Nota del editor: Reaparecen en estas líneas dos viejos conocidos democresianos en un diálogo que acaso nunca haya tenido lugar pero que, por su interés, nos dignamos a reproducir. Se trata de una entrevista que el abominable Gregorio Samsa, responsable de algunas polémicas, como la que encendió al mismísimo Jorge Bustos, mantiene con otro personaje despreciable que figura entre nuestros colaboradores: don Ignatius Reilly Jr. Tras algún tiempo sin dejarse ver por estas páginas, nos afligen con una intervención conjunta que ofrecemos al lector para que haga con ella lo que juzgue conveniente.
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Ignatius, hace ya algún tiempo abandonaste la primera línea de fuego en esta batalla cultural, y somos muchos los que nos preguntamos: ¿por qué lo dejaste?
La mañana caía plomiza sobre la bruma de la ría. De vez en cuando el aire se meneaba y se podía ver entre los claros el monte con las casonas, la arboleda de hayas y los pastos del ganado con sus terneras pardas.
Entre las muchas partes de nuestro cuerpo, pocas son tan misteriosas como la cabellera. Ninguna es tan independiente, tan desafiantemente ajena, a nuestra voluntad. Si nos esmeramos en el gimnasio, lograremos endurecer nuestro vientre, tornando las antañonas lorzas en una musculosa tabla. Si nos disciplinamos, lograremos fortalecer nuestras piernas hasta hacerlas rígidas como el tronco de un árbol. Si estamos dispuestos a hacer caso al nutricionista, lograremos que de nuestro rostro deje de colgar la papada. Pero por mucho que nos empeñemos, por afanoso que sea nuestro esfuerzo, no lograremos detener la caída del cabello. En caso de que nuestra cabeza esté predestinada a brillar con luz propia, sin una mata de pelo que la eclipse, todo nuestro afán será vano: brillará con luz propia.
En las pasadas entregas habíamos abordado la figura del vampiro desde la literatura, haciendo alusión a la obra que introduce al vampiro romántico en la era moderna, El Vampiro, de John W. Polidori, así como la obra cumbre de Bram Stoker, Drácula, no omitiendo a los reconocidos autores que, antes y después de Polidori, contribuyeron al desarrollo de la literatura vampírica.
En esta ocasión, continuaremos nuestro viaje adentrándonos en los orígenes mismos del mito vampírico, para tratar con ello de comprender la fascinación que el vampiro, esa expresión del arquetipo junguiano de La Sombra, ha causado en el ser humano desde tiempos quizás inmemoriales.
Ante el adiós definitivo del mayor fenómeno televisivo de la década, enDemocresíahemos querido huir de la marea de teorías gratuitas y adivinaciones vacías que, cual Ejército de la Noche, anega internet estos días. ¿Para qué? Para reflexionar a fondo sobre algunos de los aspectos narrativos, filosóficos e históricos que mejor definen Juego de Tronos: su espíritu contradictorio a medio camino entre lo épico y lo cínico, su inspiración en algunos episodios del medievo y la modernidad, la compleja vigencia del héroe clásico en el personaje de Jon Snow y el papel del cinismo en la identificación del espectador con la serie. Porque más allá de los juegos de acertijos, Poniente puede ser un espejo fascinante en el que mirarnos.
En un universo cíclico, donde la luz y la oscuridad se van dando la réplica para ser el tablero del juego de tronos; donde se necesitan enemigos a la medida de las circunstancias; donde la codicia, la tiranía y la deriva de los idealistas -aquellos que justifican el mal para instaurar el bien- quiebra cualquier acto generalizado de nobleza y de bondad; en este entorno ha vencido la memoria. O su cauce natural, la historia.
Juego de Tronos, como bien indica Lucero más adelante en este mismo especial, es una serie histórica. No ya solo por los paralelismos inequívocos con ciertos aspectos del feudalismo y la lógica de los conflictos de las grandes familias reales, sino, sobre todo, porque la memoria -lo que ha ocurrido y lo que ocurrió antes de que ocurriese lo ocurrido-, es el recurso que posibilita la toma de decisiones en los momentos de vida o muerte, de opción libre por el bien mayor o por el mal de aparente inevitabilidad.
Solo puede quedar uno... Y no es quien la horda de fans reclama que sea el rey del Trono de Hierro
Cuando Tyrion recuerda la historia de la liberación de la Bahía de los Esclavos en confesión con Jon Snow, enmudece por haber sido partícipe de una masacre que ni la peor Cersei Lannister habría sido capaz de pergeñar. Danerys de la Tormenta, aquella que había sido apodada como la "rompedora de cadenas", anudaba su suerte y el destino de la civilización de Westeros a la máxima Targaryen: miedo, fuego y sangre.
¿Hasta dónde se puede reinar bajo el calor de la locura en un universo corrompido? Por lo visto durante estas ocho temporadas, hasta el desbordamiento del amor. Porque siempre han de haber unas condiciones mínimas -en ellas incluyo la historia personal de cada personaje. Véase el caso de Cersei y Jaime- para que éste se pueda llevar a cabo con unas mínimas garantías. Y Jon Snow, por la memoria acumulada durante todo su viaje, no podía corromperse por un amor concreto como el que vivía por Daenerys.
Jon, al supeditar los millones de historias personales que le son del todo ajenas en detrimento de su interés particular, muestra la libertad del personaje al que se le pregunta en lo más íntimo de su corazón por el deber de sus actos. Y responde por todos: justos y pecadores. Esta decisión, no está exenta de crueldad. Pero es que la vida, como machaca Peterson cada vez que se le ofrece la oportunidad, es dura y cruel. Juzgar los actos y obrar en consecuencia. Puede que sea insignificante esta reacción y seguramente esté aquí la limitación de lo que somos, pero ¿de qué otra manera se pueden tomar decisiones?
Apuñalando a Dani, Jon condicionaba su existencia a una más que probable calamidad; si es que no a la muerte misma. Sin embargo, bajo la firme creencia de que los asesinos merecen existir, se puede ordenar el bien en un lugar como Poniente, arrojando algo de luz sobre este inquietante nudo relacional y de ambigüedades morales a las que hemos estado sometidos durante los últimos nueve años.
De haber optado por lo contrario, por no hincar el puñal en el pecho de la nueva “reina de la noche”, su heroicidad habría sido de hojalata, un cachivache para contentar a los sedientos de finales felices y no de finales verosímiles; a los tragaldabas de tramas y artefactos pirotécnicos, de bodas EMO de Shrek y Fiona, que proyectan en todo lo que ven sus interpretaciones de justicia y calidad. Su cinismo, como veremos más adelante desarrollado por Alan Regueiro.
Daenerys Targarean es asesinada ante la impotencia de Drogon - IMDB
Como bien sentenció Tyrion, poco antes del entronamiento de Bran Stark, el Tullido, como nuevo rey de los Seis Reinos, lo que une a un pueblo no son las huestes, el oro o las banderas. Son las historias.
“No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nadie puede detenerla, ningún enemigo puede vencerla”.
