El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho
Miguel de Cervantes Saavedra
Leía, hace ya bastante tiempo, que eran pocos los que hoy en día dedican parte de su tiempo a la mera errancia, al paseo desinteresado. Algo similar a un caminar sin rumbo predeterminado, que decide su dirección en un presente radical, y que puede variar a medida que dicho caminar va realizándose. Es, en el fondo, un caminar de lo más puro, es él mismo sin fines ulteriores, que entraña una liberalidad casi desaparecida hoy en día en nuestros andares cotidianos.
Hace muchas cenas tuve la ocasión de estar con un tipo que Chesterton tildaría de “pagano”.
No sólo por las exóticas creencias a propósito de la divinidad de Jesús, que entra dentro de lo ponderable y esperable de cualquier conversación de hoy. Más bien era de esos tipos que en algún momento había dejado de creer en el todo y había empezado a creer en la nada. O como diría el artífice de “El regreso de Don Quijote” o “El Padre Brown“, “cuando se deja de creer en Dios; se empieza a creer en cualquier cosa”.Sigue leyendo
Entre muchos hombres de acción existe un discurso generalizado acerca de la «inutilidad de la teoría»; lo que podríamos llamar una teoría sobre el desprecio a la teoría, lo cual resulta contradictorio, equivocado y un poco divertido. La razón de esta contradicción la apuntamos en Elogio de la teoría I: origen y perversión del concepto:
«Una de las esquizofrenias del hombre moderno es la oposición entre la “teoría” y la “práctica”. Hoy, ambas actividades nos parecen asuntos radicalmente distintos y así los tratamos, generando discursos, disciplinas científicas, sistemas educativos, obras culturales, profesiones, formas de organizar la vida social, etc., que fragmentan y separan aún más ambas dimensiones de la vida humana, produciendo consecuencias traumáticas en el interior de cada persona y en todos los órdenes ya mencionados».
En aquella nota recordamos también que la expresión griega theorein remite a la práctica de observar; y que el verdadero teórico no es el que hace castillos intelectuales, sino quien sale de su pequeño mundo y de sus prejuicios hacia el encuentro con lo real, lo cual le lleva no sólo a observar, sino a asumir la disciplina propia del observante. Como Mark Knopfler,a la escucha y al servicio de la música. Desde ese ángulo conviene mirar lo que ahora sigue. Sigue leyendo
Confieso que me conmoví hasta las lágrimas cuando escuché la noticia de Ignacio Echevarría, su monopatín y su muerte en el atentado de Londres. No sé si fue por la belleza de la acción, realizada por un tío normal, un ciudadano cualquiera, que pasaba por ahí con sus amigos… o por la desproporción quijotesca entre su monopatín y los asesinos, entre sus posibilidades de éxito y el valor con que se lanzó al ruedo. Sea por lo que fuera, me llegó al alma.
Después de la emoción, sin embargo, viene la pregunta: ¿por qué? ¿por qué lo hizo? ¿Un calentón sentimental irreflexivo? Supongo que un materialista cientificista me diría que su acción fue causada por la oxitocina, una sustancia que provoca en los humanos (y en otros mamíferos similares) sentimientos de apego, de afecto hacia los semejantes, de empatía. Ese líquido se habría cruzado por su cerebro, produciendo la acción irracional que todos conocemos, que le llevó a perder la vida. Sigue leyendo
“Es que hoy, cuando un niño brilla desde el colegio todo el sistema está creado para machacar cualquier destello de brillantez, de inteligencia o de independencia, para que no deje a los torpes atrás. ¿Os dais cuenta del descrédito que la élite tiene y del acoso que hay? Es una de las peores amenazas que tenemos. Nos están dejando sin élites. ¡Es el triunfo de los torpes!”
Estas bílicas palabras corresponden a Pérez-Reverte y están extraídas del XL Semanal de hace algunas semanas, donde el grupo Vocento tuvo a bien juntar a tres espadachines de las letras como son el autor del malparado Falcó, el nobel Vargas Llosa y el filósofo y escritor Javier Marías.
El comportamiento autómata en la sociedad no es un fenómeno en absoluto contemporáneo. De todas las épocas emana una sociedad purista y bienpensante cuyos postulados ideológicos y doctrinas, son impuestos sobre el colectivo general blandiendo como única razón una supremacía moral e ideológica arraigada en los más profundos convencimientos adquiridos a través de la norma, la ignorancia y la costumbre.
