Empecemos por una definición. El principio de subsidiariedad se reconoce en la siguiente formulación:
“como no se puede quitar a los individuos y dar a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos.” (Quadragesimo Anno, 1931, §79)
Esto significa, particularmente en el orden económico, que conviene que las comunidades más cercanas a un problema tengan la libertad de asumirlo y resolverlo.
Es importante mencionar que el principio no realiza un juicio valorativo acerca de las decisiones que pueden realizar las organizaciones más pequeñas, ni tampoco acerca del estilo de gobierno (por ejemplo, no implica una posición favorable respecto al federalismo), sino que reconoce la supremacía de la persona por sobre el Estado, el derecho a la propiedad como medio para la prosperidad, y que las personas somos seres sociales por naturaleza. Sigue leyendo
Hubo una época donde los “bichos raros” se agolpaban en torno al televisor por la noche.
En esa franja delirante comprendida entre la 01:30 de la mañana y las 06:00 de la mañana, místicos en calzoncillos, beocios sin remedio, perezosas de toda clase y condición, insomnes empedernidos o padres primerizos con restos de baba neonatal en el pijama, se agolpaban frente a la caja de luz a ver una y otra vez las bondades de determinada lijadora, de una mopa que limpiaba hasta el pasado, un concierto de jazz de tres al cuarto, documentales del cine húngaro de los años 30 o, para los más decididos o más voluntariosamente despistados, una variedad extraordinaria de películas pornográficas; especialmente burdas y especialmente frecuentes en las cadenas locales y regionales.
Lo que ahora revisa Zuckerberg en cada whatsapp calenturiento, antes se ocupaba un mandao de la programación de la tele del barrio.
En este último caso, antes de que Tinder nos pusiera a discernir sobre el eros, uno se podía encontrar, entre embestidas y diálogos de lo absurdo, un tablón de anuncios para los ahogados en la soledad más picosa que, como decía Florentino Ariza en lo que Fermina Daza le abría las sábanas de su cama, es la de la carne.
Era en esa franja extraña de la noche donde antes de la aparición de las redes sociales todo se mezclaba. El olor a gato de la casa, la cerveza medio abierta, un calcetín en disposición confesional… Lo que ahora revisa -cuando tiene tiempo- el bueno de Zuckerberg en cada whatsapp calenturiento, antes se ocupaba un mandao, que no cabe hacer distinción de género en la parrilla de la tele del barrio.
Lo que más me despertaba la atención en ese momento, por lo jocoso y la curiosidad impertinente por encima del apetito básico, era que en la pequeña pantalla, ante el aderezo sexual que ocupaba la parte superior del recuadro azul, un hirviente chat primitivo se desarrollaba con vigor y frenesí. Los mensajes eran escuetos, con su propia mecánica sintáctica y lingüística. La necesaria economización de las palabras a las que nos sometía la dictadura del SMS dotaba a las oraciones simples (o copulativas) -baluarte del flirteo televisivo- un aire sodomita de cantina del lejano oeste o un triste tablón de desaparecidos en la playa.
“Se busca pedazo de carne para ayuntamiento carnal”.
“Activo busca pasivo. Pasivo busca subjuntivo”.
“Hombre moreno, corpulento e interesante busca a delfín madurito. Esta noche en Palencia”.
“Mujer muda busca monstruo del pantano para lo que surja”.
Porque al final, esto es lo que ha quedado de “La forma del agua”, la última producción oscarizada de Guillermo del Toro.
La última travesura del director mexicano no es otra cosa que la clásica historia de amor, bien barnizada, eso sí, por el ingenio intangible y merecidamente reconocido del creador del Laberinto del Fauno o Mimic.
Hay una estética cuidada, una trama con sentido, un universo coherente, un desarrollo de personajes algo dubitativo pero sostenible y de pronto, casi al final, se corre una cortina de baño cincuentero para sobreentender que entre la chica muda y el monstruo del pantano va a haber tema.
Los hay, claro está, que han buscado hacer un atrevido y seguramente acertado razonamiento para la vida moderna sobre esa “conexión sexual” que no conoce de especies ni de géneros. Como una reivindicación de la imaginación fetichista que por fin desembarca en Hollywood tras cruzar el océano nipón, donde el Hentai llevaba fantaseando con plantas y cuerdas sinuosas destinadas para la dominación y el placer femenino desde hace décadas.
