“El ser humano es el animal con mayor capacidad de adaptación al medio“. Este dicho popular convence. Solo un científico se atrevería a refutarlo. El resto de los mortales pensamos en los esquimales de Siberia, en los bereberes del Sáhara, asentimos y seguimos a lo nuestro. Si aún le seguimos dando vueltas, la frase gana enteros al revisar el curriculum de una especie capaz de resistirse incluso a su propia amenaza. Obviemos la aseveración científica porque imagino que habrá alguna bacteria, parásito, insecto, o algún ser del inagotable espectro de la vida y sus formas que sea capaz de existir con una cantidad ínfima de oxígeno, bajo alta radiación o sometido a no sé qué tipo de rayo solar ultra-magenta. El caso es que posiblemente ninguno de ellos vea tan amenazada su existencia por su propia raza, por sus iguales.
Hay otro tema que liga tan bien con este artículo como con las cenas en centro comerciales después de una tarde de cine o de una ingesta de compras. Consiste en repasar los seres vivos que más humanos matan a lo largo del año. Pues bien, les resuelvo la duda: el primero es el mosquito, después está la serpiente y luego aparecen animales como el perro, el cocodrilo, etc. Sin embargo, en estas conversaciones se olvida citar al propio ser humano (aunque igual se da por hecho), y es aquí donde pone el foco este texto; en el asombro (del individuo) ante la supuesta superación (social) de los empeños que pone el hombre por destruir a sus semejantes y, en correlación, sobrevivirlos.
El ser humano es un animal capaz de crear un ecosistema donde cualquiera de su especie se convierte en una potencial amenaza. Las guerras sumergen en un caos civil a los individuos hasta tal grado, que el simple hecho de ser ya es motivo de vivir en un estado continuo de alerta.
El Capitán (Robert Schwentke, 2017) narra la historia (basada en hechos reales) de Willi Herold, un soldado desertor del ejército alemán que se hizo pasar por capitán gracias a la azarosidad de encontrarse un traje abandonado. La cinta es un interesante viaje a través de la mutación de una identidad desde el atrevimiento y el instinto de supervivencia de un joven de tan solo 19 años. Su caso escenifica la capacidad de las personas para adaptarse a un contexto con tal de sobrevivir, y lo que esto conlleva.
Precisamente el instinto de supervivencia es lo único que parece inmutable en su persona, el pilar fundamental sobre el que se apoya la metamorfosis. Herold pasa de ser una presa de caza del ejército a convertirse en un fiero adalid de la causa nazi – no por fervor ideológico sino porque considera que es más fácil escapar a la condena desde la mentira. Esta supeditación a continuar con vida sea como sea le obligará a eliminar cualquier ápice de moralidad. Y debe ser que algo había, porque la película refleja diversos brotes generados por un trastorno identitario o por el mero hecho de tener que digerir tragos demasiado duros para el Herold prófugo pero acordes al despiadado Capitán Herold.
Al cubrirse de condecoraciones, el ex-prófugo aniquila su persona, deja de ser él y se convierte en un prototipo de personaje que edifica con las ideas básicas del cómo debe ser una persona de ese rango. El personaje deja de utilizar la huída como estrategia de supervivencia para refugiarse en la mentira, que le obligará a ser cruel y despiadado si no quiere levantar las sospechas de los suspicaces más osados y acallar la intromisión de los más cobardes.
El caso de Herold escenifica la necesidad y capacidad de las personas para adaptarse a un contexto con tal de sobrevivir”.
El filósofo indio Jiddu Kishnamurti alegaba que el ser humano necesita identificarse para tener seguridad, y Herold necesita defender que es un capitán del partido nazi de un momento para otro. Altera su carácter y principios sin tener tiempo para asimilarlo, lo que le obliga a construir a un personaje en base a la vaga idea que tiene desde su experiencia de un oficial de las SS, es decir, un personaje duro, sin piedad ni empatía. La construcción inicial es una sorpresa hasta para sí mismo, e irá edificando la personalidad del capitán en función de las desavenencias y problemas que sucedan en el camino, que en un contexto como la guerra son bastante impredecibles. Todo esto con el aliciente de no bajar la guardi y mantener las formas para disipar las dudas de los que le acompañan. En definitiva, Herold continúa huyendo, sin saber muy bien a dónde, por la cornisa del engaño.
No obstante, hay varios momentos donde se puede atisvar la sospecha de algunos personajes acerca de la historia de Herold. Incluso en el propio Herold se puede ver una lucha interna, los últimos fogonazos de la llama de la razón que algún día habitó en el joven soldado. Pese a que el personaje muestre un gran dominio de los nervios y una admirable capacidad para mantener ‘la actuación’, la película refleja las grietas por las que se escapa cierto trastorno de identidad disociativo, como cuando tiene que ajusticiar a su primera víctima, ante una carnicería de presos o cuando uno de sus soldados se excede con un preso. Es reseñable este tercer momento, pues incluso se justifica ante su mano derecha, que tiene dudas morales sobre la crueldad con la que se está actuando.
Pero su afán por sobrevivir le impide derrumbarse. Herold responde con la dureza que se espera del cargo y ve cómo la situación se solventa con éxito. Termina vinculando su seguridad a su capacidad de responder con frialdad y sin miramientos, entrando en un círculo que se retroalimenta: cuánto mayor es el peligro de ser descubierto más cruel e insensible se vuelve. Esta dinámica hace que Herold lleve el carácter frío, intransigente y desonsiderado, que se suponen a un capitán nazi, hasta el extralímite de la ferocidad y la brutalidad, a fin de alejar las suposiciones y posibles rebeldías. Lo que en un principio aparenta ser una imitación animada por un disfraz termina siendo su salvoconducto, su garantía de consideración y seguridad, y acaba dominándole.
Poco a poco, el nuevo Harold, construido a base de mentiras encubiertas en un abrigo de oficial, va ganando terreno al antiguo soldado. No le pesa su nuevo carácter sanguinario e inhumano, de hecho el traje cada vez le sienta mejor. El conflicto identitario se salda con la solidificación de la inhumanidad del personaje, algo que surgió como mecanismo de defensa (o más bien huida) y ahora es el totem de su identidad. El prófugo Harold, que huía del combate, termina convirtiéndose en un exterminador de deserteroes. El Capitán Herold termina matando al soldado Herold.
El Capitán Herold termina matando al soldado Herold”.
La película refleja más casos donde se corrompe el ser humano. Donde traiciona sus principios y valores con tal de sobrevivir, pero también donde se prefiere afrontar las consecuencias de ser coherente.
El caso es real. Posiblemente el enésimo que se da en los escenarios de caos social, de guerra, donde el ser humano se devora a sí mismo. En esos contextos donde existe la constante amenaza de ser aniquilado pero, al mismo tiempo, la oportunidad de persuadir, de controlar la situación y evidenciar, una vez más, su capacidad para adaptarse al medio.

