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Analfabetos del sexo

En Pensamiento por

Voy a empezar citando a un filósofo que me aburre bastante por lo general, pero que me viene de perlas para esta diatriba que os traigo hoy:

Al hablar tanto de sexo, al descubrirlo desmultiplicado, compartimentado y especificado justamente allí donde se ha insertado, no se buscaría en el fondo sino enmascararlo: discurso encubridor, dispersión que equivale a evitación” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad, vol. 1).

Lo que viene a plantear el archivista francés con estas palabras es que, así como se ha planteado en la antigua Roma y en otros pueblos de Oriente un ars erotica, nuestra tradición occidental ha desarrollado más bien una scientia sexualis, que, entre tanta palabrería y discurso sobre el sexo ha conseguido sepultar su verdad: esconder la verdad del sexo mediante el exceso de discurso, decir mucho para no decir nada.

Esto último –nos descabalgamos ahora del discurso del poder de Monsieur Foucault – ocurre, de otra manera, hoy. Se muestra el sexo, se habla sin reparo de él, todos tienen una opinión, se vende sabiduría sexualis en revistas del Vips, blogs, centros médicos del Boston Medical Group, en Netflix y Youtube. Y sin embargo, toda la sabiduría sobre el sexo es absolutamente nimia, una aritmética del goce: qué caricias, puntos, posturas, cómo extenderlo, acotarlo, acelerarlo.

 

La sabiduría aritmética del acto sexual lleva inexorablemente al aburrimiento.

 

Una prometedora serie que empecé a ver el otro día apuntaba un desarrollo interesante del terror sexual contemporáneo: Californication. La “sabiduría” aritmética del acto sexual lleva inexorablemente al aburrimiento (el horror vacui del siglo XXI), y nada más ver el primer capítulo, capté esta interesante relación: un hombre que disfruta repetidamente del sexo espontáneo con mujeres plásticas directamente sacadas de Playboy o Maxim, sólo puede pensar en una cosa: volver a la habitación marital con la que fue su “esposa” durante muchos años y que en el presente lo ha dejado para irse a vivir con otro hombre. De esa unión a la que el protagonista se aferra con nostalgia, surgió una hija, algo clave para comprender la verdad del sexo.

Dejé de ver la serie al llegar al cuarto capítulo, por falta de paciencia supongo, y porque las escenas sexuales dejaban de ser relevantes para volverse repetitivas (es decir, pornográficas). Pero bueno, dejémoslo ahí para quedarnos con lo que pude sacar de reflexión. Una línea que quedó fija en mi memoria por ser recurrente en películas y series contemporáneas, es la siguiente: hablando de su relación pasada, Hank Moody (David Duchovny) le recuerda a su expareja y eterno amor, Karen, que “sus problemas nunca se trasladaron a la habitación”, es decir, que tuvieron muchísimos problemas fuera de la cama, pero en la cama jamás. Falso.

Lo que esta línea-farsa expresa es un ejemplo del analfabetismo sexual de nuestra época: la espiritualización del sujeto y su desvinculación de la carne.

What the fuck? En efecto, el problema de la frustración sexual no está en la eyaculación precoz sino en la objetivación de la sexualidad, como si se tratara de un objeto que poseemos y no de la expresión de ese ser corpóreo que somos. Se trata de recuperar una relación no instrumentalizable de nuestra sexualidad. Sexualidad íntimamente vinculada a nuestra historia personal, a las elecciones que nos han configurado, a nuestra relación con el tú del otro, y con la tierra rica en dones y bendiciones, con el destino del Universo, vamos, integrada a un cuadro general amplio y no acotada a las balanzas milimétricas del cálculo de un sentido aislado, sea éste el vibrante tacto o la devoradora visión.

Un sexo con resultado, revolucionadora posibilidad. Por ello es clave en Californication que Hank quiera volver con Karen, la madre de su hija. La apertura al otro llevada hasta el límite radical del misterio, que acoge lo inesperado y deja espacio a que entre en la historia el milagro de un ser humano, que irrumpa en el tiempo una creación nueva que los padres reconocen como propia y al mismo tiempo saben remitir a un origen misterioso. La dimensión sexual con esta posibilidad se expande, y comienza a desvelar su verdad, asociada al don. Y es esta la apertura que Hank desea desde lo profundo de su ser, despojado de sus máscaras y su cinismo; éste, el encuentro de los amantes que ninguna ars erotica puede producir, ni ninguna scientia sexualis agotar.

La expresión musical necesita de las vibraciones de la cuerda y el retumbar del cuero, la expresión del encuentro co-creador entre un hombre y una mujer que se aman, necesita también de piel, lengua, calor y piernas. Pero necesita, sobre todo, de Palabra. En definitiva, conocer el lenguaje del cuerpo  y no obsesionarse con el “punto G”, es decir, no aislar el sexo sino penetrarlo… de verdad.

Nací en una cloaca de convento del Siglo XVI. Así como el nauseabundo pescado despertó un olfato hiper-sensibilizado en Jean-Baptiste Grenouille, la relajación en la vivencia de la Regla de aquellos monjes despertó en mí una brutal intolerancia por las variadas formas del alma moderna. Reaccionario implacable, soy seguidor del cardenal Cayetano y Donoso Cortés. Me enloquecen las salchipapas, símbolo del imperio Español, y me pierde mi devoción por Mourinho.

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