Putin ha ganado. La victoria electoral de Trump, la tregua en Siria, la dominación de zonas de Ucrania, las victorias de presidentes pro-rusos en Moldavia y Bulgaria, el mantenimiento de los precios del petróleo, el apoyo creciente de movimientos identitarios en Europa Occidental. El 2017 abría con este gran titular, la prensa de medio mundo proclamaba su triunfo sin paliativos. Obama se marchaba, su alter ego mediático e ideológico (y supuestamente geopolítico), y él se quedaba sine die, pero no solo como presidente todopoderoso en una Rusia denunciada como “oscura y amenazante”, sino supuestamente en los parlamentos y ordenadores de las democracias occidentales.
Tan duro como Putin. Cuando Forbes escogió en 2016 a Putin como “la persona más poderosa del mundo”, señalaba que “Putin continúa demostrando que es uno de los pocos hombres en el planeta suficientemente poderoso para hacer lo que quiera y salirse con la suya”. Y este hombre victorioso y poderoso (modelo de autoridad o ejemplo de “iliberalismo”) de la inmensa nación eslava (“la Tercera Roma” a la que imitar para sus partidarios, o una mafiosa y gasolinera “Nigeria con nieve” para sus detractores), se reflejaba en la música (básicamente en la que publicita YouTube), como el arquetipo perfecto sobre el que glosar o al que caricaturizar.
Go hard like Vladimir Putin. El dúo de raperos africanos A.M.G querían ser tan fuertes como Vladimir y por ello, mientras la dulce Mashany soñaba con estar bajo su proyección en Mi Putin, las discotequeras Irina Kozlova y Yana Deneiko deseaban a Un hombre como Putin en sus vidas.
Líder fuerte de un país fuerte. El conocido sacerdote rapero Nastoyatel (Maxim Kurlenko) alababa el regreso progresivo a una Rusia piadosa y tradicional. El etno-hip hop Komba Bakh reclamaba sin ambages la unidad de todos los eslavos orientales, el agresivo tecno-pop de Oligarkh modernizaba el discurso ortodoxo en Padre vivo, y el de Sol Zemli (La Sal de la Tierra) y Sarpada daban una voz contundente a la nueva juventud nacionalista y religiosa El cantante y poeta patriótico Gleb Kornilov enarbolaba en Novorossia el renacer de Rusia desde las fronteras del Donbass y el acordeonista Piotr Matrenichev desafiaba a Occidente en la viral y polémica canción Esta es mi patria.
Icono de la masculinidad y del patriotismo para unos, del renacer imperial y de los valores tradicionales para otros. Un señor austero y claro, meridianamente claro, para una Rusia que le daba más del 80% de aprobación (según el Centro Levada) y para unos músicos que se tomaban muy en serio el legado sonoro de la inmemorial “alma rusa” que sintetizaba el superviviente legado autocrático y ortodoxo y los logros de la época soviética. Desde el renacer de la obra clásica imperial de Mijail Glinka y sus “cinco” sucesores (Balakirev, Borodin, Cui, Mussorgsky y Rimsky-Korsakoff) hasta las tradicionales melodías sovietizadas (Kalinka, Katyusha, Válenki) que dieron su momento de gloria a una joven cadete al improvisar en clase, con gran éxito mediático, el canto de la II Guerra mundial Cuando volví de la Guerra.
Pero para la mayoría de los músicos occidentales (así como la práctica totalidad de medios y analistas liberal-progresistas), el presidente ruso era el casi-dictador (en la famosa parodia de Klemen Slakonja Putin, Putout) de naturaleza casi-humana (en la letra del compositor Randy Newman ) de un país casi-corrupto (en el polémico video de Robbie Williams Party like a Russian. Un “casi” que desaparece en las críticas de la banda punk-feminista Pussy Riot en Chaika, en las de los alemanes Rammelhof en Wladimir, en las de los dibujos animados de ADHD, y en las del indi-pop de Autoheart en Moscow. Aunque encontramos excepciones supuestamente pro-rusas más allá de sus fronteras, con el exótico tema Victory de Romeo BlackFlame & Cool, y en las dudosas propuestas de Krimeur o CapitalBra.
La música no suele calmar a las fieras, ideológicamente hablando. Como todo instrumento cultural (de la literatura al arte, pasando por el deporte) puede ser herramienta para entender el mundo que nos rodea o para dar entender nuestra visión de la sociedad en un tiempo y un lugar. Nada parece ser neutro, en lo quieren que veamos y en lo que queremos que los demás vean. Y comprendiendo la Rusia del siglo XXI, en su música y en sus videos, podemos elegir o no ser “tan duros como Vladimir Putin”.
- Imagen de portada, Putin, por Wojciech Bąbski (2015), acrílico sobre lienzo.