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Trump, Macron, Salvini y otros ‘outsiders’ populistas

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Repetimos a menudos frases referidas al tiempo que nos tocó vivir, a las peculiaridades de nuestra época y las particularidades que nuestros entorno nos ofrece y que cambian nuestro modo de vivir. Pero al final resulta que los temidos cambios no son drásticos ni tan fieros como los pintan.

A día de hoy, muchos se echan las manos a la cabeza con la figura de los outsiders que aparecen en política. No son más que candidaturas externas a la tradicional militancia política de partido, alimentadas por una desafección hacia la clase política que, año tras año, ha calado tan hondo en la población y que dicha desconfianza se trasladó hacia la generalidad del gremio político profesional.

Pero ni hay que tomarse a las bravas la llegada de estos miembros ni debemos considerarlos como extraterrestres de la política. Los outsiders suelen ser  hombres y mujeres que gozan de gran repercusión pública, que generan confianza en los ciudadanos y que suelen proceder del sector privado. Ello no quita que existan ciudadanos que procedan del sector público, que gocen de gran repercusión pública y que, a su vez, tengan la confianza de la gente, pero quizá no representan al concepto de outsider per se.

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En la política de hoy, tenemos ejemplos evidentes de estos personajes en dirigentes como Trump, en Estados Unidos, o Macron, en Francia. Son iconos modélicos para explicar lo que es de verdad un outsider introducido en política y que ha conseguido la cima del poder público. Ellos mismos enarbolan la bandera de representantes de una ciudadanía desafectada, harta de mantener el status quo, debido de las democracias occidentales a través de una fiscalidad impuesta por una clase dirigente con la que no están de acuerdo ni en formas de gestión ni en términos de representación.

Quizá su manera de gestionar las finanzas, mientras que estuvieron al frente de negocios en el sector privado, refuercen la imagen de Trump y Macron  para una sociedad en la que el voto económico sustituyó al voto ideológico (Joaquín Estefanía, 2008) les otorgue parte de la fortaleza y el carisma que requiere un líder político. O quizá, también, influya la capacidad de ambos para ‘moverse’ con habilidad por una vida política tan teatralizada y expuesta mediáticamente como la que vivimos hoy, donde se informa de asuntos de Estado a través de Twitter o se retransmiten intervenciones en directo a través de redes sociales.

Sin entrar a debatir en profundidad las características personales de ambos, lo que sí está claro es que figuras como estas han hecho que se modifiquen las reglas de acceso al escenario político de poder. El eje tradicional maniqueísta de derecha e izquierda parece que ha pasado a mejor vida y ha dejado paso a una nueva frontera delimitada por los conceptos de proteccionismo y liberalismo.

Por qué surgen los ‘outsiders’: emotivización y personalización de la política

La presencia de estos actores políticos nace directamente de la incapacidad de la clase política, institucionalizada y profesionalizada en exceso, de gestionar las cuotas de poder que la sociedad le proporciona mediante un sistema, la democracia, que empodera a cada persona con la misma cuota básica de poder político (Jason Brenan, 2018), pero que al ser tan pequeño hace que carezca de influencia de forma individual.

Siempre hubo personajes ajenos a la vida política, tal cual la entendemos hoy, que se introdujeron en ese mundo gracias a su lucidez y a su claridad de ideas. Como cita Hobsbawn, “filósofos y economistas” fueron los ideólogos que unificaron las ideas del grupo social que dio efectividad al movimiento revolucionario.

Pero también se plantea la discusión sobre el espectro político que abarcan los outsiders. Para muchos, estas personas aprovechan la inercia de aquellos votantes antisistema presentes en las sociedades democráticas contemporáneas que, al no encontrar ningún representante político que les entusiasme, deciden buscar fuera del tablero figuras políticas con carisma que respondan a aquellas demandas que tanto reclaman y que sienten que no son escuchadas desde hace mucho tiempo.

Las democracias occidentales hace tiempo que se convirtieron en democracias mediáticas.

Es algo así como una incoherencia de forma del sistema democrático occidental. A la vez que se promociona la virtuosidad de un sistema político en el que todo el mundo posee su cuota de poder político por igual, aquellos que son elegidos para gestionar la cosa pública resulta que justifican su “salida del guión” prometido durante campaña, debido a que la gestión pública a niveles de dirección requiere de una profesionalización y una confrontación de intereses específicos difíciles de compaginar con los requerimientos de la ciudadanía de base. Dejan, entonces, una especie de resquemor en la memoria referido a algo así como que los intereses de la clase política van por una parte y los de los ciudadanos van por otra por la omnipresente necesidad de la eficiencia de la gestión colectiva.

