Recuerdo que una vez en el colegio un profesor, no recuerdo de qué asignatura, me preguntó a quemarropa: “¿tú cuál crees que ha sido el mejor invento de la Historia?“. No me detuve a pensar un solo momento acerca de la cuestión, convencido como estaba entonces de que la sabiduría consiste en haber reflexionado sobre todas las cuestiones –y haber obtenido respuestas– en un tiempo ignoto pero siempre anterior al de la inquisición de terceros. Contesté altaneramente que el candidato perfecto había de ser el coche.
El profesor había estado aguardando con cierta curiosidad mi resolución, como si intuyera que había de sorprenderle, y cuando me escuchó hizo una mueca de aceptabilidad y resignación y se marchó. Sigue leyendo
Vivimos tiempos de profunda zozobra, esto ya nadie lo duda. La evidencia del desastre económico que padecemos es una muestra, pero no la única; la inestabilidad política al igual que la crisis artística, o la deshumanización del arte –que diría Ortega y Gasset–, la crisis educativa, el preocupante desequilibrio ecológico, “la insuficiencia de las doctrinas modernas –afirmaría Charles Péguy–, el vacío demasiado evidente, demasiado aparente, del intelectualismo moderno”, o la tristeza y el desencanto del hombre occidental –que tan genialmente refleja el poeta y novelista francés Michel Houellebecq en sus obras (Las partículas elementales, El mapa y el territorio y La posibilidad de una isla)–, son otras secuelas. Sigue leyendo
En el debate sobre la desaparición de la filosofía de los institutos españoles vuelve a resonar la famosa cuestión: ¿para qué sirve la filosofía? Una pregunta que se nos hace continuamente a los que hemos decidido dedicar nuestras vidas al estudio, divulgación y enseñanza de la misma. La alegre respuesta con que se intenta sorprender al que pregunta es: “la filosofía no sirve para nada”. Una sonrisa superior, párpados caídos, mueca de ironía… y a otra cosa, mariposa. Sigue leyendo
Hace unos días apareció publicada en esta misma revista una asombrosa réplica a mi artículo “La venganza os hará libres“, de nuestro anónimo y genial colaborador Ignatius Reilly. Sin desperdiciar la ocasión de manifestar mi admiración al autor y felicitándole por su publicación, escribo esta tercera entrada profundizando en la cuestión en tres direcciones concretas, que considero necesarias para una correcta comprensión de la venganza. Y nauseando y vomitando –como él hiciera– sobre su pijama rosado que un día oliera a miel y jazmín. Sigue leyendo
Hace algo más de medio siglo, en nuestra memoria audiovisual blanquinegra, España buscaba a Chencho, unida en torno a La gran familia, la saga familiar del aparejador Carlos Alonso (inolvidable Alberto Closas), su esposa, el abuelo Pepe Isbert y los dieciséis hijos que llenaban de vida el pequeño apartamento y la gran pantalla. La familia se fue encogiendo y estirando con el siglo XX hasta transitar por La familia y uno más o La familia, bien, gracias y La gran familia … 30 años después, cuando solo los problemas crecían y la familia menguaba.
Hoy nuestro espejo sentimental se parece más a aquella otra Familia a la carta de Fernando León de Aranoa, la cinta de 1996, en la que ya se apuntaba hacia esa familia caleidoscópica (¿familias?), familias de ficción y fragilidad que incluyen como condición de felicidad tener perro y, al menos hasta que las posibilidades económicas lo permitan, pasan palabra cuando les preguntan por los hijos. Sigue leyendo
Fueron dos, pintaron un muro, y lo llamaron Acción Poética. Y así ha quedado la cosa en sociedad: como cuando mamá le pone «Audrey» a su nueva hija en honor a la excelsa actriz de los sueños de los hombres, y resulta ser tu hermana un no-sé-qué fugitivo de las novelas de Tolkien, o un cuadro de miedo. O un ente del cubismo (y déjenme ahora esconder la mano, damas y caballeros).
Consiste la barbarie de una veintena de edad en imaginar frases chocantes, que interpelen, de temáticas melosas y optimismos de fábrica, y plasmarlas en lugares visibles de la urbe; en muros ruines que porten la blasfemia o paredes de habitáculo cualquiera, como el de la imagen.
