Un viejo transportista de una tienda de antigüedades tiene un último encargo. Sabe la dirección pero no encuentra la ruta que debe tomar que, no es otra, que la carretera cero.
El videojuego episódico independiente Kentucky Route Zero, comenzó su viaje en 2013, pero no fue hasta hace poco que llegó su quinto y último capítulo.
Genuina, surrealista y fascinante, esta aventura gráfica fundamentada en los diálogos avisa al jugador que en este título no se “juega”, sino que se interpreta, se vive desde diferentes roles una trama progresivamente caleidoscópica. Un número de personajes suficientes como para no memorizarlos hacen presencia en esta historia laberíntica, donde el tiempo y el espacio se confunden deliberadamente para reflexionar sobre aquello de que “lo que importa no es el destino sino el viaje”.
Es curioso como lo extraño y lo irreal convergen gratamente con la realidad del mundo que se plantea. Una gasolinera flotante a la deriva en un abismal e indeterminado río; un niño trajeado que tiene como hermano un águila gigante; o una iglesia vacía y desposeída de sus feligreses es ahora un lugar donde solo queda un conserje que de vez en cuando pone por megafonía las homilías que reverberan en el espacio. Estas son solo algunas de las muchas situaciones que mezclan lo mágico, lo absurdo y lo abstracto -en categorías ficcionales- con lo real; tal y como expresan, por encontrar un hermanamiento literario, Borges o García Márquez a través de su prosa.
El narrador en esta historia es el jugador que al mismo tiempo elige qué líneas de diálogo van más acorde con lo que cree que son los personajes. Fantasmas del pasado se funden con fantasmas del presente, siendo toda la obra interactiva una reflexión sobre el tiempo y el papel del hombre en el transcurso de sus decisiones.
Una obra experimental que recurre a expresiones artísticas como el teatro, la poesía, la escultura o la música; incluyendo las puestas en escena más vanguardistas propias de la obra de videoartista Bill Viola, quien defendió que en el único lugar donde puede existir la obra es en la mente del espectador. Y es ahí donde entra en juego el que está al otro lado de la pantalla para darle consistencia y empatía a aquello que va creando, capítulo a capítulo hasta su enigmático final.
A veces caen en nuestras manos videojuegos como Kentucky Route Zero que sencillamente son un milagro en sí mismos, pues que existan títulos de estas características, sumado a las dificultades que supone sacar adelante títulos alejados del mundanal ruido de los encorsetados géneros actuales, es de admirar y sencillamente digno de estudio.
Es trágico que proyectos así tengan que desarrollarse tan dilatadamente en el tiempo. Recordemos que hay siete años de diferencia entre el capítulo inicial y el final. Probablemente, saber ese dato es el que propicia una percepción distinta de la aventura que se inicia y que termina en Kentucky Route Zero, haciendo que trascienda su significado. A saber: redescubrir el camino de nuestra aventura, la de la pantalla y quizás también, la del reflejo en el que siempre nos vemos cuando la imagen se funde reflexivamente a negro.