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La deriva totalitaria del radicalismo en España

En Cultura política/España por

Allí donde se empieza quemando libros, se termina quemando hombres, decía el clásico moderno. Podríamos añadir que allí donde se empieza por sublevarse contra el Estado de derecho, se termina por violar las libertades individuales.

¿Cómo no asistir estupefacto y preocupado a la espiral de noticias en que se nos presenta una España insurgente y, además, prevalecida de su insurgencia, engolfada en la virtuosa apariencia democrática con que los radicales invisten sus actos ilegales?

Últimamente, al margen de la persistencia de la sedición de una parte de la clase política catalana y de una parte de la ciudadanía catalana, hemos visto a un cargo municipal de Badalona romper ante las cámaras una resolución judicial jaleado por algunos vecinos y a un grupo de valientes vándalos enmascarados impedir el ejercicio de la libertad de expresión en la Universidad Autónoma de Madrid.

El problema de estos comportamientos sediciosos e insurgentes, anticonstitucionales e ilegales es, como hemos aprendido tras la dura experiencia totalitaria del siglo XX, no solo lo que promueven y ejecutan, sino las especiosas justificaciones morales con que envuelven sus arrebatos.

En un país como España, donde el franquismo sigue prestando a los izquierdistas y nacionalistas antidemócratas un servicio impagable, uno tiene la sensación de que el mensaje que estos fanáticos nos lanzan al resto de ciudadanos sería algo así como el siguiente:

“Para vosotros, los que no pensáis como nosotros y, por tanto, sois herederos ideológicos del franquismo, la democracia con sus leyes, única manera de evitar que os desmandéis. Para nosotros, los que pensamos rectamente y hemos sido concebidos sin pecado original, una democracia libre de leyes donde estas se cumplirán solo y exclusivamente si nos conviene cumplirlas.

Posdata: entiéndase por “conviene” no un oscuro motivo de interés, sino una pura y legítima razón ideológica que esgrimiremos a conveniencia.

Posdata: entiéndase por “conveniencia”…y así del cero al infinito del oportunismo ideológico.”

Los caninos de nuestros nacionalistas e izquierdistas más exaltados han tocado hueso con su ferocidad característica. El hueso de ese argumento democrático estirado a voluntad que literalmente desgarra el Estado democrático y sitúa a la democracia en un limbo simbólico colonizado por el espíritu justiciero de los radicales. Un limbo basado en la ausencia de límites donde la democracia desgarrada de su anclaje constitucional se transforma en un hecho volátil y líquido dominado por la voluntad de poder de falanges armadas por sus inatacables emociones ideológicas.

Esta mezcla tóxica y nefasta de sentimentalismo e ideología, pureza y radicalismo, lenguaje democrático y práctica antidemocrática salpica hoy las páginas de nuestra historia haciendo reverberar las peores sombras del “olvidado siglo XX”.

Yo me pregunto si el franquismo en este país, más que un asunto de memoria histórica, no habrá sido un salvoconducto para los radicales que, al igual que los exime de cumplir la ley y los legitima para, democracia mediante, hacer lo que mejor les parezca, los exime de recordar el pasado y extraer las consecuencias de las lecciones de la historia. Si ellos han olvidado el siglo XX, se debe a que el veredicto de este siglo sobre el nazismo, el nacionalismo, el fascismo, el comunismo y el socialismo; sobre, en fin, los radicalismos tanto de derecha como de izquierda fue demoledor.

 

Ya sabemos lo que había detrás de la memoria histórica: olvidar lo que no conviene recordar y recordar lo que sí.

 

Ya sabemos ahora qué había detrás de la memoria histórica: olvidar lo que no conviene recordar, recordar lo que sí conviene y modelar el recuerdo legítimo según la horma ideológica del lecho de Procusto (aquellas figuras revolucionarias que aparecían y desaparecían de las fotografías…). Es decir, utilizar la memoria para descartar la historia. Al igual que uno se desembaraza de las leyes y la Constitución para dejar el camino expedito a sus arrolladores ideales. Nuestros izquierdistas y nacionalistas más exaltados demostrarían, una vez más, que, peor que tener dogmas, es no saber que se tienen.

Los virtuosos bárbaros, democráticamente impecables, que amenazan el corrupto y autoritario Estado español ya están de hecho amenazando las libertades de todos. ¿Aún no hemos comprendido que los movimientos que empiezan por cuestionar el vigente Estado de derecho no llevan a otro y mejor Estado de derecho, a un reino de fábula, sino a la aniquilación totalitaria de todo derecho y libertad? ¿Aún no hemos aprendido que la democracia separada de su anclaje constitucional y estatal pierde, como diría Hans Kelsen, su esencia y su valor y se degrada como forma demagógica de propaganda y agitación al servicio de las peores cosas imaginables?

Si acatar las leyes, aunque algunas de ellas no nos gusten y tratemos de cambiarlas según los procedimientos establecidos, por amor a la libertad de todos le convierte a uno en un ser deleznable, sea bienvenido este juicio con que los puros de mirada sanguinaria nos golpean a los que nacimos pecadores, mas con un mínimo de sentido histórico y de sano escepticismo respecto de nuestras propias convicciones.

Un país se construye desde las convicciones y, más aún, desde la responsabilidad en el manejo de los medios para perseguirlas por una senda que no lo ponga todo patas arriba. El Estado de derecho, con todas sus limitaciones, sería precisamente la senda que vela por que nuestras justas convicciones no nos cieguen hasta el punto de olvidar las también justas convicciones de los demás. Olvido que, a día de hoy, vuelve a ser moneda corriente en nuestro atribulado país.

 

  • IMAGEN: Cuadro de Antonio Berni titulado ‘Manifestación’ (modificado).

Luis Gonzalo Díez (Madrid, 1972) se dedica a la enseñanza y a emborronar más páginas de las debidas. Sus gustos y aficiones son tan convencionales y anodinos que mejor no hablar de ellos. Le interesa, más que la política, el pensamiento político. Y ha encontrado en la literatura el placer de un largo y ensimismado paseo a ninguna parte. Ha publicado "Anatomía del intelectual reaccionario" (2007), "La barbarie de la virtud" (2014) y "El viaje de la impaciencia" (2018).

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