La filosofía quizá no está de moda, pero el filósofo surcoreano Byung-Chul Han sí. Y es que existen pocos pensadores vivos tan mediáticos, como este coreano educado y afincado en Alemania. Su éxito radica en que ha sido capaz de explicar, con una claridad que se agradece, la situación existencial del hombre del siglo XXI. Byung-Chul Han es ante todo un radiólogo de las sociedades occidentales, un pensador atípico, un romántico con alma oriental. Sus ensayos breves, con un tono divulgativo que huye del academicismo, así como su lenguaje claro y repetitivo, le convierten en un autor accesible y popular.
Este que les escribe empezó amando el cine gracias a un libro sobre los premios Oscar que encontró en una pequeña biblioteca de pueblo a una edad bien temprana. Un momento que cambió mi vida, y me hizo interesarme por películas en las que, de otro modo, nunca me hubiera fijado. Era tan joven e inocente, que creía verdaderamente que las películas premiadas en los Oscar eran las mejores posibles. Mi desconocimiento llegaba a tal extremo, que creía que estar ‘nominado’ significaba, de facto, estar premiado.
En la adaptación cinematográfica de Luciano Visconti de Muerte en Venecia (novela homónima de Thomas Mann), podemos ver cómo el eje de la cinta gira en torno al proceso de destrucción espiritual del protagonista, Aschenbach, por su enamoramiento de un joven polaco durante su estancia en Venecia. Durante los compases finales de la película vemos cómo Aschenbach, quien para la belleza era fruto de la mesura y el equilibrio moral, queda derrotado por Tadzio que, como Dionisos, representa el éxtasis y el desorden moral. La muerte del compositor representa simbólicamente la muerte de la Europa que había reinado hegemónicamente, cultural e intelectualmente, hasta el siglo XX. Sigue leyendo
Lo justo es lo debido, que diría ese racionalista llamado Baruch Spinoza. Durante el confinamiento, el consumo de series ha aumentado considerablemente, y muchos espectadores han visto saciada su sed de cualesquiera series que estaban viendo. Entre ellos, nos encontramos los seguidores de la que, probablemente, sea la mejor producción de HBO desde la cuarta temporada de Juego de Tronos. Eso sí, con la diferencia de que a Juego de Tronos le fueron pagadas sus deudas; mientras que, en nuestro caso, la Justicia no se ha visto satisfecha, y tenemos a Baruch Spinoza –e incluso a alguno más– revolviéndose en su tumba por la infinidad de críticas negativas que se han vertido contra la tercera temporada de Westworld, ya terminada. Un pesimismo generalizado tanto por los números de audiencia, como por su argumento y por “haberse vendido”, realizado tanto desde las redes, como desde medios de comunicación especializados en cine o periódicos con gran difusión.
Pero el mensaje parece no haber llegado, así que este artículo repleto de spoilers y solo apto para haterspretende dar una visión concreta, una lectura alternativa hecha por un abogado del diablo, de lo que es Westworld, no como proyecto audiovisual –ya que sobre eso no hace falta decir nada más– sino como historia, como dilema, como cuestión filosófica y política, y situarla en la posición que se merece. Al César, lo que es del César.
“Mi fe ha pasado por el crisol de la duda (…)” “Los cristianos no pueden formar parte de los que violentan el espíritu”. Estas frases pertenecen al escritor ruso Nikolái Berdiáiev (1874-1948) un paladín de la libertad religiosa y de la conciencia. Enemigo del zarismo, militó de joven en el socialismo, aunque acabó perseguido y denunciado por el gobierno bolchevique que lo empujó al exilio francés. Enemigo de reaccionarios y materialistas, se convirtió en 1905 al cristianismo ortodoxo. Sus escritos han llegado hasta nosotros como una antorcha que ilumina la historia del pensamiento europeo contemporáneo. Defensor de una urgente reconciliación entre fe y razón, desechó con inquebrantable repugnancia cualquier fórmula política y religiosa de carácter autoritario, así como la unión de la Iglesia y del Estado.
Resulta conocido por todos que los cursis han formado parte del imaginario colectivo de los españoles desde hace generaciones. Algunos estudiosos del tema como Noël Valis, profesora de literatura española en Yale, en su libro La cultura de la cursilería, mal gusto, clase y kitsch en la España modernadefine el surgimiento del “señorito” español de mediados del S. XIX como el momento fundacional de la cursilería en nuestro país.
