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Kapuscinski: distinguiendo entre revoluciones, dictaduras y democracias

En Mundo/Periodismo por

El pasado viernes 15 de julio tuvo lugar un intento de golpe de estado en Turquía.

Tras horas de confusión, de mensajes difusos, tiroteos, bombardeos y de varios centenares de fallecidos sobre el asfalto, Erdogan salió en directo en la CNN Türk solicitando que “todos aquellos que estén conduciendo tanques en la calle que regresen a sus cuarteles”,  anunciando “sois nuestros hijos”-en referencia a los golpistas- y anticipando que “aquellos que habían participado en el atentado contra la democracia pagarían un alto precio”.

Ese precio, bautizado mediáticamente como “la purga”, lleva hasta la fecha 60.000 personas afectadas entre despidos, suspensiones y detenciones.

A raíz de estos acontecimientos se han desarrollado una serie de especulaciones en el foro público español que requieren matización. Las preguntas mal formuladas y más propias de un ecléctico Michael Moore son las siguientes:

¿Qué hay de la Convención de los Derechos Humanos recientemente suspendida por el gobierno turco? ¿A qué clase de sitio ha llevado Europa a los refugiados? ¿Por qué tardó tanto la UE y Estados Unidos en pronunciarse al respecto? ¿Qué razones hay para que Rusia o Arabia Saudí comunicaran su apoyo al gobierno una vez sofocada la revuelta y no antes?

Basándonos en los criterios que esgrimió Ryszard Kapuscinski en su obra “El Sha”; donde narra en primera fila los hechos ocurridos entre 1978 y 1980, con la caída del sha Mohammed Reza Pahlaví y la ascensión de Jomeini al poder en Irán, dejamos constancia de un par de elementos claramente diferenciados y bien explicados en la obra entre una revolución, una dictadura y un “atentado contra un gobierno elegido democráticamente”.

Una sintética labor de limpieza de las falacias que se acumulan en la barra del bar.

Desmontando el carácter revolucionario del pueblo turco

“Hay que distinguir la revolución de la revuelta, del golpe de Estado o de palacio. Un atentado o una sublevación militar se puede planificar; una revolución, jamás. Su estallido, el momento en que se produce, sorprende a todos, incluso a aquellos que la han hecho posible. Se quedan atónitos ante el cataclismo que surge de repente y arrasa todo lo que encuentra en su camino. Y lo arrasa tan irremisiblemente que al final puede destruir hasta los lemas que lo desencadenaron”.

Kapuscinski nos narró estos sucesos en el contexto del fin de la dictadura militar del sha, acuciada por los perpetuos casos de corrupción, las torturas perpetradas por la Savak (grupo policial del Irán del sha) y la catastrófica situación económica del país a pesar de cabalgar sobre los petrodólares, que venían a recaer sobre palacio y allegados.

La realidad turca, compleja por la cantidad de singularidades que han concurrido en las últimas décadas como la combinación de democracia e islam, la bizquera entre Bruselas y Riad, o los tiras y aflojas entre el laicismo que asentó Atatürk hasta el “islamismo moderado” del AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) de Erdogan, no debe llevarnos al equívoco de utilizar el término “revolución” en este caso. El pueblo no ha estado implicado por completo en el golpe de Estado fallido, no parte de un hastío vital que les hace vencer el miedo a un poder tan absorbente que se colaba hasta en el té, como definía Kapuscinski en las calles de Teherán. Prueba de ello son las banderas que salieron a ondear tras el llamado de su presidente democráticamente electo de “salir a las calles”.

Sin embargo, especialmente en el último lustro, ha existido una parcialidad informativa auspiciada por el marco de la primavera árabe que ha podido generar confusión.

Estos medios, vieron con más entusiasmo pueril que prudencia científica, las plazas cargadas de gente. Consideraban que Marruecos o Turquía debían seguir los primeros pasos de Libia, Egipto o Siria en lo que a jaleo y carteles de paz en las manifestaciones se refiere. ¿El gran error? Esa lectura de “igualdad” o de tabla rasa para el análisis del fenómeno de la “llama democrática en países musulmanes”. Uno de los pecados asentados en los esquemas mentales de la mayoría de la gente que ha terminado por romperse a base de centenares de miles de muertos y estados fallidos.

 

Turquía, el país pobre proclive a los atentados y golpes de estado

“Es errónea la creencia de que los pueblos maltratados por la historia (que son la mayoría) viven con el pensamiento puesto en la revolución, que ven en ella la solución más sencilla. (…). Toda revolución viene precedida por un estado de agotamiento general y se desarrolla en un marco de agresividad exasperada. El poder no soporta al pueblo que lo irrita y el pueblo no aguanta al poder al que detesta”.

 …

Por lo general, las causas de una revolución se buscan entre las condiciones objetivas: en la miseria generalizada, en la opresión, en abusos escandalosos. Pero este enfoque de la cuestión, aunque acertado, es parcial, pues condiciones parecidas se dan en contadas ocasiones. Es importante la toma de conciencia de la miseria y de la opresión, el convencimiento de que ni la una ni la otra forman parte del orden natural del mundo”.

Cualquiera de los que hemos tenido el privilegio de pasear por encima del Bósforo, despuntando al sol de Constantinopla entre minaretes, o de visitar la catedral de Santa Sofía y quedarnos un buen rato frente a sus espectaculares mosaicos, entendemos el Acuerdo de Ankara, ya en la primitiva CEE, como una firme decisión del país por formar parte de la Unión Europea, con lo que en materia de derechos y obligaciones que ello conlleva.

Turquía, con su 95% de musulmanes, quiere ser Europa. Y es materia de otro artículo escrito por una mejor pluma averiguar esas razones.

Por ahora concluir que lo que sucedió en Turquía fue una importante sublevación militar, casi un tercio de los altos mandos, soportado o intentado soportar por el sufista Fetullah Gülen, enemigo de Erdogan. El pueblo turco está con la democracia, hasta que se demuestre lo contrario. A occidente hay que exigirle que los partidismos informativos, comprensibles en un marco de ideología nacional pero estúpido a la hora de hablar de derechas e izquierdas al otro lado del mediterráneo, no deben entremeterse en las composiciones que la historia y las relaciones internacionales van tejiendo.

Requiere ser dejado el análisis a los periodistas que tratan de desmenuzar el alcance del golpe de estado fallido y las posibles implicaciones que a futuro vaya a tener.

De ahí, tomar la sana prudencia y la escucha activa a todo lo que suceda en Turquía, que por fronteras naturales con una realidad terrible e imponderable, nos atañe a todos.

 

Imagen del artículo perteneciente a la CNN

(@RicardoMJ) Periodista y escritor. Mal delantero centro. Padre, marido y persona que, en líneas generales, se siente amada. No es poco el percal. Cuando me pongo travieso, publico con seudónimo: Espinosa Martínez.

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