Los totalitarismos ideológicos y espirituales, son intrínsecos a la condición humana en su forma más visceral, ya que unificar el pensamiento en una doctrina que aniquile la capacidad individual de discernimiento es la herramienta de conducción más antigua forjada por la mente. Sigue leyendo
Llegué a Los Miserables de Victor Hugo gracias a Lev Tolstói quien en 1891 publicó una lista con los libros que más lo influenciaron repartidos en cinco etapas vitales. Cada título viene acompañado por una nota: grande, muy grande o enorme. Este último es el adjetivo que acompaña Les Misérables, insertado en la etapa de entre los 35 y los 50 años.
La obra magna de Hugo es enorme en todos los sentidos: casi 2000 páginas escritas con un estilo inmejorable y rellenas de una sabiduría humana que me ha puesto cara a cara con preguntas fundamentales acerca del significado de la realidad, la verdad de la historia, la justicia social, la libertad, el lenguaje y un largo etcétera. Aprovechándose de los acontecimientos de la narración, Hugo pone sobre la mesa su saber enciclopédico y su profundo conocimiento del alma humana.
Los asuntos claves de nuestra existencia personal y social, de nuestra vida histórica y política, del hombre como animal racional, político y dotado de lenguaje, se vislumbran detrás de los rostros de Jean Valjean, el inspector Javert, el pérfido Thénardier o el idealista Marius. La enormidad de Hugo consiste en repartir el prisma humano entre todos sus personajes, para que cada uno de ellos exalte un color haciéndolo más visible. Yo he descubierto destellos de mi vida en cada uno de ellos. Sigue leyendo
En Liberty Island, en el puerto de Nueva York, se alza la estatua más colosal del mundo. Desde allí Libertad, vestida de diosa romana, alza en su mano derecha una antorcha iluminando el mundo y sostiene una tabula ansata en la izquierda, defendiendo la ley y la autodeterminación de los pueblos. Su rostro es sereno, imperturbable, con una gravedad que parece juzgar el mundo violento en el que vivimos y encontrar sus muchas carencias. O simplemente observar indiferente el monótono ir y venir de las vidas de los hombres.
Sus símbolos se agotan rápidamente y nos dejan insatisfechos. Apreciamos su monumentalidad y su valor para la humanidad. Proclama el valor de la libertad desde las costas de un pueblo que ha asumido históricamente la tarea de defenderla en todo el mundo. Sigue leyendo
Recordemos que el propio Lyotard propuso los juegos de lenguaje en detrimento de los grandes relatos; los juegos de lenguaje no eran otra cosa que una certera descripción epistemológica del juego científico, tomando como eje los paradigmas de Kuhn. Sigue leyendo
La primera impresión no tiene por qué ser definitiva, pero es muy importante, porque orienta los siguientes pasos; y lo cierto es que hay una primera impresión en casi todos los órdenes de la vida: la primera impresión que recibimos -o que damos- al conocer a otra persona, al empezar un nuevo año, al encontrarnos con un libro e, incluso, al iniciarnos en el mundo de la lectura.
Acerca del buen leer hay demasiados mitos y muchos de ellos son culpables de la desafección por la lectura de demasiadas personas. Cuando repaso con mis alumnos los consejos que dan los grandes lectores, se quedan estupefactos. «Hay que leer poco», es siempre el primero. El segundo consejo rompe otro gran mito: «Hay que saber escoger los libros y en los libros». Es decir, que como debemos leer poco, no sólo conviene evitar muchísimas lecturas, sino que además tampoco es conveniente leer siempre libros enteros.
No te engañes. Tú también has fracasado, y volverás a hacerlo. No maquilles tu derrota con una fotografía de Instagram. Te negaron aquel beso, ese trabajo, aquella victoria e incluso aquella sonrisa que tanto necesitabas. Pero, ¿sabes qué? No importa. Se terminó huir del fracaso.
