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El “sapo” que no quieren tragarse los futbolistas

En Cuero por

Lo hemos consentido, y ya se ha convertido en una costumbre. Ahora, los jugadores de fútbol “dejan” la Selección. En las últimas semanas, Gerard Piqué y David Silva se han apuntado a la moda. ¿Cómo es posible que se haya generalizado un gesto tan absurdo? Me temo que todo comenzó con Fernando Hierro. Su anuncio durante el Mundial de Corea y Japón de 2002 abrió la veda. No era por la edad (los mismos 34 que ahora mismo contemplan al que suscribe), dijo, sino por centrarse en el Real Madrid. Con la selección había “cumplido un ciclo”. Las especiales circunstancias del jugador –trece años de internacionalidades, 89 partidos y 29 goles que entonces le convertían en el mayor anotador histórico- vistieron de cierta “normalidad” el anuncio. En buena hora.

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Mar en las gradas: la era de Shackelton y nuestro fútbol

En Asuntos sociales/Cuero por

«Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito». Anuncio publicado en el Times, año 1907 con motivo de la partida del Endurance.

Hoy ya pocos conocen la historia del Endurance, menos aún han oído hablar de la de su capitán, Ernest Shackleton.

Viajero y explorador, de esta suerte de hombres que había antes, formados en el arte de mil quehaceres, era la tercera incursión en la que se adentraba en territorio antártico. El objetivo de Shackleton era alcanzar el polo Sur tras haber recorrido la mitad de la Antártida y había jurado no descansar hasta llegar al otro extremo. Sigue leyendo

Empecemos por el fútbol y acabaremos antes

En Asuntos sociales por

Entenderán ustedes que siendo británico, hombre de bien y admirador de la hermandad prerrafaelita, un servidor ande un poco cabizbajo últimamente. La gota que ha colmado el vaso de mi bien adiestrada flema ha sido la retirada de la Manchester Art Gallery del cuadro “Hylas y las ninfas” de John William Waterhouse.

Aunque en última instancia es más que probable que semejante ignominia haya tenido una finalidad exclusivamente publicitaria (lo que no sabemos bien si constituye un eximente o un agravante), lo cierto es que subirse al carro del #MeToo a costa de la memoria de pintores que fallecieron hace más de un siglo no parece una acción excesivamente elegante ni valiente. Sigue leyendo

Mística y fútbol: contra Jorge Bustos y la cucaracha resentida

En Cuero por

La polémica me pierde, me arrastra magnéticamente allí donde aparece. Hoy quiero zanjar una polémica nacida en Democresía y tal vez, con algo de suerte, generar otra. Los actores de esta lucha de titanes incluyen a un reputado guionista cinematográfico (he visto todas sus películas), un encumbrado periodista gestado en las cumbres de la filología (fue introducido en la polémica a pesar suyo y sin saberlo) y un personaje en proceso de devenir bicho. Además, tres lectores han querido intervenir con mayor o menor arrojo ¿Qué ha ocurrido? Sigue leyendo

Ignatius Reilly Jr.: “La guerra cultural se acabará cuando se extingan los progres”

En Asuntos sociales por
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Nota del editor: Reaparecen en estas líneas dos viejos conocidos democresianos en un diálogo que acaso nunca haya tenido lugar pero que, por su interés, nos dignamos a reproducir. Se trata de una entrevista que el abominable Gregorio Samsa, responsable de algunas polémicas, como la que encendió al mismísimo Jorge Bustos, mantiene con otro personaje despreciable que figura entre nuestros colaboradores: don Ignatius Reilly Jr. Tras algún tiempo sin dejarse ver por estas páginas, nos afligen con una intervención conjunta que ofrecemos al lector para que haga con ella lo que juzgue conveniente.

***

Ignatius, hace ya algún tiempo abandonaste la primera línea de fuego en esta batalla cultural, y somos muchos los que nos preguntamos: ¿por qué lo dejaste? 

Hice números.

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Los felices: la cita trágica con la realidad de la generación de los 90

En Pensamiento por

Si naciste al final de la década de los ochenta o al comienzo de los noventa, puede que experimentes el colapso de la civilización occidental tal y como la conocemos hoy.

Este es el augurio que hace el catedrático Jesús G. Maestro en algunas de sus exposiciones públicas, como en la serie de vídeos relativos al análisis de la obra hispanoamericana ‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez. Esta, también, es la premisa del primer capítulo de la serie Colapso.

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Roma capoccia

En Mundo por

Roma, domingo ocho de marzo de 2020, por la noche, vísperas del decreto de cuarentena. El miedo ya ha empezado a apoderarse de la gente. Camino por los alrededores de Castel Sant’Angelo que, desde hace quién sabe cuántos años y hasta hace pocos días —o quizás horas— eran un continuo hervidero de turistas. Ahora lo encuentro vacío. Bueno, casi: uno de los guitarristas del puente —el que siempre toca y canta canciones italianas— sigue fiel a su compromiso de tocar y cantar, aunque no hubiera quién le diese una moneda. Tocaba para la ciudad que se iba a dormir por casi dos meses, para Roma capoccia.