Sea esta una auto loa o no la que se marcan Benioff y Weiss, lo que es incuestionable es que han dejado una historia para la posterioridad en el mundo de la series. Y esto hay dos formas de vivirlo: con la gratitud amarga de una despedida sentida por haber sido vivida con emoción hasta el final o con el resquemor de que no se hayan atendido los vicios y confusiones proyectadas en un producto televisivo por un fan descontento.
Como en Poniente, la decisión la deberemos tomar atendiendo a nuestra propia historia.
Brienne de Tarth escribe la página para la historia de las proezas de Jaime Lannister - IMDB
Hace unos días recibí una invitación de la Sociedad de Estadistas Alto-Medievales para firmar un comunicado de repudio, a la vez que un pedido de indemnización, por una afrenta escandalosa, una profanación desvergonzada, humillante –un escupitajo en la cara, vamos –cometida por la HBO hacia la especie humana (que incluye, entiendo, a los medievalistas).
Aunque estaba ocupado en redactar una carta de corrección fraterna a Viggo Mortensen, me llamó la atención el tono iracundo del comunicado, pues al fin y al cabo, en dicha Sociedad siempre prima el decoro y la cortesía. Así pues, detuve mi cariñosa misiva al hincha de San Lorenzo, y empecé a escarbar en el escándalo. Me quedé francamente sorprendido por lo que encontré: el tercer episodio de la octava temporada de Juego de Tronos había producido un exponencial incremento en el síndrome de Napoléon. Twitter se había convertido en un remolino infinito de catedráticos en estrategia militar carolingia, aspirantes a Escipiones africanos, generales condecorados, herederos legítimos de Temístocles, receptores certificados de genes del Genghis Khan (aunque esto último no cuenta).
Antes de firmar el comunicado de repudio quise ver con mis propios ojos la causa de tanto alboroto. Me puse a ello.
Acabé de ver el episodio, horrorizado de la sonrisa que se torcía en mi cara a pesar de mis esfuerzos por reprimirla. Me había gustado. ¿Épica? ¿Cabía hablar de épica en Juego de Tronos? No era solo yo quien se había visto sorprendido por esta posibilidad. Algunos caballeros de la escuela de Alonso Quijano –pienso en García-Máiquez– iban rompiendo lanzas a cada capítulo, convirtiendo la misma posibilidad épica de Juego de Tronos en el verdadero tema épico de la serie: ¿Vencerá el espíritu épico al dragón del cinismo omnipresente?
Ned Stark, Jon Nieve, Sir Jorah... No cabía duda de que representaban héroes de la vieja escuela, la del mito. En Jon Nieve es explícito: aceptación del llamado, salida del hogar, enfrentamiento al dragón-caos que lo devora (experiencia de muerte), resurgir transfigurado y retorno, para liderar en el bien común. En él, el bastardo sin nombre, ha quedado marcado a fuego el nombre de su 'padre' Ned –solo un padre marca de esa manera –o lo que es lo mismo el sentido del honor. Como un guerrero germano, se debe a la línea de sus ancestros, de sus antepasados. Actúa, decide y camina cargando a la espalda, como Eneas a su padre, el legado de los hombres buenos que estuvieron antes que él.
Sin embargo, los estetas refinados que aplauden el cinismo de Juego de Tronos dicen: “es un personaje hueco, entre ingenuo y estúpido, igual de patético que Ned Stark y que el pagafantas de Sir Jorah”. Todo esto de la épica les provoca bostezo, y así como muchos de ellos son intolerantes a la lactosa o el gluten, la virtud en la pantalla les provoca picazón. Es lo que tiene estar más allá del bien y del mal.
Hay pues dos ejércitos rivales disputándose el alma de Poniente. Sólo puede quedar uno, pues son presencias que ocupan todo el escenario, que se imposibilitan mutuamente. Para la épica, el bien y el mal libran un combate que lo es todo. Para el cinismo no hay bien ni hay mal, solo desesperación camuflada en risita irónica o en regodeo ante el sofoco de cualquier valor positivo o en demoníaco disfrute de contemplar la caída. Intrigas, giros de trama, vicios brillantes hacen la serie interesante para los cínicos, mientras que cualquier amago de épica los enfurece.
Por esta razón, la serie Juego de Tronos resulta ser un monstruo bifronte, con dos almas que pujan hacia lados contrarios y amenazan con desgarrarlo. Lo que me temo que pasará –que ya ha pasado –es que no es posible que triunfe ninguna, porque el desgarro es tal que la bestia no sobrevivirá al mismo. Es un producto contradictorio, una mixed review, que ha mezclado dos sustancias inconmensurables, que dan por resultado agua mezclada con aceite.
Juego de Tronos es una fantasía épica ambientada en un mundo medieval que nació como una saga literaria en el año 1996 (¡sí, hace más de veinte años!), llamada “Canción de Hielo y Fuego” pero no ha sido hasta 2011 cuando saltó a la fama de la mano de HBO y su maravillosa serie cuya octava temporada está a punto de acaba de finalizar. Y, ¿sabéis qué? A pesar de que esta es una fantasía donde salen dragones, un ejército de zombies y mucha magia capaz de matar a un personaje o resucitar a otro, existen muchos paralelos históricos en los que George RR Martin, su creador, se inspiró para crear su maravilloso universo. ¡Ojo, cuidado con algún spoiler si no has visto la serie al menos hasta su séptima temporada!
El feudalismo medieval… en Juego de Tronos
Los personajes que salen adelante en Juego de Tronos son aquellos que saben cómo moverse en el gobierno de sus estados. Y aquí viene otra gran similitud de Juego de Tronos con la historia medieval. El funcionamiento interno de los reinos. Hagamos un breve repaso.
Durante la Edad Media, los reyes no tenían todo el poder. No eran reyes absolutos con un poder divino, como ocurría con reinados como el de Luis XIV de Francia en el siglo XVII. Durante la época medieval, los reyes dependían de sus señores, porque el verdadero poder en los territorios lo tenían los nobles que gobernaban un feudo y tutelaban a sus habitantes. Es decir, los señores feudales. A todo este sistema de relaciones sociales y económicas que ocurría durante la Edad Media lo llamamos “feudalismo”.
¿Y si los señores gobiernan en los territorios de un reino, qué pinta un rey en la Edad Media? Buena pregunta. Pues precisamente no mucho. O no todo. La del rey medieval era una figura difícil. En primer lugar, en muchas ocasiones era elegido, a semejanza con la práctica germana que se propagó en Europa tras el final del Imperio romano. El rey era un señor feudal elegido por los demás señores feudales, quien le daban la potestad para gobernar el reino, a sabiendas de que una figura real que sirviese de árbitro entre ellos era necesaria. Pero el rey era “primus inter pares”, es decir, el primero entre iguales. Si a los demás señores feudales no les gustaba cómo gobernaba el rey, podían rebelarse contra él y poner otro. Así funcionaron durante siglos los reinos medievales de Gran Bretaña, Francia o la España visigoda.
Y esto también podemos aprenderlo en Juego de Tronos.
Seguro que a la mayoría de vosotros ya os suena esto que he estado explicando. ¿Recordáis como fue elegido Jon Nieve Rey en el Norte? Analicemos esa escena.