Carlos Fernández, mítico ex community manager de @policía, me dijo en una ocasión que “nadie es tan guapo como en su Facebook, ni tan feo como en su carnet de identidad”. Es una metáfora fabulosa para reflejar que la realidad no es blanca o negra. El éxito y el fracaso confluyen, y se necesitan el uno al otro.Sigue leyendo
Tengo un amigo que tiene una batalla personal. Probablemente tenga muchas, como todos nosotros. Pero hay una especialmente acuciante, especialmente perseverante e irritante en mi timeline.
En su caso se trata del acoso y derribo sistemático que acomete contra una red de mensajería móvil que utilizamos todos a todas horas.
Tweets, gifs, latigazos verbales… Todo lo que esté a la mano para atacar la última adquisición de Zuckerberg. No habrá día de esta era tecnológica que no se suba a su atalaya para tirar piedras contra esta red social. No conocerá la tierra el descanso de este Job, que va a proferir todos los improperios inimaginables contra el doble tick azul y sus emoticonos anticuados e inanimados.
Este comportamiento, que en ningún caso habría cogido forma de texto si no hubiera sido por mi ociosidad de comienzo de semana, me ha llevado a una reflexión mayor.
¿Cuáles son las batallas personales que cada uno de nosotros tenemos? ¿Las sabemos identificar? ¿Qué cantidad de tiempo ingente y desproporcionado se nos va en ello? ¿Cuánta energía -energía de la buena, ojo- se nos escapa en blasfemar contra aquel o aquello que nos mina cada día por sus incompetencias (sean del orden que sean)?
Todas estas preguntas (salvo las dos últimas), propias de algún seguidor constreñido de Eckhart Tolle o Paulo Coelho, son pertinentes si nos llevan a identificar a ese canalla, a esa puerta mal cerrada, a esa taza putrefacta con posos de Cola Cao que hace y recoge vida “fungi” detrás del microondas y que le da ese toque de quelque chose a la cocina.
Recordaba en este espacio hace un par de años a un amigo que ante una jugarreta de un mecánico (como ponerle todo el sistema eléctrico del coche sin avisar al que iba a pagar la factura) pensó muy seriamente si coger barra de metal y escaparate o mandarle una carta de prosa delicada y correcciones victorianas. Era filósofo. Y católico. Debió hacer lo primero. Pero terminó haciendo lo segundo.
El caso es que yo tengo un enemigo mortal en lo abstracto. Un ente oscuro, como el manchurrón de chapapote flotante de Lost, que cada mañana, cuando enfilo el hall de mi edificio, me castiga sin piedad.
Se trata, sencillamente, de una puerta abierta. De la puerta que da al garaje, previo paso por el cuarto de basuras. Mi bloque de edificios tiene dos restaurantes en los locales de abajo. Con ellos compartimos cuarto de basuras. La imaginación de cada uno y la literatura francesa y rusa que hayan sido capaces de leer, les dará una idea de las pestilencias que brotan de dichos cubos hasta que son vaciados. Es una peste cansada, como un turno doble de trabajo y sin agua potable cerca. Como una fumada de pipa vieja sin refrigerio. Como un cordero de lechal seco, un flan con nata y un whisky con cenizas de cigarrillo de postre. Todo eso, mezclado por las entrañas de una comadreja enferma del colon.
Después de 243 portazos intensos a las 9 de la mañana de forma sistemática, con la firme convicción de que ese castigo sonoro llegaría a mi verdugo y le haría rectificar su propuesta formal de dejar siempre la puerta del hall, la que colinda con el cuarto de basuras abierta, decidí pasar a la acción.
Enfilé como un verdadero caballero el camino hasta la caseta de administración y allí supliqué algún tipo de mensaje escrito que soliviantase la conciencia del sujeto que siempre deja la puerta abierta.
El mensaje llegó. Pero no hubo ningún tipo de efecto. La puerta al averno nos sigue dando a todos las bienvenida en el bloque 9C.
Tantas veces he soñado con pillar infraganti al infractor, tantas veces he soñado con preguntarle el porqué de su determinación en compartir ese olor medieval, que muchas veces he tenido que frenar a destiempo porque me comía el coche de delante.
Sea como sea, y como tampoco yo soy mucho más valiente que mi amigo el filósofo, aquí va mi misiva. Le dedico unas líneas a mi antagonista invisible con el dudoso fin de que algún día, mientras sube las escaleras y deja la puerta abierta, se tropiece con este escupitajo online.