He de confesar que en las últimas horas, días, semanas he buscado con disciplinada pertinacia una forma original de abordar la cuestión del coronavirus.
Cada febrero a los madrileños se nos hace más difícil pasar por alto la mirada del engendro zodiacal que desde las marquesinas nos recuerda la llegada del Año Nuevo Chino. Señaladísima fecha que de un tiempo a esta parte el ayuntamiento se propone a injertar en nuestras apretadas agendas culturales, y que se asienta lenta pero sólidamente, al parecer tan invulnerable al signo político de la alcaldía como al virus SARS COV-2 . Hablamos de un mes entero de actividades y espacios dedicados a la promoción de la cultura de nuestro risueño coloso.
Quizá desde que Oswald Spengler publicaraLa decadencia de Occidente (Der Untergang des Abendlandes, 1918), existe una fácil tendencia a asumir que eso que llamamos Occidente está herido de muerte, sin remedio posible. Cuando, con los matices pertinentes, se acepta este pronóstico, lo que queda por discutir es qué habrá después y en qué momento nadie podrá negar que el cadáver hiede. Como el autor alemán basaba su ensayo en un análisis cíclico —amén de forzado— de la historia y de las civilizaciones, el paralelismo con la denominada caída de Roma es inevitable en cada reflexión sobre este tema. Sin embargo, cabría ser cautos, y plantearnos varias preguntas, antes de dar por sentado que nuestro mundo sucumbe mirándose en el espejo romano. La primera pregunta: ¿qué es Occidente? La segunda: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de la “caída del Imperio Romano”?
En octubre de 1926 atraca en el puerto de Nueva York un carguero que contiene una mercancía especial. Se trata de 20 piezas del escultor rumano Constantin Brancusi, entre las que se encuentra Pájaro en el espacio. Cuando el funcionario de aduanas revisa la carga para aplicar la tarifa aduanera correspondiente, no duda en aplicar el artículo 399 de la Tariff Act de 1922, que obliga al propietario a satisfacer el 40% del valor estipulado de la mercancía, en vez del 1.704, por el que quedaban exoneradas de pagar aranceles las esculturas o estatuas originales de las que no existen más de dos réplicas o reproducciones. La misma legislación aportaba ciertos criterios para interpretar los términos “escultura” o “estatua”: producciones de escultores profesionales en alto relieve o en relieve, en bronce, mármol, piedra, tierra cocida, marfil, madera o metal, ya sea talladas o esculpidas, y en todo, caso trabajadas a mano.
¿Por qué sufrimos? ¿Por qué el dolor en sus múltiples y desgarradoras manifestaciones? Enfermedad, desamor, sueños rotos, desesperanza, tristeza, sentimiento de culpa, guerras, desastres naturales, sufrimiento de los inocentes… ¿Será Dios un malvado que se complace en el sufrimiento? ¿Es el dolor el gran argumento del ateísmo? Para el teólogo alemán Gisbert Greshake (1933-) eludir estas preguntas significaría renunciar a una “fe razonable” y es que una fe que se vuelve “irracional” siempre degenera en ideología e imposición hacia el otro. En este breve ensayo Greshake nos propone vías de integración y transformación del dolor.
“¿Qué contaré de nuevo, aún no conocido o no contado? No tengo nada especial que contar”. A mediados del siglo XIX, Fiodor Dostoyevski viajó por Europa con el objetivo de relatar la realidad vecina a sus conciudadanos rusos. El resultado fue ‘Apuntes de invierno sobre impresiones de verano‘ (1863), una crónica que, por la naturaleza e inquietudes del escritor, resultó un estudio psicológico de la sociedad europea de la época.
Refrescaba en la madrugada de Triana. Lo suficiente como para considerar un error de bulto el haber dejado media botella de Pata Negra en el coche para un después que nunca llegaría.
Esther (Etty) Hillesum, murió el 30 de noviembre de 1953 en Auschwitz, a los 29 años de edad. Durante los tres últimos, escribió un diario en el que relató su conversión al catolicismo y su camino espiritual durante el Holocausto.
¿Por qué sufrimos? ¿Por qué el dolor en sus múltiples y desgarradoras manifestaciones? Enfermedad, desamor, sueños rotos, desesperanza, tristeza, sentimiento
Fotógrafa, retratista, artista… Lupe de la Vallina inmortaliza con su cámara. Plasma a un persona que, generalmente, está a otra cosa, respondiendo a cuestiones sobre su vida, sobre lo que le ha convertido en alguien socialmente interesante, o simplemente contándose.