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Para qué sirve un Gobierno

En Cuarentena/España por

Un Gobierno no es un “think tank”. Es un Gobierno. Para hacer las funciones de un “think tank” ya están los “think tank”. El razonamiento, digno de Groucho Marx, resulta pertinente cuando se piensa en el ejecutivo de Pedro Sánchez. La presente crisis pone en cuestión las prioridades que han marcado el debate público en los últimos tiempos. Se acuerda ahora uno del “pin parental” y se le dibuja en el rostro la sonrisa condescendiente de quién evoca alguna gansada juvenil. ¡Éramos tan tontos! Abundan las bolas de cristal con prolijas predicciones del futuro. Aquí no vamos a llegar tan lejos. Pero sí dejaremos constancia de un pálpito: los grises gestores, pendientes de antemano de aquello que su ciudadano todavía no puede saber que le preocupa, cotizarán al alza frente a líderes carismáticos construidos a base de markéting político e ideas-fuerza paradójicamente débiles. Los acuerdos prácticos para el conjunto de la sociedad deberían imponerse al enfrentamiento prefabricado que busca del votante la adhesión propia de un hincha futbolístico.

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[ENCUENTROS]: Hubo una vez que pasé un rato con David Gistau

En Entrevistas/Periodismo por

Había quedado con él cerca del mediodía. A la salida de la cadena COPE. Es una zona de Madrid que me encanta. Mi madre tenía su despacho allí y de pequeño solía acompañar a mi padre a recogerla. La esperábamos en un bar que se situaba en la acera izquierda, justo antes de llegar a la calle Alcalá. Mi madre y sus compañeras de trabajo lo habían bautizado como los Monster, por la evidente apariencia estrafalaria de los camareros.

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Dios y el dilema capilar

En Distopía por

Entre las muchas partes de nuestro cuerpo, pocas son tan misteriosas como la cabellera. Ninguna es tan independiente, tan desafiantemente ajena, a nuestra voluntad. Si nos esmeramos en el gimnasio, lograremos endurecer nuestro vientre, tornando las antañonas lorzas en una musculosa tabla. Si nos disciplinamos, lograremos fortalecer nuestras piernas hasta hacerlas rígidas como el tronco de un árbol. Si estamos dispuestos a hacer caso al nutricionista, lograremos que de nuestro rostro deje de colgar la papada. Pero por mucho que nos empeñemos, por afanoso que sea nuestro esfuerzo, no lograremos detener la caída del cabello. En caso de que nuestra cabeza esté predestinada a brillar con luz propia, sin una mata de pelo que la eclipse, todo nuestro afán será vano: brillará con luz propia.

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Saúl Ñiguez, el hombre que creció despacio

En Cuero por

Ocurrió en ‘Radiogaceta de los deportes’ el pasado lunes por la noche.

Chema Abad dio las gracias al personaje antes de despedirse por ser capaz de contestarle a las preguntas como si fuera un humano y no una suerte de metro ochenta de carne estilizada programada para el monosílabo ante la prensa.

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Por qué debería gustarte el boxeo

En Cuero por

El verano nos brinda la posibilidad de descubrir el boxeo no sólo como un deporte, sino como una forma de vida cuyos principios y valores desafían las convenciones de nuestro tiempo. Hace algunos años, en mayo de 2014, la editorial Libros del K.O. publicó La edad de oro del boxeo. 15 asaltos de leyenda, que reúne las crónicas de Manuel Alcántara, maestro de periodistas, editadas por el profesor Teodoro León Gross y por Agustín Rivera con epílogo de José Luis Garci, director de cine, hincha del Atleti y aficionado al noble arte del marqués de Queensberry, cuyas reglas inspiran las normas del boxeo moderno.

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ESPECIAL Juego de Tronos. Final de partida

por


Final de partida

Tiempo estimado de lectura: 25 minutos

Ante el adiós definitivo del mayor fenómeno televisivo de la década, en Democresía hemos querido huir de la marea de teorías gratuitas y adivinaciones vacías que, cual Ejército de la Noche, anega internet estos días. ¿Para qué? Para reflexionar a fondo sobre algunos de los aspectos narrativos, filosóficos e históricos que mejor definen Juego de Tronos: su espíritu contradictorio a medio camino entre lo épico y lo cínico, su inspiración en algunos episodios del medievo y la modernidad, la compleja vigencia del héroe clásico en el personaje de Jon Snow y el papel del cinismo en la identificación del espectador con la serie. Porque más allá de los juegos de acertijos, Poniente puede ser un espejo fascinante en el que mirarnos.

Entronar la historia: el final de Juego de Tronos


por Ricardo Morales Jiménez

En un universo cíclico, donde la luz y la oscuridad se van dando la réplica para ser el tablero del juego de tronos; donde se necesitan enemigos a la medida de las circunstancias; donde la codicia, la tiranía y la deriva de los idealistas -aquellos que justifican el mal para instaurar el bien- quiebra cualquier acto generalizado de nobleza y de bondad; en este entorno ha vencido la memoria. O su cauce natural, la historia.

Juego de Tronos, como bien indica Lucero más adelante en este mismo especial, es una serie histórica. No ya solo por los paralelismos inequívocos con ciertos aspectos del feudalismo y la lógica de los conflictos de las grandes familias reales, sino, sobre todo, porque la memoria -lo que ha ocurrido y lo que ocurrió antes de que ocurriese lo ocurrido-, es el recurso que posibilita la toma de decisiones en los momentos de vida o muerte, de opción libre por el bien mayor o por el mal de aparente inevitabilidad.