Estimado vecino/a:
Durante los últimos meses has tomado una decisión extraordinaria, fuera de lo común, que me ha desconcertado desde todo punto de vista. Pese a las advertencias que ofrece el mensaje en folio A4 y tipografía Calibri, para dejar la puerta del cuarto de basuras cerrada, tú, indolente montaraz de perseverancia febril, desoyes con entusiasmo cualquier tipo de indicación y decides que el pecado es compartido. Que ese olor, tan sutil como un saco de ratas muertas, no debe caer en el ostracismo de lo subterráneo y deber pulular por el hall de nuestra residencia como si de aire vital se tratase.
No conozco tu rostro. No sé de qué pie cojeas. No creo que te vaya a pillar jamás acometiendo tus fechorías. Pero puede que algún día, tu olfato se despierte a la naturaleza del mundo, al orden correcto de las cosas. De lo bueno y de lo malo. De lo agradable y repudiable. Y ese día, de la forma que sea, estaré yo cerca para dejarte los excrementos de mi conejo, mi cerda y mi hija. Todos juntos y apiñados en una tela finísima. Todo con el único objetivo de garantizar tu conversión. De anunciarte el mal que durante tantos días te has emperrado en compartir. De recuperar, en definitiva y por siempre, tu olfato y educación para el bien de la especie humana.
Afectadísimamente, el tipo molesto del 3º5.
En fin. Identifiquemos nuestras batallas, las más absurdas y peliagudas y dediquémosle unas líneas en lo público o en lo secreto para descargar nuestra ira. Que luego esos desagües energéticos nos lo subimos a casa, al coche o al trabajo y nos juega una mala pasada una puerta mal abierta.
En ese fondo inabarcable de relatos que nos legó Grecia, hay uno que cuenta que Zeus, apiadándose de Alcyone y Ceyx –a quienes había condenado a tomar la forma de pájaros alciones–, decretó que durante unos pocos días del solsticio de invierno, en medio de las inclemencias de la estación, se produjera la calma para que pudieran construir sus nidos y resistir así a los embates del clima.
Desde entonces, los días alciónicos han sido imagen recurrente para referirse a esos momentos de aparente inactividad, de tregua con las duras pruebas del día a día, que resultan sin embargo fundamentales para acometer la tarea de vivir y sobrevivir en medio de esto en lo que consiste ser-humano, que es primordialmente ser-en-relación o, mejor aún, ser-en-conversación. Sigue leyendo
La semana pasada el periodismo en general, y el español en particular, se permitió echar una canita al aire.
“Una manada de jabalíes mata a tres miembros de Estado Islámico en Irak”, rezaban en sus titulares online El Mundo y La Vanguardia.
“Un grupo de jabalíes acaba con tres terroristas del ISIS cuando preparaban una emboscada”, comentaba en la sección “Animales” el diario digital El Español.
“Donald Trump ficha a un jabalí como Secretario de Defensa”, decía el siempre afilado (y cada día más cercano a la realidad) El Mundo Today.
Esta “noticia”, hilarante cuanto menos, repicada por el mundo con alegría, pone el foco en la realidad informativa que nos toca vivir; donde las creatividades de sofá, los gags de ingenio que nos brotan tras dos paradas de metro y los artículos destacados de los diarios serios, se confunden en una suerte de chiringuito llamado “mundo digital”, donde, definitivamente, todo vale.
Esta “noticia”, que hasta el día de ayer ninguna cabecera se había sentado a darle una vuelta sobre la veracidad o no del relato, fue puesta en marcha por The Times y The Telegraph, tal y como recogía Patricia R. Blanco en El País, que tuvo la molestia de titular, a petición (probablemente) de algún redactor jefe cebolleta; “La inverosimil victoria de los jabalíes contra los terroristas del ISIS“.
La cuestión es que una vez más, el canon de la facultad de periodismo sobre la imperiosa necesidad de la existencia real de fuentes que acrediten los hechos que nos disponemos a narrar, vuelve a quedar en el tintero de lo teórico y las rectificaciones y matizaciones ante cualquier imprecisión de una información; como un ejercicio para los necios que se detienen a analizar la actualidad.
Tal vez por eso hoy -día internacional de la libertad de prensa- sea un buen momento para reivindicar el fin del periodismo.