Allá va todavía otro muchacho de errática vereda, Marwan le puso su padre, no sabemos en honor a qué actor de fantasía femenina. Cantautor y denominado poeta, que ha cosechado un éxito impredecible para el género.
Cuando se dice: “es un clásico del cine”, lo que se insinúa es: “es una película que debes ver”. Cuando se dice: “todo un clásico de la literatura”, se está refiriendo a un libro que se encuentra en casi todas las librerías, puede descargarse gratis en el proyecto Gutenberg y ninguno de los presentes lo ha leído. Ni lo va a leer. A fin de cuentas, casi todos estos clásicos literarios cuentan con una adaptación cinematográfica que, de estar bien realizada, puede convertirse perfectamente en un clásico.
Parece que con el paso del tiempo la literatura clásica se vuelve más y más remota. Entre el hombre del siglo XXI y el caballero de la Mancha o Lanzarote o Aquiles, se abre una brecha cada vez más amplia y más oscura. O, peor aún, hablamos de Aquiles y viene a nuestra mente el rostro de Brad Pitt con el pelo por los hombros y los músculos al aire. Sigue leyendo
“También sobre el alma nieva.
La nieve del alma tiene
copos de besos y escenas
que se hundieron en la sombra
o en la luz de quien las piensa”
Federico García Lorca, “Canción otoñal“.
Quiero dedicar esta entrada al vaivén del mar sobre la playa, náufraga en el continente. A los tallos femeninos de las flores vírgenes y a los viriles troncos de la alameda, desnudos de fulgor. A las nubes que visten el cielo; al sol, a la luna y a las estrellas. A todo lo que existe y somos incapaces de ver.
A Sócrates, el único, que todo lo hubo visto antes de legarnos con sinceridad la perla mayor de la vasta Historia: “sólo sé que no sé nada“. Sigue leyendo
Si hay algo que nos ha enseñado a hacer la escuela moderna es a cuestionar los motivos y a desconfiar. Alguno habrá que considere su fe ciega en las noticias y su desconfianza igualmente ciega en las enseñanzas de sus profesores de ética como la cumbre de la reflexión filosófica plurisecular. Se aceptan las explicaciones que los locutores de los noticieros hacen de los últimos supuestos hallazgos de la ciencia como se duda a priori del valor de la clase de lógica del profesor de filosofía.
El progresivo alejamiento de la filosofía no se debe a que lo que resultaba culturalmente relevante y pedagógicamente necesario hace unas décadas haya dejado de serlo. A más de un filósofo le podría resultar paradójico que la filosofía –o una de sus ramas– se haya enseñado como materia obligatoria en los bachilleratos o en algunas carreras universitarias. Algún filósofo de lengua afilada y ánimo cínico podría argumentar, no sin buenas razones, que la filosofía ha sufrido un genuino proceso de autodestrucción y que, llegado el siglo XX, los buscadores de la verdad llevaban décadas sin creer que existiera la verdad.
Quizá no. Pero a la gente la verdad le interesa. O eso cree. Cuando menos, eso exigen. Los noticieros, internet, las redes sociales; les proporcionan esas dosis de verdad que su mente les exige de forma convenientemente dosificada. Y siempre con imágenes y mensajes que, si no siempre silogísticamente correctos, nunca carecen de una chispa de humor. Sigue leyendo
Templo de la verdad es el que miras, no desoigas la voz con que te advierte que todo es ilusión, menos la muerte.
Larra, de un cementerio.
Unamuno confesó una vez que sólo tuvo un miedo en la vida, y que le vino de chico: mientras los demás niños de su edad echaban un ojo pavorosos bajo la cama antes de dormir, por aquello del Coco, a él le aterraba la posibilidad de no ser. Posibilidad que sería realidad algún día, y a lo peor ya lo ha sido.
