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Es usted un filósofo

En Filosofía/Pensamiento por

¿Quiere usted empezar a filosofar? O, da igual, ¿no quiere? No tiene escapatoria. Es necesario que lo sepa: es usted un filósofo, lo quiera o no.

Incluso el más ignorante de los hombres de esta tierra está imbuido en su forma de pensar por nociones heredadas que, en cierta manera, son ya de por sí “filosóficas” y que suponen una forma particular de ver el mundo. Especialmente en el caso de quienes han nacido y crecido en el seno de una sociedad occidental, todos tienen en su acervo filosófico un buen número de principios y axiomas intelectuales heredados (a menudo mal heredados) de gigantes del pensamiento moderno tales como Descartes, Kant, Hume y, muy particularmente, Nietzsche.

Ahora bien, que todos nosotros (usted y yo incluidos) seamos, en cierta manera, filósofos (¿no es bello pensar que la filosofía es algo connatural al hombre?) no significa que andemos por el mundo mirando las estrellas sin ocuparnos de las cosas presentes. Si así lo hiciéramos acabaríamos como Tales de Mileto, en el fondo de un pozo por no mirar al suelo.

Es fácil constatar que, especialmente entre los más afectados por las corrientes de filosofía modernas y contemporáneas, existe una divergencia brutal e incluso cómica entre lo fervientemente que defienden el relativismo en la teoría y lo feroces que se ponen cuando, por ejemplo, se ponen en duda ciertos dogmas inconscientemente asumidos.

Existe una divergencia brutal e incluso cómica entre lo fervientemente que algunos defienden el relativismo en la teoría y lo feroces que se ponen a la hora de proteger sus propios dogmas.

También los materialistas y algunos de quienes se ven más influenciados por ciertas corrientes ultrarracionalistas se ven obligados a admitir que viven constantemente una “mentira”, pues tienden a comportarse como si fueran libres, como si amaran o como si existieran el bien y el mal, cuando su teoría les dice lo contrario.

Y no es del todo culpa de ninguno de ellos. Todavía no ha nacido el hombre capaz de vivir de forma coherente con las filosofías modernas.

Lost In Deep Thoughts. por Miroslaw Chelchowski

La separación entre pensamiento y vida

Vayamos a las fuentes: el germen fundamental para la separación entre pensamiento y vida (o, si se quiere, entre experiencia y verdad) se produjo con el famoso cogito, ergo sum, de Descartes, en el siglo XVI.

René Descartes, famoso ya en su tiempo por haber desarrollado (que no inventado) el método científico y por haberlo aplicado de forma fructífera en distintas disciplinas, recibió la propuesta de hacer lo propio con la filosofía. Se trataba de convertir a la filosofía en una disciplina capaz de alcanzar verdades indubitables, para lo cual sería necesario dotarla de unos fundamentos férreos frente a la experiencia borrosa y a veces oscura.

Ahora bien, el error de Descartes consistió en que, pese a ser cierto el argumento lógico de que el pensamiento presupone y requiere de la existencia de quien piensa (siendo esto una verdad fuera de toda duda), el ego cartesiano ( el yo, el sujeto que piensa) supuso una mutilación brutal de lo que, hasta entonces, había sido una persona, que vive, piensa, ama, desea y espera.

El yo cartesiano es un yo artificial, un yo “de laboratorio” depurado hasta dejar de él solamente la mera razón, como aquellos nuevos elementos químicos que solo existen dentro de una probeta, pero que no resisten en el mundo natural. De ahí que, como aquellos, el yo cartesiano solo sea apto para una clase determinada de pensamientos, no para la vida.

El «yo» de Descartes es un «yo» de laboratorio, reducido hasta dejar de él solamente la mera razón, como aquellos elementos químicos que solo existen dentro de una probeta.

No fue hasta principios del siglo XX cuando un filósofo llamado Edmund Husserl puso la que seguramente sea la piedra que faltaba en el mosaico para ampliar el horizonte del yo y llevarlo de nuevo hasta la realidad, allí donde es posible pensar desde la experiencia (y de donde algunos nunca se movieron, dicho sea de paso).

Husserl tomó de un célebre psicólogo llamado Franz Brentano la noción de intencionalidad y la llevó a la filosofía.

