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Alexander Dugin, el filósofo contra el Nuevo Orden Mundial

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Durante los últimos meses, Rusia se ha convertido en el punto de mira de los medios de comunicación occidentales. Su victoria militar y estratégica en Siria, sus relaciones con la administración Trump o la supuesta campaña de injerencias en Cataluña, han devuelto a la república semipresidencialista de Putin a nuestros telediarios. Para algunos, quizá imbuidos de un excesivo alarmismo, la creciente influencia rusa en el marco geopolítico representa una seria amenaza a los principios democráticos europeos. Otros, los menos, ven en ella el último estandarte del viejo mundo frente a un Occidente rendido a los pies del liberalismo, la globalización y la nueva hegemonía cultural. Y, entre las trincheras, la propaganda y la desinformación se hacen hueco en lo que está resultando ser un nuevo episodio de la Guerra Fría.

A comienzos de año, El País publicaba un artículo (La propaganda rusa crea webs para la ultraderecha española) en el que se ponía de manifiesto la batalla que se está librando desde centros de análisis cercanos al Kremlin por la difusión de información favorable. Uno de los citados, Geopolitica.ru, superó el pasado mes de octubre las 415.000 visitas, en su mayor parte a través de motores de búsqueda y triplicando así los resultados obtenidos en julio. El portal, disponible en seis idiomas, se define como «una plataforma para la monitorización permanente de la situación geopolítica en el mundo a través de un enfoque eurasianista» adscrito a los principios de la Cuarta Teoría Política.

La Cuarta Teoría Política

Así se titula el libro publicado en 2009 por el filósofo y politólogo ruso Aleksándr Dugin, cuyos artículos son fácilmente accesibles en el referido portal. En él desarrolla una teoría superadora de los tres sistemas políticos que dominaron el mundo entre los siglos XIX y XX: el liberalismo, la primera teoría política; el marxismo y el comunismo, la segunda; y las ideologías de tercera posición, como el fascismo o el nacional-socialismo. Basándose en un modelo multipolar, Dugin reivindica la existencia de ‘grandes espacios’ unidos por lazos lingüísticos, étnicos, culturales o religiosos. Para el analista ruso, la concepción inicial de liberalismo ha sido adulterada desde que abandonó la razón y la sociedad para abogar por una concepción posmoderna y nihilista en la que se pretende la liberación absoluta del hombre.

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Si las anteriores teorías tenían como sujeto, respectivamente, al individuo, a la clase y al Estado-nación o a la raza, la Cuarta Teoría Política orbitaría en torno al Dasein. Este término representa una categoría desarrollada por Heidegger, ajena a las cinco anteriores y que, en alemán, combina las palabras «ser» (sein) y «ahí» (da) pudiéndose traducir como ‘existencia’. El Dasein, no obstante, es algo más: es ser-en-el-mundo y se refiere al hombre como un sujeto abierto al Ser y a cualquier acción que tenga como meta la consecución de un propósito; a una relación constante, preconsciente y dinámica con la creación que busca un fin conocido y razonable; algo así como la raíz de la existencia humana.

Para Dugin, que cree que la idea liberal de ‘individuo’ supone la alienación de la persona humana, el Ser existe, y el resto puede ser construido sobre él. La Cuarta Teoría Política critica todo aquello que promueve la deshumanización del mundo y ataca al Dasein, como la globalización, el multiculturalismo, el ateísmo o el cosmopolitismo tecnológico, haciendo que el hombre pierda toda ligazón con las raíces del ser. Esta teoría podría resumirse, a grandes rasgos, como una crítica a la metafísica de la Modernidad rehuyendo de las doctrinas políticas clásicas. «La tradición –dice– no es lo pasado sino lo eterno» por lo que la modernidad representa «una lucha contra lo eterno».

Junto a ello, Dugin arremete contra el imperialismo y el unipolarismo, encarnado en la hegemonía norteamericana, y defiende un modelo multipolar que garantice la existencia de múltiples civilizaciones caracterizadas por su propio logos, esto es, estructuradas en torno a diferentes comunidades. En una de estas civilizaciones, Eurasia, se integraría Rusia.

“El Rasputín de Putin”

El pensador, admirador del esotérico Julius Evola, cristiano ortodoxo y ex-archivista del KGB, trabajó también como periodista y llegó a formar parte del Partido Nacional Bolchevique para posteriormente fundar el ‘Movimiento Eurasia’. En la actualidad, pese a no desempeñar ningún cargo oficial en el gobierno, ha ejercido un papel importante como asesor del presidente, Vladimir Putin, hasta el punto de que algunos lo han bautizado como “el Rasputín de Putin”. Su influencia se ha extendido a las relaciones bilaterales entre Rusia y Turquía y al conflicto con Ucrania, cuando su apoyo a los separatistas pro-rusos hizo que Estados Unidos lo incluyese en su lista negra.

De entre las más de 30 obras que ha publicado, Fundamentos de Geopolítica (1997) y La Cuarta Teoría Política (2009) han resultado ser, al menos en Rusia, de las más prestigiosas en la materia, y se muestra satisfecho por la acogida que están recibiendo fuera de sus fronteras.

Un nuevo horizonte en Europa

La creciente presencia de Rusia en la política internacional llega en un momento de cambios tanto en Europa como en Estados Unidos, tal y como demostró la victoria de Trump que, para Dugin, significará «el fin de la hegemonía liberal de Occidente». Junto al Brexit –la más evidente muestra de debilidad en el seno de la Unión–partidos abiertamente euroescépticos como AfD, en Alemania, y Le Pen, en Francia, están viendo crecer exponencialmente sus apoyos. En países como Hungría, Austria o Polonia este discurso, que se ha venido a denominar populista y de extrema derecha, se ha instalado ya en el gobierno.

Para Dugin estos cambios pueden significar nuevas alianzas con Rusia y, aunque de momento suene lejano, expertos analistas como el coronel Pedro Baños creen que es de todo menos descabellado. En estos términos ha abordado la cuestión:

«La actual enemistad de los países occidentales –representados militarmente por la OTAN– con Moscú ha estado propiciada por Washington, en el doble afán de, por un lado, contener a los rusos en cuanto que potencia emergente rival y, por otro, de crear un enemigo a aliados y amigos –los países occidentales– con la finalidad de que estos se subordinen, le pidan protección y de paso le compren armas. […]. Tal coalición [Rusia y Europa] daría lugar a una potencia que a duras penas podría contener».

Sea como fuere, no será esta la última vez que oigan hablar de Dugin, del futuro del Orden Mundial y de esa Europa que, como dice Javier Marías, no deja de ser (al menos de momento)  «el único bastión de las libertades que queda en nuestro mundo, atacado por casi todos los flancos sin que nos demos mucha cuenta de ello».

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