Don Miguel de Unamuno
Todos queremos vivir. Todos anhelamos la perpetuidad de nuestra individualidad pura. ¿Qué sentido tiene todo si todo a la postre será nada? Si todo será nada, acaso sea lo mismo que decir que siempre lo fue, que nunca fue. Si morimos, no existimos aún, no hemos venido a ser jamás; somos fantasmas que vagabundean por páramos de nulidad aguardando el único instante de verdad y justicia, en que la nada sea nada y no aparente otra cosa. Ni siquiera aparente. Sigue leyendo
Los tres grandes pilares de la reflexión filosófica a lo largo de la historia son el ser, el pensamiento y el lenguaje. Todas las corrientes filosóficas tienden a poner el acento sobre uno o sobre otro. En esta historia del pensamiento emerge, con derecho propio y con un peso muy importante, la así llamada “filosofía cristiana”: una propuesta filosófica con una amistosa inclinación hacia el realismo y cuya reflexión tiende a girar, por lo tanto, en torno al problema del ser y, de forma un poco más marginal, en torno al problema del pensar.
Sin embargo el lenguaje es un terreno poco explorado para la mayor parte de los realistas. Una gran parte de los tomistas actuales, afincados en los ateneos pontificios romanos en su preparación para un ministerio de evangelización, leen con recelo a los grandes teóricos del lenguaje, especialmente a los de los siglos XIX y XX -De Saussure, Heidegger y Gadamer, Austin…- a la caza condenatoria y apologética de expresiones de relativismo y de anti-realismo. Asimilan en líneas generales las enseñanzas del Crátilo de Platón y de Aristóteles, y con ello se disponen a dar el salto a la teología, a la reflexión sobre el valor del lenguaje escriturístico, a la reflexión escatológica sobre la eficacia de la Palabra de Dios en la historia y en los sacramentos, y a la reflexión trinitaria sobre la persona del Verbo.
La reflexión filosófica sobre el lenguaje de gran parte del realismo tomista ha pasado de ser ancilla theologiae, sierva de la teología, a ser una cría descuidada y temerosa escondida entre las faldas de una madre inhóspitamente dogmática.
Hablaba yo el otro día con un gran amigo mío, psicólogo, agnóstico y profundamente materialista, sobre la realidad del amor, enfocando yo la discusión desde un punto de vista humanista y filosófico y él desde el prisma del biologicismo y de la corriente más empírica de su disciplina.
No me llamó la atención la reducción (reducción en mi opinión) de este lazo unitivo a mecanismos neurológicos e impulsos químicos cerebrales, o la teoría emergentista mente-cerebro que defendía (para los profanos, que la mente es una emanación quasi-espiritual del cerebro, la doctrina materialista más cercana al reconocimiento del alma). Es pan de cada día para los cientificistas, y la salsa de todos los platos en cualquier debate. Sigue leyendo
Cuando se avecinan unas elecciones en las que remueven las aguas nacionales serias y extendidas pasiones revolucionarias, profundas ansias de cambio y de inmediatez, el panorama electoral se divide inevitablemente entre extremos en el eje derecha-izquierda. El centro –algo menos ideologizado–, entre el miedo preservador y la audacia constructiva.
“IZQUIERDA” Y “DERECHA” EN POLÍTICA
La extrema derecha, el “conservadurismo radical” (como Mussolini en Italia o, según dicen, Franco en España), es el resultado de la aplicación práctica de aquella sentencia del maestro Hegel en su afamada obra “Fenomenología del espíritu” (Phänomenologie des Geistes): “el Estado es la suprema encarnación de la Idea“.
Para los profanos en el autor (de obligada lectura para un Historiador de la Filosofía, un sólo Historiador o un politólogo) la expresión significa que el sistema cristalizado en el Estado contemporáneo representa la perfección absoluta de la política. Hegel, padre intelectual de teóricos como Feuerbach, Marx, Schopenhauer, Nietzsche o Bajunin, es curiosamente el primer teórico de extrema derecha en sentido estricto.
Los autores de esta línea (la más tendente a la derecha) defienden –básicamente– la posición de que el cambio social y político es siempre un intento pro futuro a mejor, un deseo actuado de perfecciones posibles de las que de hecho el sistema en cuestión carece.
Si el sistema es ya perfecto, ¿qué es el cambio, sea revolucionario o estrictamente legal, sino un delito de lesa patria?
Por eso los partidarios de estas ideologías (muy heterogéneas sub genere) temen el cambio por sí mismo y atacan toda forma de pensar que —a priori– suponga una mutación sociopolítica, por débil que fuera. De ahí las distintas clases de censura a nivel social e institucional y el aniquilamiento de las bases de todo sistema democrático, que son las libertades de expresión, de información y de prensa.