En este aspecto cabe resaltar la noticia que ha recogido la sección de “SModa” de El País, donde tras el estreno de “La forma del agua”, se han vendido como roscas recién horneadas consoladores que especulaban con la forma, longitud y aspecto del falo del anfibio antropomórfico.
Ahora toca al lector disculpar a los mediocres, simples y “noséquepatriarcales”, que sencillamente hemos visto en la película una historia interesante que tiene como premisa a una mujer muda terriblemente necesitada de amor, cariño y comprensión que se entrega en cuerpo y alma a un monstruo encerrado en una charca metálica. Ahí está el drama de la tensión dramática. Donde, todo sea dicho de paso, en realidad no cabe espetar la relación en cuanto a la posibilidad de encuentro, reconocimiento y afecto. Sin embargo consideramos gratuito o sintomático de una sociedad de juego de braguetas el marcar o evidenciar la relación de la chica muda y el bicho hasta el punto de dotarle de genitalidad. Todo ello cuando no queda muy claro si ese “recurso” ayuda a contar la historia; dejando un olor pantanoso a fruto ideológico (propio de la Academia y con el que comulga Guillermo del Toro. Veánse los rostros franquistas del Laberinto del Fauno), que termina por despistar y sacar de la película a algunos de sus espectadores. Como los mensajes de alta carga erótica-festiva de mi cadena local.
Dicho lo cual, acudan raudos al cine. Se sorprenderán (si es lo que piden al comprar una entrada).
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Estamos sobrepasados. Nos reconocemos, quien más quien menos, incapaces de ofrecer la respuesta que se nos pide tal y como se nos pide. Y, si alguna vez somos capaces de ofrecer esa respuesta, es a costa de algunas cosas que consideramos importantes, sacrificando algunos aspectos de nuestra vida que, inevitablemente, tenemos que desatender. Querríamos ser capaces de llegar a todo, de responder y de dar la batalla (¡y ganarla!) en todos los frentes que tenemos abiertos. Y no podemos. Persiste en nosotros, quizá, una sensación de que vamos haciendo todo, pero no lo hacemos del todo.
Hace poco charlaba con una amiga periodista sobre la situación del periodismo en la actualidad. Mientras ella me señalaba el todavía fuerte condicionamiento de los medios y periodistas por instituciones públicas y privadas, yo, por mi parte, aceptaba estas premisas pero ponía el foco en otra cuestión: la dictadura del algoritmo.
Cuando leemos al gran Homero a menudo perdemos de vista que la Ilíada, con todos sus dioses y sus héroes, con su Aquiles enfurecido y su Héctor humillado, no es sino la narración de una disputa por una muchacha, Helena. Desde entonces hasta nuestros tiempos -es decir, durante toda la historia de los ingenios humanos- el amor ha sido, es y será el primer foco de atención de escritores, poetas, cineastas… Amar y ser amado, el mayor y más hondo deseo de cada hombre y mujer desde el primer día hasta el último.
Aunque sin la épica del magno vate de la Antigüedad y sin el preciosismo y la melancolía de Chazelle en La La Land, también nosotros hemos querido aportar una palabra sobre el amor desde nuestro tiempo (que es también el de usted, por cierto). Amar se conjuga en cada momento de la vida humana, desde la infancia hasta la vejez. Por eso hemos querido traer aquí una selección de algunos de los mejores textos que hemos publicado sobre EL ASUNTO desde distintas perspectivas.
Es notable que el humor desde Cataluña sobre la realidad de Cataluña en España haya tardado tanto en llegar. Es llamativo que en todos estos años de deriva secesionista, desde las entrañas de la comunidad autónoma, no hubiese salido ninguna propuesta “seria” de tomarse a broma todo lo que está ocurriendo.
Decía Camilo José Cela que “el humor es la gran coraza con la que uno se defiende en este valle de lágrimas”. Parece que los de Tabarnia le han dado tangibilidad a la cita.
