Nada más poner los dos pies en la salida de Benito Juárez, a lo lejos, tras terminar la fila de taxis -ahora los hay rosa también- hay un puesto de tacos. Res, lengua, tamales, con suerte algo de carnitas con su cebollita y cilantro. Seguro que esa última combinación, con algo de chipotle, debe picar. Y mucho. Al lado de las salsas una caldereta vieja, humeante, suma sus vapores a la pelota climática del Distrito Federal; donde el ruido y las pestes de los casi diez millones de autos tapizan el atardecer con un color que trae nostalgia de costumbres muertas.
Tras una cola sempiterna, a ritmo de banda, cuero negro y perfume de gasolinera, avanzamos bajo la atenta mirada de diputados federales de todas las siglas. Perredistas, Panistas, Priistas y de La MORENA de López Obrador. En México, como en los pueblos castellanos de España, las paredes y la carcoma amarillenta del tiempo parecen indicar que siempre se está votando o repitiendo una misma votación.
Mientras sorteamos a mercaderes ambulantes de todos los peldaños de la pirámide demográfica, en cada semáforo, con la sonroja del disparate hecho obra pública y el amor del reencuentro de familiares, criticamos los boquetes de la carretera. Algunos perfectamente podrían acoger a familias enteras venidas de la sierra de Xilitla, con el pulque a mano, a adorar a su Guadalupita.
Así va el paseo, entre chabolas y edificios de la administración. Secretaría de Comercio Exterior, chabola. Café – Librería “El Péndulo”, chabola. Caseta de la policía municipal, niño con el hurgue en bolsillos rotos para ver si no se le ha perdido el pesito de la paleta recién vendida a un barbudo londinense.
Pasan los días en la comodidad del postureo en el barrio de “La Condesa” y entre batidos y lecturas de contraportadas de Roberto Bolaño, me detengo en un quiosco a ver la prensa nacional.
El primer vistazo está regado por cuerpos inertes en selvas, calles o cunetas. Casi todos los protagonistas en portada están demasiado arropados para ser verano.
Por un momento siento que formo parte del set de rodaje de Tinta Roja y soy un nonato periodista de El Clamor, imitando a un primerizo Vargas Llosa, contemplando por primer vez la escena de un suceso. Sin embargo estoy en la calle, hace calor y no tengo una libreta en la mano para describir a todos aquellos muertos sino que mi mano está fría por mi frappuccino del mediodía.
Le pregunto a mis acompañantes qué periódico o revista debo escoger en aquella carnicería y me dan Proceso. Ahí es donde conocí a Ruben Espinosa.
El 31 de julio de 2015, el reportero gráfico Rubén Manuel Espinosa Becerril fue asesinado junto a otras cuatro mujeres en un piso la Colonia Navarte en México D.F. Los cadáveres mostraban signos de violencia anteriores a los balazos que cada uno de ellos había percibido. Espinosa había decidido desplazarse nuevamente a D.F. tras ocho años en Xalapa, Veracruz, cubriendo manifestaciones y protestas sociales contra el gobierno del Estado de Veracruz. La razón principal del que denominó como “autoexilio” fueron las amenazas de muerte que aseguraba haber sufrido por parte de “gente relacionada” con el gobierno de Javier Duarte, actual gobernador del estado en cuestión.
Rubén Espinosa, en una entrevista para SinEmbargo, consideró que empezó a estar en el punto de mira a raíz de una foto sacada al gobernador y que abrió el número 1946 de la revista Proceso. El extracto más ilustrativo es el siguiente:
–Yo me especializo en movimientos sociales. Tengo una portada en la revista Proceso con el Gobernador, esa portada lastimó mucho, de hecho la compraron a granel…
–¿Qué foto es?
