Respecto del artículo publicado esta mañana por Francisco Delgado Iribarren me gustaría puntualizar algunos puntos que considero relevantes:
- En el artículo se define la victoria de Donald Trump en las elecciones de ayer como “clara y apabullante”, lo cual no deja de ir bastante más allá de la exageración –comprensible dado que no había terminado el escrutinio cuando fue publicado– teniendo en cuenta que, en número de votos, ha sido Clinton quien ha obtenido más apoyos (en torno a 35.000 más, a estas horas), pese a que el sistema electoral estadounidense facilita una ventaja de 62 electores a Donald Trump.
- Me sorprende la opinión manifestada respecto del papel de los medios de comunicación. En el artículo se critican «portadas feroces y editoriales “inéditos” en la Historia» y el autor concluye con una aseveración que no por manida deja de ser inquietante: «Democracia no es mediocracia». Es decir, que le parece adecuado que en democracia los medios de comunicación informen de manera objetiva sobre los hechos que acontecen en la vida pública, pero no parece que le guste tanto que conforme a esos hechos emitan sus opiniones. Parece ser que cuando el NYT recoge en una doble página los centenares de insultos que Trump ha dedicado a sus oponentes (él sí puede opinar libremente) hace lo que de un medio de comunicación se espera; ahora bien, cuando un periodista o analista alerta de las consecuencias que para su país puede tener que alguien con ese historial llegue a presidente, está sobrepasando el margen de libertad que graciosamente le ha sido concedida. «Delenda est Democresía».
- Es una obviedad que la mayor parte de las encuestas, como pasó con el Brexit o con el acuerdo entre el gobierno de Colombia y las FARC, han errado en sus previsiones. Tiempo habrá para analizar las causas. Pero tratar de insinuar –sin aportar un solo dato o prueba, y remitiéndose cínicamente (¡ay!) a lo que otros han escrito– que las encuestas buscaban manipular o condicionar el resultado de las elecciones a favor de Clinton me parece un atrevimiento retórico al que ni siquiera los conspicuos editorialistas del NYT o de la CNN llegarían.
- Agradezco que el autor esté a salvo de «la moralina superficial e hipócrita» que nos impregna al resto de europeos, porque así puede alertarnos de que en unas elecciones no se vota a «a la mejor persona, sino al mejor presidente del gobierno», no habiendo al parecer relación alguna entre lo uno y lo otro, lo cual parece bastante discutible. Pero aun tomando su aseveración por buena no se entiende entonces porque ese afán en juzgarlos en lo personal, en demérito, por supuesto, de Hillary: «ha ganado (…) la menos mala (pues todos somos pecadores)». (En ningún caso debe confundirse el lector y pensar que llamarnos a todos pecadores es un acto de moralina, como tampoco lo es juzgar a la candidata demócrata por su posición respecto del aborto; de ese mal, recordemos, nuestro autor está libre).
- «El futuro, en democracia, lo deciden los votantes» y el futuro del mundo nuestro autor, que ya da por terminada la Globalización aun cuando no hay un solo dato, prueba o evidencia en tal sentido sino todo lo contrario. El mundo está cada vez más abierto y más unido, y a pesar de algunos baches en el camino, la tendencia global parece llevar un rumbo claro. No conviene sacar consecuencias precipitadas, no vaya a ser que el tamaño de nuestras decepciones supere al de nuestra arrogancia.
- Que para concluir el artículo el autor intente de nuevo convencernos de que Trump no es «un bufón, payaso o excéntrico» sino «un hombre inteligente, competitivo, que ama a su país y al que le duele verlo perdiendo dinero a chorros y perdiendo soldados en guerras equivocadas» y además «talentoso y exitoso» frente a la «embustera congénita» de Clinton, solo ahonda en el caos discursivo de un artículo que como Quevedo dijo del amor «en todo es contrario de sí mismo».
Pensemos…