Porque, francamente, nadie está hoy en disposición de detenerse dos minutos. Y mucho menos los periodistas y redactores. Lo importante es el flash, el deslumbramiento que las letras todavía nos provocan si son conjugadas de tal manera que sea caldo de retweet o de comentario jocoso en el grupo de Whatsapp de turno.
Si uno de los grandes lo ha dicho, lo diremos todos. Y si nadie rectifica o matiza la improbabilidad del relato, menos yo. Que la fe de erratas, con algo de mala baba y a estas alturas de la película, podría entenderse como un marco legislativo de esta rat race en la que estamos constreñidos.
Los lectores, fagocitadores empedernidos de datos y que cada día se sienten más capaces de diagnosticar su embotamiento mental (lo llaman “sobreinformación”), se mueven hacia aquello relacionado con la prensa cotidiana con escepticismo, apatía y altas dosis de incredulidad.
Tal vez por eso hoy -día internacional de la libertad de prensa- sea un buen momento para reivindicar el fin del periodismo.
Al menos, de la forma en la que se está llevando a cabo.
Porque en los titulares no confirmados de jabalíes y terroristas, solo puede haber una explicación lógica desde la información regida por empresas privadas. Arrastrar un par de clicks más al contador diario. Conseguir un par de anunciantes más porque “seguimos creciendo” (frase mantra de todas las cabeceras tras las oleadas de EGM).
En definitiva, más pasta para el zurrón para seguir engrasando la rueda. Fenómeno, en cualquier caso, absolutamente legítimo siempre y cuando lo que se edulcore, agregándole cierto atractivo literario al titular, sea una verdad fría que necesite algo de estímulo. Pero estimular no quiere decir adulterar. Y es conveniente que dichas licencias “artísticas” vayan más hacia los editoriales o espacios de opinión que a las secciones generalistas de información de los medios convencionales.
Quizás la duda es si el periodismo tradicional está jugando a no ser convencional. Y si verdaderamente ya no podemos llamar información a lo que otrora fueran los datos que digeríamos, con un periodista entremedias, para componernos una idea de hacia donde va el mundo.
Este acontecimiento porcino-belicoso, uno más en la serie de aventuras chestertonianas a las que nos enfrentamos cada día, puede sin embargo que llegue próximamente a su fin gracias a la tecnología, engrosando con ello, la nutrida lista de periodistas parados. Y podremos echarle la culpa a Quill o Narrativa , o las ideas parecidas que vayan surgiendo de ahora en adelante.
Hablamos de softwares capaces de redactar a través de un algoritmo que recopila datos estadísticos una crónica; articulando y adjetivando -si es necesario- un texto sencillo listo para consumir y olvidar.
Y no considero que vaya a ser un gran drama. Y seguramente, visto el patio, sea deseable.
Las ventajas para los críticos del periodismo actual son innegables: tendremos menos que criticar. Exigiremos a los valientes que quieran vivir de la información que no se remitan exclusivamente a empaquetarla o a deformarla, sino que se mojen y aporten su bagaje intelectual para refutarla y ponerla en contexto. Habrá un avance hacia la opinión y corresponderá a estas aplicaciones y a los gabinetes de comunicación de las empresas (inclusive la panadería de la esquina) informar sobre lo que a ellos les acontece y el valor que generan en su entorno, documentando su día a día gracias a los usuarios y a los “pelotazos” de interés que sean capaces de llevar a cabo en redes sociales.
Las ventajas para los cínicos son irrenunciables: un programa informático es más barato que una redacción de humanos que quieren comer y vestirse. Los tiempos, una vez que le cojamos el tranquillo a la “cosa tecnológica”, serán más reducidos por lo que podremos embotar con mayor entusiasmo la cabeza de las gentes. A mayor actualidad y mayor presencia a menor coste, más audiencia, más sobreinformación y menos errores de prisma humano.
Sea como sea, el paradigma entre lo que estas nuevas herramientas terminan de implantarse, es para echarse unas risas y tocar el violín con entusiasmo mientras el barco hace aguas.