Solo puede quedar uno... Y no es quien la horda de fans reclama que sea el rey del Trono de Hierro

Cuando Tyrion recuerda la historia de la liberación de la Bahía de los Esclavos en confesión con Jon Snow, enmudece por haber sido partícipe de una masacre que ni la peor Cersei Lannister habría sido capaz de pergeñar. Danerys de la Tormenta, aquella que había sido apodada como la "rompedora de cadenas", anudaba su suerte y el destino de la civilización de Westeros a la máxima Targaryen: miedo, fuego y sangre.

¿Hasta dónde se puede reinar bajo el calor de la locura en un universo corrompido? Por lo visto durante estas ocho temporadas, hasta el desbordamiento del amor. Porque siempre han de haber unas condiciones mínimas -en ellas incluyo la historia personal de cada personaje. Véase el caso de Cersei y Jaime- para que éste se pueda llevar a cabo con unas mínimas garantías. Y Jon Snow, por la memoria acumulada durante todo su viaje, no podía corromperse por un amor concreto como el que vivía por Daenerys.

Jon, al supeditar los millones de historias personales que le son del todo ajenas en detrimento de su interés particular, muestra la libertad del personaje al que se le pregunta en lo más íntimo de su corazón por el deber de sus actos. Y responde por todos: justos y pecadores. Esta decisión, no está exenta de crueldad. Pero es que la vida, como machaca Peterson cada vez que se le ofrece la oportunidad, es dura y cruel. Juzgar los actos y obrar en consecuencia. Puede que sea insignificante esta reacción y seguramente esté aquí la limitación de lo que somos, pero ¿de qué otra manera se pueden tomar decisiones?

Apuñalando a Dani, Jon condicionaba su existencia a una más que probable calamidad; si es que no a la muerte misma. Sin embargo, bajo la firme creencia de que los asesinos merecen existir, se puede ordenar el bien en un lugar como Poniente, arrojando algo de luz sobre este inquietante nudo relacional y de ambigüedades morales a las que hemos estado sometidos durante los últimos nueve años.

De haber optado por lo contrario, por no hincar el puñal en el pecho de la nueva “reina de la noche”, su heroicidad habría sido de hojalata, un cachivache para contentar a los sedientos de finales felices y no de finales verosímiles; a los tragaldabas de tramas y artefactos pirotécnicos, de bodas EMO de Shrek y Fiona, que proyectan en todo lo que ven sus interpretaciones de justicia y calidad. Su cinismo, como veremos más adelante desarrollado por Alan Regueiro. 

Daenerys Targarean es asesinada ante la impotencia de Drogon - IMDB

Como bien sentenció Tyrion, poco antes del entronamiento de Bran Stark, el Tullido, como nuevo rey de los Seis Reinos, lo que une a un pueblo no son las huestes, el oro o las banderas. Son las historias.

“No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nadie puede detenerla, ningún enemigo puede vencerla”.

Sea esta una auto loa o no la que se marcan Benioff y Weiss, lo que es incuestionable es que han dejado una historia para la posterioridad en el mundo de la series. Y esto hay dos formas de vivirlo: con la gratitud amarga de una despedida sentida por haber sido vivida con emoción hasta el final o con el resquemor de que no se hayan atendido los vicios y confusiones proyectadas en un producto televisivo por un fan descontento.

Como en Poniente, la decisión la deberemos tomar atendiendo a nuestra propia historia.

Brienne de Tarth escribe la página para la historia de las proezas de Jaime Lannister - IMDB

Épica y cinismo: la disputa por el alma de Poniente


por Ignatius Reilly Jr.

Hace unos días recibí una invitación de la Sociedad de Estadistas Alto-Medievales para firmar un comunicado de repudio, a la vez que un pedido de indemnización, por una afrenta escandalosa, una profanación desvergonzada, humillante –un escupitajo en la cara, vamos –cometida por la HBO hacia la especie humana (que incluye, entiendo, a los medievalistas).

Aunque estaba ocupado en redactar una carta de corrección fraterna a Viggo Mortensen, me llamó la atención el tono iracundo del comunicado, pues al fin y al cabo, en dicha Sociedad siempre prima el decoro y la cortesía. Así pues, detuve mi cariñosa misiva al hincha de San Lorenzo, y empecé a escarbar en el escándalo. Me quedé francamente sorprendido por lo que encontré: el tercer episodio de la octava temporada de Juego de Tronos había producido un exponencial incremento en el síndrome de Napoléon. Twitter se había convertido en un remolino infinito de catedráticos en estrategia militar carolingia, aspirantes a Escipiones africanos, generales condecorados, herederos legítimos de Temístocles, receptores certificados de genes del Genghis Khan (aunque esto último no cuenta).

Antes de firmar el comunicado de repudio quise ver con mis propios ojos la causa de tanto alboroto. Me puse a ello.

 

Acabé de ver el episodio, horrorizado de la sonrisa que se torcía en mi cara a pesar de mis esfuerzos por reprimirla. Me había gustado. ¿Épica? ¿Cabía hablar de épica en Juego de Tronos? No era solo yo quien se había visto sorprendido por esta posibilidad. Algunos caballeros de la escuela de Alonso Quijano –pienso en García-Máiquez – iban rompiendo lanzas a cada capítulo, convirtiendo la misma posibilidad épica de Juego de Tronos en el verdadero tema épico de la serie: ¿Vencerá el espíritu épico al dragón del cinismo omnipresente?