Por el contrario, la extrema izquierda nace de la aplicación de la obra de Hegel a la misma obra de Hegel, de la exigencia de coherencia: niega radicalmente la perfección del Estado, y provoca el cambio dialéctico de la misma entidad entendida como tesis.
Según el esquema tesis-antítesis-síntesis introducido por el autor, la tesis o cosa dada en un primer término presenta imperfecciones susceptibles de mutación, de manera que por avatares cualesquiera termina oponiéndose a ella la radical alteridad que la niega (antítesis), provocando una interrelación armónica (armonía de contrarios) que originará una nueva tesis más perfecta (síntesis). Ésta es la piedra de toque de la lucha de clases del teórico K. Marx que desembocará en el comunismo, o si se quiere la Dictadura del proletariado.
Así pues, se reniega del modelo de Estado establecido porque es esencialmente malo, injusto, inhumano (antisistema), y se pretende la construcción de una realidad nueva enfrentándole con ardor (y según K. Marx, con violencia) a la actual un modelo diametralmente opuesto.
EL “CENTRO” Y EL VOTO DEL MIEDO
Entre los dos extremos de la línea ideológica, entre el necio optimismo y el pesimismo presuntuoso, se ubican las posiciones que llamamos de centro: de centro-derecha las que conciben el sistema como netamente positivo aun advirtiendo serias imperfecciones, y de centro-izquierda las que, sin dejar de destacar los grandes avances, entienden negativo el balance general del sistema contemporáneo.
Obviando las posiciones extremistas y fijándome en el grueso del electorado centrista (fiándome quizá ingenuamente de la campana de Gauss), en una situación como la actual se presentan dos tipos principales de voto: el constructivo y el del miedo.
Como se habrá podido observar, las categorías derecha e izquierda, así como las de progresista y conservador que obedecen a este mismo análisis hegeliano, son relativas a un modelo de Estado dado de hecho o bien escogido como referencia.
Respecto al hoy político, nadie puede ser estrictamente conservador y no caérsele la cara más abajo de los pies de pura y justa vergüenza: una casta política, renegadora del mandato representativo de la ciudadanía que la soporta (en sus sentidos metafísico y social, claro que sí), que se turna el poder entre sí misma valiéndose de discursos demagógicos, sofistas y pasionales, y que para colmo roba, chupando la sangre cual vil sanguijuela odiosa del currante de buena fe.
La concreción actual del modelo de Estado que defiende nuestra Constitución es a todas luces injusta y muy imperfecta, si no mala, y sólo puede gustar al que percibe un enriquecimiento indebido por su diabólica gracia.
Pero el votante informado y perspicaz de centro no pierde de vista que esto puede cambiar sin radicales transformaciones ni revoluciones contra todo: la Constitución de 1978 no es desde luego la consagración jurídica de la corrupción política, sino que ésta es una posibilidad que, sin el adecuado desarrollo legal y reglamentario que exige, puede darse de hecho e incluso de derecho (no es el segundo el caso de España).
El votante de centro, de centro-izquierda o de centro-derecha, sabe que lo más de lo que falta es un haz de medidas de control efectivas, que asegure el cumplimiento de la ley constitucional. Pero está, más o menos, contento con la Constitución vigente si hace un balance general de su contenido.
Cuando un partido de extrema izquierda, (que lo que desea es la abolición del sistema con todo lo que ello comporta), se hace con el voto poco informado de quienes lo que anhelan no es su programa político sino una reforma legal y la aniquilación de toda forma de corrupción política, la nación tiene un problema serio y grave. Sobre todo cuando parte del programa real de futurible gobierno implica como condición sine qua non un régimen totalitario antidemocrático propio del comunismo, como ocurriera con la cada vez más vecina Venezuela, China o Corea del Norte.
El votante de centro avisado tiene, pues, dos opciones: construir o preservar.
Quizá con algo de demagogia, se ha denominado al primero “voto valiente” y al segundo “voto del miedo“, llamando así de forma indirecta cobardes a quienes se sitúan bajo su sombra, a menudo acomplejadamente y con extremado secretismo por temor al todopoderoso Tribunal de la Opinión Social.