Días de furia. La transmisión en directo, a través de Facebook, de la matanza (casi 50 muertos) perpetrada en Nueva Zelanda por Brenton Tarrant, añade un plus de repugnante espectáculo al acto de terror. El terrorismo siempre fue un acto de propaganda. Ahora, el odio a los musulmanes puede convertirse en un diabólico vídeo, con aspecto de juego, en un mundo en el que cada vez es más difícil distinguir la realidad de lo virtual. Matanza islamofóbica cuando se cumplen ocho años de una guerra en Siria en la que el yihadismo del Daesh ha llevado a cabo genocidios sistemáticos. El mismo nihilismo con diversas máscaras. Voluntad de destrucción del otro y de uno mismo.
El “sugerente” título del artículo es tomado de un libro de David Graeber que Ariel ha publicado hace poco, donde el autor intenta exponer una idea simple pero poderosa, parecida al elefante de la habitación que todos percibimos pero nadie quiere ver: ¿y si en nuestra sociedad hubiese un porcentaje relativamente elevado de trabajos de mierda? No se refiere a trabajos precarios o basura, para eso ya hay abundante literatura, sino a trabajos sin sentido, que no aportan nada a la sociedad y que el mismo trabajador reconoce como tal pero no lo admite porque le pagan por ello.
¿Tienen en mente la simpática operadora de telefonía que nos ofrece por décima vez cambiarnos de compañía? ¿Qué pasaría si mañana no existiera ese tipo de trabajo? ¿Nuestra persona, o en general la sociedad saldría perjudicada de algún modo? Podemos aumentar los ejemplos con elaboradores de informes que solo sirven para justificar una decisión ya tomada, la atención telefónica a las quejas de un producto, supuestos supervisores que intervienen sobre lo que ya funciona (y lo empeora), dar trabajo inútil a un empleado que no se puede echar… en fin mejor no seguir.
El tiempo, que pasa; el dolor, que no se mira; la superficialidad, con la que se huye; la mediocridad, en la que uno se instala; el corazón, que sigue gritando; y la vida cotidiana, donde todo sigue sucediendo. La experiencia de todo en las apenas 50 páginas de Sucederá la flor.
Despejemos cualquier atisbo triunfalista: la vuelta de Zidane no garantiza nada. Pero confirma la tendencia autoregeneradora que sigue a la naturaleza autodestructiva del Real Madrid. Tras una temporada de ausencia que ha servido para mostrar la necesidad de profundas reformas, Zizou regresó con victoria ante el Celta de Vigo. Y transcurrida una semana de su presentación oficial, parece buen momento para ponderar las proporciones míticas de este retorno al hogar: un viaje, en todo rigor y ñoñerías al margen, por amor.
Chesterton combate posturas como el materialismo radical de su época, que buscaba proclamar un verdadero pensamiento libre sin dogmas. Pero el precio de “destruir los muros que la religión protege contra el abismo” fue lanzar a un vacío escéptico que no libera, sino que deshumaniza. Este efecto paradójico se origina en el “diminuto círculo de racionalidad” en el que pretende situarnos tal doctrina, que acaba desembocando en una locura que suprime la capacidad intrínsecamente humana de soñar.
De esta forma, el misterio acaba situándose como el principio necesario para un verdadero pensamiento libre. Chesterton, como declarado racionalista, pero consciente de que esta es “una cuestión de fe en sí misma” en los grandes interrogantes, defiende una prudencia epistémica donde hay que aceptar convivir con los límites de la razón, independientemente de si los entendemos, en un saludable sentido común.
La pérdida del asombro
Sin perder su pragmatismo anglosajón, reivindica una actitud vital agradecida por gozar de la aventura del mundo real. Para ello necesita una ingenuidad infantil acompañada de humildad, constituyendo la capacidad del asombro. Esta tiene su referente en los cuentos de hadas, que son escritos por lo extraordinario y no al revés.
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Los ruidos externos e internos provocados por la sobreestimulación y los reduccionismos a los que nos vemos continuamente sometidos, en esta sociedad líquida donde no paramos, parecen amenazar esta capacidad. La categoría del misterio que se va perdiendo hace que ya no nos parezca extraordinario algo como el amor que profesamos a nuestros seres queridos o el mundo que hay en cada persona, reducido por algunos a reacciones químicas y a etiquetas, respectivamente. Quizá no solo deberíamos poner de moda técnicas como el mindfulness sino también reflexiones semanales como el Sabat.