Ned Stark, Jon Nieve, Sir Jorah... No cabía duda de que representaban héroes de la vieja escuela, la del mito. En Jon Nieve es explícito: aceptación del llamado, salida del hogar, enfrentamiento al dragón-caos que lo devora (experiencia de muerte), resurgir transfigurado y retorno, para liderar en el bien común. En él, el bastardo sin nombre, ha quedado marcado a fuego el nombre de su 'padre' Ned –solo un padre marca de esa manera –o lo que es lo mismo el sentido del honor. Como un guerrero germano, se debe a la línea de sus ancestros, de sus antepasados. Actúa, decide y camina cargando a la espalda, como Eneas a su padre, el legado de los hombres buenos que estuvieron antes que él.

Sin embargo, los estetas refinados que aplauden el cinismo de Juego de Tronos dicen: “es un personaje hueco, entre ingenuo y estúpido, igual de patético que Ned Stark y que el pagafantas de Sir Jorah”. Todo esto de la épica les provoca bostezo, y así como muchos de ellos son intolerantes a la lactosa o el gluten, la virtud en la pantalla les provoca picazón. Es lo que tiene estar más allá del bien y del mal.

Hay pues dos ejércitos rivales disputándose el alma de Poniente. Sólo puede quedar uno, pues son presencias que ocupan todo el escenario, que se imposibilitan mutuamente. Para la épica, el bien y el mal libran un combate que lo es todo. Para el cinismo no hay bien ni hay mal, solo desesperación camuflada en risita irónica o en regodeo ante el sofoco de cualquier valor positivo o en demoníaco disfrute de contemplar la caída. Intrigas, giros de trama, vicios brillantes hacen la serie interesante para los cínicos, mientras que cualquier amago de épica los enfurece.

Por esta razón, la serie Juego de Tronos resulta ser un monstruo bifronte, con dos almas que pujan hacia lados contrarios y amenazan con desgarrarlo. Lo que me temo que pasará –que ya ha pasado –es que no es posible que triunfe ninguna, porque el desgarro es tal que la bestia no sobrevivirá al mismo. Es un producto contradictorio, una mixed review, que ha mezclado dos sustancias inconmensurables, que dan por resultado agua mezclada con aceite.

Juego de Tronos: un tablero con mucha Historia


por José Antonio Lucero

Juego de Tronos es una fantasía épica ambientada en un mundo medieval que nació como una saga literaria en el año 1996 (¡sí, hace más de veinte años!), llamada “Canción de Hielo y Fuego” pero no ha sido hasta 2011 cuando saltó a la fama de la mano de HBO y su maravillosa serie cuya octava temporada está a punto de acaba de finalizar. Y, ¿sabéis qué? A pesar de que esta es una fantasía donde salen dragones, un ejército de zombies y mucha magia capaz de matar a un personaje o resucitar a otro, existen muchos paralelos históricos en los que George RR Martin, su creador, se inspiró para crear su maravilloso universo. ¡Ojo, cuidado con algún spoiler si no has visto la serie al menos hasta su séptima temporada!

El feudalismo medieval… en Juego de Tronos

Los personajes que salen adelante en Juego de Tronos son aquellos que saben cómo moverse en el gobierno de sus estados. Y aquí viene otra gran similitud de Juego de Tronos con la historia medieval. El funcionamiento interno de los reinos. Hagamos un breve repaso.

Durante la Edad Media, los reyes no tenían todo el poder. No eran reyes absolutos con un poder divino, como ocurría con reinados como el de Luis XIV de Francia en el siglo XVII. Durante la época medieval, los reyes dependían de sus señores, porque el verdadero poder en los territorios lo tenían los nobles que gobernaban un feudo y tutelaban a sus habitantes. Es decir, los señores feudales. A todo este sistema de relaciones sociales y económicas que ocurría durante la Edad Media lo llamamos “feudalismo”.

¿Y si los señores gobiernan en los territorios de un reino, qué pinta un rey en la Edad Media? Buena pregunta. Pues precisamente no mucho. O no todo. La del rey medieval era una figura difícil. En primer lugar, en muchas ocasiones era elegido, a semejanza con la práctica germana que se propagó en Europa tras el final del Imperio romano. El rey era un señor feudal elegido por los demás señores feudales, quien le daban la potestad para gobernar el reino, a sabiendas de que una figura real que sirviese de árbitro entre ellos era necesaria. Pero el rey era “primus inter pares”, es decir, el primero entre iguales. Si a los demás señores feudales no les gustaba cómo gobernaba el rey, podían rebelarse contra él y poner otro. Así funcionaron durante siglos los reinos medievales de Gran Bretaña, Francia o la España visigoda.

Y esto también podemos aprenderlo en Juego de Tronos.

Seguro que a la mayoría de vosotros ya os suena esto que he estado explicando. ¿Recordáis como fue elegido Jon Nieve Rey en el Norte? Analicemos esa escena.