Como en este blog ya se ha argüido –con grandísima destreza– sobre el voto valiente, quiero yo legitimar (sin llamar a él) el llamado voto del miedo.
Todos los votantes de centro (de izquierda o de derecha) quieren lo mismo en una misma situación: un país mejor, un sistema más perfecto, advirtiendo los inconvenientes y los logros del modo de Estado actual, mayores o menores en número los unos y los otros según quiénes.
Unos se ajustan más a la izquierda y abogan por un cambio más profundo, otros se aferran a la derecha y quieren perfeccionar el modelo contemporáneo netamente bueno, pero los dos quieren y actúan en el marco de la Constitución vigente. Perciben la Carta Magna como instrumento de concordia política que asegura los derechos y libertades civiles, políticos, económicos y sociales, y advierten su negación como un mal que sobreviniere, que quieren evitar.
“Haz el bien y evita el mal“. El primer principio de la razón práctica de Aristóteles, que se observa en la filosofía precristiana y que se establece como piedra angular de la Filosofía Moral en el Medievo, perviviendo hasta la actualidad en cualquier planteamiento teórico que acepte cualquier sistema ético, es harto elocuente.
El mal no es otra cosa que la negación del bien, por lo que si se construye en base a una perfección se ha de evitar simultáneamente cualquier amenaza que lo arruinare. Así, la vía preservadora y la constructora no son sendas distintas, sino dos caras de la misma moneda: el trabajo para lo mejor, el odio a lo malo actual.
Cuando no amenaza mal alguno que arruine un designio o un estado (en minúscula) bueno, no tiene sentido evitar la nada: hay que construir. Cuando en la construcción se presenta un obstáculo inevitable por la vía positiva, es ser idealista e idiota (en su sentido literal) gastarse en lo imposible: habrá que luchar hasta desaparecer el impedimento, y entonces se podrá trabajar para lo bueno. Cuando se está trabajando para lo bueno y algo amenaza con arruinarlo, es ser estúpido ignorar la probabilidad: puede pillarle a uno el toro. Habrá que trabajar para preservar el proyecto deque algo lo destruya.
Trasladado a la política, hay que saber que el voto del miedo, o preservador, es un voto generalmente imperfecto pero, a veces, justo y necesario. Lo ideal es votar en positivo y afirmar lo bueno en detrimento de lo malo, pero lo ideal no siempre es lo real.
A veces la amenaza es seria, grave e inminente, y en estos casos (en mi opinión, sólo en estos casos), cuando además con el voto no se puede por las circunstancias contribuir a lo bueno y preservar de lo malo simultáneamente, es legítimo y prudente votar por miedo –por un sano miedo– que no es más que la reacción frente a la probable desaparición de lo que se quiere o la imposibilidad de lo que se busca. Sólo teme quien desea, sólo se aterra quien anhela un bien, y en esto se funden y hermanan los constructores y los preservadores.
La vía negativa del mal es siempre subsidiaria, pero según los casos necesaria, y desde luego siempre inacabada: si lo que se quiere es un bien pro futuro, un proyecto político para el mañana, y lo que se teme es su frustración, será un veleidoso quien muerto el perro y acabada la rabia antes de morder no se embarque en la empresa real y positiva de procurar la perfección política.
Los electores potenciales de determinada ideología no ven representados sus principios y valores en el espectro político, si acaso un partido afirma inequívocamente la esencia en su integridad de lo que quiere, pero elegirles puede significar, hoy por hoy, que el voto no tenga repercusión política alguna. Si la amenaza de lo malo es real y probable, y lo malo adveniente grave, ¿lo prudente es la inefectividad o escoger efectivamente lo menos malo para evitar lo peor?
Cada cual vaya juzgando según su criterio, pero en serio discernimiento, los medios más adecuados para lograr mañana la perfección del sistema que casi todos queremos.
Últimamente se oye mucho un vocerío en la calle que a unos cuantos no deja de asombrarnos. El discurso sobre la rebelión y la sedición, el enfrentamiento armado, el levantamiento popular… Parecía que lo habíamos dejado encerrado en los libros de Historia, pero no: determinados personajes de determinados signos políticos lo han enarbolado en sus intervenciones públicas y se han colgado un pin a modo de blasón, seduciendo masas con dialécticas pretendidamente revolucionarias y de izquierdas… solo pretendidamente.
