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Tres juicios y una cuestión: La verdad del poder o el poder de la verdad

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¿Están condenados a la perpetua pugna recíproca poder y saber, poder y verdad? Veamos. Juicio primero: Hace no mucho tiempo, un rayo (simbólico) golpeó la columnata del Palacio de Herodes en Jerusalén. Un político debía decidir si actuaba conforme a la prosaica justicia -a la verdad- o aquietarse aquietando a la muchedumbre de unos metros más abajo. La tensión en este juicio era eléctrica.

“Entonces Pilatos -aquel hombre de una cultura vieja, agotada, y por esto escéptica- dijo: ‘¿Qué es la verdad?’ Y porque no sabe lo que es la verdad, y porque como romano está acostumbrado a pensar democráticamente, apela al pueblo y celebra un plebiscito. […] El plebiscito fue contrario a Jesús. Quizás se objetará -objetarán los creyentes- que precisamente este ejemplo habla antes contra la democracia que a su favor…”. Con estas líneas, el jurista Kelsen, padre del positivismo jurídico, elogiaba el juicio de Jesucristo.

El político, y todo aquél que tiene poder, se encontrará en algún momento con el dilema: lo que quiere la tendencia del poder o por el contrario, la exigencia de la verdad. El intelectual también se encontrará con el mismo dilema, puesto que todo poder necesita de una legitimación. Los “sabios” pueden orientar al poder, aconsejándolo, criticándolo. O pueden sucumbir al mismo, reforzándolo, afirmándolo. Lamentablemente, el hombre reflexivo es todavía más frágil que el poderoso, pues su vida material es todavía más precaria. Pues un intelectual necesita del reconocimiento incluso por simples motivos salariales…

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En todo caso, para quien tiene cierta influencia sobre sus semejantes, para quien tiene poder, la duda entre poder y verdad aparecerá como un instante crítico, un relámpago en la conciencia: seguir la corriente del poder, dejarse electrizar por el poder y convertirse en una especie de imán cada vez más y más poderoso. O por el contrario, optar por algo más trascendente que el poder mismo -la verdad, la justicia, la dignidad, el honor- y resistir a la tentación siniestra de la lógica inmanente del poder.

Traigamos a colación un segundo juicio. Éste muestra que poder y verdad, poder y saber son dualidades en contraste dramático desde la noche de los tiempos; desde que el jurado de 501 atenienses decidiera condenar a muerte al “más sabio y más justo de los hombres”. En este juicio también podemos apreciar este choque entre saber y poder. El traidor Anito, interlocutor de Sócrates en el diálogo Menón, será uno de los acusadores del maestro de filósofos. Anito es el representante del poder de la opinión pública, de la moda, de la corriente mayoritaria.

Como agudamente recordó Óscar Elía Mañú, en el Congreso Voces Universitarias: “Universidad y poder político”: si lo propio de la política es la dialéctica amigo-enemigo, el sentido de la política no puede ser inmanente sino que ha de estar fuera de la política. Y en la medida en que la Universidad es una institución donde se busca y se vive en tensión hacia la verdad, ésta institución tiene una autoridad que puede influir a la política. Por el contrario si el intelectual pierde lo trascendente, se convierte en mero susurrador ofídico de lo que el oído del poderoso desea oír. Sea este poderoso la multitud, la opinión pública o un potentado concreto.

Eso nos lleva a la cuestión que el mismísimo Santo Tomás se preguntó acerca de qué atrae más al corazón humano. Es decir, “¿Qué es más fuerte: la verdad, el vino, la mujer o el rey?” (Quodlibetales XII. q. 14 a.1). Para él, el apetito sensible y el placer están ordenados a las cosas prácticas, en las que ciertamente manda el rey, el poderoso. Pero a su vez, éste está sometido a la verdad, como las cuestiones prácticas están sometidas a las verdades superiores. Así que para que el poder tenga sentido ha de estar sometido a la verdad, so pena -diríamos prolongando el razonamiento- de que el vino se vuelva borrachera, el amor sexual se vuelva egoísmo o el poder del político se vuelva soberbia y traición. Quizá por eso, en el fondo del infierno, Dante pone el peor pecado para él: el de Judas y Bruto. Aquellos que hicieron del poder su verdad, que pusieron su saber al servicio del poder.

Lo que nos lleva al tercer aparente juicio que todavía no se ha celebrado: el de las próximas elecciones, sean las del 28 de abril sean las de mayo. Según el relato que se nos presenta, en ésta convocatoria electoral, ha aparecido un nuevo partido -si ha sido con la connivencia del poder o no, sería asunto de otro análisis-, VOX, el cual ya ha sido condenado por muchos voceros como populismo, como enemigo moral de toda buena persona respetable o de todo votante sensato y pragmático. Y es esta una cuestión principal, casi de índole moral, que parece juzgarse en estas elecciones.

También está la de si la corriente de opinión que representa VOX es culpable o inocente. La de si los partidos institucionales como Ciudadanos, PP y PSOE podrán sostener su acusación. La de si Podemos seguirá siendo el partido de una legitimidad popular. O la de si están en lo cierto o no los que plantean la convocatoria como un referéndum sobre Pedro Sánchez. Todos estos juicios se superponen y a nosotros, como a los personajes de la Pasión o a los jurados del juicio de Sócrates, la duda nos asalta.

Kelsen no habría tenido dudas: la mayoría es la verdad, puesto que como vimos al principio, Pilato al lavarse las manos ante la verdad perdió la dignidad pero actuó con realismo y pragmatismo políticos. Los acusadores de Sócrates ganaron el juicio, pero tras la muerte del gran hombre, la ciudad se remordió avergonzada y condenó al exilio a los anteriores líderes de opinión. No obstante, estar en la muchedumbre del Pretorio o en el Jurado de los 501 no es posición cómoda, ciertamente. La perplejidad es casi el estado habitual del ciudadano con criterio.

Pero en un punto no podemos tener dudas: que el criterio de nuestra decisión no puede ser estar cerca del calor del poder. No puede ser el embriagamiento del poder. No puede ser la sensualidad de la unanimidad social o de la opinión de los que nos rodean. No puede ser el temor de desairar al rey de lo correcto, de lo esperado, de lo respetable. En el fondo, sólo quien vive en la verdad puede ser ciudadano. Y desde esa libertad que da la verdad, cabe abstenerse o participar en este juicio. Y el resto pertenece a Benavente: los intereses creados.

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Profesor ayudante doctor de Teoría Política y Filosofía en la Universidad Francisco de Vitoria, Abogado en ejercicio. Doctor Internacional en Derecho-Historia de las Ideas Políticas. Es licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración y máster en Política y Democracia. Licenciado en Filosofía, grado en Derecho y máster de Abogacía (UCAV). Su interés investigador está en el análisis político del mundo contemporáneo a través de la Historia de las Ideas y la Antropología filosófica, con las claves que proporciona la Teología política y la crítica cultural. Ha realizado el camino de Santiago tres veces desde Somport, Roncesvalles e Irún.

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