En ella nos encontramos con una reunión de nobles, llamada asamblea en época medieval. Estas personas que acompañan a Jon Nieve y a Samsa Stark son señores de otros territorios de Invernalia. Es decir, suponemos que, al igual que los reinos medievales de nuestra historia, Invernalia estaba dividido en señoríos a cargo de otras casas pequeñas, como los Mormont, por ejemplo. En un pacto de vasallaje, todos estos señores, a sabiendas de que necesitan un Rey en el Norte, acuerdan que este título recaiga en Jon Nieve. Pero, al igual que ocurría en el medievo, Jon Nieve se ve acorralado en muchas ocasiones por la presión de estos señores debido a sus decisiones, hasta el punto de que algunos están a punto de rebelarse contra él.

Lannister vs. Stark: 'la Guerra de las dos Rosas'

Juego de Tronos comienza con la muerte de un hombre, John Arryn, la mano del rey. Tras ello Ned Stark se convirtió en la mano de Robert Baratheon y dejó Invernalia para viajar a Desembarco del Rey. Y, bueno, supongo que ya sabéis cómo sigue la historia.

Este comienzo es muy parecido a una historia de la que muchas personas consideran es la gran inspiradora de Juego de Tronos; la Guerra de las Dos Rosas, ocurrida en Inglaterra en el siglo XIV. El comienzo de la Guerra de las Dos Rosas puede establecerse en el temprano 1377, a la muerte de Eduardo III. Su hijo mayor había muerto antes que él y fue nombrado heredado su hijo Ricardo II, de diez años, por delante de los tres hijos sobrevivientes de Eduardo. La omisión de toda una generación dio lugar a toda una serie de reclamaciones que se fueron sucediendo a lo largo de años y descendencias hasta que se forjaron en dos ramas y dos emblemas: Lancaster y su rosa roja, que serían los Lannister, y York y su rama blanca, que serían los Stark. Las dos grandes casas enemigas de Juego de Tronos. A lo largo de años y años de guerras, con sucesiones en el trono, pactos, traiciones y subidas y caídas de los diversos reyes, se pueden apreciar en la historia semejanzas claras entre los personajes históricos y los de ficción, como verás a continuación.

Los emblemas de la casa Stark y Lannister -  Maquetación by Democresía

Los Lannister y su paralelo con la historia

Uno de los personajes más poderosos de Juego de Tronos es Cercei Lannister. En este poderoso personaje femenino también podemos encontrar varias similitudes en la historia. La fuerte personalidad de Cersei podría vincularse a la de Margarita de Anjou, uno de los personajes centrales de la citada Guerra de las Dos Rosas. Esta reina de Inglaterra quería ejecutar el mando como hacían los hombres en ese momento y no tuvo pudor a la hora de tramar planes que asegurasen su poder a largo plazo. Aunque podemos asociar la personalidad de Cersei a la de Margarita, podemos encontrar otro vínculo entre ella y Jane Shore. Shore fue una amante de Eduardo IV de Inglaterra que se opuso al reinado de Ricardo III cuando éste lo sucedió en el trono. Aunque Ricardo odiaba a Shore por motivos políticos, la castigó alegando hechos asociados a su supuesta promiscuidad. Jane Shore tuvo que andar por las calles en ropa interior y descalza en 1483. ¿Recordáis la poderosa escena de Juego de Tronos en la que Cercei paseaba desnuda por Desembarco del Rey oyendo aquello de “vergüenza, vergüenza, vergüenza”? Asimismo, la relación incestuosa entre Cercei y su hermano Jaime tiene paralelismos con otras acusaciones de incesto que ocurrieron en la historia, como la de Ana Bolena, a la que acusaron de acostarse con su hermano; o la de Lucrecia Borgia con su hermano César Borgia.

Como ya sabes, Cercei es la madre del tiránico rey niño Joffrey Baratheon. Un personaje al que odiarás como yo, seguramente. Este personaje también encuentra un paralelo en la historia, de nuevo en la Guerra de las Dos Rosas. A Ricardo II de Inglaterra lo nombraron rey con tan solo 10 años. Evidentemente, no tenía experiencia en el campo militar y no sabía cómo reinar. Pasó a la historia como un monarca con mucho poder y poco autocontrol, y sobre todo por ser muy vengativo, igual que Joffrey. ¿Recordáis cómo murió Joffrey? Qué satisfacción, ¿a que sí? Pues su muerte en la conocida como Boda Púrpura también tiene un paralelo con la muerte de Eustaquio de Boulogne. Murió repentinamente mientras comía una tarta. Nadie sabe si murió envenenado, ahogado o de una embolia.

El auténtico padre de Joffrey no es Robert Baratheon, sino su también tío Jaime Lannister, quien durante la serie pierde una mano. Esta historia guarda similitud con la de Gottfried von Berlichingen, o como se le conocía, “Gotz de la mano de hierro”. Como Jaime, Gotz nació en una familia noble antes de servir como un caballero Imperial. Durante la batalla, la mano de Gotz fue cortada por un cañón. Gotz se diseñó una mano ortopédica de hierro y siguió combatiendo bajo el sobrenombre del caballero de la mano de hierro.