En ella nos encontramos con una reunión de nobles, llamada asamblea en época medieval. Estas personas que acompañan a Jon Nieve y a Samsa Stark son señores de otros territorios de Invernalia. Es decir, suponemos que, al igual que los reinos medievales de nuestra historia, Invernalia estaba dividido en señoríos a cargo de otras casas pequeñas, como los Mormont, por ejemplo. En un pacto de vasallaje, todos estos señores, a sabiendas de que necesitan un Rey en el Norte, acuerdan que este título recaiga en Jon Nieve. Pero, al igual que ocurría en el medievo, Jon Nieve se ve acorralado en muchas ocasiones por la presión de estos señores debido a sus decisiones, hasta el punto de que algunos están a punto de rebelarse contra él.
Lannister vs. Stark: 'la Guerra de las dos Rosas'
Juego de Tronos comienza con la muerte de un hombre, John Arryn, la mano del rey. Tras ello Ned Stark se convirtió en la mano de Robert Baratheon y dejó Invernalia para viajar a Desembarco del Rey. Y, bueno, supongo que ya sabéis cómo sigue la historia.
Este comienzo es muy parecido a una historia de la que muchas personas consideran es la gran inspiradora de Juego de Tronos; la Guerra de las Dos Rosas, ocurrida en Inglaterra en el siglo XIV. El comienzo de la Guerra de las Dos Rosas puede establecerse en el temprano 1377, a la muerte de Eduardo III. Su hijo mayor había muerto antes que él y fue nombrado heredado su hijo Ricardo II, de diez años, por delante de los tres hijos sobrevivientes de Eduardo. La omisión de toda una generación dio lugar a toda una serie de reclamaciones que se fueron sucediendo a lo largo de años y descendencias hasta que se forjaron en dos ramas y dos emblemas: Lancaster y su rosa roja, que serían los Lannister, y York y su rama blanca, que serían los Stark. Las dos grandes casas enemigas de Juego de Tronos. A lo largo de años y años de guerras, con sucesiones en el trono, pactos, traiciones y subidas y caídas de los diversos reyes, se pueden apreciar en la historia semejanzas claras entre los personajes históricos y los de ficción, como verás a continuación.
Los emblemas de la casa Stark y Lannister - Maquetación by Democresía
Los Lannister y su paralelo con la historia
Uno de los personajes más poderosos de Juego de Tronos es Cercei Lannister. En este poderoso personaje femenino también podemos encontrar varias similitudes en la historia. La fuerte personalidad de Cersei podría vincularse a la de Margarita de Anjou, uno de los personajes centrales de la citada Guerra de las Dos Rosas. Esta reina de Inglaterra quería ejecutar el mando como hacían los hombres en ese momento y no tuvo pudor a la hora de tramar planes que asegurasen su poder a largo plazo. Aunque podemos asociar la personalidad de Cersei a la de Margarita, podemos encontrar otro vínculo entre ella y Jane Shore. Shore fue una amante de Eduardo IV de Inglaterra que se opuso al reinado de Ricardo III cuando éste lo sucedió en el trono. Aunque Ricardo odiaba a Shore por motivos políticos, la castigó alegando hechos asociados a su supuesta promiscuidad. Jane Shore tuvo que andar por las calles en ropa interior y descalza en 1483. ¿Recordáis la poderosa escena de Juego de Tronos en la que Cercei paseaba desnuda por Desembarco del Rey oyendo aquello de “vergüenza, vergüenza, vergüenza”? Asimismo, la relación incestuosa entre Cercei y su hermano Jaime tiene paralelismos con otras acusaciones de incesto que ocurrieron en la historia, como la de Ana Bolena, a la que acusaron de acostarse con su hermano; o la de Lucrecia Borgia con su hermano César Borgia.
Como ya sabes, Cercei es la madre del tiránico rey niño Joffrey Baratheon. Un personaje al que odiarás como yo, seguramente. Este personaje también encuentra un paralelo en la historia, de nuevo en la Guerra de las Dos Rosas. A Ricardo II de Inglaterra lo nombraron rey con tan solo 10 años. Evidentemente, no tenía experiencia en el campo militar y no sabía cómo reinar. Pasó a la historia como un monarca con mucho poder y poco autocontrol, y sobre todo por ser muy vengativo, igual que Joffrey. ¿Recordáis cómo murió Joffrey? Qué satisfacción, ¿a que sí? Pues su muerte en la conocida como Boda Púrpura también tiene un paralelo con la muerte de Eustaquio de Boulogne. Murió repentinamente mientras comía una tarta. Nadie sabe si murió envenenado, ahogado o de una embolia.
El auténtico padre de Joffrey no es Robert Baratheon, sino su también tío Jaime Lannister, quien durante la serie pierde una mano. Esta historia guarda similitud con la de Gottfried von Berlichingen, o como se le conocía, “Gotz de la mano de hierro”. Como Jaime, Gotz nació en una familia noble antes de servir como un caballero Imperial. Durante la batalla, la mano de Gotz fue cortada por un cañón. Gotz se diseñó una mano ortopédica de hierro y siguió combatiendo bajo el sobrenombre del caballero de la mano de hierro.
De las últimas imágenes de esta octava temporada de Cersei Lannister - IMDB
En Juego de Tronos también hubo una reforma religiosa…
Comencemos estudiando el papel de la religión en Juego de Tronos. Al igual que durante nuestra Edad Media, la religión también tiene gran importancia en el universo de George R. R. Martin. En Juego de Tronos nos encontramos con dos grandes corrientes religiosas, primero, la Fe Roja, profesada por Thoros y Melissandre, que comparte muchas similitudes con el Zoroastrismo, una religión en la que el fuego se considera un medio mediante el cual conseguir el discernimiento espiritual y la sabiduría, y en la que los adoradores oran a menudo en presencia de fuego o en los templos de fuego. Asimismo, también es de destacar la llegada del Gorrión Supremo al poder en Desembarco del Rey preconizando un cambio en la religión y en el estado para luchar contra la corrupción. Una trama muy similar al nacimiento de la religión Protestante en el siglo XVI mediante la reforma de Martín Lutero.
Los idus de marzo… a los pies del muro
Y viajemos al Norte para centrarnos en un personaje, Jon Nieve. En el norte nos encontramos con un enorme muro que separa los reinos de Poniente de las tierras más allá del muro, en la que nos encontramos con salvajes y otras criaturas de las que mejor no hablar. En la historia ya hubo un gran muro como este. Bueno, en realidad, dos. El muro de Adriano, que se construyó en el confín norte del Imperio romano, Gran Bretaña; y la Gran Muralla China, que separaba el reino civilizado de china de las tribus invasoras mongolas. Ahí, en el gran muro, Jon Nieve fue asesinado al final de la quinta temporada en una gran semejanza con el asesinato de Julio César, traicionado por sus subalternos por su relación con los salvajes. Julio César, en paralelismo, llenó su ejército de salvajes y bravos galos y sus nuevas ideas, al igual que las de Jon Nieve, chocaron con la férrea e inamovible tradición, lo que desembocó en ambas muertes a puñaladas. Al final, Julio César descubrió que uno de sus grandes apoyos, Bruto, le había traicionado uniéndose a sus asesinos. Al igual que el pequeño Olly, quien le asestó la última puñalada a Jon. La muerte de Jon Nieve y los idus de marzo del 44 a.C. ¿Te suena?
