En los últimos años, el independentismo ha experimentado un meteórico ascenso en Catalunya, hasta el punto de crecer de un 16 % a un 48 % entre 2008 y 2013, manteniéndose este último porcentaje hasta hoy con ciertos altibajos. Cabe analizar las causas de tal crecimiento, habida cuenta de las posibles consecuencias decisivas que el independentismo puede acarrear para Catalunya y para el resto de España. De hecho, el auge del independentismo catalán puede ser explicado en un contexto que mezcla crisis económica, fomento de la rivalidad mimética desde la clase política y búsqueda del chivo expiatorio por parte de la sociedad. El objetivo de este artículo, por ello, es explicar la propaganda de los nacionalismos, especialmente la del independentismo catalán, mediante la teoría mimética de René Girard.
La rivalidad mimética
Según René Girard, que definió la teoría de la rivalidad mimética, una comunidad es capaz de convencerse de que la crisis que sufre en un determinado momento es culpa de un individuo o una pequeña minoría que vive dentro del grupo; este individuo o minoría se convertirá entonces en chivo expiatorio de la mayoría. El cabeza de turco es inocente, pero la masa no lo sabe y se polariza de forma inconsciente contra él, debido a la acusación errónea o méconnaisance; esta polarización, además, tiene un fin colectivo, que no es otro que acabar con la crisis en que se ha visto envuelta la comunidad. El sacrificio del chivo expiatorio, por tanto, tiene como objetivo inconsciente poner fin al momento de miedo e inseguridad que vive la sociedad. Es por ello, por tanto, que los miedos de la ciudadanía se convierten en un instrumento muy útil para los poderosos, o para los que quieren acceder al poder. Del mismo modo, este proceso explica por qué las minorías o las identidades minoritarias y foráneas son normalmente utilizadas como chivos expiatorios.
Nacionalismo e independentismo
Esto concuerda con la estrategia propagandística de los partidos nacionalistas, que explotan al máximo los miedos (crisis, desempleo, inseguridad en las calles…) y entusiasmos (exaltación del orgullo patriótico) de la población. Miedos y entusiasmos son precisamente dos de las emociones que más mueven al electorado a votar por un determinado candidato, tal y como señaló Manuel Castells. Los nacionalistas venden un cambio radical de la política nacional, al calificar al sistema de obsoleto y prometer recuperar la grandeza del país, supuestamente perdida: pensemos en el eslogan Make America Great Again de la campaña presidencial de Donald Trump. Se autoproclaman defensores de la identidad nacional propia (mediante la manida retórica de ‘los nacionales primero’) y, por definición, si son ‘defensores’ de la identidad propia, debe existir otra identidad (‘el otro’) que les ‘ataca’ o amenaza: el chivo expiatorio, así, es normalmente la minoría extranjera, inmigrante, o los nacionales del país vecino. En el caso del independentismo, el chivo expiatorio es la identidad nacional de la cual la región en cuestión pretende escindirse.
No obstante, es conveniente recalcar que el populismo nacionalista no crea al chivo expiatorio de la nada, sino que explota los estigmas de una minoría, creados previamente por la mayoría tras décadas e incluso siglos de convivencia de unos con otros, con la formación mutua de estereotipos que ello implica.


La propaganda nacionalista se identifica en exceso con los símbolos nacionales, hasta el extremo de apropiarse de ellos. De este modo, los nacionalistas se autoproclaman defensores de símbolos como banderas, himnos o elementos diferenciadores como, por ejemplo, la lengua del territorio en cuestión (pensemos en la lengua catalana). Estos símbolos y elementos diferenciadores resultan muy importantes a la hora de construir un argumento de diferenciación con la entidad nacional ‘rival’, ya que, como señala Girard en su teoría, los rivales miméticos han pasado tanto tiempo imitándose que las diferencias entre ellos son muy escasas. Cualquier detalle distinto, por pequeño que sea, resulta esencial para el separatismo, como elemento de diferenciación respecto al ‘otro’. La propaganda independentista, por tanto, juega la ‘carta de la identidad’ a la hora de crear un discurso que fomenta la separación ‘nosotros/ellos’.
Asimismo, el independentismo juega también la ‘carta de la democracia’, ya que suele calificar a la nación de la que se quiere desgajar como opresora. Por oposición, el grupo independentista se autodefine como víctima, demócrata o liberal, algo que es claramente visible en la propaganda de los partidos independentistas catalanes. Por añadidura, el nacionalismo español ha quedado tradicionalmente vinculado al Franquismo, ya que el régimen de Franco ha sido el único de la Historia contemporánea de España cuya propaganda nacionalista ha tenido un éxito prolongado. Por tanto, la asociación del nacionalismo español a un régimen dictatorial sigue estando demasiado presente en la sociedad española y, al establecer la comparación o la dicotomía ‘nosotros/ellos’, resulta mucho más fácil conectar el secesionismo con la lucha por la ‘libertad’ o por la ‘democracia’. De ahí que, además, el independentismo catalán haya logrado más adeptos entre la opinión pública internacional que entre las instituciones internacionales (especialmente la UE), que son conscientes de las irregularidades en que el Govern ha incurrido voluntariamente en el aparato legal.
Factores de riesgo: el caso de Catalunya
Una vez analizada la propaganda nacionalista desde la perspectiva de la rivalidad mimética, cabe preguntarnos cuáles son los factores de riesgo de que este tipo de propaganda tenga éxito. Podemos señalar tres factores principales:
- Una crisis económica que dispare la tasa de desempleo y provoque un aumento del miedo y la incertidumbre de una masa ahora necesitada de soluciones rápidas que les devuelvan la estabilidad.
