Joan Baldoví ha crecido en un entorno rural y se nota.
Quizás haya quienes tras esta primera línea hayan hecho un aspaviento similar al chiste jocoso y de mal gusto, como si los que se ocuparon en entrevistarle en aquel entonces, buscasen alguna forma de descrédito gratuito del personaje antes de nada.
Pues no es así.
Baldoví es de campo y se agradece que sea de campo. Al menos para poder afrontar con sencillez y sin requisitos impostados, más propio de la historia que transpira el Congreso de los Diputados que de las personas que por ahí pululan, cuestiones como la infancia, la familia, las gallinas, la política, la izquierda, la derecha, las corruptelas y sus asuntos, vaya.
Después de un torpe peregrinaje para ver dónde va a tener lugar finalmente este encuentro, nos encerramos en el despacho del “diputado tranquilo” que añora una política “más tranquila” en las fuerzas del cambio, a las que tan pronto reprende como se suma a mociones de censura.
El habitáculo va con el mobiliario justo y el espacio justo. Nada de vistas esplendorosas, nada de mesas kilométricas desde donde planificar políticas y estriptis. Quien se haya configurado la idea de que el Congreso de los Diputados es un lugar esplendoroso, tapizado con los resto del oro de Moscú y con hilo de Holanda, que le eche un vistazo a los vídeos de la entrevista.
¿Quién es Joan Baldoví y de dónde sale?
Yo salgo de un pueblo donde se habla únicamente valenciano. Mis orígenes son una casa rural donde he conocido el caballo de labor, las gallinas, los conejos, las palomas, los aparejos de labranza de mi abuelo… Todo eso evidentemente marca mi vida. He salido, estudié dos años en la Universidad Laboral de Alcalá de Henares e hice la mili aquí en Madrid pero mis orígenes son estos. Por poner un título, soy un profesor de educación física de pueblo que circunstancialmente está haciendo política.
¿Qué momento humano hace que termines en el Congreso de los Diputados?
A mí me ha gustado la política desde siempre. Recuerdo que en el casino del pueblo me echaron más de una vez porque yo me sentaba allí, en la biblioteca, a leer todos los periódicos. Me los leía todos de cabo a rabo. Podía tirarme cuatro horas leyendo. Al final, algún socio se molestaba porque yo tenía el periódico que él quería leer y me mandaban al conserje para que me dijera “chaval. ¿Tú eres socio?” y claro, tenía que irme.
A los dieciséis años comencé a militar en las juventudes de un partido político y digamos que la política me ha acompañado toda la vida. Desde meterme en asociaciones de grupos de danza, bailes autóctonos valencianos, un grupo ecologista, en el AMPA del colegio de mis hijas… En fin, he sido una persona muy inquieta que ha ido haciendo política de abajo arriba. He sido concejal, he sido alcalde y cuando todo apuntaba a que me iba de vuelta a la escuela -me había comprado ya un par de chándales- me ofrecieron venir aquí a Madrid y finalmente salí diputado.
Y a estas alturas de la película, ¿qué te mueve?
Querer cambiar las cosas. Poder defender los intereses de mi tierra. Yo me siento profundamente valenciano: pienso, siento, escribo, vivo en valenciano. Creo que era importante que hubiera una opción que representara los intereses de allí, igual que tienen los canarios, los gallegos, los catalanes o los vascos. Por esta razón siempre he estado en opciones políticas que defendieran estas posturas, de estricta obediencia valenciana.
¿Qué es la política para un nacionalista?
La política debería servir para cambiar a mejor la vida de las personas. Yo la entiendo así. Es como una palanca y eso se ve muy bien desde la política local, que es mucho más dura que la política aquí. Es mucho más duro ser alcalde o concejal de servicios sociales y más en estos años de crisis. Ha sido muy duro. Pero por el contrario, en la política local eres capaz de mejorar cosas concretas a gente concreta con cara, con ojos.