Democresía nace de una inquietud y una experiencia.
La inquietud, por el ruido constante y la tormenta de datos, acusaciones y efectos especiales que inundan el mundo (político, social, cultural) en que vivimos, haciendo verdaderamente difícil hallar un discurso razonable acerca de lo que ocurre y hacia dónde vamos.
La experiencia, la de una autenticidad vivida en otros ámbitos (la relación con un profesor, las conversaciones preocupadas y sinceras con un amigo, la lectura de un gran libro o la experiencia estética de una película) que puede y debe llegar a permear la crítica periodística y el debate político, a menudo tan atascados en el calculismo que no llegan, por no saber o no querer, a tomar en serio las propuestas políticas y culturales que se les presentan.
En una sociedad que destaca por la sobreabundancia de información, de datos, de sucesos, de manifestaciones y fenómenos muy diversos, nuestra misión es contribuir desde el fondo de armario intelectual y filosófico a dar forma y poner en orden la actualidad a través del análisis, la reflexión y la opinión para facilitar su comprensión. Para ello, tomamos la forma de un blog colaborativo apoyado sobre una comunidad de personas de muy distintos ámbitos profesionales y académicos, a las que unen la misma inquietud y la misma experiencia.
Todo el que escribe en estas páginas lo hace de forma voluntaria, sin más compromiso que el de seriedad, rigor y respeto y sin más intención que aportar unas ideas sobre lo que ocurre que pueden y deben ser pensadas, tanto si son acertadas como si no.
¡Gracias por leernos!
Ignacio Pou
(@IgnacioPou)
Fundador y codirector. Soy un catalán felizmente afincado en Madrid. Agnóstico futbolístico (para mi tranquilidad) pero católico. Periodista en retirada para dedicarse al estudio (y volver a la carga). Amante de la filosofía, la antropología y la política, todo ello enmarcado en una vocación por comprender y comunicar más y mejor.
(@RMoralesJimenez)
Codirector de Democresía. Emprendedor empedernido, narrador omnisciente de novelas negras, aventurero en chanclas… Periodista. Felizmente padre del demogorgon. A veces soy Espinosa Martínez y suelo pasármelo bien.
(@MarcosNogales)
Periodista en paro. Estoy aprendiendo siempre. Me apasionan la política, las causas sociales y la literatura. Soy un poco laísta cuando puedo y acentúo los ‘sólo’ cuando significa solamente. Formo parte del equipo de comunicación de la ONG Proem-Aid y del equipo de edición de Democresía.
(@ChemaMedRiv)
Grados en Filosofía y en Derecho; a un año de acabar el grado en Teología. Muy aficionado a la buena literatura (esa que se escribe con mayúscula). Mi abuela dice que escribo muy bien. Me cubro cuando llueve porque si no me mojo, y siempre pienso sentado. Hace años compré esta cartera sin monedero y me asombra que aún lo lamento. Hoy visto un jersey oscuro cuyo color no importa (es siempre la misma historia).
Licenciado en filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma y doctorando de la misma ciencia en el mismo instituto. Me considero, ante todo, un gran lector. Inclinado por naturaleza hacia las humanidades clásicas y la literatura inglesa, y por vocación a la metafísica y a la lógica. Católico tras las huellas de Newman, Chesterton y Benedicto XVI. Filósofo tras las huellas de Santo Tomás de Aquino y de Aristóteles. Y gran aficionado al mundo de Tolkien.
Licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, donde actualmente cursa el programa de doctorado con una tesis sobre el filósofo S. A. Kierkegaard. Desarrollaba su labor investigadora en el (Instituto John Henry Newman) hasta que mudó a Buenos Aires.
Buenos Aires, 1979. Soy “profesor de Filosofía” (los demás juzgarán si soy “filósofo”) en la Universidad Francisco de Vitoria, y trágica e inevitablemente atraído por el pensamiento político, la ficción audiovisual y literaria y, como aficionado, por la música rock. Inspirado por Hannah Arendt, lo que más me interesa es comprender. Lo que más detesto, la palabrería y los tópicos.