La pareidolia consistente en el reconocimiento de patrones significativos como rostros humanos, caras o formas, en estímulos ambiguos y aleatorios como
Vivir con menos, en una economía a escala verdaderamente humana, que muestre que lo pequeño, lo simple y lo sencillo puede ser bello, útil y suficiente. Producir y consumir conociendo lo que realmente necesita el ser humano, frente al uso y abuso insostenible del mundo agigantado que nos convierte en simples números. Utilizar una tecnología a la medida del hombre: accesible, útil y cercana. Organizar y distribuir los medios y recursos económicos desde un plan comunitario basado en valores morales y no solo en cálculos estadísticos. Alcanzar una alternativa sostenible y práctica entre aquellos que propugnan el ”retorno al hogar” y los que que preconizan la “huida hacia delante”.
«Pásame la sal», he pensado. Luego: «No, no es suficiente». A ver esto: «Estoy cenando con mi mujer en casa y le digo: “Amalia, pásame la sal”». Ahora sí. Sigue leyendo
Búsquela en el silencio, búsquela en la calma, búsquela en medio de la noche y búsquela también en la aurora. Deténgase a cerrar las puertas mientras la busca, y no se sorprenda si descubre que ella no vive en los museos ni se esconde en los palacios. no se sorprenda si descubre finalmente que la belleza no es solo un qué, sino también un quién. (El despertar de la señorita Prim. Natalia Sanmartín)
Algunos sí son jóvenes, pero otros rondan los cuarenta palos. Esos últimos no son jóvenes y afirmarlo con rotundidad no es ofensivo para nadie. No hace mucho tiempo, serían contados entre los ancianos de sus comunidades. Son adultos en toda regla, personas que perfectamente podrían tener un buen puñado de hijos adolescentes, haber enterrado a sus padres y contar con cerca de dos décadas de experiencia laboral a sus espaldas. Sigue leyendo
Existe una herejía alarmante muy extendida en Occidente. La densidad especulativa de Disney la ha acuñado en el confuso aforismo “la belleza está en el corazón”. Tratándose del cuento de una doncella que se enamora de una criatura caracterizada como “bestia”, supondré que se trata de la posibilidad de amar a alguien independientemente de su fealdad aparente, cuando en su interior reside el bien.
Todo esto me resulta muy confuso. En primer lugar, está la ambigüedad de un “corazón” en el que debe residir un cierto bien que no sabemos muy bien en qué consiste. No menos preocupante parece ese verbo “estar”. La belleza no “está”, no se sitúa. Se corre el terrible riesgo de etiquetar arbitrariamente la posición de la belleza o, más terrible aún, se corre el riesgo de disolver la belleza en un cierto carácter moral.
Aunque lleva “doble vida”, sus rutinas no son discordantes. “De jueves a domingo me centro en la radio y el resto del tiempo me dedico más a los documentales y a los libros”, tiene dividida la semana pero su vida rebosa coherencia y búsqueda. Fernando de Haro (Madrid, 1965) es un hombre de mirada intensa, un indagador de la realidad que persigue asombrarse con lo sencillo, salir de sí mismo para contemplar el mundo con los ojos de otros.
Su versatilidad le ha llevado a trabajar en todos los campos del periodismo, ahora alaba el gusto de los madrugadores del fin de semana en COPE. Pese a ser “una palabra manida”, reconoce que difícilmente hay algo que supere al amor. No obstante, entiende el término con anchura. Fernando se casó “para el mundo” y siempre ha querido que su familia se pareciera a sus singulares viajes por Oriente. Es difícil encontrar una comparación para él, pero si la pasión se personificara, tal vez llevaría sus zapatos y un periódico bajo el brazo. Sigue leyendo
Tal vez Sherlock Holmes habría atado cabos sin necesidad de conocer toda la historia. A mí, en cambio, me llevó algo más de tiempo, el tiempo que tardé en acabar de leer uno de los tantos artículos publicados sobre el tema. La sorprendente historia de Trystan Reese, “el papá embarazado de su marido Biff”, puede resultar algo confusa para personas anticuadas, sobre todo si comienzan por el final, como fue mi caso.
Ayer concluía en “Salvados” la segunda parte de la entrevista a Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela.