Desde aquí, desde el congreso, cada vez que aprieto el botón para aprobar o tumbar una ley, veo esos rostros. Cuando votamos la reforma laboral yo veía las caras de las personas a las que iba a afectar. Cuando se instauró el copago farmaceútico yo veía a los jubilados que había recibido antes como alcalde que tendrían ahora que pagar. O veía a la gente que utilizaba determinados servicios sociales, como por ejemplo un centro que tenemos en Sueca para personas con discapacidad.
Por eso creo que es importante saber que detrás del botón que apretamos cada martes o cada jueves aquí en el congreso hay caras e intento tener presente siempre esos rostros.
Pero esto incurre en un problema porque si la política solo es un conjunto de rostros locales parecería que la política a un nivel estatal, por decirlo de alguna manera, sería inexistente o, cuanto menos, quedaría descompensada, ¿no?, ¿qué piensa sobre esto?
Yo hago un discurso ciudadano. Ciudadano quiere decir que puede servir para un señor de Cádiz, de Barakaldo, de A Coruña o de Sueca, mi pueblo. Pero entiendo que es importante hacer visibles determinados problemas que a veces desde el centro no se perciben. Por ejemplo, mucha gente dice simplemente “gracias por hacernos visibles en Madrid”. Porque, aunque yo hago un discurso en global, al final hago una incursión en lo local, siendo perfectamente compatible lo uno con lo otro. Entiendo que hay unos intereses generales por los que yo también soy diputado, que defiendo igual por ti, entrevistador, que por mi vecino de al lado porque entiendo que nos afectan a todos.
Es curioso, porque ahí se ve un tipo de izquierda muy apegado a los barrios y los distritos que se parece mucho a un conservadurismo al estilo que promulgaba Josep Pla. ¿Cómo se da esa paradoja de los extremos?
No sé. Algunos nos sentimos identificados con ese tipo de izquierda que va de abajo a arriba. Es muy importante vivir los problemas de tu barrio y de tu gente. Pequeños universos que cuando aquí adoptas una decisión, sabes que les afecta. Pensar en lo pequeño para que cuando actuemos en lo grande sepamos qué y cómo va a afectar. Yo lo veo así: política de abajo a arriba. Porque haciendo política para los que conoces, lo estás haciendo para la inmensa mayoría.
Entiendo. Hay un tema que quisiera introducir. Hay algunas acciones que a determinadas personas les resulta molesto o sencillamente les entristece. Hemos visto a un candidato irse de escalada para mostrar su mundanidad, a una vicepresidenta de baile en un programa de prime time o a un diputado nacional desnudarse en el Congreso. ¿La política necesita del espectáculo? ¿es imposible llegar a la calle sin tener que recurrir a determinadas formas?
Creo que es una pregunta que nos deberíamos hacer todos: políticos, periodistas y votantes. Yo he utilizado alguna vez elementos performance en el congres pero siempre he intentado que esos gestos tuvieran detrás un mensaje contundente. Cuando yo hice un amago de striptease torpe en el Congreso, llevaba debajo la camiseta de la plataforma de afectados por la hipoteca. Yo quería denunciar cómo se había tirado una iniciativa legislativa popular avalada por millón y medio de personas y cómo el Partido Popular la había descafeinado metiéndola en una comisión para que no se pudiera discutir en el pleno. Era una manera de llamar la atención con un contenido muy serio detrás.
Estamos en la era de la imagen, de los mensajes rápidos y cortos y a veces nosotros y vosotros nos tenemos que adaptar a eso que también pide la gente. En el grupo mixto tenemos dos minutos para hacer un discurso y al principio lo veía como un castigo, pero ahora lo veo como una bendición. Tenemos más capacidad de llegar.
Bueno. No sé si eso justifica o no la espectacularidad de la política. En cualquier caso. La corrupción. En la última moción de censura contra Mariano Rajoy, ustedes apoyaron a Unidos Podemos porque consideraban que había sacar “fuese del modo que fuese” al Partido Popular del gobierno. ¿Es la corrupción el fin de la política? Porque ocurre la paradoja de que se presentan a las elecciones y sacan cinco millones de votos.