Y vamos con el gran personaje de Juego de Tronos. Daenerys de la Tormenta de la Casa Targaryen, La Primera de su Nombre, Reina de Meereen, Reina de los Ándalos… y bueno, ya sabéis el resto. Daenerys creció exiliada en Essos para esconderse del Rey Robert Baratheon tras la revolución que despojó del trono a su padre. ¿Qué paralelismo encontramos en la historia? Enrique VII creció en Francia para evitar ser capturado y asesinado por Eduardo IV. Cuando llegó a Inglaterra sus buques ondeaban sus estandartes con el símbolo del dragón, igual que cuando Daenerys deja Essos con su flota de Inmaculados y sus tres dragones volando sobre ella. Pero a Daenerys la conocemos mejor por su faceta de “rompedora de cadenas” (al menos hasta esta última temporada). Y es que a la madre de dragones le gusta(ba) muy poco la esclavitud, como a personajes de la historia como Espartaco o William Wallace. Es, además, una revolucionaria, tal y como hablaba de ella, por ejemplo, la reina Cercei. Y es que con la llegada de Daenerys a Poniente nos encontramos con el conflicto revolución-contrarrevolución tan de nuestro siglo XX. Conflicto que surgió ante la aparición de ideologías como el marxismo, que abogaba, precisamente, por la rotura de las cadenas que esclavizaban a la clase obrera.
Robert Baratheon, Joffrey Baratheon (¿Lannister?) y Daenerys Targaryen. Dos reyes y una aspirante al Trono de Hierro
Juego de Cínicos: “Si crees que esto tendrá un final feliz, es que no has estado prestando atención”
La ficción o el relato fantástico dice más del lector que de las acciones que allí se relatan. Su propiedad es la de, mediante el juego del relato mítico, la imagen épica y el diseño fantástico, mostrar las cualidades humanas más comunes, para que el lector o el espectador se encuentre, necesariamente, identificado con alguno de los personajes, o se reconozca en algunos de los roles que allí se representan.
Trasladarle a un mundo fantástico y tensional, es, ante todo, jugar con la idea de posibilidad, proponiendo olvidar la propia realidad para asumir otra, sin dejar de ser quien uno es.
Esta es, entre otras, la genialidad que hace, desde hace 8 años, de la serie “Juego de Tronos” algo espectacularmente atrapante. Sugerir permanentemente, un cierto tipo de paralelismo con la realidad del espectador, sin importar la edad, el sexo o en qué parte del globo se encuentre. Por dar un ejemplo, seguramente se ha visto el vídeo del capítulo tres de la temporada ocho, que ha dado vueltas por las redes, el cual es sencillamente espectacular. Este capítulo se proyectó en un bar- desconozco donde- y, en el momento (cuidado: haré spoiler), en que Arya Stark clava la daga en el vientre del Rey de la Noche, el bar explota de la alegría eufórica, al nivel de haber ganado el último partido de la Copa del Mundo.
Posicionar al público a punto tal de sentir hasta el aleteo de un dragón sobre la propia cabeza. El hallar y percibir con exquisita sensibilidad sentimientos comunes como: decepción, dolor, gozo o la euforia de los personajes; haciendo que, quien se involucre con la serie, verdaderamente tome partido, asuma decisiones y se proyecte en la escena.
Juego de Tronos pone sobre la mesa ciertos sentimientos de cinismo, de euforia, incluso de coraje que, en cierta medida, todos llevamos dentro, guardados en el baúl de lo inconsciente y que, libremente podemos depositar en la serie con la seguridad de poder hacer una catarsis que no dure más de dos horas y permitir salir ilesos de ahí. Nos parece oportuna la reflexión de Lucrecio: “Nos causa júbilo observar los males de los que estamos exentos”.
La conjetura en este artículo se basa en observar cómo el modelo de los personajes principales, especialmente el modelo del cínico que es trasversal a toda la serie, es lo que, en el fondo, capta al espectador, como si este modelo fuese la manifestación inconsciente de algo personal, que provoca, al verlo cierta satisfacción o tranquilidad, ya que permite al público participar de la trama, haciendo consciente la propia miseria. Eso sí, con la seguridad de hacerlo desde fuera de la serie.
Pero la mayor admiración se supone que surge principalmente por la inteligencia que poseen, por la retórica que utilizan, pero, sobre todo, por el cinismo con el que hacen frente a la circunstancia.
'LITTLE FINGER' HA DEMOSTRADO SER EL GRAN CÍNICO DE WESTEROS A LO LARGO DE TODA LA SERIE - Maquetación by Democresía
¿Por qué se puede afirmar que es interesante el análisis de este aspecto? Porque aun cuando se trata de una realidad que es completamente ajena al día a día del espectador; le vincula un sentimiento de profunda pertenencia con los protagonistas y con lo que allí sucede. Con la cualidad propia, de que, si es el cinismo lo que hace de Juego de Tronos lo que es, y el espectador espera con ansias ver capítulo tras capítulo, para, de alguna forma verse a sí mismo en él, podemos decir, que, en el fondo, se es inconscientemente, más cínico de lo que se piensa.
A partir de esto, también, le vinculan sentimientos, inseguridades y fantasías varias. Porque lo que los personajes sienten no es tan distinto, aunque parezca mentira, a lo que puede sentir el espectador en su cotidianeidad. Puesto que, la tensión por sobrevivir, por ganar, por ser más, por evitar sufrir, es, en el fondo, una tensión universal. Todos conocen, o tienen en mente una persona que encarna en su carácter a Cercei, por ejemplificar: alguien que, al mismo tiempo, provoque rechazo, temor y furia.
Porque el cínico duda, permanentemente y de modo irónico, de la sinceridad en las intenciones de los hombres. Comprende que las acciones siempre son de dudoso mérito. Si se piensa, por ejemplo, en el último capítulo de la séptima temporada:' El dragón y el lobo', Jon Snow y Daenerys Targaryen buscan convencer a Cersei a que acepte una tregua para dejar de lado sus diferencias y concentrarse en 'El rey de la noche'. Sinceramente, ¿el espectador creyó en las buenas intenciones de Cersei?
El cinismo impide gestionar lo que se siente. Es el nihilismo disfrazado de ironía venenosa.
Los guionistas de Juego de Tronos han logrado abrir las ventanas corrompidas por lo cínico. Y lo que los ha hecho grandes, es que, probablemente y sin saberlo, respondieron a la demanda de una sociedad que necesitaba ver este fenómeno con claridad e involucrarse con ello.
En lo relativo a valores, animarse a ponderar la serie como un cultivo de virtud podría ser un pecado contra el buen gusto estético de la misma. La propia serie es un comercio despiadado de intereses.
