Me preocupa sinceramente la imagen global de medio Occidente “comprado” o profundamente endeudado con la superpotencia china. Perdonen si me pongo apocalíptico.


Lo cierto es que la semana pasada, cuando nuestro presidente, Mariano Rajoy, visitó el país asiático para captar inversión extranjera, eché de menos al menos una pizca de reacción social semejante a la que se produjo cuando el pasado mes de noviembre (2013) España se disponía a jugar un partido amistoso de fútbol con Guinea Ecuatorial.
Recuerdo que , por aquellas fechas, las redes sociales se incendiaron y varios grupos parlamentarios mostraron su oposición a que la nuestra, la selección deportiva de un país democrático y garante de los Derechos Humanos, hiciera tal concesión a un territorio que, como bien saben, carga con el yugo de la familia Obiang desde hace décadas.
De algún modo, la crisis económica y la necesidad de huir hacia adelante –también en términos económicos– nos está llevando a asumir una hipoteca con intereses más altos de los que, con toda seguridad, estamos dispuestos a pagar en plazo alguno. No me refiero a los tipos de interés ni a la prima de riesgo, por supuesto. Más bien apunto hacia el modelo social y económico en el que, gracias al creciente dominio chino de la economía mundial, nos vamos a ver inmersos dentro de no mucho tiempo.
Hasta donde yo entiendo, el crecimiento (nunca antes visto en país alguno) de la economía china se debe a varios factores, entre los que figuran sin duda su imponente fuerza demográfica y el carácter laborioso que tradicionalmente se atribuye a buena parte del extremo oriente.
Sin embargo, hay también otros elementos que ordenan todas las capacidades y posibilidades de su sociedad para exponer su rendimiento al máximo, como son la falta de escrúpulo alguno con el respeto del medio ambiente (cosa que ya están sufren en su propia carne), la inexistencia de derechos laborales, la inseguridad vital que produce la inexistencia de la propiedad privada y la tiranía de un régimen antidemocrático al que no le tiembla la mano, por ejemplo, a la hora de demoler cientos de miles de viviendas para construir instalaciones para los Juegos Olímpicos.
Todo ello aliñado con el más absoluto desprecio por cualquier otro de los Derechos Humanos que no haya nombrado aquí, como la libertad de prensa y de expresión, el derecho a la vida y a la dignidad de todo ser humano, el derecho a la libertad religiosa o el que a ustedes más les guste.
Dicen que los extremos se tocan. Los sistemas económicos no son la excepción. Son ya varias las generaciones de Papas que vienen denunciando que el capitalismo exacerbado ha conducido a la economía a la cúspide de la pirámide de prioridades de nuestra sociedad, sometiendo al hombre a su servicio hasta el punto de obligarle a renunciar a parte de su humanidad (a la familia, por ejemplo) como tributo a la seguridad económica, a la estabilidad y a la propia ambición. O simplemente dejando atrás a todos los considerados “inservibles” para el progreso económico, que son quienes se han visto perjudicados en mayor medida durante los últimos años de la crisis.
Ese principio de corrupción del sistema, que ha doblegado a la economía de los hombres libres al dominio del mercado, internacional, es el mismo que ha empujado al régimen chino a poner todos sus esfuerzos en doblegar a la bestia para evitar su propia destrucción, pues ni siquiera los sistemas comunistas pueden abstraerse de la necesidad del mercado.
El imperio de China sobre el mercado internacional, al igual que el de Estados Unidos lo hizo en su momento, colocará al régimen comunista en una posición privilegiada a la hora de marcar el paso del sistema productivo mundial. No se extrañen si, de aquí a algunos años, probablemente décadas, empezamos a ver en Europa nuevas regulaciones laborales que nos hagan “competentes” en un mercado mundial en el que, con la caída de Occidente y su recorrido histórico y de valores, habrán caído también todos los logros de bienestar y dignificación del trabajo que ahora (incluso en el marco de la crisis económica) disfrutamos.
No piensen en política pequeña, den un paso atrás para ver la imagen completa. Ningún tribunal nos devolverá la soberanía aunque aleguemos que “no sabíamos lo que firmábamos”.
Para la historia quedará la irónica coincidencia de que mientras el presidente de España viajaba a Pekín para pedir dinero a China, en Hong Kong estallaba una revolución callejera para pedir la libertad y la democracia.
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