No queda otra que seguir luchando. Cuando nosotros denunciábamos en mi tierra las trapacerías que hacía el Partido Popular y luego veíamos que sacaban mayorías absolutas la verdad es que nos daba un cierto desánimo. Pero contra ese desánimo solo queda: o bajas los brazos o sigues luchando. Con todo lo que ha caído y con todo lo que sigue cayendo todos los días, hay que seguir. Aunque desanime que aún mucha gente lo vea como un mal menor. Hay que denunciar la financiación ilegal y que hemos competido en situación de desventaja respecto al PP. Tenemos que hacer que esa gente pase a la historia porque si no, hay el peligro de que nos acostumbremos a vivir con esto. En el momento en el que eso pase, la democracia puede estar en serio peligro.
En cualquier caso, volviendo al Partido Popular, hay que reconocer que tienen una manera muy efectiva de colocar el mensaje que al final si ellos no gobiernan o gobiernan otros esto podría ser el caos y hay mucha gente que comulga con eso. “Prefiero la tranquilidad a cualquier aventura”. Eso sí, si vemos a la gente que en la actualidad vota al PP o al PSOE vemos que hay un envejecimiento del votante medio, que son las generaciones que más miedo pueden llegar a tener a perder un estatus, un nivel de vida, una seguridad. Vemos que son las generaciones más jóvenes que tienen un futuro incierto las que tienen mucho menos miedo de votar otras opciones, de apostar por otras formaciones.
Tenemos que hacer pedagogía de que estamos gobernando las nuevas generaciones junto con el Partido Socialista los principales ayuntamientos del Estado, muchas comunidades autónomas y todos los días se abren las persianas, se abren las escuelas… Que somos capaces de gobernar y yo lo digo: somos capaces de gobernar mejor que la derecha y además no robamos.


¿Y cómo explica que en España haya gente que directamente le tenga miedo a que ustedes puedan gobernar?
Siempre hay un miedo intrínseco a los cambios. A veces las actuaciones de algunos ayudan a fomentar ese miedo.
¿Podría ser más concreto?
A mí me gustó mucho más el Pablo Iglesias de la moción de censura que el Pablo Iglesias anterior. Creo que ese día vimos un aspirante a presidente del gobierno mucho más tranquilo. Creo que es importante dar tranquilidad en la política. Cuando he sido alcalde de mi pueblo, he visto cómo la gente quiere personas que sean capaces de hacer cambios y que al mismo tiempo sean moderadas, tranquilas, con cambios tranquilos. Decididos a hacer el cambio pero con tranquilidad.
Cambiando de tercio. Vimos el linchamiento a Espinar por tomar Coca-Cola y el foco absolutamente desquiciado que hay en la actualidad respecto a determinadas cuestiones sociales. No tanto con la cuestión de fondo, que es importante abordar y abordar bien, sino más bien con las formas. ¿Hay cierto puritanismo en la política? ¿cierta exigencia moral exacerbada?
Las dos cosas. Hay una cierta exigencia que yo, a veces, la vivo con cierta inquietud. No decir nada inconveniente, ser muy mesurado en tus palabras pero también es fundamental que uno predique con el ejemplo. A veces se vuelve demasiado duro el juicio hacia los políticos y otras tantas los políticos no cumplen con el ejemplo que han predicado.
¿No hay una quema de brujas y gente con las horcas esperando ver al próximo político caer?
Las redes sociales han hecho que cualquier gesto se magnifique mucho. Nada pasa desapercibido. Siempre hay un teléfono móvil grabando o haciendo esa foto. La información se consume muy rápido todo va aceleradamente y eso produce que los políticos y que toda la sociedad por otro lado esté muy expuesta.
Vamos terminando y como solemos hacer quisiéramos preguntarle ¿Qué está leyendo ahora mismo?
En mi forma de pensar Nosotres los Valencians, de Joan Fuster. Es el padre del valencianismo moderno con el cual nos sentimos identificados muchos de nosotros.
Y quisiera terminar Victus que cuenta la guerra de sucesión entre los borbones y los Austrias que es una época que me apasiona.
Un referente político tanto presente como pasado
Marcelino Camacho me pareció una persona sencilla. Mújica, el presidente de Uruguay, ha sido para mí un referente.
Entrevista realizada por Ricardo Morales e Ignacio Pou, codirectores de Democresía.

