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Lecciones del Brexit y una salida a la salida

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Aparte de incendiar las redes sociales y las esperanzas de los jóvenes británicos y no británicos que viven en las islas, el Brexit ilustra algunas particulares que empieza a caracterizar la política del siglo XXI. Si en el siglo XX fueron las ideologías, el asociacionismo y las luchas de clases las que decantaron el voto de los ciudadanos, poco a poco la accesibilidad a la información, los medios de comunicación de masas y la mediatización direccionada de la opinión pública están dando paso a la marketinización de la política – o mercantilismo si lo traducimos al español, lo que acerca el término a un concepto más resultadista y lucrativo, que es al fin y al cabo de lo que se trata.

Esta idea no es nueva, ya la defendía Otto Kirchheimer el siglo pasado al hablar de la desideologización de los partidos políticos. La idea del teórico alemán venía a decir que la ideología dejaba de ser el centro motor en la fijación de objetivos políticos y se limitaba a un elemento más en una cadena de motivaciones mucho más compleja. A día de hoy esta idea ha ido cogiendo más peso en los periodos electorales, donde  en los debates se centran cuestiones mediáticas o mediatizadas en torno a las cuales los partidos se posicionan. Líneas rojas que decantan el voto de los indecisos y sesgan el reparto de los apoyos. En España bien podría aplicarse el caso a la cuestión catalana del referéndum, que además sirvió de precedente para la consulta británica, aunque si bien con los pasos intercambiados (primero la consulta sobre el tema -9N- y después elecciones ‘vinculantes’ -27S) y con resultados menos comprometedores.

El empuje del euroescepticismo en la opinión pública británica y dentro del propio partido conservador de David Cameron obligó al Primer Ministro a prometer un referéndum sobre la continuidad del Reino Unido en la UE en las pasadas elecciones generales celebradas en mayo de 2015. Con esta idea como propuesta estrella, Cameron logró la mayoría absoluta en el Parlamento y frenó la emergente amenaza del UKIP y otros partidos nacionalistas y euroescépticos pero a cambio de arrimarse más a aquellos contra los que luchaba y, de paso, jugarse las cartas en el mayor órdago británico desde la II Guerra Mundial.

Inmediatamente después de las elecciones Cameron se plantó en Bruselas para apretar las tuercas a sus socios europeos con el referéndum encima de la mesa y ser consecuente con aquellos que le votaron. Tan en serio fue que un año después estamos hablando de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Cameron se la jugó, y consciente de su apuesta y de todo lo que arriesgaba, lideró la campaña a favor de permanecer en la Unión.

Sin embargo, como bien debe saber el líder de uno de los países más asentados en la tradición de las apuestas, siempre existe el riesgo de perder. Cameron se agarró al poder a cambio de jugarse la permanencia de su país en la UE y pasar a la historia como un presidente que escucha a sus ciudadanos, lo que sin duda es idílico y hasta casi ejemplar, y digo casi porque lo que tal vez debía haber considerado el líder conservador aquella idea de Hegel de que el pueblo no siempre sabe lo que quiere, o tener en mente la arrogante cita de Edmund Burke: ‘Actuaré como crea conveniente. No os tengo que escuchar porque sé qué es lo mejor para vosotros’. Ahora que se han dado la vuelta a las cartas y se tambalea la permanencia del Reino Unido a la UE, Cameron, el cual se agarró con pinzas a un resultado positivo, no puede con la sacudida y se convierte en la primera víctima de elaborar un programa que posibilita situaciones en las que no se quiere estar.

El Primer Ministro británico deja su sitio, no quiere ser el que lidere la ruptura de su país con Europa, la antítesis de la globalización a la que, nos guste o no, estamos abocados. Dará paso a un compañero de partido. Veremos quién está dispuesto a poner sus siglas a este momento histórico, si es que no hay vuelta atrás porque quizá la única opción que quede – recordemos que aún no se ha firmado nada – podría ser unas nuevas elecciones que vinculen los resultados a la confirmación del Brexit (con una victoria de los nacionalistas) y permitiría al Partido Conservador reposicionarse a favor de la permanencia y de paso legitimar una vuelta atrás.

 

FOTO: Nigel Farage, líder del partido británico UKIP, principal promotor del Brexit.

Editor de Democresía. Periodista, politólogo y aventurero a tiempo completo. Amante de la literatura y del cine de verano. Master Chef de emociones, que a veces sirve en plato de imágenes o palabras. Sueña con poder hacerlo a lo grande algún día y acertar 15 casillas en la quiniela.

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