Sentimientos nobles como el amor, la empatía o similares quedan relegados a los personajes secundarios. Los personajes principales, en su mayoría se constituyen y se conforman esencialmente con mirar el mundo desde la atalaya del cinismo.
En primer lugar, como estrategia de conquista: Juego de Tronos es el Monopoly más extenso de la historia.
En segundo lugar, y más fundamentalmente, el cinismo vale como medio de vínculo con el otro, que representa principalmente, una amenaza, una inseguridad permanente para los intereses personales.
Hay una mezcla que pone en rigidez al espectador en relación con lo que “se debe” y con lo que “se quiere”. Kant también forma parte de Juego de Tronos. Y esto, al espectador, le termina fastidiando. Quien sigue la serie Juego de Tronos, se enfrenta permanentemente a lo largo de ocho temporadas a un cierto tipo de imperativo categórico. Lo anhela, pero le escapa al mismo tiempo. Ese imperativo que reza: “Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal” parece que necesariamente está presente buscando en algún momento aparecer en algún personaje, solo que no ocurre. En el “cinismo de Juego de Tronos” no hay una ética fundamental. El cínico desprecia la moralidad estándar. No busca ideales de sabiduría, por eso es cínico el inmoral, el desvergonzado que, como vemos en la serie, ahorca, pero también ahoga. Siempre con una sonrisa en los labios.
El arte del cínico es estimar con desprecio. No se inventa sentimientos, tampoco los finge. Simplemente muestra su desprecio con cierta apariencia estimativa:
“La hipocresía oculta pensamientos inconfesables; el cinismo los confiesa y los pone en práctica como si estuviera diciendo y haciendo lo contrario de lo que dice y hace” . (Razón y cinismo, Cesar Espada)
Se puede decir que la serie Juego de Tronos, es la excusa perfecta para adentrarse en las catacumbas del propio cinismo que se proyecta de modo ficcional, aprovechando la posibilidad de tomar conciencia frente a la trama, poder también tomar distancia, y preguntarse de donde salen las percepciones personales y, ante todo, no perder la capacidad de explorarse y maravillarse frente a uno mismo.
El arquetipo clásico huele a cerrado y acumula polvo en viejas cintas de VHS o en sus reediciones en Blu Ray. Ya no hay héroes como los de antes, representantes de una moral intachable, sino superhéroes con taras y letra pequeña. Gente que prefería hacer otra cosa o cuyos vicios los alejan de los valores de las sociedades a las que defienden. Los héroes, sí los del viaje del héroe, son dodos. Animales condenados a extinguirse por la voracidad de sus adversarios y la incapacidad de utilizar las mismas armas que utilizan sus enemigos para destruirlos.
Juego de Tronos lo dejó claro. Cuando le cortan la cabeza a Eddard Stark delante de sus hijas se lo estaban diciendo a las niñas: “Tu padre de bueno es tonto”. Y ellas lo comprenden. Y tanto que lo comprenden.
La muerte del Señor de Invernalia lanza a sus hijos a una realidad para la que no están preparados. Unos mueren y las otras se tienen que transformar para sobrevivir a los peligros que su padre temía.
Entonces, la muerte del héroe no es solo una tendencia cultural, sino una declaración de intenciones narrativa.
El final del 8x03 constata lo que pensaba mucha gente. El Rey de la Noche y su ejército de escombros son solo un McGuffin. Que sí, que la serie empieza con ellos y que canción de hielo y fuego y que todo lo que tú quieras, pero a la hora de la verdad su único propósito dramático es demostrarnos que Jon es el héroe que todos debemos ser. Que mas allá de su mirada de tragedia griega y su pose shakesperiana es un tipo que mola y que si hay que hacer cosas de héroe, todos quietos, que las hace él. Aunque su recorrido en la trama (o su propia trama, más bien) no sea útil en el arco principal de la historia, aunque sus peripecias no pongan en riesgo el verdadero pastel de la serie: El Trono de Hierro. Sobre todo, tras ver “La larga noche”, en la que descubrimos con decepción que la metralleta de los muertos era en realidad un tirachinas.
Mientras todos los demás personajes se pegaban navajazos en el barro él luchaba por la única causa que merecía la pena, y lo dejaba bastante clarito. Pero en lugar de ser un personaje motor que toma decisiones, la trama lo va arrojando a los lugares en los que mejor puede sacar a relucir su código ético: “Es que yo no quería ser Lord Comandante de la Guardia de la Noche” .“Es que yo no quería enamorarme de una salvaje” .“Es que yo no quería ser el legítimo heredero al Trono de Hierro”. “Es que yo no quería resucitar”. “No, yo no voy a tomar postre pero por si acaso trae dos cucharillas” . Pesado.
La serie marginaba al personaje tanto narrativamente como geográficamente hasta prácticamente aislarlo en una trama sin la cuál la historia principal podría seguir funcionando. Pero claro, necesitábamos algo de épica en el Norte con tanto desgraciado en el Sur, mientras la serie iba aumentando en sexo, sangre, fuegos artificiales y cinismo, mientras se le permitía al fan especular con teorías cada vez más retorcidas con Cerseis, Daenerys, Meñiques y Enanos los guionistas le doraban píldora al guaperas de arriba, al chicarrón del Norte, para que quedase claro que todavía había algo de humanidad en la serie.
Como si nos tuviesen que pedir perdón por las violaciones, las torturas y las muertes horribles. En un mundo sucio, corrompido y sin ningún atisbo de esperanza Jon es el faro buenista ante tanta mezquindad. La única respuesta ante algo que debería cambiar, como bien refleja Varys en el 8x04. Pero también un arquetipo caduco: ¿hubiese sobrevivido Jon en el Juego de Tronos del otro lado del muro? ¿Su heroicidad le mantendrían con vida o hubiese acabado como su padre y su hermano? ¿De verdad hacen falta tipos que salgan de su mundo ordinario, sientan la llamada de la aventura, se encuentren con un maestro etc etc?
Juego de Tronos parece empeñada en demostrar que sí, aun no sabemos si sometida a los mandamientos del género o en un empeño por dejarnos buen sabor de boca después de tanta sangre (una toallita de limón después de un atracón de gambas). Porque en su universo, Jon es en realidad un personaje desfasado, un muñeco diseñado con manual de guión, que no encaja en un mundo tan cínico en el que la épica y la heroicidad son ingenuidades; rémoras de un pasado ñoño.
Me atrevo a adivinar que Juego de Tronos no se inmolará no poniendo a Jon en el Trono. Sobre todo después de tantas piruetas narrativas, puntos de giro que trafican con lo verosímil y una legión de espectadores ansiosos por ser testigos del último truco de los guionistas.
Porque quizá su final más iconoclasta podría ser el más conservador: Jon en el Trono y Poniente convirtiéndose en un lugar mejor. Y porque aunque la serie no lo echase de menos, Jon es el héroe que el espectador necesita. Por lo menos de momento.
