¿Qué es primero: el método o la gallina? El método es importantísimo, quede eso claro desde el principio. Para mí, un buen método equivale casi siempre a un buen resultado. Se aplique este al estudio de una ciencia, al desarrollo de una historia o a un proyecto.
Existe actualmente una gran controversia en torno a los exámenes en el ámbito académico. Por ello propongo una serie de reflexiones incipientes para comprender cuáles son las motivaciones más pestilentes que buscan la abolición del examen (también hay otras de suave fragancia, pero de esas no hablo) y para valorar qué consecuencias malignas podría tener dicha desaparición (quizá también haya consecuencias bondadosas, pero de esas no tengo noticia).
El Donostia International Physics Center hospeda el programa Mestizajes, cuya finalidad es la exploración de las relaciones entre arte, ciencia y literatura. Se antojaba un contexto propicio para conversar con el físico y poeta Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) tras la publicación de su poesía reunida, a la que se suma el inédito Ya nadie se llamará como yo (Seix Barral, 2015).
Algunas fuentes populares nos informan de que el divinoHomero, padre de La Ilíada y La Odisea, era ciego. Casi con seguridad eso no es cierto, pero la sabiduría del pueblo gusta más de las anécdotas -reales o no- que nos ayudan a entender una realidad o un personaje, que del puro dato objetivo y descontextualizado. Al común de los mortales nos inspira mucho más la imagen de un hombre ciego que hacía ver grandes batallas a los nobles de su tiempo que el dato de que Homero nació en la Jonia del siglo VIII a. C. Sigue leyendo
El 23 de julio del año 2000 tuvo lugar el 35º congreso del Partido Socialista Obrero Español.
Entonces, 995 delegados que representaban a cerca de 350.000 militantes socialistas, eran convocados a las urnas de un PSOE abierto en canal, con una crisis programática e ideológica que todavía adolecía de la artrosis de la última etapa del Felipismo. Sigue leyendo
Uno de los personajes más carismáticos de esa sucia y demencial genialidad shakesperiana llamada Deadwood es sin duda el reverendo, predicador, Henry Weston Smith. El pobre reverendo Smith, que ya tenía bastante con ser protestante, existió de hecho en la realidad, como muchos de los personajes de la serie. El tránsito de su valle de lágrimas –y de barro– a la Vida Eterna, sin embargo, difiere del que le dan en la ficción.
Según consta en una carta de Seth Bullock (célebre personalidad del oeste norteamericano, encarnado en la serie por Timothy Olyphant), al reverendo Smith lo mataron los indios yendo hacia Crook City a predicar, tal y como rezaba la nota que dejó en el pueblo antes de marcharse, en el año de gracia de 1876. En la serie su final es un delirio causado por un tumor cerebral que desencadena toda clase de escenas, como las de esta secuencia, realmente notables. Su agonía termina con lo que eufemísticamente podríamos calificar de eutanasia, a instancia de una figura realmente abyecta (tanto en la realidad como en la ficción), la del proxeneta Al Swearengen, uno de los hombres más populares y ricos del entonces asentamiento de Deadwood. Sigue leyendo
La historia de Europa es “una lucha permanente por la libertad política”. Estas son las palabras del prestigioso catedrático español de Historia de las Ideas y Formas Políticas, Dalmacio Negro Pavón. El autor, en este breve pero sugerente ensayo, reivindica el auténtico pensamiento político europeo, en pugna con “la ley de hierro de la oligarquía” un concepto que rescata del politólogo y sociólogo alemán Robert Michels.
Negro Pavón recorre la historia de Occidente de la mano de los grandes pensadores políticos, llevándonos desde Grecia a la actualidad para finalizar advirtiendo que esta “ley de hierro” que ha pasado tantas veces por alto, es una constante que sigue operando en nuestros días. Sigue leyendo
El primero de los siete grandes sabios de la antigüedad griega sólo estaba interesado por los movimientos de los astros. Cuenta Gerardo Vidal Guzmán (en Retratos de la antigüedad griega, Rialp, 2006) que la madre de Tales intentó casarle en numerosas ocasiones. Durante años el griego puso como excusa «todavía es pronto». Cuando esa dejó de servir, utilizó otra: «Ya es tarde».