De las últimas imágenes de esta octava temporada de Cersei Lannister - IMDB

En Juego de Tronos también hubo una reforma religiosa…

Comencemos estudiando el papel de la religión en Juego de Tronos. Al igual que durante nuestra Edad Media, la religión también tiene gran importancia en el universo de George R. R. Martin. En Juego de Tronos nos encontramos con dos grandes corrientes religiosas, primero, la Fe Roja, profesada por Thoros y Melissandre, que comparte muchas similitudes con el Zoroastrismo, una religión en la que el fuego se considera un medio mediante el cual conseguir el discernimiento espiritual y la sabiduría, y en la que los adoradores oran a menudo en presencia de fuego o en los templos de fuego. Asimismo, también es de destacar la llegada del Gorrión Supremo al poder en Desembarco del Rey preconizando un cambio en la religión y en el estado para luchar contra la corrupción. Una trama muy similar al nacimiento de la religión Protestante en el siglo XVI mediante la reforma de Martín Lutero.

Los idus de marzo… a los pies del muro

Y viajemos al Norte para centrarnos en un personaje, Jon Nieve. En el norte nos encontramos con un enorme muro que separa los reinos de Poniente de las tierras más allá del muro, en la que nos encontramos con salvajes y otras criaturas de las que mejor no hablar. En la historia ya hubo un gran muro como este. Bueno, en realidad, dos. El muro de Adriano, que se construyó en el confín norte del Imperio romano, Gran Bretaña; y la Gran Muralla China, que separaba el reino civilizado de china de las tribus invasoras mongolas. Ahí, en el gran muro, Jon Nieve fue asesinado al final de la quinta temporada en una gran semejanza con el asesinato de Julio César, traicionado por sus subalternos por su relación con los salvajes. Julio César, en paralelismo, llenó su ejército de salvajes y bravos galos y sus nuevas ideas, al igual que las de Jon Nieve, chocaron con la férrea e inamovible tradición, lo que desembocó en ambas muertes a puñaladas. Al final, Julio César descubrió que uno de sus grandes apoyos, Bruto, le había traicionado uniéndose a sus asesinos. Al igual que el pequeño Olly, quien le asestó la última puñalada a Jon. La muerte de Jon Nieve y los idus de marzo del 44 a.C. ¿Te suena?

 

Y vamos con el gran personaje de Juego de Tronos. Daenerys de la Tormenta de la Casa Targaryen, La Primera de su Nombre, Reina de Meereen, Reina de los Ándalos… y bueno, ya sabéis el resto. Daenerys creció exiliada en Essos para esconderse del Rey Robert Baratheon tras la revolución que despojó del trono a su padre. ¿Qué paralelismo encontramos en la historia? Enrique VII creció en Francia para evitar ser capturado y asesinado por Eduardo IV. Cuando llegó a Inglaterra sus buques ondeaban sus estandartes con el símbolo del dragón, igual que cuando Daenerys deja Essos con su flota de Inmaculados y sus tres dragones volando sobre ella. Pero a Daenerys la conocemos mejor por su faceta de “rompedora de cadenas” (al menos hasta esta última temporada). Y es que a la madre de dragones le gusta(ba) muy poco la esclavitud, como a personajes de la historia como Espartaco o William Wallace. Es, además, una revolucionaria, tal y como hablaba de ella, por ejemplo, la reina Cercei. Y es que con la llegada de Daenerys a Poniente nos encontramos con el conflicto revolución-contrarrevolución tan de nuestro siglo XX. Conflicto que surgió ante la aparición de ideologías como el marxismo, que abogaba, precisamente, por la rotura de las cadenas que esclavizaban a la clase obrera.

Robert Baratheon, Joffrey Baratheon (¿Lannister?) y Daenerys Targaryen. Dos reyes y una aspirante al Trono de Hierro

Juego de Cínicos: “Si crees que esto tendrá un final feliz, es que no has estado prestando atención”


por Alan Regueiro

La ficción o el relato fantástico dice más del lector que de las acciones que allí se relatan. Su propiedad es la de, mediante el juego del relato mítico, la imagen épica y el diseño fantástico, mostrar las cualidades humanas más comunes, para que el lector o el espectador se encuentre, necesariamente, identificado con alguno de los personajes, o se reconozca en algunos de los roles que allí se representan.


Trasladarle a un mundo fantástico y tensional, es, ante todo, jugar con la idea de posibilidad, proponiendo olvidar la propia realidad para asumir otra, sin dejar de ser quien uno es.

Esta es, entre otras, la genialidad que hace, desde hace 8 años, de la serie “Juego de Tronos” algo espectacularmente atrapante. Sugerir permanentemente, un cierto tipo de paralelismo con la realidad del espectador, sin importar la edad, el sexo o en qué parte del globo se encuentre. Por dar un ejemplo, seguramente se ha visto el vídeo del capítulo tres de la temporada ocho, que ha dado vueltas por las redes, el cual es sencillamente espectacular. Este capítulo se proyectó en un bar- desconozco donde- y, en el momento (cuidado: haré spoiler), en que Arya Stark clava la daga en el vientre del Rey de la Noche, el bar explota de la alegría eufórica, al nivel de haber ganado el último partido de la Copa del Mundo.

Posicionar al público a punto tal de sentir hasta el aleteo de un dragón sobre la propia cabeza. El hallar y percibir con exquisita sensibilidad sentimientos comunes como: decepción, dolor, gozo o la euforia de los personajes; haciendo que, quien se involucre con la serie, verdaderamente tome partido, asuma decisiones y se proyecte en la escena.