Estos artículos pertenecen exclusivamente a los autores y a Democresía. El uso de cualquiera de sus partes, deberá ser adecuadamente citado. Gracias por hacer juego limpio y valorar nuestro trabajo
Ahora que vuelve la Champions, la de primavera; ahora que la fiesta del fútbol se vuelve exclusiva, donde se mira más el nombre que los méritos; ese fútbol con luz, que nos canta la largura del día, que incita a atreverse con la manga corta y la terraza abierta; ahora que el fútbol padece tocado por el encanto de la primavera, Madrid se da cuenta de que está huérfana.
Despejemos cualquier atisbo triunfalista: la vuelta de Zidane no garantiza nada. Pero confirma la tendencia autoregeneradora que sigue a la naturaleza autodestructiva del Real Madrid. Tras una temporada de ausencia que ha servido para mostrar la necesidad de profundas reformas, Zizou regresó con victoria ante el Celta de Vigo. Y transcurrida una semana de su presentación oficial, parece buen momento para ponderar las proporciones míticas de este retorno al hogar: un viaje, en todo rigor y ñoñerías al margen, por amor.
El nacimiento de un determinado movimiento artístico siempre ha sido el resultado de un cúmulo de circunstancias especiales. Situaciones propicias en las que el talento de algunos se une al hambre de otros. En definitiva, puestos a simplificar, podría ser como ese momento en el que el aire de la habitación está demasiado cargado y se abren todas las ventanas de la casa. La reticencia a lo demodé es otra cuestión a tener en cuenta como la punta de lanza de unos cuantos jóvenes melenudos en busca de algo diferente.
Lo hemos consentido, y ya se ha convertido en una costumbre. Ahora, los jugadores de fútbol “dejan” la Selección. En las últimas semanas, Gerard Piqué y David Silva se han apuntado a la moda. ¿Cómo es posible que se haya generalizado un gesto tan absurdo? Me temo que todo comenzó con Fernando Hierro. Su anuncio durante el Mundial de Corea y Japón de 2002 abrió la veda. No era por la edad (los mismos 34 que ahora mismo contemplan al que suscribe), dijo, sino por centrarse en el Real Madrid. Con la selección había “cumplido un ciclo”. Las especiales circunstancias del jugador –trece años de internacionalidades, 89 partidos y 29 goles que entonces le convertían en el mayor anotador histórico- vistieron de cierta “normalidad” el anuncio. En buena hora.
No, no se trata de una novela erótica dando vueltas en un carrusel de gasolinera. Tampoco es una canción – o eso creo- de Álex Ubago o Pablo Alborán. Es, simplemente, la mecánica con la que influencers, actrices, modelos y los/las populares de clase celebran haber sobrepasado sus metas de seguidores en Instagram.
Ya sean 1.000, 10.000, 100.000 o el dorado del facing: 1.000.000 de avatares con apéndice en la vida real. Si se alcanza el objetivo, la ropa va fuera.
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Esta tendencia arrancó de la mano del famoseo de turno y poco a poco fue permeando en los distintos estratos del smartphone. Aquí vendría la lista de celebridades que recoge a Demi Rose, la Pedroche,Edurne,Paco León u Octavi Pujades. Las/los que ya se desnudaban por dinero o salían en el papel couché portando aquel sobretodo, aquel tanga que justificaba al menos tres apariciones en prime time o un bikini de pasarela que jamás ha catado la arena y colillas de Benidorm, empezaron a hacerlo, con cierta apariencia de gratuidad, en su perfil social. Las marcas se frotaron las manos cuando Instagram se ubicó entre las redes sociales más utilizadas por lo usuarios. Acababan de descubrir una forma de diseminar y posicionar su producto de forma más o menos encubierta en miles de perfiles de toda índole; ya fuera la última nominada al Óscar o el exuberante tiarrón de Carabanchel. La entrada en vigor de la Ley de Servicios de la Sociedad de la Información y del Comercio Electrónico (LSSI), que fuerza a los influencers a informar a sus seguidores cuando se trata de una imagen patrocinada, fue un terrible varapalo para aquellos que habían encontrado en su carcasa muscular una forma de llenar el buche y recorrer el mundo por la patilla a través de los filtros de su pantalla.
Sin embargo, las trabas del estado opresor del libre mercado, no les amedrentaron para perseverar en su camino hacia “la cifra”.
Preparando el asalto “a la cifra”. Primero, la imagen
¿Cómo lo podremos conseguir? ¿cómo haremos para aumentar nuestro caché y empezar a decir a todo el mundo que tal marca se ha fijado en nosotros para portar sus vainas? ¿cuándo podré confirmar que soy un chico/chica valla?
Cuando un instagramer -sin importar lo colgante del género- está rondando las inmediaciones de “la cifra”, es probable que empiece a generar, con más o menos tino, una campaña de expectativa -lo que los publicistas llaman “teaser”- para dar a entender lo que ocurrirá cuando,”juntos” (siempre el plural mayestático para los que enarbolan y viven de la individualidad absoluta), lleguemos a la cima del postureo.
El momento tan esperado, la redondez de las vanidades, se prepara de muy distinta forma. Si ya se lleva un recorrido en esto del ser visto y juzgado, tu agencia te pondrá un fotógrafo profesional delante, alquilará un pequeño estudio, te acostará entre algodones con un ventilador salvaje que cabalgue tu indómita cabellera y jugará con distintas ópticas y distintas capas de ropa para pegarle un buen subidón a tu cuenta de followers.
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Si por el contrario todavía no se ha conseguido la mercantilización total de tu cuerpo, tocará, poco a poco, posado a posado, ir acercándose al objetivo deseado. Entonces, al no disponer de los fondos para una sesión más cuidada, se apostará por expandir la amortización de las vacaciones familiares y en cualquier poto, macetón de Aloe Vera o palmera indiana, tus nalgas romperán la barrera de seguidores.
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¡Ojo! No desmerezcamos este cambio de atrezzo y localización. Supone un salto cualitativo (y estético) importante. Salir a buscar localizaciones con las que alcanzar “la cifra” es salir de los cuartos desordenados, de los espejos del baño del hotel o de las propuestas igual de exóticas como estúpidas de enseñar las mamas antes de una “presumible” comilona.
Sin embargo, no todo va a ser la imagen. Queda un veinte por ciento que cubrir para conseguir romper “la cifra”. Esto significa llenar ese aburrido pero indispensable hueco que pone “texto”.
Aquí tenemos multitud de posibilidades. Están los que prefieren los emojis para acompañar sus contorsiones, los parcos en frases completas, los poetas de saldo, los que roban citas literarias, los/las que sacan frases de su propia cosecha. A mi modo de ver, son los más valientes pues se exponen con sus anacolutos a que haya algún académico ocioso dispuesto a tirarle de las orejas. También están los instagramers que tiran de retahíla cabalística de hashtags para disparar a todo bicho viviente que more por la red social en ese momento. Si eres de estos, saca tus genitales a la palestra. Nada pone más a tono tu cuenta que tener imágenes “censuradas” con dos cáctus dónde debería haber dos pezones. Eso y el mantra #freethenipple seguro que te proporcionan un buen puñado de followers sedientos de travesuras.