Su formación y logros muestran que tuvo contacto con Egipto, donde aprendió geometría; y que viajó a Babilonia, de donde además de importar el uso de la Osa Menor como huella del Norte aprendió bastante astronomía. Los babilonios, no obstante, aún leían los astros bajo la clave de interpretar designios divinos (como el de la estrella a la que siguieron los magos hasta Belén). Tales fue el primero en estudiar los astros con mentalidad científica. Sigue leyendo
La palabra «dialéctica» tiene en la antigua Grecia en un sentido técnico. El método, en lo esencial, consiste en que alguien defiende la razonabilidad de una afirmación o una postura al tiempo que otro trata de refutar la validez de esa afirmación o de esa postura. El objetivo final sería llegar a conclusiones que validan, invalidan o matizan el planteamiento inicial.
Aristóteles aclara en su Organum que la dialéctica no es un método adecuado para la ciencia (si el agua hierve a 100 grados centígrados o si el hombre es un animal racional no es algo que se discuta, sino algo que se muestra o se demuestra). Sin embargo, la dialéctica es el método válido para discutir sobre los asuntos humanos: si una interpretación de los hechos (en un caso judicial) es más razonable que otra, o si la aprobación de una determinada ley será conveniente o inconveniente para el conjunto de la ciudad. También subraya Aristóteles que la dialéctica exige cierta actitud y aptitud entre las partes.
“Dos amores fundaron, dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la ciudad del hombre, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la ciudad celestial”. San Agustín
Una ciudad consiste en cierto número de ciudadanos ordenados en un régimen o gobierno. Por razón de necesitar el auxilio de sus semejantes, el hombre es un animal político y es en convivencia, por eso la comunidad que constituyen se fundamenta por el fin mismo del hombre, y a cada uno le corresponde tomar parte en el bienestar de la ciudad, siendo este el fin principal.Se puede decir por tanto que los ciudadanos participan de la ciudad solo en la medida en que participen del fin para el que la han constituido.
La ciudadanía no puede, por tanto, reducirse a un mero acuerdo para la ayuda mutua o para el intercambio. Si así fuera, todos los que celebrasen contratos serían ciudadanos de una misma urbe y, resulta evidente, en este tipo de relaciones uno no se preocupa de como son los otros, ni de si son injustos o cometen maldades. Sólo de que cumplan las condiciones que han firmado en sus contratos.
De cómo el contrato transformó nuestra urbe
Hasta el siglo XVIII la mayor parte de las ciudades no rebasaban los cien mil habitantes. Un hombre podía fácilmente abarcarlas y tenía la posibilidad de ir a cualquiera de sus límites andando, tal vez en menos quince minutos. Su estructura era sencilla, con un ámbito principal siempre de naturaleza pública y varios secundarios, si se trataba de ciudades mayores. La administración contaba a lo largo de la ciudad con pequeñas unidades administrativas locales formando ramas subordinadas de la central.
Ya en 1930, en cambio, más de trescientas ciudades poseían agencias dedicadas a la planificación a gran escala. En cuestión de poco más de un siglo, se había perdido la referencia humana en la construcción de la urbe. El administrador local que antes se ocupaba de gobernar algunas miles de personas, multiplicaba ahora su influencia, como jugando a ser un dios que rige los destinos de cientos de miles de personas, acaso millones.
No obstante, el hombre (el ciudadano) que antes conocía su hogar, que había recorrido sus límites, se encuentra con que no puede ya abarcar el conjunto de las ciudades que construye ni siquiera con la mirada. Su ecosistema, su demarcación, consiste ahora en una serie de aglomeraciones urbanas en constante estado de cambio y fuera de control.
Comentaba Toynbee, culminado el segundo fenómeno bélico mundial, que la mayoría de los soldados norteamericanos eran muchachos de campo que jamás habían visto una ciudad de unas dimensiones como Londres. Solo veinte años después, el suministro de alimentos de todo Estados Unidos era producido por un cinco por ciento de la población. Para los años sesenta, prácticamente todas las grandes ciudades de América habían sufrido ya las deformaciones de las grandes avenidas y autopistas, atravesando lo que antes eran calles y dividiendo así el espacio habitable para la población.
Pincha o haz click en la imagen para socorrernos.Entre el número creciente de dificultades que el cambio de la vida rural tradicional ha supuesto el salto a la actual carrera hacia la megalópolis, las de los transportes destacan notablemente, sin haber llegado a una solución por el momento. Tanto es así que, en 1980, el ciudadano neoyorquino que se trasladaba en automóvil consumía tres veces más tiempo en avanzar veinte manzanas que su padre medio siglo atrás con un coche de caballos.
La ciudad que lo es verdaderamente y no sólo de nombre, debe preocuparse de la virtud. Al convertirla en alianza se pervierte su significado, diferenciándose de otras alianzas en la proximidad territorial. La ley deja de ser ley para convertirse en un convenio aplicable al uso y las circunstancias y, en definitiva, no es capaz de hacer a los ciudadanos buenos y justos. La ciudad, así concebida, no es ya una comunidad de lugar cuyo fin sea evitar la injusticia mutua y facilitar el intercambio.
