Había quedado con él cerca del mediodía. A la salida de la cadena COPE. Es una zona de Madrid que me encanta. Mi madre tenía su despacho allí y de pequeño solía acompañar a mi padre a recogerla. La esperábamos en un bar que se situaba en la acera izquierda, justo antes de llegar a la calle Alcalá. Mi madre y sus compañeras de trabajo lo habían bautizado como los Monster, por la evidente apariencia estrafalaria de los camareros.
Lo cierto es que el bar era la antítesis perfecta del Café Les Deux Magots de París, lo que es una manera fina de llamarlo antro. Ninguna ventana, mobiliario triste, y poco ambiente. Pese a ello, a mi padre y a mí nos gustaba. Desde allí, él podía llamar por teléfono y avisar a mi madre de que habíamos llegado, y los Monster normalmente eran bastante atentos conmigo. Me daban regalos y mantenían lo que podría considerarse una especie de barra libre de batido de vainilla. En definitiva: todo lo que un hombre de 5 años puede pedirle a la vida.
Consciente de mi absoluta devoción por la impuntualidad, en las ocasiones importantes trato de corregirme con duras medidas. Una de mis favoritas es dirigirme a los puntos de reunión con el tiempo suficiente (habitualmente algo moderado que ronda los ochenta minutos de antelación), por si pudiera surgir cualquier imprevisto. Esto, sin duda, era una ocasión especial: había conseguido una entrevista con David Gistau. Así, había quedado a las doce de la mañana en la puerta de la COPE y a eso de las diez y media ya estaba por la zona. Como se puede observar, lo de la puntualidad es una cosa que no acabo de entender.


David Gistau era para nosotros un héroe, una estrella. Le admirábamos, le estudiábamos y, en lo más profundo de nosotros, le envidiábamos. Al fin y al cabo, nosotros ¿qué éramos? Unos simples estudiantes de periodismo, gafapastas idealistas, cinéfilos y madridistas que creían que habían leído lo suficiente. Él, por el contrario, era todo lo que anhelábamos ser. Una capacidad ilimitada de síntesis, un criterio apabullante, y una calidad deslumbrante para escribir algunas de las que habían sido las columnas más importantes de nuestras vidas.
En el patio de la Facultad, mientras fumábamos al sol, solíamos intercambiar sus columnas, junto con las de todos los románticos a los que admirábamos como Manuel Jabois o Jorge Bustos (entrevista de Ricardo Morales a Bustos aquí), entre tantos otros. Hubiéramos dado lo que fuera por haber llegado a escribir algún día un párrafo que pudiera parecerse al menos un poco a los de ellos. Comentábamos sin parar sus intervenciones en la radio, y criticábamos fervientemente a los que nos hacían ver que había todo un mundo más allá de nuestros ídolos. A nosotros nos daba exactamente igual el resto del mundo, aunque nos las diésemos de intelectuales. De hecho, también nos creíamos unos nostálgicos y el pasado no nos interesaba lo más mínimo. Para nosotros, a los que nos decían siempre que el periodismo estaba muerto, no existía nada más que aquellas líneas. Hitchcock habla del cine como un rectángulo que siempre ha de estar lleno de emoción. Bueno, algo así eran para nosotros los trazos de nuestros periodistas favoritos.
Nervioso, fui consciente de que iba a necesitar bastante tabaco para una espera tan tensa. Me dirigí al bar más cercano y compré una cajeta blanda de Winston. Pedí un café con leche y me lo saqué a la terraza. Me costó, pero al rato llegué a la conclusión: los Monster seguían vivos. El local había cambiado mucho en casi veinte años. Habían puesto otros muebles y pintado las paredes. Parecía otro. Me alegró. Madrid parece que siempre está cambiando, pero en verdad es otra nostálgica.


Camarero, otra copa por un año más con vida
El tiempo se me pasó volando. No paraba de fumar y de leer referencias biográficas. No quería cagarla. Es cierto que era una entrevista que utilizaría para mi trabajo de fin de carrera, algo sin importancia. En resumidas cuentas: nadie esperaba nada de mí. Sin embargo, me lo tomé como mi mayor exclusiva -pasados los años pienso que así fue-.