La intencionalidad, tal como la entiende la fenomenología (que es la corriente filosófica inaugurada por Husserl) es, dicho mal y pronto, la propiedad de determinado tipo de conductas del pensamiento que señalan hacia algo. Algo más allá del pensamiento de uno mismo, se entiende, y algo más allá de las meras sensaciones aisladas. Quizá sería más correcto decir que señalan hacia “algos”, es decir, que en ellos se presentan “cosas” ante la percepción, sean estas reales o imaginadas pero siempre fruto de una experiencia que requiere ser examinada.

Así pues, la fenomenología consigue resituar el lugar de la filosofía en el campo de batalla por la verdad que se encuentra entre aquel que se sitúa ante el mundo y el mundo que se presenta ante él, exigiendo ser conocido.

Ahora bien, ¿dónde se produjo el error? ¿cómo fue posible llegar a convertir a la filosofía y al pensamiento en algo incapaz de decir verdades acerca de la realidad y del mundo?

La verdad se muda al lenguaje

Al hilo de esto, resulta especialmente clarividente la crítica que hace Heidegger a una cierta reducción de la noción de verdad o, mejor dicho, a una modificación del lugar en el que reside la verdad.

Aunque Heidegger erró acusando a Aristóteles y a la “metafísica tradicional” de haber provocado la confusión, sí atinó, en cambio, al describir el mecanismo del error. A partir de la clásica noción de verdad (adaequatio intellectus et rei o, dicho en román paladino, la adecuación entre el pensamiento y las cosas), se produciría un sobreentendimiento que, en último término, desplazaría la verdad hasta convertirla en algo así como una propiedad del lenguaje, en lo que determina la validez o invalidez de una sentencia, sin mayor referencia hacia la realidad.

El error no tendría, a primera vista, mayor importancia, pues todos asumimos como cierto que, cuando hablamos, decimos la verdad o nos equivocamos, sin más posibilidades.

El desplazamiento del eje de gravedad de la verdad hacia el lenguaje convirtió la razón estricta en la única fuente de verdad, al margen de la experiencia.

Sin embargo, llevado al último término, el desplazamiento del eje de gravedad de la verdad hacia el lenguaje creó la idea de que verdad era sinónimo de proposición verdadera. Esta, a su vez, redujo la verdad a lo gramaticalmente planteable y, en consecuencia, dejó a la razón estricta como única herramienta para el conocimiento de la verdad, mientras la experiencia quedaba relegada a la categoría de conocimiento “relativo”, no susceptible de ser escrutado con mucho mayor detenimiento.

Al margen de originalidades varias del filósofo de Messkirch, lo que nos interesa aquí de la aportación de Heidegger sería la llamada de atención sobre una tentación presente en la tradición filosófica, que consiste en sustituir la necesaria vinculación entre pensamiento y vida, entre conocimiento y experiencia, por un mero “saber libresco” asumido a menudo de forma deficiente y transmitido a través de las generaciones hasta quedar “solidificado” e infranqueable para la experiencia.

Conclusión

Así pues, volvamos al inicio: usted y yo somos filósofos, pensadores que viven en el mundo pertrechados con una grandiosa herencia intelectual que, sin embargo, muchas veces nos aleja de la realidad (tan obvia para quien tiene tantos prejuicios).

Es necesario, entonces, que cada uno de nosotros se haga cargo en su propia vida de poner a prueba sus verdades. No se trata solamente de comprobar si son “lógicas” o si son siquiera razonables (que también) sino, además, de confrontarlas con la propia vida y con los demás para discernir si la realidad responde o no a lo que creíamos que era.

Renunciar a alcanzar la verdad y el acuerdo tenía sentido cuando la “verdad” era algo que estaba solamente en la propia cabeza. A partir de ahora, nos toca azuzarnos unos a otros hasta ser capaces de mirar hacia el mismo sitio, aun cuando las interpretaciones de su significado puedan ser distintas (en cuyo caso habrá que proceder a comprobarlas con la propia vida).

El saber heredado acerca del mundo y acerca de uno mismo no sustituye la obligación de cada uno de autoconocerse y de mirar con sus propios ojos al mundo, igual que no basta escuchar una canción para saber qué es el amor ni leer una biografía para conocer a un hombre.

Y no lo olviden, sus hijos les heredarán a ustedes. Piensen con responsabilidad.

 

  • Imagen de cabecera: fragmento de ‘Son of man’, autorretrato de René Magritte.

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