Más allá de entrar en cuestiones de la propia técnica periodística o valoraciones generales sobre el contenido, donde recomiendo echar un vistazo a los artículos publicados por Ignacio Pou en “El Debate Hoy”, quisiera detenerme en el estilo de Maduro. El estilo que tiene Nicolás Maduro para hablar de política.
Uno se queda con una mueca, que no sonrisilla de incrédula superioridad intelectual, ante el despliegue audiovisual que tiene ante sí. Es como estar atrapado en un diálogo capeado y sempiterno en la catedral de Vargas Llosa. Es como una pelota de mucosidad instalada en el lóbulo frontal que se convierte en palabra viva al decir “no me lo creo”.
Porque esa es la sensación que le queda a uno cuando Évole pregunta y Maduro responde. De alucinar, de no dar crédito a que uno de los dos que hay en esa mesa sea el presidente de 31 millones de personas.
Las salidas de tono, las respuestas sin sentido, la doble moralidad raruna, los aspavientos de trailero en mitad de un atasco, el corte de camisa a la coreana, los reseteos cerebrales, las gesticulaciones “violentas”, las carcajadas que más parecen de barra y Cerveza Polar que de encuentro periodístico.
La duplicidad parlamentaria en Venezuela con la aparición de la Constituyente -la cual no cuenta con un solo representante de la oposición y que ahora se ocupa del poder legislativo del país-, la limpia de magistrados del Supremo y del Constitucional, el cinismo desde el que dicta sentencia internacional a través de recortes de telediarios españoles, de las colas de lo absurdo -del noqueo económico y social- de la gente que tiene que invertir toda su potencialidad intelectual y el tiempo que Dios le ha dado en comprar el pan y “papel de culo”.
“Su respuesta no es muy consistente”. “La verdad es que usted impone”.
En definitiva, un aura, “unas energías” que diría la todopoderosa Claire Underwood de Managua, que chocan frontalmente con los usos y costumbres de la entrevista política. Al menos del formato clásico al que estamos acostumbrados en occidente.
Pero tampoco quisiera desviar la cuestión por ahí. Son los personajes, estos personajes, lo que hacen que la entrevista sea algo extraordinario. Es un producto sui generis que tiene más de perfil psicoanalítico que aproximación a un agente internacional con cierta relevancia. Parece un retrato emotivo de un hombre que no tuvo nada, lo tuvo todo y vuelve a no tener nada, con la salvedad de que nadie se ha parado a explicárselo y le han dejado que siga la función, igual que al bibliotecario de Chesterton que jugó a ser un don Quijote con tintes decimonónicos.
También está presente en los cortes y el tono, lo que hace que las conclusiones que cabe extraer, además de ser muy sabrosas y placenteras para el ojo, queden, cuanto menos, en entredicho.
Por tanto, de la visualización de esta “entrevista” saco dos conclusiones: inquietantes los humanos sin rostro que figuran como parte del atrezzo, al final del tiro de cámara, junto a las cortinas rojas. Y que Maduro, tal y como queda retratado, me podría caer bien.
Llevo un par de días enfangándome de artículos, recortes y exabruptos varios en Twitter; donde mi próximo entrevistado se desfoga mejor al estilo clásico, con los 140 caracteres que le dieron hechuras de polemista relamido de pluma ligera.
Me he empachado de tanta delicada ternura, de tanta alma bella que exhibe su pureza en Twitter, de tanta patraña dulce y buenista, que he decidido hacerle la guerra a este mundo de arcoíris y vegetales. No sé qué fue lo que colmó el vaso. No sé si fue la absurda y lacrimógena conversación (de la que fui testigo) sobre la muerte de un perrito, no sé si fue un cartel donde aparecía un personaje de la Matanza de Texas con una cabeza sangrienta de vaca y una metralla de frases: “¡Eres cómplice! De la tortura, secuestro y maltrato sádico de seres vivos. Liberación animal YA! Acción Vegana”. O acaso ver a tanta gente dispuesta a rasgarse las vestiduras todos los días de su vida, e imaginarme al señor Amancio Ortega frotándose enérgicamente las manos mientras despacha camiones a reemplazar tejidos rotos. La cuestión es que aquí estoy, en bata sudada, escribiendo la primera de una serie de nauseabundas crónicas sobre este mundo light y bondadoso, que debe cerrar los párpados cada vez que algo desagradable –como mi cuerpo grasiento –se presenta a su vista. Ahí va. Sigue leyendo
En 1960, Marcello Mastroianni miraba la figura de Anita Ekberg en la fontana de Trevi, acariciando el aire que flotaba ingrávido a su alrededor, intentando no tocarla, pero tratando de capturar su aura, o, mejor dicho, la esencia de la belleza. Todos los espectadores nos volvíamos “escultores” como Mastroianni y queríamos viajar a Italia, a aquella época en la que los coches, la moda, la música… todo era absolutamente embriagador y tan fastuoso como un artilugio inventado por Leonardo Da Vinci.