Es en esta grieta donde se introducen este tipo de personajes alegando su capacidad como mediadores, mostrándose como conocedores de las necesidades primarias de la ciudadanía y demostrando firmeza contra la tiranía en la que ha revocado la política profesional y que se ha adueñado de unas instituciones públicas cuyo mantenimiento procede en primera y en última instancia del bolsillo de las arcas públicas.

Y es en la mediatización de sus iconos, la base de la escena política moderna, donde los outsiders han sabido de verdad jugar bien sus cartas. La hiperemotivización y la personificación de los partidos y la política se encuentran en plena pompa hoy en día. Siempre ha existido, y existirá, ese líder político que convenza al electorado a través de su carisma, de sus virtudes como orador o de su capacidad para empatizar con los votantes. Sin embargo, actualmente, el reclamo es hacia la provocación de emociones primarias en los ciudadanos y en el llamamiento al voto con el ‘corazón’ más que con la cabeza resulta excesivo. Ya no existe tanto el apoyo en la ideología ni en las bases del partido, ahora puntúan más aquellos discursos que se centran en hacer sangre en aquellos problemas diarios que la gente considera que están siendo ignorados por aquellos que fueron elegidos para intentar solucionarlos.

A su vez, el papel del líder político se ha vuelto mucho más mediático que antaño. La gestión de los medios de comunicación es clave para el acceso al voto. Las democracias occidentales hace tiempo que se convirtieron en democracias mediáticas. Como dijo Sartori, el ciudadano opina en función de cómo la televisión le induce a opinar, es decir, los que han sabido jugar bien sus cartas en los medios han logrado conseguir la cuota de poder buscada. Sin ser ejemplos cien por cien al uso de outsiders, se puede ver la importancia de la gestión mediática de los líderes políticos con ejemplos como los de las apariciones televisivas del líder del partido Podemos en España, o las del actual Primer Ministro de Portugal, Antonio Costa en la Quadratura do Círculo de la televisión portuguesa.

Los programas electorales prometidos en campañas no pueden ser ideas vacías, sino que deberían ser una lista de obligaciones.

Por tanto, siempre ha sido necesario una ‘cara’ que represente a una ideología, a un partido o a una religión. Es algo innato a la naturaleza humana, pero, actualmente, esta personificación rebasó la esfera profesional del político de turno y es necesario que su vida privada quede expuesta, a su vez, en los múltiples medios a través de los cuales se produce la ‘venta’ del líder con la intención de generar confianza y cercanía. Como ejemplo, Macron y su exposición casi total de su vida privada (su mujer, su afición al Olympique de Marsella, etc.).

Es por esto que la ciudadanía debe ejercer un control institucional más directo sobre la gestión de los políticos en general, por encima de campañas de marketing y de imagen. Los programas electorales prometidos en campañas no pueden ser ideas vacías, sino que deberían ser una lista de obligaciones por las cuales puedan ser reivindicadas por su incumplimiento, porque, al final, lo único que genera la corrupción política es una imagen de impunidad y de falta de justicia ante los votantes, y esto deriva en que desconfíen de sus representantes y en el sistema que hace que sean elegidos. Entre la opacidad intencionada, en algunos casos, y la falta de poder directo y efectivo, en otros, resulta que la grieta que se abre en el sistema para que entren nuevos actores con un neopatriotismo populista insistente y se arrebaten cuotas de poder a los partidos tradicionales gracias a un mensaje mucho más directo, visible y cercano al votante. No obstante, al final este no cumple con las expectativas por los mismos motivos que no los cumplían los ‘anteriores’.

Berlusconi ya nos dejó un ejemplo de lo que un outsider puede conseguir en su momento con el descontento popular hacia las instituciones de poder público y con el apoyo de unas élites interesadas. Ahora, será cuestión de observar a personajes como Trump, López Obrador o Salvini; quienes, pese a no pertenecer los tres al mismo espectro ideológico-político, muestran un pensamiento común antisistema con una raigambre popular que en muchas esferas se intenta obviar, aunque cada vez reciba más representación en los Parlamentos europeos y cuya clave del éxito va a estar en la profundidad a la que cale el mensaje de estos líderes.

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Docente por vocación y disfrutando del grado en Ciencia Política. Muy seguro de que la vida nos ofrece tantas oportunidades como ganas tengamos de vivirlas"

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