¿Qué es primero: el método o la gallina? El método es importantísimo, quede eso claro desde el principio. Para mí, un buen método equivale casi siempre a un buen resultado. Se aplique este al estudio de una ciencia, al desarrollo de una historia o a un proyecto.
La metáfora del camino es adecuada al caso. De hecho, la etimología misma de la palabra reclama la imagen. (Meta, que significa “más allá” y “Odos”, que significa “camino”). El problema de esta metáfora no es la distancia entre la imagen y el concepto, sino su cercanía. No estamos acostumbrados a una metáfora tan “exacta”.
Un buen caminante sabe que no se debe tomar cualquier camino, porque un buen caminante, por definición, es aquel que sabe recorrer el mejor camino para llegar a su objetivo. El mejor camino no tiene por qué ser el más corto. De hecho, lo normal es que el mejor camino sume un conjunto de factores que lo encumbran sobre el resto: seguridad, distancia, firmeza, ausencia de obstáculos innecesarios, belleza… Y el buen caminante juega con todos los factores para lograr el fin propuesto: que no es recorrer el camino, sino alcanzar la meta de la mejor forma posible.


La locura en la tiranía del método
Lo que parece claro es que nadie se lanzaría por un camino desconocido en mitad de la montaña, simplemente porque tiene más sombra, porque parece más recto o porque le apetece… A no ser que más que un caminante, sea un aventurero. Pero de esos hablaremos en otro momento.
Por supuesto que se deben probar otros caminos. Este experimentar es parte del aprendizaje del caminante. Pero siempre dentro de unos límites marcados por la situación real de la meta a la que se pretende llegar.
También puede suceder que nunca hayamos alcanzado la meta, bien por inexperiencia o bien porque se trata de una meta que aún nadie ha alcanzado. En el primer caso, lo recomendable es acompañar a alguien con más experiencia que uno mismo. En el segundo caso, lo necesario -antes de ponerse a caminar- es saber lo más posible de la meta: ¿Está al norte o al sur? ¿Sobre la montaña, en el valle o junto al mar? ¿Qué pueblos debo atravesar? ¿Cuál es la distancia aproximada?…


Lo que es una verdadera locura es alejarse del hogar sin sentido. Adoptar un método, un camino, que parece adecuado para alcanzar ciertas metas y tratar de alcanzar otras totalmente distintas. Como me gusta mucho el camino de Santiago desde Asturias, pienso recorrer exactamente el mismo camino en la misma dirección para llegar a Jerusalén.
Bástele a cada objeto de ciencia su propio método
Hace una semana, he empezado a dirigir un curso en línea (un smooc) de antropología, abierto a cualquier persona con interés. En uno de los primeros ejercicios que se proponen, el alumno debe intentar definir en qué consiste la ciencia de la antropología filosófica. Me ha llamado vivamente la atención la preocupación que tienen por insertar la antropología en el cajón de las ciencias de microscopio, batas blancas y laboratorio.
Lo más simpático del caso es que el microscopio, las batas blancas y el laboratorio hace años que han dejado de ser un camino seguro a ninguna parte. Las ciencias más empíricas han reconocido la necesidad de recorrer otros tramos de camino para seguir avanzando. Pero mucho más en el caso del ser humano.
Día tras día avanza el método en el estudio del cáncer para aprender a curarlo. También los métodos de psicología y psiquiatría avanzan, cambian, vuelven, se retuercen… evolucionan (qué miedo me da esa palabra). Me parece un sinsentido forzar la reflexión filosófica para que quepa en la encerrona de las sinapsis neuronales.


Detrás de la tiranía del método aparece la necesidad de una seguridad
Resulta entretenido ver vídeos de Youtube de Neil Degrasse Tyson y leer los comentarios de la gente, verdaderamente enfervorizada con la claritas de la ciencia. En la ciencia claritas hay a raudales, pero no precisamente en el contexto del diseño cientificista del señor Tyson. En la religión científica del señor Tyson.
Lo que descubro en esos foros es una tremenda sed de seguridad. En un mundo en el que los pilares de la verdad se tambalean, las personas buscan seguridad en un método que parece encajar con su experiencia cotidiana. Ante la incapacidad de tener una opinión verdaderamente informada de la moralidad, la política, la economía, etc., el refugio seguro parece la ciencia experimental.
Respeto profundamente esa sed de verdad, eco genuino del “todos los hombres desean por naturaleza el saber” aristotélico. Mi respuesta es que el método para descubrir esa verdad debe ajustarse al objeto que se pretende estudiar y al sujeto que la estudia. De la misma manera que el camino se ajusta a la realidad del caminante respecto al lugar al que pretende llegar.

