Con estas provocadoras palabras el profesor español de Teoría y Filosofía del Derecho Elio A. Gallego García, alerta de la quiebra de una de las piedras angulares de la civilización occidental, la libertad política, que está en peligro desde el momento en que se funden las ideas de representación y poder. El objetivo fundamental del libro no es otro, que el de aclarar el concepto político de representación.
En el primer capítulo, Elio A. Gallego García considera que el origen de la “con-fusión” entre poder y representación surge con el “proceso alquímico” iniciado por Hobbes, que altera el concepto de representación tradicional. Posteriormente, la Revolución francesa va más allá de Hobbes, al pasar del “soberano absoluto concreto” al “soberano absoluto abstracto”, la nación. Produciéndose así la inmanentización del poder, es decir, el nacimiento del pensamiento secular e ideológico. Según Elio A. Gallego desde el momento en el que la división de poderes se convierte en “una cuadratura del círculo” todo se complica. Lo que explica la conflictiva historia política y constitucional europea de los siglos XIX y XX y la consecuente dificultad de las democracias para frenar a los totalitarismos.
Por otro lado conviene abrir los ojos, porque desde mediados del siglo XX en todo Occidente se ha reforzado de tal manera el poder del ejecutivo, ayudado por la popularidad mediática del candidato a la presidencia, que el legislativo se ha convertido en una mera “cámara de ratificación” en “una cámara representativa, pero representativa del poder y la mayoría del gobierno de turno, no del pueblo”. Además, los partidos políticos insertados de lleno en la maquinaria estatal y al servicio de los lobbies y de las oligarquías, “desnaturalizan el carácter representativo y legislativo” y olvidan una idea clave del pensamiento político occidental, la de que no puede haber impuesto si no hay representación.
A continuación, Elio A. Gallego resalta el modelo representativo prehobbesiano inglés, evolución del modelo gótico medieval según Montesquieu. Este modelo se basaba en un delicado equilibrio entre representación y poder. Sin embargo, la Revolución francesa, mutó a largo plazo el modelo inglés en parlamentarismo, que es “la enfermedad que padece el parlamento cuando se arroga un poder más allá de la representación del cuerpo social”. Para el pensador decimonónico español Donoso Cortés, defensor del equilibro británico, el parlamentarismo es “el espíritu revolucionario en el parlamento” un espíritu “que no está inspirado por la libertad”, “es poder y no resistencia al poder”. En definitiva, un “Poder sin límites es un Poder esencialmente anticristiano” decía Donoso.
Según Elio A. Gallego la representación feudal, basada en las corporaciones locales, auténtico microcosmos medieval, sí que era representativa. De hecho, la idea de representación parlamentaria nació al calor de las ciudades medievales (León en el contexto de la Reconquista forjó una de las primeras Cortes de Europa en 1188) y bajo el amparo de una reinterpretación del Derecho romano. En el caso español, las Cortes castellanas, auténtico baluarte de libertad según Lord Bolingbroke, y de control del poder, iniciaron su decadencia con el emperador Carlos I y murieron con la llegada de los Borbón a España.
El otro modelo clásico de representación, es el regio, primera forma de gobierno y de representación para los antiguos, “a mitad de camino entre lo sagrado y lo político”. Con el cristianismo, y de manera progresiva, especialmente desde los siglos XI y XII, el rey “representa a Dios y custodia la justicia ante su pueblo” así como ejerce el poder como carga y deber. Estas ideas clave del pensamiento tradicional europeo, se alteraron en la Edad Moderna, según Elio A. Gallego, en línea con Dalmacio Negro, por la consolidación del derecho divino de los reyes, en el que el poder pasa a ser un derecho propio y exclusivo del monarca. Conviene recordar que cuando un rey se convierte en tirano, algo que no ha sido infrecuente en la historia, los lazos de fidelidad pueblo-rey se rompen. Decía Santo Tomás “dispóngase el gobierno del reino del modo que se evite la tiranía.”
Finalmente, el pensador español considera que la democracia, forma política fundamental junto a la realeza, “tiende por sí misma hacia formas oligárquicas o aristocráticas, según esas formas sean degeneradas o virtuosas”. Por ello, el autor, siguiendo a Burke, reivindica frente a la actual deriva oligárquica, una democracia que reconozca a los notables, es decir, a la aristocracia natural. Cuya virtud personal basada en la fortaleza, la madurez y el patriotismo, cuide de la libertad y de la res publica, para frenar la deriva tiránica y demagógica y garantizar una verdadera y auténtica representación.
Este artículo fue publicado originalmente en Seminario de Estudios Políticos y es reproducido aquí con permiso de su autor.