«Un ratón de tierra se hizo amigo de una rana, para desgracia suya. La rana, obedeciendo a desviadas intenciones de burla, ató la pata del ratón a su propia pata. Marcharon entonces primero por tierra para comer trigo, luego se acercaron a la orilla del pantano. La rana, dando un salto arrastró hasta el fondo al ratón, mientras que retozaba en el agua lanzando sus conocidos gritos. El desdichado ratón, hinchado de agua, se ahogó, quedando a flote atado a la pata de la rana. Los vio un milano que por ahí volaba y apresó al ratón con sus garras, arrastrando con él a la rana encadenada, quien también sirvió de cena al milano».
Esta historieta del fabulista clásico Esopo, profeta de los sofistas de bareto, parece pertinente con la actualidad que enfanga -por alusiones, por compartir siglas o por estar íntimamente implicados en “la trama”– a toda la estructura del Partido Popular.
Demasiado frío para correr en el patio, demasiado embarrada la tierra como para llevar el vaquero al suelo y hurgar con un palo en los poros de la roca. Siempre, el joven homo sapiens sapiens, en búsqueda activa de arcilla con la que pringarse las manos.
Las peonzas no rodaban, los gogos se manchaban y arañaban, los tazos se perdían en los charcos y las Magic, los cromos de la Liga y los Pokemon de cartón perdían color y la textura propia de sobre nuevo recién abierto. Obviamente, este problema era cosa ajena a los que tenían el mazo plastificado.Benditas madres.Sigue leyendo
Parece este un buen punto de partida para recuperar lo que veníamos diciendo en la primera parte de este microensayo acerca del feminismo contemporáneo: si bien todos estamos de acuerdo en sus fines, la explicación que se hace de la violencia es tremendamente problemática. ¿Por qué?
Hace unos días, al salir del cine —después de ver el último trabajo de Scorsese, Silencio—, un amigo me dijo que había oído a alguien murmurar: “como siempre, la culpa de todo la tienen las religiones”. Una prueba clara de que se puede ver sin observar. Son muchas las críticas que se han hecho a esta película que, de por sí, no es polémica ni pretende serlo. Es profunda, y muchos confunden hoy la profundidad con el afán de debate.
Por fortuna, vivimos en una sociedad libre en la que todos podemos compartir opiniones para después aceptarlas o no. En un cierto grado de discusión -esa meritocracia congénita a la cultura-, es menester obviar la opinión de todos aquellos que no han visto la película o que, a pesar de haberla visto, carecen del instrumental necesario para elaborar una crítica adecuada. Sigue leyendo
Llega para todo hombre el instante en que la decisión tan simple de parpadear o cerrar los ojos marca para siempre su destino, porque, ¿y si el recorrido de su vida le ha llevado intencionadamente hasta ahí buscando una respuesta?
La pregunta se convierte inevitablemente en certeza, tanto en la situación que esa pregunta (o hecho) genera, como en la respuesta a esa realidad que interpela en forma de pregunta. La radicalidad de este binomio hace al hombre reconocerse como tal, le despoja de circunstancias que quedan transformadas en un escenario de libertad. Un escenario en el que, frente a frente consigo mismo, tiene los pies en la frontera de la cima y el abismo. Sigue leyendo
De las diatribas que nos podemos encontrar en los escritos de Chesterton, seguramente, una de las más divertidas, se encuentra en “La paradoja de Mr.Pond”.
En ella, el propio Mr. Pond, con elocuencia victoriana y algo de mirada alucinada —como todos los genios que se asombran del vuelo de un diente de león— argumentaba con un jurista de tres al cuarto un intrincado caso policial.
Mientras iba aumentando la temperatura de la conversación, Mr. Pond más plácidamente se explayaba en sus argumentaciones y más se maravillaba de la estupidez de su contrincante.
Sentido de pertenencia, búsqueda de un hogar, encontrar nuestra tribu, poder decir ¡Tú también! y descubrir que así la vida se ensancha. La idea de «comunidad» evoca ese lugar en el que nos nutrimos como personas y en el que damos también lo mejor de nosotros. En ámbitos filosóficos, empresariales, familiares, políticos y, por supuesto, en el mundo del coaching, se empieza a expresar un anhelo de comunión: debemos recuperar el sentido de comunidad. Ahora bien: quizá no sabemos lo que decimos cuando hablamos de comunidad, puesto que en los últimos siglos Occidente ha puesto el acento en la autonomía del individuo y hemos configurado nuestro mundo como si cada uno se bastara por sí mismo, hasta el punto de considerar la interdependencia como una debilidad. Sigue leyendo