Resueltas las primeras imágenes del feed, toca manejar adecuadamente la bolsa de seguidos. Los gestores de comunidad te dirán que al principio conviene usar una estrategia balanceada entre los que te siguen y sigues pero si por algún casual das un pelotazo y sales en una foto, aunque sea de refilón, con alguien de la vanité, deberías despedir a tus amigos del colegio y la universidad y quedarte con aquellos que te puedan aupar a “la cifra”. Para ello, hay que establecer la máxima del “sígueme” sin reprocidad. Hay que ponerse un objetivo de corazones a la semana y hay que ajustar adecuadamente la política de privacidad para ver quién se puede asomar a las distintas parcelas de tu personalidad. Cuantos más sean los desconocidos que se arrimen a tus bronceados insuperables, más posibilidades tendrás de ir abriéndote hueco hacia tu objetivo.
Sigue estos pasos y tu dicha, al fin, será completa durante unos segundos. Hasta que aparezca el nuevo reto, “la nueva cifra”, a la que hincarle el diente. Entonces, límpiate el champán que quede en la comisura de los labios y lánzate a buscar una nueva perspectiva de tu vientre plano.
Las consecuencias de los narcisos y narcisas
Este exabrupto no solo ha querido reflejar lo que ocurre cuando dejamos nuestro cuerpo a la intemperie. También existe una vulnerabilidad, no tan manifiesta pero sí palpable a medio plazo, cuando se deja en cueros nuestros ámbitos de relación y los lugares que han tenido una significación en nuestra vida. Nadie en Instagram plasma por voluntad propia sus malos momentos. Siempre está el colorín y la purpurina en un recuerdo edulcorado de lo que alguna vez fue una experiencia. Lo que antes quedaba para el archivo de la memoria o en una fotografía enigmática que explicaba su significado a un grupo reducido de personas y era, por decirlo de alguna manera, el tótem de un momento, es ahora una ventana abierta para que cualquiera pueda verlo y manosearlo. La intimidad, el secreto, han quedado postrados ante lo noticiable. El “yo he sido allí” ha quedado bajo el “yo he estado allí”.
Esa calita secreta en la Costa del Sol, aquella gruta donde ocurrió la primera sensación de éxtasis, los boquerones más sabrosos que te habían sido confiados por dos generaciones de familiares que deseaban que ese chiringuito no saliese en ningún lado para que no estuviera saturado en verano.
Ahora todo está escrito y fotografiado. Y si no, es que no has tenido verano. Lo que es, en nuestros tiempos raros, como no tener una vida “realmente plena”. O sea, estar fuera de juego. O sea, no existir.
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Desde finales del siglo XVIII hasta bien entrado el XIX, la guillotina era la última parada de las ideas desbocadas y los actos consumados con alevosía institucional. Los ilustrados se las gastaban así. Con nosotros, te mantienes peinado. Sin nosotros, tu cuero termina en un cesto.
“Usted no tiene una idea de país. Usted no tiene una respuesta de futuro. Y lo más importante, señor Sánchez, no me lo tome a mal, usted no puede ser Presidente del Gobierno porque usted no tiene el apoyo de los españoles y no ha ganado unas elecciones nunca”.
Con la bancada Popular en alto, con el maletín de cuero golpeteando el fémur, quizás con la boca seca.
Mariano Rajoy, el cromo más habitual de la vida política española en lo últimos treinta años, salía del hemiciclo dando un portazo por una puerta automática.
Los amantes del deporte, que no fanáticos, no deberíamos olvidar en unos cuantos lustros este 20 de mayo de 2018.
Pocas veces a lo largo de la historia se han podido reunir tantos hechos noticiables, con tal calado de humanidad y emotividad, concentrados en un solo día. En un domingo de Pentecostés para más inri.
Que disculpen los fánaticos, que no amantes del deporte, el orden de los factores, pero para que quede constancia conviene enumerar lo acontecido.
Hace poco hemos visto El libro de la selva (Jon Favreau 2016) la nueva versión del “clásico” de Disney (a su vez adaptación de la novela de Rudyard Kipling) esta vez en acción real mezclada con acción digitalmente real. Más recientemente se estrenó una nueva versión de otro “clásico” Disney, también en acción real, La bella y la bestia (Bill Condon 2017). La compañía está preparando cerca de una veintena de nuevas versiones en acción real de sus “clásicos” (ya saben que la condición para que una película Disney adquiera la dignidad de “clásico” Disney es que la propia compañía así lo declare).
Teniendo en cuenta los precedentes antropológicos y estéticos de las dos obras mentadas, la vorágine sociológica de nuestros días y la pérdida de rumbo ideológico del gigante del entretenimiento, veo conveniente y posible hacer una predicción industrial sobre las futuras adaptaciones de los “clásicos” Disney. Sigue leyendo
El verano ha llegado, una vez más. Algunos se habrán dado cuenta gracias a los termómetros de las paradas de autobús, o los encierros de San Fermín, quién sabe. Otros vemos en la llegada de Wimbledon el síntoma inequívoco de la entrada de la temporada estival. La llegada del baile, las vistas, el champán y las fresas. También es época para fumar en exceso y enamorarse, pero bueno en eso ya entraremos en otro momento.
Este año, el torneo de tenis más prestigioso y antiguo del mundo ha coincidido con la visita del Rey Felipe VI a Londres. Fue recibido por la Reina Isabel II, el duque de Edimburgo y la monarquía británica al completo. El Rey tuvo la oportunidad de dar un discurso en el Parlamento, visitó la tumba de Leonor de Castilla en Westminster y mantuvo un encuentro con empresarios, entre otras muchas cosas. La Guardia de Gales les recibió en Buckingham. Allí se quedaron a pasar unos días, acompañados de distintas personalidades, de pompa y cenas exclusivas. Sigue leyendo
Pareciera, a simple vista, que nos encontramos en una situación precaria a muchos niveles. Institucionalmente parece que el mundo, tal como lo habíamos conocido, amenaza con desmoronarse, económicamente no acabamos de remontar, la educación es un desastre, el terrorismo islámico amenaza nuestro estado de bienestar, las noticias más leídas de los periódicos digitales son siempre las más sensacionalistas y, como nos descuidemos, el Real Madrid podría perder el liderato de la Liga, que es lo único que parecía seguro hasta ahora.
Leía hace algún tiempo un artículo de Félix de Azúa en el que expresaba el tedio ante esta precariedad que ya no nos sorprende: es ya imposible que suceda lo inesperado, venía a decir. O lo que es lo mismo: no hay a la vista posibilidad de salvación y por lo tanto la postura adecuada, la que menos sufrimiento conlleva, es la aceptación del aburrimiento. Sigue leyendo
Cuando un ensangrentado y heroico Rocky Balboa (Sylvester Stallone) tiró a la lona a Ivan Danko (Dolph Lundgren) había vencido el “sueño americano”. El humilde dreamer de origen italoamericano, forjado en los suburbios al calor del tema “Eye of the Tiger” (Survivor), derrotaba en la cuarta parte de la saga al hierático y tecnificado mundo soviético. Sigue leyendo
Para muchos hablar de Kazuyoshi Miura es hacerlo de un auténtico desconocido, sin embargo en Asia pronunciar su nombre es símbolo de admiración, respeto y de amor por un deporte: el fútbol. Miura volvió a primera plana hace unos días porque renovó con su actual equipo, Yokohama FC.