Estas cosas son fruto de la existencia de la ciudad pero no constituyen la esencia de la ciudad. La ciudad entendida como comunidad de casas y de familias con el fin de vivir bien, en amistad, de conseguir una vida perfecta y suficiente.
La ciudad concebida según el contrato propone soluciones que, al tiempo de aportarse, quedan obsoletas. El mayor volumen de tránsito se da en el centro de la ciudad, donde son más estrechas las calles. Permitimos a nuestras ciudades que vayan creciendo en todos los sentidos alrededor de sus centros por lo que estos van quedando estrangulados y terminarán por colapsarse. Tratamos la continua transformación de las ciudades de manera estática, sin darnos cuenta de que son dinámicas. Se habla de cinturones verdes como el de Londres, que naturalmente, llegado el momento se sobrepasan. No sirven los proyectos de renovación urbanística con los que intentamos aliviar la situación actual de nuestras ciudades.
La mano de obra urbana –y desde luego y necesariamente la que se corresponde con el sector servicios– es ajena a la urbe. Reside en aglomeraciones suburbanas que unen entre sí antiguas ciudades separadas, constituyendo así la megalópolis. Al divorciar sus hogares de sus empleos, han convertido a la urbe en un lugar de perpetuo movimiento humano que no necesita ya ser un hogar. La densidad de población disminuye de un modo constante en las áreas metropolitanas, adquiriendo las zonas marginales cada vez mayor amplitud.
Encontramos así que las áreas residenciales responden a sistemas de orden superior, las zonas industriales, los centros comerciales… Todos crecen más en superficie que en altura. Mientras que en las antiguas ciudades amuralladas la densidad demográfica era de ciento cincuenta a doscientas personas en Grecia, en Roma u otras poblaciones medievales y de Oriente, las de las zonas metropolitanas actuales no superan las cien; cincuenta y siete en Tokio; cuarenta y dos en Nueva York y diecisiete personas por hectárea en Londres, cifras de hace treinta años.
¿Qué elementos debe reunir la ciudad?
La ciudad que tenga por objetivo estar organizada de la mejor forma posible necesitará los recursos adecuados. El primero de ellos es la población. Tendrá que considerar cuantos ciudadanos debe haber y de qué tipo, y lo mismo con el territorio, que extensión y cualidades debe tener. Una ciudad no se mide por su número de ciudadanos sino por su potencia y las funciones que puede llevar a cabo mejor. Es muy difícil gobernar bien una ciudad demasiado populosa.
Decía Aristóteles que, así como la belleza se realiza siempre según número y magnitud, la ciudad que une a su tamaño el límite de población oportuno, será la más hermosa. En la naturaleza, las plantas o lo animales tienen una cierta magnitud, y ninguno conservará su propia capacidad si es demasiado pequeño o demasiado grande. Así, también hay una medida de la magnitud de las ciudades.
La consecuencia de la mejora de los sistemas y vías de comunicación ha sido alejar más (en espacio y en tiempo) a las personas de su centro de trabajo. En ciudades grandes, no es raro perder entre tres y cuatro horas diarias exclusivamente en desplazamientos. Ha sido la eficacia de las comunicaciones lo que ha motivado su abuso, ya que cada avance ha provocado una aglomeración inmediata.
Así, el efecto del desarrollo no ha sido la descentralización de la industria, sino su concentración. La planificación en gran escala puede introducir lo nuevo, en efecto, pero sólo a expensas de la destrucción de los valores urbanos antiguos. Tanto es así que los centros de las ciudades actuales están quedando sofocados y perecerán, como perecerá en consecuencia el paisaje natural. La escala de la ciudad está aumentando ya hasta límites inabarcables y depende casi por completo de sus medios mecánicos de transporte y comunicación.
Mientras, la sociedad actual no nos da indicios de poder organizarse mejor en semejante ciudad. El hombre es ya incapaz de imponer un gobierno metropolitano en muchas ciudades del globo. A menudo, se exagera la importancia de la administración local, que es no obstante un organismo que no tiene nada que ver ni en su sentido ni en sus funciones con lo que era el gobierno de las ciudades antiguas.
Muchos fenómenos sociales actuales, como la conducta de los jóvenes, muestran que no hemos sabido organizarnos como ciudad y, si la tendencia continúa, no podemos confiar en que la sociedad vaya a ser mejor mañana.