Juego de Tronos pone sobre la mesa ciertos sentimientos de cinismo, de euforia, incluso de coraje que, en cierta medida, todos llevamos dentro, guardados en el baúl de lo inconsciente y que, libremente podemos depositar en la serie con la seguridad de poder hacer una catarsis que no dure más de dos horas y permitir salir ilesos de ahí. Nos parece oportuna la reflexión de Lucrecio: “Nos causa júbilo observar los males de los que estamos exentos”.

La conjetura en este artículo se basa en observar cómo el modelo de los personajes principales, especialmente el modelo del cínico que es trasversal a toda la serie, es lo que, en el fondo, capta al espectador, como si este modelo fuese la manifestación inconsciente de algo personal, que provoca, al verlo cierta satisfacción o tranquilidad, ya que permite al público participar de la trama, haciendo consciente la propia miseria. Eso sí, con la seguridad de hacerlo desde fuera de la serie.

Pero la mayor admiración se supone que surge principalmente por la inteligencia que poseen, por la retórica que utilizan, pero, sobre todo, por el cinismo con el que hacen frente a la circunstancia.

'LITTLE FINGER' HA DEMOSTRADO SER EL GRAN CÍNICO DE WESTEROS A LO LARGO DE TODA LA SERIE - Maquetación by Democresía

¿Por qué se puede afirmar que es interesante el análisis de este aspecto? Porque aun cuando se trata de una realidad que es completamente ajena al día a día del espectador; le vincula un sentimiento de profunda pertenencia con los protagonistas y con lo que allí sucede. Con la cualidad propia, de que, si es el cinismo lo que hace de Juego de Tronos lo que es, y el espectador espera con ansias ver capítulo tras capítulo, para, de alguna forma verse a sí mismo en él, podemos decir, que, en el fondo, se es inconscientemente, más cínico de lo que se piensa.

A partir de esto, también, le vinculan sentimientos, inseguridades y fantasías varias. Porque lo que los personajes sienten no es tan distinto, aunque parezca mentira, a lo que puede sentir el espectador en su cotidianeidad. Puesto que, la tensión por sobrevivir, por ganar, por ser más, por evitar sufrir, es, en el fondo, una tensión universal. Todos conocen, o tienen en mente una persona que encarna en su carácter a Cercei, por ejemplificar: alguien que, al mismo tiempo, provoque rechazo, temor y furia.

Porque el cínico duda, permanentemente y de modo irónico, de la sinceridad en las intenciones de los hombres. Comprende que las acciones siempre son de dudoso mérito. Si se piensa, por ejemplo, en el último capítulo de la séptima temporada:' El dragón y el lobo', Jon Snow y Daenerys Targaryen buscan convencer a Cersei a que acepte una tregua para dejar de lado sus diferencias y concentrarse en 'El rey de la noche'. Sinceramente, ¿el espectador creyó en las buenas intenciones de Cersei?

El cinismo impide gestionar lo que se siente. Es el nihilismo disfrazado de ironía venenosa.

Los guionistas de Juego de Tronos han logrado abrir las ventanas corrompidas por lo cínico. Y lo que los ha hecho grandes, es que, probablemente y sin saberlo, respondieron a la demanda de una sociedad que necesitaba ver este fenómeno con claridad e involucrarse con ello.

En lo relativo a valores, animarse a ponderar la serie como un cultivo de virtud podría ser un pecado contra el buen gusto estético de la misma. La propia serie es un comercio despiadado de intereses.

Sentimientos nobles como el amor, la empatía o similares quedan relegados a los personajes secundarios. Los personajes principales, en su mayoría se constituyen y se conforman esencialmente con mirar el mundo desde la atalaya del cinismo.

En primer lugar, como estrategia de conquista: Juego de Tronos es el Monopoly más extenso de la historia.

En segundo lugar, y más fundamentalmente, el cinismo vale como medio de vínculo con el otro, que representa principalmente, una amenaza, una inseguridad permanente para los intereses personales.

Hay una mezcla que pone en rigidez al espectador en relación con lo que “se debe” y con lo que “se quiere”. Kant también forma parte de Juego de Tronos. Y esto, al espectador, le termina fastidiando. Quien sigue la serie Juego de Tronos, se enfrenta permanentemente a lo largo de ocho temporadas a un cierto tipo de imperativo categórico. Lo anhela, pero le escapa al mismo tiempo. Ese imperativo que reza: “Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal” parece que necesariamente está presente buscando en algún momento aparecer en algún personaje, solo que no ocurre. En el “cinismo de Juego de Tronos” no hay una ética fundamental. El cínico desprecia la moralidad estándar. No busca ideales de sabiduría, por eso es cínico el inmoral, el desvergonzado que, como vemos en la serie, ahorca, pero también ahoga. Siempre con una sonrisa en los labios.
El arte del cínico es estimar con desprecio. No se inventa sentimientos, tampoco los finge. Simplemente muestra su desprecio con cierta apariencia estimativa:

“La hipocresía oculta pensamientos inconfesables; el cinismo los confiesa y los pone en práctica como si estuviera diciendo y haciendo lo contrario de lo que dice y hace” . (Razón y cinismo, Cesar Espada) 

Se puede decir que la serie Juego de Tronos, es la excusa perfecta para adentrarse en las catacumbas del propio cinismo que se proyecta de modo ficcional, aprovechando la posibilidad de tomar conciencia frente a la trama, poder también tomar distancia, y preguntarse de donde salen las percepciones personales y, ante todo, no perder la capacidad de explorarse y maravillarse frente a uno mismo.