Y de repente apareció él. Salió de la COPE con ese aire, esa mirada que tienen las leyendas. Me sonrió. Me presenté. Me notó nervioso (en realidad me temblaban hasta las piernas). Me dio una palmada en la espalda y me dijo que todo iba a ir bien. Que no sabía a quién cojones podía interesarle lo que él pensaba de la literatura y el periodismo, pero que estaba encantado de echarme una mano. Empezamos a andar. Tiré mi cigarro consumido al suelo y él señaló la puerta de los Monster. Me dijo: ¿Entramos y tomamos un café? Era abril de 2016 y el Madrid todavía no había ganado la undécima, pero en España se hacía un periodismo de primer nivel.
¿Qué consideras necesario para ser un buen columnista?
No lo sé, porque tampoco sé muy bien qué es exactamente un columnista. No creo que haya una idea categórica al respecto. Me parece que hay una división clara: hay columnistas más literarios y hay columnistas más periodísticos. Yo me considero periodístico. Es decir, yo escribo sobre temas de actualidad. No soy ningún novelista ni poeta que usa la columna para practicar la lírica ni nada parecido. Tampoco hago esas columnas atemporales que son un ejercicio de estilo. Yo intento ser reportero. Creo que lo más importante es no perder nunca el espíritu del reportero, ni siquiera cuando eres columnista. Es decir, seguir basando tus columnas en búsquedas periodísticas. Tomarte las molestias de preguntar, ir a los sitios. Trabajo de reportero en el que luego apoyas una escritura que es mucho más subjetiva que una noticia o un reportaje. Posteriormente, hay un tercer estadio que es intentar empaquetar todo en un ejercicio de estilo que también es más exigente desde el punto de vista literario que una noticia. Ese tercer aspecto es en el que un columnista se convierte en tal o fracasa como tal.
Hablando del estilo, ¿consideras que ha de primar la estética o el concepto?
Yo -y cuanto más viejo me hago más lo creo- soy mucho más de ideas que de adornos. En un principio yo era mucho más umbraliano en ese sentido. A mí una columna que tenía ya hallazgos de estilo me bastaba. Hoy en día ya no me pasa, me parece una impostura. Yo ya lo que necesito son ideas, necesito pensamiento, incluso como lector. Creo que es una evolución que también siento como lector. Me gusta más la sustancia de la idea, el pensamiento, más el ensayo que la novela. Poco a poco, según voy creciendo. Con las columnas me pasa igual. Por eso yo si con veinte años era umbraliano, ahora soy arcadiano, que es el otro polo, en el que abundan más las ideas y menos el estilo.
¿Alguien te ha dicho alguna vez que echaba de menos al Gistau umbraliano?
No. No tengo mucha sensación, mucho conocimiento de lo que piensa de mí la gente. No lo sé. Imagino que, como llevo muchos años escribiendo columnas (empecé muy joven), ha habido una evolución. En esa evolución habrá gente a la que le habré dejado de gustar y habrá gente que se habrá incorporado. Yo creo que es posible que las columnas que hago ahora -respecto a las que podía hacer con veinticinco años- gusten menos a los jóvenes lectores baudelarianos que buscan el malditismo literario. Esos que se vayan con Jabois. Creo que puedo gustar más a una audiencia mucho más madura a la que le haya pasado lo mismo que a mí: que ya tenga menos ganas de pirotecnias y tenga más ansias de ideas y sustancia. Creo que a lo largo de los años habré perdido lectores y habré ganado otros. Al final, espero haberme quedado más o menos parejo.


Yo mando mi trabajo y si gusta bien y si no, pues ya lo siento. Si piensas hacer un trabajo a medida para contentar a uno no vas a llegar a todos.
¿Piensas en tu lector al escribir? ¿Qué intención tienes hacia él?
Nunca, eso es un error. Yo mando mi trabajo y si gusta bien y si no, pues ya lo siento. Entre otras cosas, porque el lector no es sólo uno. Si piensas hacer un trabajo a medida para contentar a uno no vas a llegar a todos. Hay que ser natural. Porque además el lector es como el oyente, percibe la naturalidad y la aprecia, la falta de impostura. Lo mejor es tirar y que te acompañe el que quiera. Es una de las razones por las que dejé Twitter. Twitter me hacía demasiado consciente de mis lectores. Estaban demasiado encima. Y estaban continuamente reprochándome ciertas cosas o alabándome otras. Prefiero liberarme de eso, prefiero escribir de una manera mucho más espontánea y quien esté contento bienvenido y el que no, pues sabe que hay opciones en otros periódicos.