En esencia se trataba de morbo, de los efluvios dionisiacos, de que la atmósfera hiciera olvidar cierto primitivismo latente. Y, es que, Fellini, era un maestro para incitarnos con lo primitivo enmascarado. Hasta el prostíbulo inhóspito de “Roma” (1972) nos parece sugerente y acogedor. Nos alimenta sensaciones de todo tipo ese idealismo mágico de “Giulietta degli spiriti” (1965) o la nostalgia de “Intervista” (1987). En todas sus películas hay drama, pero no como fundamento. Lo que se respira, en cambio, es alegría inusitada y expresiva por la vida. Desarrollar la expresividad sin merma, caudalosamente desde la cima del estado de ánimo; aunque sea de la manera más grotesca, como en el teatro de “Roma” donde se lanzan gatos al escenario desde platea o como sucede en la coralidad apoteósica de lo absurdo en “Otto e mezzo” (1963). Sigue leyendo
Es arriesgado tratar de explicar un fenómeno político de masas según un número limitado de causas. Los acontecimientos multitudinarios de los últimos años en Cataluña y, especialmente, de los últimos meses, tiran por tierra cualquier análisis que pretenda reducir el “problema catalán” a una demanda económica, a un simple movimiento de protesta por la corrupción, de mayor “libertad” política, o a un intento encubierto de revolución.
No parece improbable que, pese a la ilusión de homogeneidad que imprimen las banderas, entre los centenares de miles de personas que han salido a la calle haya por lo menos otros tantas perspectivas acerca del presente, cada una con sus matices y, a menudo, no compatibles las unas con las otras. Sigue leyendo
La pareidolia consistente en el reconocimiento de patrones significativos como rostros humanos, caras o formas, en estímulos ambiguos y aleatorios como
Pese a que los millennials estamos hasta las narices de que se nos eche en cara lo inútiles e inmaduros que somos, se hizo viral hace no mucho un vídeo de un tal Simon Sinek, en el que se pone el dedo en la llaga haciendo un acertado diagnóstico de nuestra entrañable “Y generation” .
Una de las características aparentes del pensamiento posmoderno en relación al tema de los valores es la aparente negación de éstos, o al menos de su validez universal.
Decimos aparente porque en realidad los valores, como predican algunos de la materia, ni se crean ni se destruyen, solo se transforman, aunque sea en disvalores. Y es que no puede haber teoría alguna, ni ausencia de ésta, sin referentes que pretendan llegar a ser comunmente aceptados, del mismo modo que, respecto de la religión, nos anunció Chesterton que la descreencia en Dios deriva en creencia en “cualquier cosa”. En realidad nuestro mundo precisa, como cualquier otro, de los tan manidos valores, y de hecho tira de ellos, adaptándolos a los usos y maneras que al momento convienen. Sigue leyendo
Navega por las redes sociales con éxito inusitado un vídeo del filósofo suizo Alain de Botton predicando el ateísmo. Un ateísmo muy atractivo, sin lugar a dudas, porque se beneficia de todo cuanto de positivo hay en el ateísmo y de cuanto positivo hay en la religión.
Para el orador de Ted el gran problema del ateísmo es su carácter esencialmente negativo –la negación de la existencia de Dios y del valor, por lo tanto, de los sistemas religiosos–. Ese punto se puede conceder. Para revertir esta situación, al parecer, basta con proporcionar a los ateos los beneficios que los fieles de otras religiones encuentran en su religión. Hacer del ateísmo una religión. Sigue leyendo