La cura de Chesterton para reeducar la mirada y poder disfrutar de la sorpresa, “el placer principal”, sería una “humildad que no duda de la verdad”. Porque los anhelos más profundos de nuestro ser, sin respuesta a las preguntas más radicales de la existencia, son susceptibles a la belleza y, por consecuencia, a aquella verdad.
“La filosofía moderna que cambia continuamente el ideal”, no puede encajar con la belleza con la que Chesterton interpreta la vida como una novela. Una novela que tiene un argumento basado en la esperanza de reformar el mundo mirado al Reino de Cristo, pese a poder desembocar en cualquier final debido al libre albedrío.
La pérdida de los ideales
Contra lo que le dijeron que ocurriría en su vida adulta, lo único que Chesterton dice que mantuvo de su juventud fueron sus ideales frente a la fe en la política práctica. Por eso dice que ya no cree en los liberales que al “rebelarse contra todo han perdido el derecho de rebelarse contra la nada”, en un libertinaje donde solo queda un pragmatismo. Así, el autor logra predecir el futuro vaciamiento filosófico de un neoliberalismo del que solo quedará un programa económico; del concepto de comunidad a un terreno del desempeño de la voluntad con la menor injerencia posible, que ya no dará ciudadanos, sino clientes “hechos a sí mismos”.
Si Chesterton estuviera hoy con nosotros, no sé si tendría simpatías con un polémico Daniel Bernabé, dentro de la crítica a la radicalización del individualismo que acabó resquebrajando elementos de unidad del demos como la clase trabajadora o la religión. Pero sí estoy seguro de que, contra una interpretación libertaria para eludir el pago de impuestos de “El buen samaritano” como la de Jan Narveson, Chesterton respondería con “El hijo pródigo”, defendiendo un compromiso no optativo de cara a quienes hay que proteger en la sociedad. Y aunque fueran responsables de su situación necesitada, abogaría por una institucionalización del perdón.
Chesterton aporta un gran revitalizante espiritual a través de su optimismo irracional en el que todos podemos ser el héroe de nuestra historia
Dentro de su particular definición de la democracia, la que incluye “escuchar las voces de los muertos”, el autor nos instaría a tener una mirada crítica respecto al pasado donde tuviéramos el coraje de asumirnos herederos de una tradición de la que podemos desechar ciertas actitudes, como la que se tiene en su época sobre la emancipación de la mujer, y nutrirnos de ciertos valores universalizables.
La bondad de este mundo, el ideal que defiende Chesterton desde su evolución espiritual, debería ser “sagradamente salvada como los objetos de la isla del tesoro”, ya que “nuestra excéntrica existencia debe una lealtad a este mundo sorprendente antes de preguntarnos si quiera si nos gusta”. Es precisamente en los momentos más deprimentes cuando no hay que abandonarlo. Y contra los “cultos al Dios interior”, ausentes de impulsos para la acción moral, a lo que están llamados todos los cristianos es a reconciliarse con el mundo, cambiándolo “poniendo más en las obras que en las palabras”, como diría San Ignacio.
Contra la idea del progreso inevitable, Chesterton defiende una “doctrina de la caída” que muestra, como “único dogma demostrable”, la imperfecta naturaleza humana. Aquí la Iglesia sería la verdadera maestra de la sospecha, sin estar exenta de esta condición. Como es consciente de lo rápido que puede corromperse el hombre, siempre estará atenta ante cualquier propuesta de mejora de forma revolucionaria, entendida como restauración del bien.
El autor deja al desnudo las incoherencias paradójicas del cristianismo, que requiere como condición para amar al prójimo estar separado para hacerlo libremente, situándonos en una cosmovisión donde lo natural es no encajar en un mundo que no se autoexplica, dejando espacio para amarlo y odiarlo con toda su potencia.
Sin caer en el discurso protagonizado por el Mr. Wonderful de turno, Chesterton aporta un gran revitalizante espiritual a través de su optimismo irracional en el que todos podemos ser el héroe de nuestra historia. Una gran historia como la de aquel Sam Sagaz que lucha por el bien de este mundo. Una historia donde se tiene esperanzas en causas comunes a todo ser humano, en un frágil equilibrio donde “necesitamos ser felices en esta tierra de maravillas sin encontrarnos simplemente cómodos siquiera una sola vez”.
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