Lo que piensa Twitter no lo está pensando la sociedad
Con respecto a las redes sociales, ¿consideras que favorecen que haya una opinión pública de mayor o menor calidad?
No lo sé. Yo creo que la opinión pública viene a ser la misma. Lo que pasa es que tiene más capacidad expansiva. Tiene más llegada. Hace años tú publicabas un artículo, un reportaje o una primera página y era más difícil saber la reacción que había provocado. Es el caso del famoso mito de Ansón con las centralitas colapsadas. Hoy en día tienes una reacción inmediata. Otra cosa es que haya que tener cuidado. Porque yo creo que Twitter no representa una reproducción a escala de la sociedad. No tiene nada que ver. Lo que piensa Twitter no lo está pensando la sociedad. Además, su problema es que en los últimos años ha degenerado. Se ha convertido en un aliviadero de resentimientos personales, en un vehículo de odio y propaganda política que para mí lo invalida. Hace que sea muy complicado sacar un mensaje creíble de todo ese mundo. Pero es verdad que hace mucho más presente al lector, al receptor de tu mensaje. Su reacción es fulminante. Yo he visto a Pedro J. Ramírez cambiar una portada por una reacción inmediata de Twitter. Cosa, por cierto, que me parece un error imperdonable, además en un tipo con personalidad como él.
¿Qué portada era?
No me acuerdo qué era. Era algo de un accidente, una catástrofe. Yo no sé si le reprocharon una foto demasiado descarnada y la cambió. Pero no me acuerdo bien. pero era algo así, no era un editorial político ni nada parecido.
Lo que nosotros estamos contando es la realidad. No tenemos que ponerle biombos censores.
¿Qué opinas de las fotos que pueden resultar demasiado escabrosas?
La realidad es como es y yo creo que hay que reflejarla así. Otra cosa es practicar sensacionalismo. Pero la realidad es la que es. Y lo que nosotros estamos contando es la realidad. No tenemos que ponerle biombos censores. Yo parto de la base, además, de que nuestro público no es infantil. Habría que ver casos en particular porque a veces también hay un regodeo que hay que evitar. Pero yo creo que no hay que tapar la realidad. Nosotros no somos responsables de la realidad, somos responsables de contarla. Y parte de la honestidad intelectual de nuestra profesión pasa por no edulcorarla. Si no estás cometiendo una trampa.
Yo creo que un gran reportero tiene mimbres para ser un gran novelista porque es un gran narrador.
¿Crees que el periodismo y la literatura son realidades completamente separadas?
Sí pueden unirse. De hecho, el periodismo a lo largo de los años ha sido un recurso alimenticio para muchos escritores o novelistas que no podían vivir de sus libros. Siempre será mejor eso que poner unas hamburguesas en el McDonald´s. Además, yo no distingo tanto entre periodismo y literatura. Distingo entre ensayo y narrativa. El periodismo tiene una parte de ensayo y otra narrativa, que sería el reportaje, y la literatura tiene ensayo y narrativa. Yo creo que hay una coincidencia, aunque luego usen técnicas distintas. Pero yo creo que un gran reportero tiene mimbres para ser un gran novelista porque es un gran narrador. También creo que un gran ensayista, si es capaz de alcanzar la concisión, tiene mimbres para ser un gran articulista. Yo ahí sí veo parentescos. Lo que pasa es que el periodismo tiene una gran diferencia con la literatura. En literatura puedes escribir lo que quieras, en periodismo tienes que cumplir con la actualidad. Los temas te vienen impuestos. Tú no puedes inventarte, aparte de la ficción y el faction fiction que tanto le gusta a Arcadi. El periodismo tiene que servir a la actualidad mientras que la literatura es libre. Yo creo que esa es la gran diferencia.
Los tres vamos al parlamento como cronistas, los tres tenemos un tono parecido en ese sentido, los tres tocamos tangencialmente al Real Madrid. En eso sí que nos parecemos.
¿Consideras que existe una sintonía generacional entre Jabois, Bustos y tú?
Yo soy más viejo que ellos. Y además yo me siento más viejo que ellos. Sobre todo, me siento más viejo que Jabois. Porque Jabois está en una edad y con una forma de vida que (más moderadamente) era la mía hace diez años. Además, yo creo que en la elección temática para escribir se nota mucho. Jabois está en un momento existencial mucho más agitado que el mío. Practica un costumbrismo sucio basado en la noche que yo no puedo hacerlo, porque yo soy un padre de familia numerosa que ya no está para contar lo que le pasa en un after. Bustos no, porque es un tío más serio, vaya que es más aburrido. Cercanía generacional no noto porque yo soy más viejo que ellos.