–Es una fotografía donde el Gobernador sale con una gorra de policía y de perfil que va caminando. Nosotros en Xalapa nos hemos manifestado siempre que asesinan a un compañero. Fui golpeado en el desalojo de maestros en 2013, en la plaza Lerdo, junto con otros compañeros, a raíz de eso tuvimos que ir a marchar. Hicimos que el Congreso hiciera la Comisión para la Atención y Protección de Periodistas, que no sirve de nada. Estuve en la colocación de la placa en la plaza Lerdo, donde le pusimos Regina Martínez. He dado cursos de seguridad para los fotógrafos y me han hecho saber que soy un fotógrafo incómodo para el Gobierno del Estado.
–¿Cómo te hacen saber eso?
–No me dejan entrar a los eventos oficiales. En una ocasión cuando fue lo de los 35 cuerpos que encontraron en el Monumento a los Voladores de Papantla en Boca del Río, el entonces Procurador Reynaldo Escobar Pérez iba a dar una conferencia. Entonces me dice una persona encargada de prensa, Edwin, no recuerdo su apellido, que yo qué hacía ahí, que yo no tenía nada que hacer y que estaba estorbando. Entonces de ahí comenzaron a tomarme fotos por parte de la gente de Gobierno del Estado.
–¿Sólo te acosan a ti?
–A mí y al grupo de los periodistas en los que estoy.
Estos acontecimientos más propios de la serie Narcos que de los hechos que acontecieron hace un año y que en la actualidad siguen ocurriendo, equiparando el ejercicio de la profesión periodística en México al mismo nivel de informar en Siria, son un esperpento que sin embargo da una gran certeza:
México es el mejor país del mundo para el desarrollo del periodismo.
Pocos sitios hay sobre la tierra donde el empeño por tapar la verdad por parte de sus gobernadores ocupe tantas y tantas páginas impresas y digitales.
No me imagino a Elena Poniatowska encontrando temas tan jugosos en su Francia natal como el que escribió en “La Jornada” sobre el cementerio de Dolores; donde a los muertos les faltan los dientes, los cráneos y hasta las letras de las tumbas porque odontólogos, brujos y ladrones van a abastecer su derrumbe moral.
Del mismo modo, la espeluznante profecía que visualice en mi vuelo de ida con AirFrance a México llamada “La dictadura perfecta”, sería difícil encajarla, a pesar de los muchos disparates que salpican a nuestra fauna ibérica, en España.
El film dirigido por Luis Estrada comienza de la siguiente manera:
“En esta historia, todos los nombres son ficticios. Los hechos, sospechosamente verdaderos. Cualquier parecido o semejanza con la realidad no es mera coincidencia”.
México pica, como debía picar aquel taco de carnitas con chipotle.
México pica, como tuvieron que picarle las hormigas que se llevaron al último de los Buendía. Como pican los mosquitos que esquivan Relec y Raid. Como pican los políticos de este país que juegan a Caligula cada mandato.
México pica porque sus gentes pican.
En pocos países del mundo buscas a 43 estudiantes y encuentras fosas comunes de otros cuates.
En pocos países un paseo con falda por Juárez es sinónimo de violación y arena.
En pocos países la verdad depende del cártel desde que se mire.
En pocos países se combina tan bien las playas y palmeras de Acapulco con las sogas y la morgue.
¿Estado fallido? Probable. Pero con lo que implica la palabra Estado. Todas las instituciones y personas que conforman una unidad nacional, política, económica, social y cultural.
Cada mexicano falla a su deber como ciudadano en el mismo momento en el que encuentra un chascarrillo o se queja de su dolor de codo cada vez que tiene que rechazar a los ambulantes, que incordian cada terraza con sus baratijas y deformidades en las colonia de clase media.
Encontremos en el brillo de la mirada de los miresables las razones primeras para no dejar periodistas ni civiles por las cunetas o colgando de un puente.
Ante el abrupto aplauso a los 7 deportivos que estrenará el hijo del Chapo ese día, pongamos en juego medios y recursos para seguir enfrentando a quiénes no tienen ninguna intención de dejar de torturar y valerse de todos los mecanismos del mal para destruir al hombre. Solo de este modo los asesinatos de quiénes se juegan la vida por mostrar la otra cara de México, la que compone la verdad pervertida de un país, no será en vano.