El hombre se recluirá en el interior de los edificios, convirtiéndose en un salvaje, a lo que contribuye la cultura tecnológica, forjando cárceles confortables, inmensos laberintos sin horizontes, hechos de cemento, hierro y cristal. La dejadez del espacio público y la fealdad de las edificaciones y del casco urbano -imagen visible de la pérdida de la referencia de comunidad, que escapa al horizonte de todo contrato entre particulares- hacen de las calles un espacio silvestre, en el que hasta la relación con nuestros monumentos, con nuestra identidad, queda entorpecida por los vehículos y el trajín de la urbe moderna. El asfalto se ha adueñado de las ciudades y llegará el momento en que, finalmente, nadie se preocupará por lo que pueda suceder fuera de los edificios, cuando el hombre, la persona desplazada de la ciudad, viva en el exilio.
En democracia gobierna el que más votos ciudadanos obtiene, directamente o a través de pactos postelectorales; eso está claro. Otra cuestión es quién puede participar en la contienda y cómo se obtienen los votos; eso dicen.
En la sociedad civil esa ecuación demoelectoral es más bien diferente, con excepciones en votaciones corporativas internas: ¿quién gobierna en una familia o en una empresa?, ¿quién elige al médico, al trabajador, al entrenador?, ¿cómo se selecciona al policía, al juez, al maestro? La respuesta a cada una de estas preguntas atiende a diferentes dimensiones de elección y selección, objetivas y a veces subjetivas. Otra cuestión es si los sistemas oficiales son los adecuados, si el dinero lo puede todo, o sobre si el clientelismo influye en las decisiones. Sigue leyendo
Nacionalismo identitario vs. liberalismo progresista como dialéctica ideológica en el siglo XXI Una convocatoria electoral, intrascendente tradicionalmente, señaló la esencia
El economista David Anisi aprovechó la que sería una de sus últimas intervenciones públicas para denunciar la extendida -y errónea- tendencia de sus compañeros a creer que la Economía es ya una ciencia. Una posición tan apabullante que incluso se atreven ya a denominar a sus escuelas como facultades de Ciencias Económicas.
Como recoge Alvey (PDF, páginas 53-54), esta es una tendencia mayoritaria en la economía que ve la sociedad como si estuviera regida por “leyes naturales” (asimilables a las que rigen la química o la física), y que aspira a un desarrollo académico en ausencia de consideraciones éticas o juicios de valor. Sigue leyendo
Franco Nembrini es un pedagogo italiano nacido en Italia en el año 1955. Es profesor de literatura italiana e historia en la enseñanza secundaria y miembro de varios consejos educativos públicos y privados de la Italia actual.
«Me llamo Stephen King, y escribo el primer borrador de este texto en mi mesa de trabajo, una mañana de nieve de diciembre de 1997. Tengo varias cosas en la cabeza. Algunas son preocupaciones; otras, en cambio, son agradables; pero ahora mismo tiene prioridad el papeleo. […] La publicación de este libro está prevista para finales de verano o principios de otoño del año 2000. De confirmarse el dato, tú, querido lector, estarás a cierta distancia cronológica de mí» (KING, Stephen. Mientras escribo, BeBolsillo, Barcelona, 2016, 115-116 · stephenking.com).
Esta posibilidad de que King, tú y yo estemos ahora mismo, a pesar de la distancia espacio-temporal, compartiendo lo que hay en nuestras conciencias, es lo que maravilla de la escritura al maestro del terror. On Writing (Mientras escribo) es el libro de Stephen Kingsobre el oficio de escribir. [Gracias, querido Juan Serrano, por revelarme su existencia]. A la pregunta «¿Qué es escribir?» King responde: «Telepatía, por supuesto […] Telepatía de verdad, ¿eh? Sin chorraditas místicas» Sigue leyendo
Este verano tuve la oportunidad de viajar como formador de cincuenta alumnos en el programa de Becas Europa. No puedo estar más agradecido por la experiencia. Se trata de un itinerario por las fuentes de la universidad y de Europa que se hace todos los años con una selección sobresaliente de alumnos preuniversitarios. Alacalá de Henares, Bolonia, Oxford, Londres, París, Heidelberg (y el EMBL) y Santiago de Compostela en veinte días.
Al conversar sobre todo tipo de temas (desde la dirección del Señor de los Anillos hasta el genoma humano, pasando por Manet), hice un curioso descubrimiento. La proliferación del falso dilema. Y en un contexto asombroso: el esfuerzo por eludir el relativismo. Asombroso porque el falso dilema denota, a su vez, un falso dogmatismo que es máscara de relativismo. Y asombroso también, porque la intención no puede ser mejor.