Profesor y ensayista. Imparte clases en la Universidad Francisco de Vitoria desde el año 2000. Está especializado en la historia de las ideas políticas contemporáneas, campo al que pertenecen sus libros “Anatomía del intelectual reaccionario” (2007) y “La barbarie de la virtud” (2014).
Profesor en Next International Business School. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense, en Ciencias Políticas por la UNED, Master en Community Manager y Social Media por la Universidad de Barcelona y Doctorando por la Complutense. Durante mi carrera profesional he desempeñado el cargo de Subdirector de Informativos de Telemadrid. En la actualidad soy miembro de la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales, ponente en Congresos Internacionales de Comunicación Política y coautor de varios libros
Profesor de la Universidad de Murcia, es historiador, doctor en política social e investigador acreditado en análisis historiográfico y social a nivel nacional e internacional.
Licenciado en Com. Audiovisual por la UFV, máster en guión y profesor en la UNAV. Actualmente compagina su carrera de guionista con el mundo académico.
Responsable del Área Audiovisual y ejecutivo de cuentas en Apóstrofe Comunicación desde 2011. Profesor en los grados de Comunicación Audiovisual y Creación y Narración de videojuegos. Cursó estudios de Humanidades, Comunicación, Cine y Matrimonio y Familia. Coautor de “El antifaz transparente. Antropología en el cine de superhéroes” (Ediciones Encuentro, 2016).
Licenciado en CC. Económicas por la Universidad de Alicante y estudiante del Máster en Humanidades por la Universidad Francisco de Vitoria. Trabaja como economista en la Administración Pública..
Actualmente escribo para el diario El Mundo sobre temas de cine y sociedad. Soy ejecutivo junior en una agencia de comunicación y también colaboro en Radio Internacional. Lector empedernido y lleno de inquietudes. Aprendiz de Humphrey Bogart y de Han Solo. Graduado en Relaciones Internacionales y máster en Comercio Internacional y en Periodismo. He vivido en Nueva York, donde trabajé en el Consulado de España. Mi pasión por las palabras y la escritura tuvo como resultado la publicación de mi primera novela a los 22 años.
Nací en Valladolid pero pronto vine a Madrid. Estudié en el Liceo Europeo y en la Universidad Pontificia de Comillas me hice abogado. Por lo tanto, entre los principios de la Institución Libre de Enseñanza y los Jesuitas ha transcurrido mi formación. Lector. Liberal. Orgulloso de poder formar parte de este proyecto.
(@Inigourquia)
Mientras algunos buscan "El Dorado" de la objetividad en los medios de comunicación, juguemos a analizar qué horizontes de sentido nos presentan sus titulares y mensajes.
Licenciado en Comunicación Audiovisual con Máster en Cinematografía es un hombre tritema desde que empezó a ir al cine, jugar a la Super Nintendo y chutar violentamente una pelota contra una ventana. Cree que toda película/videojuego/gol debe aspirar a un anhelo trascendente. Se esfuerza cada día en ser el pensador que no piensa en nada. Actualmente oposita para metaforista. En otra vida fue un koala.
Estudiante profesional de Ingeniería de Telecomunicaciones en la Universidad Politécnica de Madrid y profundo admirador de la literatura, aunque ella no me admire a mí. Los que son mis amigos y han sobrevivido para contarlo saben que poseo un gusto alarmante por el cine y todos los beneficios que conlleva.
Felizmente consagrado a Dios como religioso legionario de Cristo. INFJ, Libra, 0 negativo; 2% práctico. Entre mis aficiones: amar a Dios, servir a los hombres, conquistar el mundo para Cristo.
Licenciado en Derecho porque sí y Máster en Periodismo porque me apasiona desde poco después de tener uso de razón. Con vocación de periodista-escritor, he publicado libros de poesía satírica, de poesía lírica, de humor, de viajes y de columnas de opinión. Me interesa mucho la política y casi nada de lo humano me es ajeno.