- Un desgaste abrupto de la popularidad de los partidos tradicionales en el poder, por la falta de éxito de sus medidas o por escándalos de corrupción, como ha sucedido en España; por extensión, aumenta también la desconfianza hacia todo el ámbito político, y recordemos que los partidos nacionalistas abogan por un cambio radical.
- Existe una nación rival, un ‘otro’, que previamente ha sido estigmatizada y se encuentra en minoría en el territorio en cuestión (catalanes en toda España; resto de españoles en Catalunya), con lo cual será más difícil adjudicarle el papel de chivo expiatorio.
En lo que se refiere al desempleo, resulta muy interesante constatar que la fase de mayor crecimiento de la tasa de paro en Catalunya (de un 8 % en 2008 a un 22 % en 2013 entre la población de 25–54 años de edad, con una subida del 20 % al 50 % entre los jóvenes de 16–24 años en el mismo período) coincidió con la fase de mayor crecimiento del independentismo: según los datos de las encuestas del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Catalunya, un 16,1 % de catalanes querían que Catalunya fuese un Estado independiente en junio de 2008, mientras la cifra era ya del 48,5 % en noviembre de 2013.
ESPECIAL CRISIS EN CATALUÑA
Este ascenso no se explica tan sólo en términos de desempleo: el porcentaje de independentistas se afianza en un 25 % en la segunda mitad de 2010, tras la sentencia del Tribunal Constitucional contra varias cláusulas del Estatut y la nueva estrategia independentista de Artur Mas. Con el fin de esquivar un castigo electoral por la crisis en las elecciones al Parlament (noviembre de 2010), como le sucedería al año siguiente a Rodríguez Zapatero en las Elecciones Generales, Artur Mas viró claramente hacia el independentismo. Si bien los primeros resultados de esta estrategia son moderados, el crecimiento del independentismo se vuelve exponencial desde finales de 2011 (28,2 %) a finales de 2012 (44,3 %), con un máximo del 48,5 % en noviembre de 2013. Esta etapa corresponde al inicio de la legislatura de Mariano Rajoy, cuyo partido (PP) había presentado el recurso contra el Estatut al Tribunal Constitucional y que, además, por aquel entonces era el único que ofrecía un discurso afín al nacionalismo español. Por tanto, nacionalismo español e independentismo catalán experimentaron un choque mimético que produjo una escalada de la propaganda identitaria por ambos bandos y un crecimiento exponencial del independentismo. Este choque mimético, unido al aumento constante del desempleo, supuso un caldo de cultivo perfecto para la propaganda separatista en Catalunya, que desde entonces no ha parado de cosechar éxitos electorales. Es más, el independentismo hoy roza el 50 % (47,2 % en octubre de 2018).
Como colofón, la respuesta al crecimiento exponencial del independentismo catalán en los últimos años ha generado una respuesta de la identidad que ahora se siente ‘atacada’, con un crecimiento del nacionalismo español. Esto es claramente visible con la irrupción del partido ultranacionalista Vox, que ha cosechado un (no tan) sorprendente éxito en los comicios regionales de Andalucía en diciembre de 2018. La propaganda nacionalista de este partido hace temer un crecimiento de la espiral mimética entre ambos nacionalismos, lo que no ayuda al necesario diálogo político entre Gobierno y Govern para revertir el separatismo.
Conclusiones
Una vez vistos los efectos de la rivalidad mimética en el nacionalismo, podemos recalcar que los estereotipos y la propaganda resultan ser una mezcla muy peligrosa para una sociedad, ya que (1) potencian la intolerancia y la búsqueda del chivo expiatorio; (2) bloquean tanto el necesario debate entre los dos rivales como la esencial búsqueda de las causas reales y posibles soluciones del conflicto, y (3) son extendidas precisamente por los responsables y máximos beneficiados del conflicto mimético, los políticos de uno y otro bando; recordemos que el nacionalismo y el independentismo son problemas únicamente políticos, aunque pueden extenderse al terreno social, como ya ha sucedido en Catalunya.
En el caso de Catalunya, podemos ver cómo la espiral mimética ha continuado desarrollándose hasta el punto de que uno de cada dos votantes hoy en día es independentista, mientras que un partido nacionalista español (Vox) está creciendo rápidamente en votos con un discurso que hasta hace pocos meses era motivo de burlas en las redes sociales. El enconamiento del conflicto mimético en Catalunya se puede observar en el hecho de que el descenso de la tasa de desempleo en la región no ha traído consigo un descenso del independentismo, ya que ningún partido político ha dado el necesario paso atrás.
En este contexto, existe el riesgo de que algún perturbado, perteneciente a alguno de los dos bandos nacionalistas (español o catalán), cometa algún acto violento en defensa, según él, de su identidad; recordemos a Anders Breivik, el asesino ultranacionalista noruego. Como ya advirtió Amin Maalouf, cuando una identidad se ‘hincha’ con respecto al resto y las personas que la comparten se sienten atacadas por otra identidad, es posible que los miembros más airados e incontrolables de esa identidad respondan de forma violenta. Es más, cabe el peligro de que los miembros de esa identidad encuentren ese acto violento como justificable, y que defiendan al perpetrador por identificarlo con su causa. En este contexto, la espiral mimética seguirá creciendo y la identidad rival encontrará legítimo y justificable responder con más violencia. Tal y como dijo Girard, “los actos más perseguidores se hacen en nombre de la lucha contra la persecución”.