Lo que sí noto -y aquí me puedo permitir el lujo de la inmodestia porque soy el más veterano- es que los tres practicamos un tipo de periodismo que lo mismo toca la crónica parlamentaria que la columna o el fútbol en el que yo fui el primero y ellos se incorporaron después. En eso sí hay una coincidencia. Los tres vamos al parlamento como cronistas, los tres tenemos un tono parecido en ese sentido, los tres tocamos tangencialmente al Real Madrid. En eso sí que nos parecemos. En esa figura poliédrica que en un periódico no está asignado a un único tema sino a varios, esa versatilidad. Luego cada uno tiene sus gustos propios. Bustos, por ejemplo, es el más libresco de los tres. Le gusta mucho hacer crítica literaria, que es una cosa que a mí me aburre más. En eso sí hay un parecido que yo creo que no es generacional, insisto, porque yo estoy en un momento de vida muy diferente. Sí en la versatilidad y en los temas elegidos. Y en el humor. La importancia que los tres damos al sentido del humor al escribir. En eso sí nos podemos parecer a la gente de cierta edad: no nos tomamos muy en serio la política, no somos categóricos. Somos muy cínicos, muy descreídos con la política. No vivimos una época de utopías ni de anhelos como pudo ser la transición. No podemos concebir escribir de nada sin meter el sentido del humor. El sentido del humor corrosivo, cínico, en eso también nos parecemos.


Hay demasiada gente imbuida de esta idea sacra del periodismo como si fueran Superman sobre la Tierra. Tío, eres un periodista, no exageres.
Leí una entrevista tuya para ABC en la que decías que había demasiada opinión, que vivimos en una época en la que hay que sortear profetas. ¿A qué te referías?
No recuerdo exactamente el contexto de esa pregunta. Pero lo pude decir por dos razones: la primera, te la acabo de medio responder. Creo que hay gente que se toma demasiado en serio a sí mismo, en el periodismo en particular. Hay demasiada gente imbuida de esta idea sacra del periodismo como si fueran Superman sobre la Tierra. Que han venido a redimir al género humano. Tío, eres un periodista, no exageres. Hay gente muy convencida de la verdad de lo que dice, que usa el micrófono como un púlpito, como un minarete. A mí eso me repatea. Y luego, lo segundo, que yo creo que en el periodismo español se concede demasiado prestigio a la opinión, a la exclusiva todavía, pero muy poco al reportaje. A mí me parece un error que el buen reportero, llegado a cierta edad, tenga que hacer columnas de opinión, como si eso fuera un premio a la carrera. Yo creo que el género periodístico estrella es el reportaje. Nosotros hemos terminado concediendo demasiado peso, demasiada importancia, a la columna de opinión, porque el periodismo se ha convertido en política por otros medios. Es un género más del periodismo, pero ni siquiera es el más bonito. La crónica y el reportaje son mucho más bonitos.
En el documental Page One, que cuenta el día a día de la redacción del New York Times, se cuenta que uno de los grandes problemas que afronta el periodismo actual es que los consumidores de prensa no prestan atención a artículos de una lectura superior a dos minutos. ¿Estás de acuerdo? ¿Crees que a la gente de hoy en día no le apetece leer?
No, yo no creo en eso. Yo creo que lo que afrontamos ahora -y que es una de las crisis del periodismo- es una crisis de formato, es cómo hacer llegar nuestras cosas a la gente que quiere leerlas. Porque lo que sí ha desaparecido, que está en extinción, es la pieza acabada que era el periódico en papel, que se compraba y se leía de principio a fin. Ahora con las redes sociales y demás, el lector es más de picoteo. El lector no es cautivo de una cabecera. Busca en todas, no quiere pagar, además, lo que es un drama. Pero yo creo que sigue habiendo lectores. Buena parte de la conversación nacional que es Twitter está basada en lo que se escribe en los periódicos. Por lo menos ahí hay gente que lee periódicos. Sigue habiendo tertulias en los bares. Ha cambiado la forma de consumirlo. Ha cambiado, sobre todo, la manera de monetizarlo, que se dice de forma cursi, lo que la gente no quiere ya pagar. La gente se ha acostumbrado a obtener gratis, en Twitter, los artículos que quiere leer y no los paga. Sin embargo, sigue habiendo vida intelectual en los cafés que provienen de los periódicos. Sigue habiendo gente que lee, sigue habiendo repercusión. Yo eso de que de repente, de un día para otro, no lee nadie una palabra no me lo creo. Creo que no es así. Lo que pasa es que el periodismo no sabe cómo hacer llegar su producto. Le han cambiado la relación con el consumidor. Pero eso es problema del periodismo, no del consumidor. Que tiene que conseguir acertar en cómo hacerlo y ganar dinero con ello, porque si no se muere todo. Pero yo creo que sigue vivo, los periódicos siguen vivos, digan lo que digan. Todavía hoy en día, según quién coloque una columna toda España la lee. Yo no tengo sensación de que no llegue a nadie lo que hacemos, todo lo contrario.
