí en otras dimensiones. A las religiosas, por ejemplo, se les llama “madre” porque se reconoce en ellas este amor maternal. Y otras mujeres con vocaciones más particulares viven su único e irrepetible modo de ser madre.

Maternidad intelectual: la fuerza de la intuición en el entendimiento

Si la forma es imagen de la verdad del ser, la inteligencia femenina se moldea igualmente a partir de este don para la acogida.

Muchos entienden que la inteligencia pasa por la facultad para elaborar sistemas y arrojar así luz sobre algún ámbito de la realidad. Sin embargo, no es el único modo. Los artistas, los genios y los místicos son ejemplos de cómo el ser humano llega hasta cierto nivel con construcciones racionales pero necesita, para ir más lejos, de una receptividad que no alcanza por su propio razonamiento. En un documental sobre superdotados capaces de resolver en segundos casi cualquier ecuación matemática, uno de ellos explicaba que no alcanzaba esa rapidez por una velocidad prodigiosa de cálculo.  Decía que, para él, los números eran como imágenes y que sencillamente veía el resultado de la ecuación como una imagen más. Así de fácil o de difícil, según se mire.

Simone Weil, filosofa francesa, definía esta destreza intelectual como “capacidad de atención”, es decir, la posibilidad de percibir la realidad desde un conocimiento intuitivo y no desde la pura actividad intelectual.

A menudo, la mujer es más propensa a enlazar intuiciones y construcciones en sus trabajos intelectuales, en parte por su especial acogida de los demás que se refleja igualmente en el plano intelectual. La capacidad de integración es más natural en este proceso por su disponibilidad para recibir lo que no es ella, o no propiamente suyo.

Otra de las grandes aportaciones intelectuales de la mujer es la transmisión del conocimiento. Para ella es algo natural porque es más fácil desprenderse de algo que, desde el principio, sabe que no es suyo.  Y eso la mujer lo conoce bien por experiencia. Además, ella vuelve permanentemente a lo particular, a la persona concreta. Así, es menos frecuente que se quede atrapada en sistemas brillantes pero poco conectados con la realidad.

Maternidad espiritual: la sensibilidad al misterio y al sufrimiento ajeno

La mujer tiene sensibilidad a lo que está escondido. Ella conoce esos periodos de silencio, cuando aparentemente no ocurre nada y en realidad está aconteciendo todo. Es como el grano que cae en la tierra y muere para dar fruto, para dar vida.

El secreto es necesario para que surja el misterio. La agitación y la verborrea son tierras donde no crece nada. Como nos cuenta el Evangelio, la Virgen María, profundamente mujer y perfectamente santa, vivía todos los acontecimientos meditándolos en su interior. Y así se entiende la feminidad, esa necesidad de asimilar la realidad captándola para interiorizarla. La mujer es radical por naturaleza porque se siente atraída por llegar a la raíz de las cosas, a lo que no se ve pero lo encierra todo.

La mujer está abierta a conocer en profundidad a cada persona porque se centra  en el “ser” más que en el “hacer”. No abstrae; para ella no existe “la humanidad” sino rostros concretos. Ella sufre más porque compadece más. Se adentra temblando en la tierra del sufrimiento ajeno porque es parte de su respuesta a su llamada: cuidar y acoger al ser humano. Es la última en abandonar al otro.

¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque esas llegasen a olvidar, yo no te olvido.” (Isaías, 49-15).

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