Borja Sémper es un político inusual, que casi malacostumbra a la sociedad para con el grado de interacción que ofrece la gran mayoría de sus compañeros de profesión. Hablar con Sémper es hablar con claridad. Hace un esfuerzo por morderse la lengua, escapa de convencionalismos y se explica con la efusividad del que siente que en sus argumentos hace coincidir razón, emoción y experiencia. Quizá por todo esto sea uno de los rostros del ‘PP de extramuros’ más mediático y conocido. Quizá por eso fue el protagonista de la IX Melopea Democresiana, y por eso el coloquio se convirtió en un auténtica mesa redonda.
Sémper nació en Irún, en una época a la que solo entramos para entender porque “ser español tenía aire de libertad“; por la opresión que imponía una mayoría social ruidosa y, trágicamente, violenta. Él se afilió por la defensa de esa libertad que otros tachaban de opresión. Esta antagonía predominaba en un País Vasco donde se cuajó como político y hasta enemigo público, “con 23 años estaba amenazado de muerte“.
Por suerte Euskadi ha cambiado. Sigue habiendo un discurso violento, sigue habiendo presión social, pero al menos ya no existe una banda armada – “Falta superar la cultura del odio. Hay que conseguir que la diversidad sea algo bueno“. Gran parte de lo conseguido se debe a los militantes y concejales del Partido Popular y el Partido Socialista en el País Vasco, que se convirtieron en una desgracia de mártires por la paz. “Nosotros fuimos útiles para el Estado, para la sociedad vasca, española y hasta para el PNV“, pues, en gran medida, fueron el mejor combustible para el empuje social contra la violencia.


Nosotros fuimos útiles para el Estado, para la sociedad vasca, española y hasta para el PNV“.
Sin embargo, ahora parece que ya han pasado a un segundo plano. Votar al PP o al PSOE es votar al grueso del Estado, a fuerzas políticas que no miran al País Vasco con los ojos del favoritismo, y eso es algo que el votante sabe. Así que el resultado es fácil: “El ciudadano vasco vota al PNV porque considera que es el voto útil“, representantes que van a mirar por el bien regional más que por un bien mayor. El nacionalismo tiene eso, el “egoísmo“.
Sémper considera que la pujante idea del nacionalismo – que parece entroncada en el ADN de España – es un asunto resuelto, al menos en la parte teórica, “lo resolvió el liberalismo, que defendía no que todos sintamos lo mismo sino que todos tengamos los mismos derechos. Lo que está ocurriendo ahora es una involución“. Aunque, como ya dijo el ensayista Luis Gonzalo en la anterior Melopea, es muy difícil combatir el nacionalismo desde la razón. “Se avecina una nueva crisis territorial. El nacionalismo vasco necesita gasolina, no le basta con tener todas las estructuras que tradicionalmente definen un Estado. No basta tener un gran nivel de vida. Ahora se saca lo del nuevo estatuto“. Lo dicho: egoísmo. Pero a pesar del empuje partidista, Sémper apunta a una transformación social del pueblo vasco por la incidencia tecnológica y digital: “Hay una carta que se les escapa a los nacionalistas y es que la generación que viene ya no se limita a creer sus libros de texto, sus fuentes son más. Los mecanismos de control son menos efectivos y EiTB ya no es la televisión más vista“.
Se avecina una nueva crisis territorial. El nacionalismo vasco necesita gasolina“.
Las soluciones al nacionalismo no son fáciles. Sémper tampoco sabe las palabras mágicas. “Hemos entrado todos en el marco mental de los nacionalistas, que dice que el idioma es político. Debemos dar esa batalla, que no es una batalla contra el idioma sino contra esa idea. Si atacamos el idioma, perdemos, porque es su cultura“.
De momento tiene bastante con mirar a su propio partido. “La situación actual del PP se resume fundamentalmente en dos cosas: la corrupción y la llegada de un partido populista y reaccionario por la derecha“. A esto se suma la capacidad del PNV para absorber al electorado vasco. “El PNV es el único partido de Europa capaz de conseguir votos de la extrema izquierda (EH Bildu) hasta la derecha conservadora (PP)“. Él asegura que seguirá intentando hacer la cosas en las que cree, con la sinceridad que le caracteriza y una honradez que lamenta haya golpeado con tal fuerza a su partido: “La sana ambición del político debe ser poder transformar las cosas. Yo sé que no llegaré a ministro, pero si consigo influir un poco, como un Pepito Grillo desde el territorio donde el PP es más débil, habré hecho política“.