Esta sería una noticia más dentro del panorama futbolístico salvo por un pequeño detalle. El futbolista japonés va cumplir en el mes de febrero 50 años, o lo que es lo mismo realizará su 32 temporada en activo.
En Japón es tal la admiración por él que los míticos dibujos de Oliver y Benji, más concretamente el personaje de Oliver Atom, están inspirados en él. La serie esta llena de paralelismos con la vida de Miura ya que ambos nacieron en la ciudad de Shizuoka, los dos llevaron a sus colegios a ganar varios campeonatos en los cuales se empezaron a dar a conocer; además de emigrar a Brasil para mejorar su técnica y acabar jugando en Europa para terminar convirtiéndose en un icono en su selección. Esta es la historia del Oliver Atom de carne y hueso: Kazuyoshi Miura.
Miura nació en 1967 y desde muy pequeñito demostró que tenía un idilio especial con el balón. Tal es así que en plena adolescencia ya era todo un ídolo en Japón al llevar a su modesto equipo de colegio a conquistar cuatro campeonatos estatales consecutivos. Hay que recordar que por aquella época en el país nipón no había una liga profesional, por lo que se le daba una gran importancia a este tipo de torneos. Debido a que su nivel era cada vez mayor y por miedo a estancarse en un país en el que el fútbol no era un deporte que contara con las instalaciones y recursos necesarios para continuar su progreso, además de sólo contar con una Liga a nivel amateur, a la edad de 15 años decidió emigrar a Brasil.
Allí ingresó en la cantera del Santos, el cual le cedió a varios equipos en los que completaría su formación hasta debutar cuatro años después en la Primera división del campeonato paulista. Una vez que cumplió este sueño, para sorpresa de muchos, decidió volver a Japón con una idea clara: Profesionalizar el fútbol. Después de dos años consiguió que se creara la J. League. Pero al igual que le sucediera en su adolescencia, el fútbol japonés se le volvió a quedar pequeño, por lo que una vez más decidido hacer las maletas. En esta ocasión su destino no sería Brasil, sino Italia concretamente el Genova. Por aquel entonces, en los años noventa, la Serie A era la liga más importante de todo el mundo. Su debut llegaría frente al actual Campeón de Europa, el Milán y en San Siro. Sin embargo esta vez la suerte no estuvo del lado del jugador nipón, puesto que sólo duró en el terreno de juego 35 minutos. Una dura entrada del mítico Franco Baresi acabó con todas sus ilusiones al provocarle una conmoción cerebral y romperle todos los huesos de la nariz. Pese a ello, Miura no quería abandonar el campo y tuvo que ser el equipo médico del Genova quien le obligaría a retirarse del terreno del juego al hacerle ver que no estaba en condiciones de competir. Esa lesión unida a la escasa confianza que le dio su entrenador, el cual le consideraba más una estrategia de marketing que un futbolista, provocó que su aventura en Italia apenas durara una temporada. Pese a tener varias ofertas de equipos europeos, de hecho cuenta estuvo muy cerca de jugar en España de la mano del Logroñés, prefirió volver a Japón para recuperar la confianzaperdida en el país transalpino y formar una selección competitiva que se clasificara por primera vez para disputar un Mundial. Consiguió su objetivo a medias, puesto que contribuyó a que Japón se clasificara por primera vez en su historia a disputar la máxima competición a nivel de selección, en Francia 98, pero el entrenador le dejó fuera de la convocatoria a última hora.
A pesar de ese duro revés, ese año se quitaría la espina de jugar en Europa al fichar con 32 años por el Croacia de Zagreb, donde se convirtió en el primer jugador japonés en disputar un partido de la Liga de Campeones. A pesar de todo, como sucediera en el Genova, a final de temporada decidió volver a Japón. Su última aventura fuera de territorio nipón fue en Australia cuando su actual equipo le cedió a Australia en 2005, al Sydney F.C, para que pudiera cumplir su último gran sueño: Disputar el Mundialito de Clubes, convirtiéndose en el primer jugador japonés en disputar esta competición.
Como curiosidad, Miura se quitó el gusanillo de poder representar a su país en un gran torneo en 2012 y a la edad de 45 años, al disputar el Mundial de Fútbol Sala de Tailandia.
Sí algo demostró Kazuyoshi Miura, al igual que Oliver Atom, es que con esfuerzo, ilusión, trabajo y perseverancia todo es posible. Por ello es apodado en Japón como “King Kazu” y con 50 años y la ilusión de un niño parece difícil que alguien le quite su trono.
Este escrito responde a todas las opiniones (que no personas; repito: opiniones) que han sido publicadas en diversos lugares, desdeel Huffingtonhasta Tierra de Fuego, y que podrían aunarse bajo el título Contra Cristina Pedroche o, más bien, Contra sistema de ideas tras los cueros de Cristina Pedroche o, mejor aún, Contra conspiración interplanetaria pro sexismo. Al lío.
Todo lo que rodea al ya tradicional semidestape de la belleza de Atresmedia no es que canse, es que es más previsible que el desenlace de la Semana Santa. Ocurre que el Domingo de Resurrección sigue siendo bastante emocionante, pero esto de los comentarios sobre el traje de la Pedroche… Puff. Pereza. Mucha.Sigue leyendo
Nada más poner los dos pies en la salida de Benito Juárez, a lo lejos, tras terminar la fila de taxis -ahora los hay rosa también- hay un puesto de tacos. Res, lengua, tamales, con suerte algo de carnitas con su cebollita y cilantro. Seguro que esa última combinación, con algo de chipotle, debe picar. Y mucho. Al lado de las salsas una caldereta vieja, humeante, suma sus vapores a la pelota climática del Distrito Federal; donde el ruido y las pestes de los casi diez millones de autos tapizan el atardecer con un color que trae nostalgia de costumbres muertas.
Tras una cola sempiterna, a ritmo de banda, cuero negro y perfume de gasolinera, avanzamos bajo la atenta mirada de diputados federales de todas las siglas. Perredistas, Panistas, Priistas y de La MORENA de López Obrador. En México, como en los pueblos castellanos de España, las paredes y la carcoma amarillenta del tiempo parecen indicar que siempre se está votando o repitiendo una misma votación. Sigue leyendo
Me disponía a comerme un grasiento bocata de lomo y huevo frito, mientras soñaba con un nuevo capítulo de la Casa de la pradera, cuando sin quererlo ni buscarlo, mi trasero gordo presionó el control remoto de la televisión, oculto entre las rendijas del sofá –macabra suerte la mía – y en vez de encontrarme con mi amor platónico Laura Ingalls, me veo sumergido en la vorágine de un plató de informativos de Telemadrid, y una secuencia de entrevistas rápidas a transeúntes, capaces de borrar la sonrisa del mismísimo Gilbert K. Chesterton. El tema: día sin bañador en las piscinas públicas de Madrid.