Licenciado y Máster en Filosofía. Aventurero nato y amante de los clásicos. Ideológicamente neutro. Mis artículos, aquí aquí
Camilo Porta
Graduado en Derecho y Periodismo. Amante indómito. La literatura, la escritura, el cine y la música guían mis pasos. Colaboro en Radio Internacional y también he publicado una novela titulada Tormenta de verano. Actualmente busco la gran belleza en el fondo de los vasos y ceniceros. Mis artículos, aquí aquí
Irene Solís
(@IreneSolisCobo ) Humanista y Gestora Cultural por la Universidad Carlos III de Madrid. En la actualidad aprendiendo a gestionar el arte en el museo Thyssen de Madrid. Apasionada por el Patrimonio Cultural que cuenta la historia de cada lugar. Como Harry Potter, soy 'buscadora de la snich dorada', de la bondad del hombre en las humanidades..
Licencia en periodismo. Entusiasta por naturaleza. Siempre en búsqueda. Mis artículos aquí
Bárbara Barón
(@Barbara_Baron)
Periodista y licenciada en Derecho. Madrileña. Lectora y viajera incansable, aprendiz perenne y discutidora apasionada. Corresponsal en España de L'Observateur du Maroc y de Pouvoirs d'Afrique y redactora de La Información.
(@licorellana ) Orgulloso nativo de la Ciudad de México. Abogado de profesión, burócrata por ocupación, luterano, estudioso de la Filosofía, la Teología y la Psicología. Apasionado de las letras, la narrativa histórica, el terror y el horror cósmico, lector asiduo de Nietzsche, Kafka y Lovecraft. Combino la docencia universitaria con la política, atento a Octavio Paz, guardando distancia con el príncipe. Seguidor de Schopenhauer, pero creyente en Facundo Cabral.
Luis María Ferrández, (Madrid, 1977), es Doctor en Ciencias de la información por la Universidad Complutense de Madrid. Compagina su carrera docente con la profesional como guionista y realizador. Es profesor en la universidad Francisco de Vitoria donde imparte varias asignaturas relacionadas con la cinematografía y la narrativa audiovisual. A su vez, es profesor de cine en la escuela de arte TAI. Como guionista, productor y director ha hecho dos películas: “249, la noche en que una becaria encontró a Emiliano Revilla” y “La pantalla herida” y varios cortometrajes de ficción. Ha trabajado en los equipos de dirección de varias películas además de desarrollar proyecto de cine y TV en varias productoras. Es analista de guiones con más de 50 producciones asesoradas en los últimos años. Mis artículos aquí
María Hernández
(@HerMarGat )
El tiempo que empleo en el Periodismo y las Relaciones Internacionales esconde inquietud, un deseo de búsqueda, profundidad y encuentro. Soy algo intensa. Me apasiona conversar, contar historias, abrazar lo ordinario y querer lo extraordinario. Persigo los detalles y la poesía.
(@miguelGbarea ) Periodista e Historiador formado en la Universidad de Navarra y en la Universidad de Granada. Apasionado de la literatura de no ficción y de las lenguas extranjeras. Puedes leerme en distintos medios digitales o en mi blog: www.miguelgbarea.com
Soy editor (¡uhmmm!) de una editorial académica (¡buuuaah!). Acabo de defender una tesis sobre patrimonio cultural inmaterial (lo que hace dudar de la existencia de la misma). Fundador del Tea Party Dylaniano. Aporreo cualquier cosa con cuerdas con mis compinches en The Free Folking. Junto con mi Tercio español persigo ese minuto donde lo Eterno viva, y a veces lo cuento a cuatro manos en Raíz y Copa. Mis artículos aquí
Ricardo Ruiz de la Serna
(@RRdelaSerna )
Profesor en la Universidad CEU San Pablo e investigador asociado del Instituto CEU de Estudios Históricos.
Licenciado en ciencia política y de la administración, nací en Buenos Aires y tengo ciudadanía italiana pero mi vida la he hecho en Barcelona donde estudié. Ahora vivo temporalmente en Santo Domingo ya que trabajo en su Ministerio de educación.
Arquitecto de la Politécnica de Madrid. He tenido la suerte de trabajar en distintos proyectos en EE.UU. y Alemania. Fotógrafo a medio tiempo y dibujante nocturno.
Esta revista es editada en Las Rozas, Madrid, por Ricardo Morales e Ignacio Poubajo el nombre comercial de La Pipa de Chesterton (NIF:53668025D). ISSN 2605-3810