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La venganza os hará… vengativos [RÉPLICA]

En Filosofía/Pensamiento por

En el mundo de Harry Potter y también en el mundo de la fenomenología de la religión, es conocida la distinción que hace Levinas entre lo sagrado y lo santo. En la categoría de lo sagrado, cabe la obra entera del genial Rudolph Otto Des Heilige, que malamente se ha traducido en España por “Lo santo”. Pero hay en lo santo (qadosh) una eminente distancia respecto del hombre que no podemos adscribir a lo sagrado, por muy tremendo y fascinante que resulte.

(Este artículo responde y rebate a uno publicado hace unos días en esta misma revista: ‘La venganza os hará libres‘)

Todas estas sutilezas y distinciones de sesudas cabezas en el ámbito de lo religioso deberían infundirnos respeto. Respeto que no se percibe en cierto artículo recientemente publicado en Democresía, donde se casan dos términos que han provocado que me rasgue el pijama: “venganza santa”.

El articulista, pariente del monje Pelagio, erróneamente equipara venganza santa e ira santa. Airarse ante el mal es lo debido, una expresión de amor al Bien es odiar el mal. Estoy de acuerdo con el articulista cuando arremete a patadas contra el buenismo de la agente Lisbon, que en la serie El Mentalista se escandaliza ante la actitud de Patrick Jane: “Eso no es justicia, es venganza”.

Ahora bien, estoy de acuerdo en impulsar mi pie hacia dicho trasero pero por razones diferentes a las que esgrime el referido escudero del mérito. Lisbon necesita sentarse en mi empeine porque se abraza a una justicia en nombre de… ¿la justicia? Sí, pero una justicia que no se apoya en una metafísica del Bien sino que es en realidad una venganza civilizada, un encubierto: “te lo mereces, maldito”.

Teresa Lisbon en la serie El Mentalista

 

La justicia es uno de esos conceptos luminosos que a partir de Ockham se ha ido vaciando, empobreciéndose hasta llegar a nuestros días donde todo es confusión.

El articulista no rinde culto a la venganza sino a la justicia retributiva: “el resarcimiento del mal sufrido”, “conservar el equilibrio de la justicia”. La justicia retributiva, digámoslo de una vez, es la lógica más adherida a nuestro ADN de cuantas lógicas haya visto el mundo. Es la lógica de los méritos y los deméritos, conocida por los mesopotámicos, los druidas, los sacerdotes egipcios, los griegos, los aztecas y mi abuela. A cada uno lo que se merece.

 

La justicia es uno de esos conceptos que, a partir de OCkham, se ha ido vaciando hasta nuestros días.

 

Esta ley universal (que los egipcios llaman maat, los mesopotámicos simtu, los hindúes Rta y los griegos hado), como toda ley, precisa de un órgano que se encargue de hacerla cumplir, que nos asegure que, en efecto, se dará la correspondencia entre la acción y el resultado deseado. ¿Quién es este juez-policía que hará cumplir la ley?

En las religiones antiguas es muy fácil: los dioses. Los dioses velarán por esto, a través de los sacerdotes o de los reyes, del Chamán-jefe de tribu o el Faraón; y en nuestros días, porque no decirlo, el Estado moderno (que en palabras de Webber tiene el monopolio jurídico de la violencia, es el único órgano que puede aplicar la violencia y quedar impune).

Las sociedades antiguas se constituyen en base al esquema retributivo, se ordenan en función de rango, casta o clase. El rito nos asegurará que el esquema retributivo se cumplirá; es más, el rito no es otra cosa que el esquema retributivo mismo: el rito es una acción que garantiza un resultado (encadenar con ello al dios, para que nos asegure resultados favorables). Toda la parafernalia de la religión romana, con sus ritos milimétricos, sus palabras medidas hasta la exasperación, no hace sino rendir pleitesía la lógica retributiva: si hago A obtendré B. O el aún más dramático caso del ritualismo brahmánico: si no se hacen las abluciones matutinas, el sol no saldrá.

 

El rito pretende asegurar que el esquema retributivo se cumplirá, pero el problema surge cuando el inocente sufre…

 

El problema surge cuando los sistemas religiosos hacen aguas, cuando un inocente sufreIván Karamázov apura la copa y Job, ante el desastre y la catástrofe, resiste las acusaciones de sus “amigos”: algo habrás hecho… ¡Que no!

La contrapartida de la justicia retributiva es la lógica de los méritos: yo tengo lo que me merezco. Y con esta simple ley, tan cierta y apta para los negocios, uno puede construirse religiosamente su corona áurea, desesperarse en su intento de hincharse de actos, de llevar cuentas morales, las propias y las ajenas. El otro, que también sabe llevar cuentas, se convierte en enemigo, en juez y a la vez, víctima de mis juicios.

La religión se disuelve en moral, y lo santo se confunde con lo sagrado. Y nosotros los hombres, nos hacemos Titanes capaces de sostener por nuestras propias fuerzas todo el firmamento de nuestra existencia, campeones de la auto-justificación.

Dejemos a los negocios con su lógica, y a lo santo dejémosle que haga lo que quiera, por muy escandaloso que pueda resultarnos su inimaginable exceso: el amor cubre la multitud de pecados.

Quisiera acabar homenajeando a mi amigo articulista. Él cita a Santo Tomás y al Crisóstomo, yo también cierro este artículo citando a un Patrístico Doctor llamado Martín Lutero:

Estos son nuestros argumentos, que hacen enmudecer a los Enriques, a los tomistas, a los papistas y a todas las heces, sentinas y letrinas de tales impíos y sacrílegos”.

Nací en una cloaca de convento del Siglo XVI. Así como el nauseabundo pescado despertó un olfato hiper-sensibilizado en Jean-Baptiste Grenouille, la relajación en la vivencia de la Regla de aquellos monjes despertó en mí una brutal intolerancia por las variadas formas del alma moderna. Reaccionario implacable, soy seguidor del cardenal Cayetano y Donoso Cortés. Me enloquecen las salchipapas, símbolo del imperio Español, y me pierde mi devoción por Mourinho.

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