 

 

Jon Snow y la dudosa caducidad del héroe clásico


por Jorge Begega

Los héroes ya no sirven para nada.

El arquetipo clásico huele a cerrado y acumula polvo en viejas cintas de VHS o en sus reediciones en Blu Ray. Ya no hay héroes como los de antes, representantes de una moral intachable, sino superhéroes con taras y letra pequeña. Gente que prefería hacer otra cosa o cuyos vicios los alejan de los valores de las sociedades a las que defienden. Los héroes, sí los del viaje del héroe, son dodos. Animales condenados a extinguirse por la voracidad de sus adversarios y la incapacidad de utilizar las mismas armas que utilizan sus enemigos para destruirlos.

Juego de Tronos lo dejó claro. Cuando le cortan la cabeza a Eddard Stark delante de sus hijas se lo estaban diciendo a las niñas: “Tu padre de bueno es tonto”. Y ellas lo comprenden. Y tanto que lo comprenden.

La muerte del Señor de Invernalia lanza a sus hijos a una realidad para la que no están preparados. Unos mueren y las otras se tienen que transformar para sobrevivir a los peligros que su padre temía.

Entonces, la muerte del héroe no es solo una tendencia cultural, sino una declaración de intenciones narrativa.

El final del 8x03 constata lo que pensaba mucha gente. El Rey de la Noche y su ejército de escombros son solo un McGuffin. Que sí, que la serie empieza con ellos y que canción de hielo y fuego y que todo lo que tú quieras, pero a la hora de la verdad su único propósito dramático es demostrarnos que Jon es el héroe que todos debemos ser. Que mas allá de su mirada de tragedia griega y su pose shakesperiana es un tipo que mola y que si hay que hacer cosas de héroe, todos quietos, que las hace él. Aunque su recorrido en la trama (o su propia trama, más bien) no sea útil en el arco principal de la historia, aunque sus peripecias no pongan en riesgo el verdadero pastel de la serie: El Trono de Hierro. Sobre todo, tras ver “La larga noche”, en la que descubrimos con decepción que la metralleta de los muertos era en realidad un tirachinas.

Mientras todos los demás personajes se pegaban navajazos en el barro él luchaba por la única causa que merecía la pena, y lo dejaba bastante clarito. Pero en lugar de ser un personaje motor que toma decisiones, la trama lo va arrojando a los lugares en los que mejor puede sacar a relucir su código ético: “Es que yo no quería ser Lord Comandante de la Guardia de la Noche” .“Es que yo no quería enamorarme de una salvaje” .“Es que yo no quería ser el legítimo heredero al Trono de Hierro”. “Es que yo no quería resucitar”. “No, yo no voy a tomar postre pero por si acaso trae dos cucharillas” . Pesado.

La serie marginaba al personaje tanto narrativamente como geográficamente hasta prácticamente aislarlo en una trama sin la cuál la historia principal podría seguir funcionando. Pero claro, necesitábamos algo de épica en el Norte con tanto desgraciado en el Sur, mientras la serie iba aumentando en sexo, sangre, fuegos artificiales y cinismo, mientras se le permitía al fan especular con teorías cada vez más retorcidas con Cerseis, Daenerys, Meñiques y Enanos los guionistas le doraban píldora al guaperas de arriba, al chicarrón del Norte, para que quedase claro que todavía había algo de humanidad en la serie.

Como si nos tuviesen que pedir perdón por las violaciones, las torturas y las muertes horribles. En un mundo sucio, corrompido y sin ningún atisbo de esperanza Jon es el faro buenista ante tanta mezquindad.  La única respuesta ante algo que debería cambiar, como bien refleja Varys en el 8x04. Pero también un arquetipo caduco: ¿hubiese sobrevivido Jon en el Juego de Tronos del otro lado del muro? ¿Su heroicidad le mantendrían con vida o hubiese acabado como su padre y su hermano? ¿De verdad hacen falta tipos que salgan de su mundo ordinario, sientan la llamada de la aventura, se encuentren con un maestro etc etc?

Juego de Tronos parece empeñada en demostrar que sí, aun no sabemos si sometida a los mandamientos del género o en un empeño por dejarnos buen sabor de boca después de tanta sangre (una toallita de limón después de un atracón de gambas).  Porque en su universo, Jon es en realidad un personaje desfasado, un muñeco diseñado con manual de guión, que no encaja en un mundo tan cínico en el que la épica y la heroicidad son ingenuidades; rémoras de un pasado ñoño.

Me atrevo a adivinar que Juego de Tronos no se inmolará no poniendo a Jon en el Trono. Sobre todo después de tantas piruetas narrativas, puntos de giro que trafican con lo verosímil y una legión de espectadores ansiosos por ser testigos del último truco de los guionistas.

Porque quizá su final más iconoclasta podría ser el más conservador: Jon en el Trono y Poniente convirtiéndose en un lugar mejor. Y porque aunque la serie no lo echase de menos, Jon es el héroe que el espectador necesita. Por lo menos de momento.

 



Estos artículos pertenecen exclusivamente a los autores y a Democresía. El uso de cualquiera de sus partes, deberá ser adecuadamente citado. Gracias por hacer juego limpio y valorar nuestro trabajo

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