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Trabajos de mierda

En Economía por

El “sugerente” título del artículo es tomado de un libro de David Graeber que Ariel ha publicado hace poco, donde el autor intenta exponer una idea simple pero poderosa, parecida al elefante de la habitación que todos percibimos pero nadie quiere ver: ¿y si en nuestra sociedad hubiese un porcentaje relativamente elevado de trabajos de mierda? No se refiere a trabajos precarios o basura, para eso ya hay abundante literatura, sino a trabajos sin sentido, que no aportan nada a la sociedad y que el mismo trabajador reconoce como tal pero no lo admite porque le pagan por ello.

¿Tienen en mente la simpática operadora de telefonía que nos ofrece por décima vez cambiarnos de compañía? ¿Qué pasaría si mañana no existiera ese tipo de trabajo? ¿Nuestra persona, o en general la sociedad saldría perjudicada de algún modo? Podemos aumentar los ejemplos con elaboradores de informes que solo sirven para justificar una decisión ya tomada, la atención telefónica a las quejas de un producto, supuestos supervisores que intervienen sobre lo que ya funciona (y lo empeora), dar trabajo inútil a un empleado que no se puede echar… en fin mejor no seguir.

La teoría principal es que se ha creado un sistema económico (tanto en lo público como en lo privado) que a veces, en vez de ofrecer un servicio a los ciudadanos, se justifica a sí mismo sin hacer las cuentas con la realidad, cuyo fin es hacerse cada vez más grande.

David Graeber tiene otro libro en el que avisa del peligro de seguir aumentando la deuda tanto pública como privada del sistema. Y para sobrevivir en el sistema, se realizan una serie de normas cuya única función es permitir que el sistema siga funcionando. Pensemos por ejemplo en la cantidad de papeleo burocrático que se necesita a veces para realizar cualquier acción. O la cantidad de tiempo que nuestros políticos dedican a criticar sus oponentes, dormitar en los escaños o hacer publicidad porque el sistema está así montado. Otra pregunta incómoda sería si esto va a más o a menos. Pensemos en si se reduce o aumenta el tiempo que dedicamos a inútiles reuniones, a contestar mails o rellenar informes que casi nadie leerá.

Se parte de una vacía del trabajo donde el valor del mismo no existe en función del bien que se aporta a la sociedad ni de su significado, sino del tiempo empleado, como si el trabajo fuese un fin en sí mismo al que la sociedad estaría obligada a darle porque permite que el sistema siga funcionando. Si creamos una ideología lo suficientemente elaborada (o tenemos el suficiente poder), obligaremos a la realidad a someterse a nuestros proyectos o intereses. Hasta que la realidad (o nuestro corazón) nos vuelva a poner en nuestro sitio. Cuenta Stefan Zweig que Juan Calvino y sus seguidores después de criticar ampliamente la labor de la iglesia católica tuvieron que confesar que no se atrevían a entrar en los hospitales de los apestados que habían quedado vacíos.

La experiencia en este sentido es clara, como explica Dostoyevski en Memorias de la casa muerta, el mejor modo para destruir psicológicamente un preso es obligarle a realizar una tarea sin ningún tipo de sentido. Entonces, ¿por qué nos contentamos en reducir nuestra humanidad, el uso de la razón en nuestra vida cotidiana? No me refiero a la dureza de la vida, o los pequeños pactos que hacemos con la realidad para seguir afrontando nuestro día a día. Me refiero justamente a las veces que traicionamos la búsqueda de la verdad. Cuando nos contentamos con una experiencia superficial y consumible del afecto en nuestras vidas. Y ni siquiera tenemos el valor de reconocerlo, haciendo la mentira cada vez más grande y poco a poco ir perdiendo el gusto por la vida.

¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo? Se preguntaba T. S. Elliott. ¿Dónde hemos perdido el valor del trabajo, de las palabras, de las relaciones? Pero una vez reconocemos con dolor este hecho, ¿donde y cuando hemos visto una experiencia diferente? Donde el trabajo es un bien para uno mismo y para los demás. Donde las palabras hayan podido describir por un momento el orden y la belleza de la realidad. Amigos que damos las gracias por el solo hecho de haberse cruzado en nuestro camino. Seguro que todos podemos reconocer aunque sea un momento de estos. Nunca es tarde para nacer de nuevo.

Profesor de historia y gaudinista. Empecé el doctorado sobre la relación entre la naturaleza, la cultura y la liturgia en Gaudí pero lo dejé (aunque me sigue interesando) para dar clases de historia contemporánea en un colegio.

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