Antropología existencial: jugarse todo por el todo

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Cuando escuchas la palabra “antropología”, seguramente lo primero que te viene a la mente es una manada de monos corriendo por la selva, y uno de ellos separándose del grupo para empezar a pintar las cuevas de Altamira. Cuando lees “existencial”, piensas quizás en algo dramático y terrible, grupos de alcohólicos anónimos y divanes de psiquiatras. Como resultado, “antropología existencial” te podría sugerir un grupo de monos deprimidos a punto de suicidarse al filo de un barranco, en una extraña mezcla de El planeta de los simios y 13 reasons why. Pero no, tranquilo, la antropología existencial no es nada de eso.

Cuando hablamos de “antropología”, nos referimos a las ciencias que estudian al hombre. Se puede estudiar al hombre desde muchos puntos de vista: el biológico, cultural, filosófico, teológico, psicológico, etc…

¿Qué añade entonces el adjetivo “existencial”? Muy sencillo: “existencial” dice conocimiento en primera persona.

El conocimiento científico tiende a ser, idealmente, frío, objetivo, pone una “distancia de seguridad” entre lo estudiado y el estudiante. Te da un conocimiento desde un “view from nowhere”, como el que lo tendría un árbitro del mundo totalmente imparcial, un Ojo de Sauron flotando en el aire que no tuviera nada que ver con nosotros: alguien que te pudiera analizar mecánicamente, con toda precisión, las reacciones químicas que explican por qué este anciano está agonizando, y que te explicara sin que le temblara la voz.

Puede que un conocimiento de este tipo luego te sea útil para otros fines, pero en sí mismo no te dice nada: no te quita el sueño saber si el sistema solar tiene ocho planetas o si son más bien veinticuatro, y realmente tampoco te preocupa cuántos tipos de lombrices subsisten en el suelo amazónico. Son cuestiones que pueden preocupar a “la Ciencia” en abstracto, el Ojo de Sauron frío imparcial flotando en el aire, pero no a ti, ni a mí. No cambian nuestra vida. Quizás por eso decía Wittgenstein aquello de que sentimos que, aun cuando hubiéramos encontrado respuesta para todas las posibles preguntas científicas, nuestros problemas vitales no habrían sido ni siquiera rozados…

La antropología existencial no es así. No pone el hombre en una vitrina tras la cual le puedas estudiar sin mancharte las manos: te dice que te sumerjas en tu interior, te invita a mirar adentro. Parte de la idea de que eres el estudiante y el estudiado, y de reconocer que estás implicado en el juego, que no eres imparcial: quieres ganar. Es decir, tienes un corazón que late y que desea, con una serie de exigencias fundamentales: exigencias de felicidad, de verdad, de bien, de belleza. No todo da igual, no es lo mismo satisfacer esas inquietudes que dejarlas sin responder: esos deseos, ¿van a alguna parte? ¿tienen solución? ¿Cómo encaja la totalidad del mundo en esa ecuación y ese problema que es tu propia vida y felicidad? Has sido hecho para las auroras boreales y para los amaneceres en la playa, y no para los lunes por la mañana de tráfico en la autopista. Tu vida es un juego que ganar, tienes sólo una mano de cartas y un tiempo limitado por delante. Por tanto, conocer tu corazón no es un pasatiempo aburrido de filósofos ociosos y sin amigos: te lo juegas todo en ello.

¿Jugamos?

Felizmente consagrado a Dios como religioso legionario de Cristo. INFJ, Libra, 0 negativo; 2% práctico. Entre mis aficiones: amar a Dios, servir a los hombres, conquistar el mundo para Cristo.