El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho
Miguel de Cervantes Saavedra
Leía, hace ya bastante tiempo, que eran pocos los que hoy en día dedican parte de su tiempo a la mera errancia, al paseo desinteresado. Algo similar a un caminar sin rumbo predeterminado, que decide su dirección en un presente radical, y que puede variar a medida que dicho caminar va realizándose. Es, en el fondo, un caminar de lo más puro, es él mismo sin fines ulteriores, que entraña una liberalidad casi desaparecida hoy en día en nuestros andares cotidianos.
«Un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus actos», reza una expresión medieval. Con ello, denuncia la hipocresía, pero nos recuerda también algo importante: palabra y acción, en el ser humano, deben ir de la mano. Un buen ejemplo es el de Martin Luther King: ¿Fue un hombre de palabra o un hombre de acción? Decir que fue las dos cosas es verdad, pero no es todavía suficiente. No sólo es que dijera cosas y que, además, hiciera cosas. Es que sus palabras fueron una acción muy poderosa… y sus actos fueron más locuaces que los de innumerables otros.
La mentalidad moderna, de marcada actitud analítica, ha separado casi todos los órdenes de la vida. Analizar (dividir un todo en sus partes) es necesario para conocer; pero si luego no rehacemos el todo, quedamos desquiciados. Así ha ocurrido con el par de conceptos palabra-acción. Hoy parecen contrapuestos. Sin embargo, una y otra son realidades que, en cuanto humanas, resultan inseparables. Sigue leyendo
El divulgador científico Eduard Punsetme resulta bárbaro en dos sentidos bien distintos de la expresión. ¡Bárbaro!, que diría un hermano argentino, por su inquietud intelectual, por su capacidad de sorpresa, por su afán de responder a las preguntas importantes de la vida –unas, por implicarnos existencialmente y, otras, por el placer de saber más– y por su capacidad para comunicar no tanto su saber, como sus ganas de aprender. Sin duda es de esas personas que alimenta la curiosidad intelectual de muchos otros y, en eso, veo a un compañero de viaje divertido, valiente, conversador y muy agradable.
En este vídeo, el buen Sam Harris nos propone que el “yo” es una ilusión, y nos invita a trascenderla, en una exhortación conmovedora que une su riguroso materialismo con algunas ideas de sabor claramente budista.
(Habíamos hecho ya notar, en dos artículos anteriores (1 y 2), el gap explicativo del materialismo neurocientífico, que a partir de la observación de cierta actividad cerebral, pretende ser la causa única y suficiente de la aparición de un “yo”, de una subjetividad, de una vida interior que, por su misma naturaleza, no es “observable” directamente por una persona distinta de la que la experimenta y, por tanto, queda fuera del alcance de las ciencias naturales. Éstas pueden establecer correlaciones entre nuestras vivencias subjetivas y su base material-neuronal, pero afirmar que esta base material es toda la realidad o su única causa es una tesis filosófica, no científica, y en todo caso no demostrada). Sigue leyendo
Este artículo responde a otro publicado por Ricardo Morales en este mismo blog, sobre la polémica campaña de Hazte Oír en torno a la educación sexual y la transexualidad.
“Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad” dicen que decía Aristóteles. Algo así me pasa a mí, fan de las salchipapas y lector de Democresía. Alguien a quien admiro y sigo con devoción insana, publicó hace unos días sus reflexiones intestinales sobre el asunto del autobús de los genitales. Me apresuré a leerlo seguro de que mi alma saldría lozana y mis pasiones dulcificadas tras aquella experiencia. Lamentablemente, me equivoqué. Acabé llorando en el suelo y dándome golpes en las nalgas, con la convicción de que tarde o temprano tendría que levantar la pluma para contradecir a mi maestro. Y eso es lo que me dispongo a hacer ahora –perdóneme Sr. Miyagi.Sigue leyendo
¿Quiere usted empezar a filosofar? O, da igual, ¿no quiere? No tiene escapatoria. Es necesario que lo sepa: es usted un filósofo, lo quiera o no.
Incluso el más ignorante de los hombres de esta tierra está imbuido en su forma de pensar por nociones heredadas que, en cierta manera, son ya de por sí “filosóficas” y que suponen una forma particular de ver el mundo. Especialmente en el caso de quienes han nacido y crecido en el seno de una sociedad occidental, todos tienen en su acervo filosófico un buen número de principios y axiomas intelectuales heredados (a menudo mal heredados) de gigantes del pensamiento moderno tales como Descartes, Kant, Hume y, muy particularmente, Nietzsche. Sigue leyendo