Me despertaba esta mañana con la noticia de que Wizards of the Coast, la empresa responsable de juegos de fantasía tan importantes como Magic: the Gathering o Dragones y Mazmorras, decidía alejarse de los estereotipos raciales en sus juegos relajando los rasgos que caracterizan a las razas de fantasía que aparecen en ellos, en pos de una mayor diversidad. Una noticia enmarcada en las recientes polémicas raciales que azotan el mundo occidental, especialmente el anglosajón, y que vendría a ser un paso más de un proceso que esta empresa comenzó hace ya unos años por ser más inclusiva.
Es un tema terriblemente espinoso este de la raza, uno en el que ni los más ardorosos defensores de la igualdad ni los más recalcitrantes xenófobos tienen completamente claro qué defienden ni contra qué están, como vamos a ver más adelante; y es especialmente complejo en el terreno de la fantasía, donde pasamos de analizar la realidad a mundos en los que todo hipotético es posible. Es por eso que no vamos a entrar en polémicas, que como un pozo de brea nos atraparían e impedirían realizar ninguna reflexión de relevancia, sino que nos limitaremos a reflexionar sobre el papel que juegan las razas fantásticas en la ficción.
Sería de ilusos negar que el arte es producto de su época. Si echamos un vistazo a las primeras obras del género fantástico veremos las huellas de su tiempo: en Una Princesa de Marte, escrita a principios del siglo XX, encontramos un planeta rojo que es una versión romantizada del Oeste Americano, poblado por numerosas razas de muy variados calados morales diferenciadas sobre todo por el color de piel, estando algunas de ellas claramente inspiradas en los indios americanos, y cuyo tratamiento en el libro está marcado por los tópicos del “salvador blanco” y del “buen salvaje”. Sin embargo, Edgar Rice Burroughs, su escritor y casualmente también el de Tarzán, una obra con un tratamiento de la raza mucho más apegado a su época, hace verdaderos esfuerzos por alejar estas razas inventadas de sus inspiraciones en el mundo real, en su intento por lograr una narrativa exótica y emocionante. ¿Está mal negarse a leer aventuras como estas porque son racistas hacia los indios? No, cada uno puede leer o dejar de hacerlo por los motivos que le den la gana. ¿Está mal leer Una Princesa de Marte o cualquier otra novela de la saga interpretando que los marcianos verdes son los indios? No, pero está claro que no era eso lo que buscaba el autor. Si así fuera habría empleado indios reales en una localización real, como tantos autores de su época, pero su intención era la de crear una fantasía de poder en la que el protagonista dominara un mundo extraño y primitivo. Hacer esa identificación sería afirmar que los indios son así en el mundo real, y no la idea de los indios que Rice Burroughs, con racismo o sin él, podía tener y usó como inspiración. Es necesario que entendamos la diferencia entre representación, que es plasmar un objeto tal y como se nos presenta en la realidad, e inspiración, que es seleccionar elementos, presentes o atribuidos, de algo para con ellos crear otra cosa.
Esto nos lleva a la reciente polémica con la imagen que se da de los orcos en El Señor de los Anillos o en Dragones y Mazmorras. Muchos en redes sociales, que ojo, no son un reflejo de la realidad, piensan que la representación de esta raza, habitualmente caracterizada por la brutalidad, la fealdad, el corto intelecto y la tendencia al mal, son racistas. ¿Con quién? ¿Con los orcos? No son seres reales, no puede darse una discriminación basada en su raza hacia seres que no existen. Y si en el mundo en el que existen ocurre así, habrá racismo en ese mundo (si es con razón o sin ella es otro debate que depende enormemente del trabajo de ficción del que hablemos) pero no en el nuestro. Ningún autor debería verse disuadido de representar cosas negativas en su obra alegando qué personajes de ficción las sufren. Ese es precisamente su objetivo y sin él todo el propósito del arte se viene abajo. ¿Es el tratamiento de estos seres racista hacia los negros? ¿Hacia los blancos, los asiáticos…? Para que así sea, debería cumplirse uno de estos dos hipotéticos: que compartan elementos reales o que compartan elementos atribuidos. El primer caso entendemos que no; existe un consenso general de que ninguna raza de nuestra realidad es vil, y menos como se representan generalmente a los orcos. La segunda es por tanto la más probable, pero nos obliga a plantearnos aún más cuestiones: si son elementos que no están realmente presentes en estas razas, ¿por qué nos molesta? Solo los racistas interpretarán que representa a tal o cual raza, ¿qué importancia tiene? ¿No lo interpretarán con cualquier otra cosa que muestre esos rasgos? ¿Debemos dejar de representar la maldad o la fealdad solo por si alguien en algún lado lo interpreta como una metáfora? Acabaríamos en el punto de antes, al final del arte.
Podría existir otra explicación. Tal vez aquellos que lo critican son quienes atribuyen estos rasgos, pero porque les gustaría que se mostraran con un cariz más favorecedor. Pongamos el ejemplo de alguien que viese en el culto a la industria de los orcos en el universo de Tolkien una metáfora de su propia cultura, pero como cree que es algo positivo, desearía que fuese representado con ese mismo enfoque. El problema está en que ni Tolkien creía que los orcos fueran una metáfora de nada, ni tenía intención de plantear el industrialismo como algo positivo, más bien al contrario. Estaríamos por tanto volviendo sobre nuestros propios pies, demandando de una obra que sea lo que no es y que lo sea por otros motivos. Regresando al ejemplo que inspiraba este artículo, antes de cambiar la imagen de elfos u orcos, deberíamos pensar en por qué elfos y orcos. Tolkien no inventa esas criaturas; toma inspiración de numerosas entidades del folklore anglosajón y centroeuropeo para crear unos seres que sirvan a sus propósitos literarios: unos que sean pura maldad, otros que sean una versión más humilde de los hombres, otros que sean más sabios… porque es por eso que inventamos criaturas fantásticas, para expandir los horizontes de la diversidad. Los escritores recurren a ellos para elevar los asuntos humanos a asuntos universales, que afecten a todo ser viviente que habite sus mundos, para reflexionar sobre qué nos hace humanos, para ejercitar nuestra empatía y ponernos en los zapatos incluso de quienes no existen. ¿Por qué iba nadie a querer interpretar a un orco en Dragones y Mazmorras si no es porque quiere verse en la piel de alguien más brutal y fuerte de lo que es? ¿Por qué iba a querer alguien ser un mediano si no es por ser alguien que debe afrontar sus problemas con astucia porque no puede hacerlo por la fuerza? Si en pos de la diversidad difuminamos los límites que nos diferencian, ¿no estamos en realidad acercándonos a un mundo más homogéneo?