¿Qué influencia crees que tiene tu ethos retórico en tu obra?
Intento que sea poca. Intento ser una persona subordinada a la actualidad. En ese sentido, marco una frontera en la que mi ethos nunca llegue a opacar mi trabajo periodístico. Se te cuela inevitablemente porque las experiencias de vida también van saliendo al escribir. Si lees mis columnas de hace diez años son las de Jabois. Si ves mis columnas de ahora son las de un tío que está con sus hijos. Evidentemente eso se tiene que notar. Luego hay otro tipo de columnas que son las que hago en El Semanal, que son más ligeras, más costumbristas, más de mi vida. Ahí sí soy yo. Mis aficiones, las cosas que me pasan. Pero intento no olvidar que yo soy un personaje gregario de la actualidad, yo soy un reportero. Y como tal, por más que mi ethos pueda formar mi opinión e influir en mi subjetividad y en la forma que veo las cosas, intento que siempre mande el hecho, la noticia, el acontecimiento. Intento que sea así. Por más que evidentemente al leerme tú vas a sacar conclusiones de cómo soy. Qué vida tengo, qué edad tengo, qué me gusta, qué no me gusta, qué leo, qué no leo. Porque todo eso se filtra. Lo que no quiero es convertir mi trabajo en una rapsodia de mí mismo.
¿Qué periodistas son los que más te han influido?
De los cercanos, vamos a dejarnos de mitos americanos y todo eso porque son muy lejanos -que los hay, evidentemente, empezando por Hemingway-. En los años ochenta, cuando yo era un adolescente, un niño, a mí me llamó mucho la atención Umbral, cuando hacía las columnas en El País. Me llamó mucho la atención la agitación de tirantes que era El Mundo de las exclusivas. Y me llamó mucho la atención el ABC de entonces, porque tenía una maravillosa mezcla de solemnidad literaria y golfería con una sección que se llamaba Gente y aparte que hacía Ignacio Ruiz-Quintano, de hacer una cosa muy canalla en un contexto que no lo era para nada y a mí me apasionaba. Luego, con el tiempo, cuando entré de jovencito en una revista de viajes había un periodista que había sido de Blanco y Negro que fue muy importante para mí. Me enseñó a ser reportero, en cierta medida. Me enseñó a tener cierto instinto para las historias, sobre todo para hacer importantes a las historias. Volvemos a eso, las historias antes que las opiniones. Luego en el desempeño de la carrera, Pedro J. fue un personaje importante, porque es un gran director, con un dinamismo y un olfato increíbles que me ayudó mucho a comprender el tratamiento de las informaciones. Luego la gente a la que he podido leer, desde Arcadi a Umbral, pasando por el propio Ignacio Ruiz-Quintano. Ansón fue importante porque me dio la oportunidad de escribir columnas en La Razón, al principio.
Yo lo que intento siempre es no olvidarme nunca de que no soy un tipo especial, de que no soy un personaje literario, de que no soy una estrella del rock y de que no puedo dejar de comportarme nunca como un reportero.


Lo demás también es una búsqueda personal. Tener una evolución propia e ir madurando y trabajando. Yo lo que intento siempre, y es la quinta vez que lo digo en esta entrevista, es no olvidarme nunca de que no soy un tipo especial, de que no soy un personaje literario, de que no soy una estrella del rock y de que no puedo dejar de comportarme nunca como un reportero. Ninguna columna puede ser escrita sin antes haber hecho las preguntas periodísticas. Si es posible al protagonista, si no es posible a otra persona o a ti mismo. pero todo trabajo periodístico debe tener en su praxis la visión del reportero.